Marie ha cerrado los ojos. Todavía oye los gritos de Rachel en medio de las ráfagas de lluvia que azotan su impermeable. Se vuelve hacia Bannerman, le pide una radio y se mete un auricular de infrarrojos en el conducto auditivo. De esta manera, sí se ve obligada a separarse de la radio, seguirá oyendo los mensajes del sheriff.
—¿Vas a hacernos uno de tus numeritos?
Marie mira fijamente los ojos azules de Bannerman.
—¿Es eso lo que quieres que haga?
—Si de verdad puedes ver cosas tocando los troncos de los árboles o husmeando las corrientes de aire, es nuestra única posibilidad de encontrar a Rachel. O sea que sí, es eso lo que quiero.
—Vale. Necesito ir veinte minutos por delante para no emborronar la pista. Vosotros os pondréis en marcha cuando yo os dé la señal. No intentéis alcanzarme antes de que os lo diga.
—¿Estás de coña?
—¿Tengo cara de estarlo?
—¿Y si el asesino está todavía aquí?
—Está todavía aquí.
Mientras se adentra en el bosque, Marie pone el volumen de la radio al mínimo para mantener la voz de Bannerman en sordina en el auricular. Él la insta a no cometer imprudencias y a marcar su recorridocon las briznas de lana roja que acaba de darle. Hay emoción en ese vozarrón cargado de tabaco. Pena y remordimientos. Bannerman se aclara la garganta, busca las palabras. Añade que no quiere que se pierda. Marie, tampoco. Aprieta el paso.