Capítulo 35

En el corazón del bosque, la agente especial Marie Parks cierra los ojos y escucha cómo caen las gotas de lluvia sobre el plástico de su capucha. El agua resbala a lo largo del impermeable y se cuela en sus botas. Un viento glacial curva la copa de los árboles y levanta remolinos de hojas. Marie alza los ojos hacia los trozos de cielo que aparecen entre las ramas. Un ejército de nubes negras se abalanza hacia la luna.

Marie se concentra. Crujido de los troncos bajo las ráfagas de viento. Repiqueteo sordo de la lluvia. Murmullo de los helechos. Nada más. Suspira. Hace media hora que anda a tientas en medio del frío y la oscuridad. Media hora marcando su recorrido con briznas de lana y siguiendo una pista que ya no lleva a ninguna parte.

Un agujero de cielo gris en la negrura del bosque. Marie acaba de llegar a un claro lleno de robles talados que los explotadores forestales han descortezado antes de apilarlos. Olor de serrín y de savia, la sangre de los árboles. Marie intenta captar olores anteriores: la piel de los árboles, de los millones de troncos negros y nudosos, de los miles de millones de ramas, efluvios de musgo y de podredumbre, el aliento de la tierra blanda que digiere los cadáveres y los árboles muertos. La noche. El silencio ensordecedor del bosque.

Distingue los contornos de una mesa para excursionistas; es de madera tosca y rugosa, apenas cepillada. Se sienta. Bajo la yema de los dedos, identifica muescas e inscripciones grabadas con un cuchillo: una fecha y un nombre. Marie nota que un hormigueo le recorre los brazos y las piernas. Su ritmo cardíaco aumenta a ciento veinte pulsaciones por minuto. Una visión. Cierra los ojos.

Flash.

Hace bueno, casi calor. El sol brilla. Grandes nubes blancas flotan en el cielo. Huele a polen y a hierba fresca, a ortigas, a menta y a zarzas cargadas de moras. Marie está sentada a la mesa. La brisa templada hace cosquillas en las aletas de su nariz. Unas abejas zumban en el aire inmóvil. También huele a savia de pino y a piedra caliente. Voces de niños a lo lejos. Marie abre los ojos. El claro ha desaparecido. Entre los árboles, a los que solo les quedan unas temporadas de vida, hay un mantel rojo extendido sobre la hierba. Una familia está comiendo, una pareja y dos niños. Sus rostros se ven borrosos, como si estuvieran cubiertos por una capa de plástico transparente que difuminara sus rasgos. Sus siluetas se evaporan. Marie toca la mesa. El nombre y el corazón han desaparecido. Sus dedos se crispan.

Flash.

Invierno. Nieve. El aire es cortante; el cielo, turquesa, profundo. Los olores cálidos se han desvanecido; tan solo persiste el frío, el hielo y el viento, olores azules. Unos ladridos suenan en el sotobosque. Unas voces responden. Marie abre los ojos y ve que unos cazadores surgen de la espesura; dos colosos con cazadora forrada de piel y pasamontañas. Responden a los gritos de los ojeadores, que resuenan a lo lejos. Crujidos de ramas. Un ciervo surge de una arboleda. Dos disparos restallan en el aire helado. El animal se desploma, herido. Sus pezuñas rascan el suelo. Su pelaje se empapa de sangre.

A través del vaho blanco que escapa de sus fosas nasales, el ciervo mira a Marie. Sabe que está allí. Los cazadores se acercan. Uno de ellos apoya la bota en el costado del animal y le pone el cañón del arma detrás de la oreja. Una lluvia de sangre salpica la nieve. Los ojos del animal se inmovilizan. Las uñas de Marie se clavan en la madera.

Flash.

Las estaciones se suceden. Los árboles crecen y las ramas se alargan. Marie ve cómo sus hojas amarillean y caen, empujadas por los brotes que se abren y liberan otras hojas. Marie alza los ojos. Las nubes se desplazan a toda velocidad por el cielo. Los días y las noches desfilan. El rojo del crepúsculo y el azul oscuro que sigue. Luego, como un corazón que se detiene, el tiempo disminuye de velocidad. Un latido más, un pestañeo, unos días que pasan, unas horas, minutos y después segundos. Unas gotas empiezan a repiquetear sobre el impermeable de Marie. La lluvia. El claro. El barrizal. Bajo sus dedos, las inscripciones han reaparecido. Falta media hora para la llamada telefónica de Bannerman. Solo queda esperar.