Marie había empezado a tener pesadillas a raíz de un accidente de tráfico. Un choque frontal entre un peso pesado y su autocaravana lanzada a toda velocidad. Conducía Mark, su compañero. Rebecca, su hija de corta edad, iba entre ellos en una silla de bebé, sujeta con los cinturones. Mark y Marie discutían. Él había bebido unas copas de más en la inauguración de la casa de los Hanks, que acababan de instalarse en las afueras chics de Nueva York. Una enorme casa con jardín y vecinos golfistas: la selección mediante el precio del metro cuadrado.
Patrick Hanks, un amigo de la infancia de Mark, acababa de ser trasladado a un gran banco de Manhattan. Gracias a ello, había triplicado su sueldo, recibido un Cadillac a cargo de la empresa y conseguido una de esas coberturas sociales que convierten la enfermedad en una inversión. Sin olvidar una gran casa forrada de roble y con columnas que rondaba el millón de dólares. Más que suficiente para tirarse los trastos a la cabeza camino de Maine. Los Hanks le habían pedido a Mark que metiera su caravana abollada en el garaje para que sus vecinos, tan refinados, no pensaran que un campamento navajo estaba a punto de instalarse en el barrio. ¡Mierda, una caravana en un garaje en el que cabían tres más! Mark había tenido la impresión de que aparcaba dentro de una catedral. Pero se tragó su orgullo y esperó a encontrarse en el camino de vuelta para desahogarse con Marie. Conducía deprisa, demasiado deprisa.
El accidente ocurrió en la Interestatal 90, a unos kilómetros de Boston. Un camión de treinta toneladas derrapó sobre una placa de hielo, quedó atravesado en la carretera y la carga de troncos que llevaba cayó a la calzada. Mark ni siquiera tuvo tiempo de frenar.
Marie recordaba perfectamente los troncos cayendo sobre el asfalto y la fracción de segundo que precedió al choque. Una eternidad al ralentí de la que solo conservaba planos sucesivos, como flashes en la oscuridad.
El choque fue tan violento que Marie tuvo la impresión de ser un espejo que estallaba bajo la fuerza del impacto. La parte delantera de la autocaravana se desintegró contra los troncos y la cabina saltó en mil pedazos. Los recuerdos de Marie también. Millones de fragmentos de cristal que rebotan sobre el asfalto, millones de partículas de memoria que se dispersan, olores de su infancia, colores e imágenes. Toda su vida que se escapa. Los latidos de su corazón que se espacian. Un frío intenso.