Marie ha entrado en el cuerpo de Jessica. Sueña que tiene los ojos abiertos y que debe volver a dormirse a toda costa para que la pesadilla acabe. La pesadilla de medianoche. La peor. Pero ¿cómo puede uno dormirse cuando ya está durmiendo?
Presta atención. Un bebé llora en la habitación de al lado. El señor Fletcher canta una nana. A través del tabique de yeso, Marie oye la música machacona de un móvil de cuna y el chirrido regular de los balancines de la cuna al ser mecida para que el bebé se duerma. Pero el bebé berrea. Suelta hipidos provocados por el enfado y el terror mientras el señor Fletcher canturrea. Las palabras son tiernas, pero el tono, en cambio, es glacial. Luego, el bebé recupera el aliento y profiere un grito continuo que agujerea los tímpanos de Marie. Entonces, mientras los chirridos de la cuna aceleran, Marie capta otros ruidos, sordos y metálicos. Como tijeretazos en una almohada. El bebé se ahoga. Sus gritos se apagan. Los chirridos de la cuna se hacen más lentos y se detienen. Se hace el silencio.
Un roce de zapatillas sobre el parquet del pasillo. Como todas las noches, el señor Fletcher hace un recorrido por los dormitorios para comprobar que los niños duermen. Abre una puerta. Un hilo de voz atemorizada llega hasta los oídos de Marie. Es Kevin, el hermanito de Jessica, al que los chirridos de la cuna han despertado. Papá dice «chisss…». Arropa a Kevin y le acaricia las mejillas. Marie, aterrorizada, oye los mismos ruidos metálicos de antes. Vuelve a hacerse el silencio. El señor Fletcher canturrea en las tinieblas.
Marie se ha refugiado bajo el edredón. Oye cómo crujen las zapatillas sobre el parquet del pasillo, cómo rechina la manivela de la puerta al bajar. A través de la ranura de sus ojos entreabiertos, distingue la silueta del señor Fletcher en el hueco de la puerta, su bonito traje de tres piezas, su cara sudorosa y el reflejo del cuchillo de cocina que esconde bajo la manga manchada de sangre. Y, sobre todo, ve sus ojos muertos. Ojos de muñeca de porcelana.
Es absolutamente preciso que Marie se duerma, que salga del cuerpo de Jessica. Oye la respiración sibilante del señor Fletcher, que se acerca. Percibe su olor mientras se inclina sobre su rostro. Nota cómo su gran mano se desliza sobre el edredón, acaricia sus piernas y sube por sus caderas. Nota el reguero pegajoso que esa mano deja en el edredón al subir por su cuerpo. Oye la voz del señor Fletcher, un vozarrón desagradable y triste, que dice:
—Jessica, ¿estás dormida?
Marie finge dormir. Sabe que si el papá de Jessica cree que está dormida, quizá la deje vivir. Nota que su mano la zarandea suavemente para despertarla; percibe su aliento sobre la mejilla. Un olor agrio de whisky, de pistachos tostados y de vómito. El papá de Jessica ha bebido. El papá de Jessica ha despertado al monstruo, al devorador de niños. Su vozarrón susurra en la oscuridad:
—No me tomes por gilipollas, putita. Sé muy bien que te estás haciendo la dormida.
Marie nota que los labios helados del señor Fletcher se mueven muy cerca de los suyos. Una lágrima de terror asoma por el rabillo de sus ojos y aumenta de tamaño bajo sus párpados. Sabe que no podrá contenerla.
—Vale, Jessica, ya que te pones así, voy a soplarte sobre los ojos. Y si mueves los párpados querrá decir que no estás dormida.
Marie aprieta los puños con todas sus fuerzas para contener esa lágrima que brilla entre sus pestañas. Nota la ligera corriente de aire que el papá de Jessica envía hacia sus párpados. Un temblor. La lágrima se desliza por su mejilla. El señor Fletcher sonríe en la oscuridad.
—Ahora los dos sabemos que te estás haciendo la dormida. Voy a contar hasta treinta para darte tiempo a encontrar un buen escondrijo. Cuando haya terminado, si te encuentro, te mataré.
Marie no puede moverse. Oye la voz del señor Fletcher que empieza a contar en la oscuridad. A medida que cuenta hacia atrás, ella nota el efecto de los somníferos, que se concentran y vuelven a tomar poco a poco el control de su cerebro. La voz se aleja. El cuchillo se eleva y brilla en la oscuridad. Su resplandor se debilita. El señor Fletcher ha acabado de contar. Marie se sobresalta al sentir que la hoja traspasa su piel y se hunde en sus entrañas. Una quemazón lejana, algodonosa como un recuerdo. Ya está, los somníferos vuelven a hacer efecto. La pesadilla se descompone y las imágenes se desintegran. Marie se sumerge de nuevo en las tinieblas. Era la pesadilla de medianoche.