Capítulo 27

El veredicto le llegó en una clínica de Carmel, por boca del doctor Hans Zimmer, un viejo alemán chiflado que había estudiado psiquiatría para curarse a sí mismo. Este especialista de las regiones desconocidas del cerebro explicó a Marie que las visiones que padecía estaban emparentadas con un síndrome mediúmnico reaccional, una rara enfermedad que solo se observaba en algunas personas con politraumatismos craneales, como resultado de las secuelas de una conmoción suficientemente severa para alterar la estructura mental profunda. Como si dicha conmoción activara una región del cerebro que no debería haberse puesto nunca a funcionar, una de esas áreas sepultadas de las que la evolución humana se ha desentendido por razones misteriosas, o más bien una de esas zonas muertas que no estaba previsto utilizar antes de que pasaran miles de años. Unas zonas cerebrales vírgenes. Unas neuronas no unidas, inactivas, como miles de millones de pequeñas pilas completamente nuevas que esperan que las unan con ayuda de un hilo para liberar la corriente que contienen. El síndrome mediúmnico reaccional.

Zimmer explicó a Marie lo que debía de haber sucedido bajo sus bonitos cabellos negros. Convulsionado por el traumatismo, su cerebro había caído en un coma profundo para intentar reconstruirse. Había reactivado una a una las conexiones cerebrales interrumpidas. Miles de postes y kilómetros de cables. Una neurona para el color verde, una neurona para el color marrón, una neurona para la palabra «hoja», otra para la palabra «rama», otra más para la palabra «tronco». Cinco neuronas que vuelven a conectarse lentamente para almacenar de nuevo la imagen de un árbol visto en un bosque. Debía recuperar millones de imágenes y reconstruir miles de millones de recuerdos.

Así, poco a poco, en ese sueño profundo en el que no se filtra nada, las regiones cerebrales de la palabra, de la comprensión y de la memoria restablecen la corriente. Después vuelven a conectarse entre sí para realimentar el cerebro de imágenes y de recuerdos.

Pero, a veces, esas conexiones nuevas se establecen por error en algunas zonas prohibidas del cerebro: las que doblan las cucharillas sin ningún contacto manual, captan los pensamientos de otras personas, hacen girar las mesas y establecen comunicación con los muertos. O, todavía más chocante, las regiones cerebrales sin cultivar que te hacen ocupar el lugar de una niña víctima de un asesino en serie o de una prostituta descuartizada viva por Harry Dwain en un viejo cobertizo a orillas del Neva. El síndrome mediúmnico reaccional. Mala suerte.

Marie tardó seis meses en aprender a controlar sus visiones. En aceptarlas y comprenderlas. En distinguir las que pertenecían al pasado lejano de las que describían crímenes recientes. O en el momento de ser perpetrados: las peores. Después puso ese maldito don al servicio de sus misiones. Resultado: doce asesinos en serie y cuatro asesinos itinerantes detenidos en cinco años de visiones insoportables y de pesadillas repetidas. Sesenta víctimas mortales y dos niñas salvadas in extremis. Crías completamente destrozadas, atrincheradas de por vida en su silencio. Por eso Marie Parks pedía que le prescribieran somníferos. Y también por eso se los tomaba con un gin-tonic.