R. A. Salvatore
Todos querían más Drizzt.
Los lectores de la trilogía El valle del Viento Helado querían más Drizzt; la gente de TSR quería más Drizzt; y, para ser sincero, yo también. Quería averiguar de dónde venía y el porqué de su comportamiento en las tres aventuras de El valle del Viento Helado: alocado y casi siempre alegre, pero también con un lado oscuro. Sé que parece extraño; después de todo, Drizzt es un personaje de ficción que yo mismo creé, de modo que su pasado debería ser irrelevante. ¿Acaso no puedo conseguir que Drizzt haga lo que yo desee?
En una palabra: no.
Eso es lo extraño con los personajes inventados: al final se hacen reales, y no sólo para los lectores, sino que sorprendentemente también son multidimensionales para el autor que los ha creado. Poco a poco desarrollo sentimientos de amor, admiración o desprecio hacia los personajes a los que doy vida en mis libros. Para que eso ocurra, cada uno de ellos debe actuar de manera coherente dentro del marco de sus experiencias, tanto si éstas se explican en los libros como si no.
Por todo ello no me extrañó que mi editor me llamara a finales de 1989 o principios de 1990 —poco antes de la publicación en Estados Unidos de La gema del halfling—, y me propusiera escribir otra trilogía explicando los orígenes de Drizzt Do’Urden. La trilogía de El valle del Viento Helado había tenido mucho éxito, y por las muchas cartas que recibí así como por los comentarios de los lectores con los que tenía la oportunidad de charlar en las firmas de libros sabía que, por alguna razón, Drizzt era el personaje que más calaba.
En esa época recibía de promedio diez cartas cada semana, y, al menos, en ocho me decían que Drizzt era su favorito. Muchos lectores me preguntaban acerca de sus orígenes y, por supuesto, los editores también recibían las mismas preguntas.
Finalmente me pidieron que hiciera una trilogía sobre Drizzt. Yo acepté, en parte porque tengo tres hijos a los que alimentar y porque tenía previsto dejar mi trabajo ese mismo año (lo que hice en junio de 1990), aunque, sobre todo, porque me apetecía mucho desvelar el misterio que envolvía al drow.
Desde luego sabía perfectamente dónde nació Drizzt: fue en mi despacho, durante mi trabajo habitual. Y también sabía cuando surgió la idea: en junio de 1987, justo después de que mi propuesta para escribir La piedra de cristal fuera aceptada, y justo antes de que me sentara a escribirla.
Fue uno de mis episodios más sorprendentes de mi carrera como escritor. Cuando TSR me pidió que elaborara una propuesta para escribir una nueva novela de REINOS OLVIDADOS®, el escenario de la colección era un prototipo, y todo lo que había hasta entonces era una novela: la excelente El Pozo de las Tinieblas de Doug Niles. Eso me hizo creer que las islas Moonshaes eran el escenario de REINOS OLVIDADOS.
Pero claro, las Moonshaes resultan un poco pequeñas. Si pretendía crear una aventura épica en esa región, debería al menos mencionar la historia y algunos de los personajes que aparecían en el magnífico libro de Doug Niles, pero yo me resistía a robarle sus criaturas. Finalmente se acordó que utilizaría a Daryth, del libro de Doug, para introducir el héroe de mi historia: Wulfgar, hijo de Beornegar, de las tribus bárbaras del valle del Viento Helado.
Cuando más tarde descubrí las verdaderas dimensiones y la envergadura que tomaría la colección, y supe que TSR no quería que se compartieran personajes, como ocurría en la saga DRAGONLANCE®, me sentí muy aliviado. Y así quedaron las cosas… durante algún tiempo.
Mi propuesta fue aceptada y Mary Kirchoff, por aquel entonces editora jefe del departamento de libros de TSR, me comunicó que yo sería el encargado de escribir la segunda novela de REINOS OLVIDADOS. Sin embargo, me recordó que ya que pensaba situar la historia a miles de kilómetros de las islas Moonshaes, necesitaría un nuevo compañero de fatigas para Wulfgar. Yo le aseguré que me pondría de inmediato manos a la obra y que le presentaría una idea la semana siguiente.
—No, Bob —me dijo, unas palabras que suelo oír con demasiada frecuencia de boca de los editores—. No lo entiendes. Ahora mismo tengo una reunión para vender tu propuesta. Necesito ese compañero ahora mismo.
—¿Ahora? —pregunté yo, con la ingenuidad de quien nunca ha tratado con editoriales.
—Ahora mismo —me respondió con cierta suficiencia.
Y entonces se me encendió la lucecita. No sé cómo. No sé por qué. Simplemente dije:
—Un elfo oscuro.
Hubo una pausa, seguida por una pregunta formulada en tono vacilante.
—¿Un elfo oscuro?
—Sí —dije yo, más seguro a medida que el personaje empezaba a tomar forma en mi mente—. Un guerrero drow.
Hubo otra pausa, esta vez más prolongada.
—¿Cómo se llama? —me preguntó, con la voz trémula de quien debe vender una idea que cree absurda.
—Drizzt Do’Urden, de D’aermon N’achezbaernon, novena casa de Menzoberranzan.
—¡Oh! —Otra pausa—. ¿Puedes deletreármelo?
—Ni lo pienses.
—¿Un guerrero drow?
—Exactamente.
—¿Drizzit? —preguntó.
—Drizzt —repliqué. Desde entonces habré corregido ese mismo error 7,3 millones de veces.
—Vale. —La editora, entre la espada y la pared, dijo que sí. Seguramente pensaba que más tarde me haría cambiar de idea.
Pero no lo hizo, por supuesto. Esto es un homenaje a Mary Kirchoff, que permitió a la persona que había contratado que hiciera su trabajo creativo y esperó a ver los resultados antes de enarbolar el hacha de guerra (cosa que nunca hizo).
Así nació Drizzt. ¿Lo saqué de un juego? No. ¿Hay algún juego basado en él? No. Lo que ocurrió fue que de repente lo vi en mi mente, sin buscar demasiado. Al principio debía ser un compañero, simplemente una figura curiosa que diera el contrapunto, como Robin respecto a Batman.
Pero las cosas no salieron así. En la primera parte de La piedra de cristal, Drizzt corre por la tundra y un yeti le tiende una emboscada. Al llegar a la tercera página ya lo sabía: Drizzt sería la estrella de la historia.
Así fue como terminé contando en una trilogía la historia del guerrero drow, de cómo se convirtió en el personaje que aparecía en la trilogía El valle del Viento Helado. Quería hacer algo diferente, más intenso y personal. Como me encanta describir escenas de acción, especialmente luchas, no quería escribir desde la perspectiva de la primera persona. Lo que hice fue comenzar cada una de las partes en las que se divide la historia con apuntes biográficos del mismo Drizzt, y creo que he recibido más cartas sobre dichos apuntes que sobre cualquier otra cosa que haya escrito.
A medida que la historia de los orígenes de Drizzt tomaba cuerpo, surgieron algunas discrepancias: cómo encontró a la pantera, o incluso la edad con la que es descrito en la trilogía de El valle del Viento Helado no me parecían apropiadas para su existencia previa. Finalmente decidí que lo que había escrito anteriormente no restringiría mi libertad creativa en la trilogía de El elfo oscuro. Por esta razón, si los lectores se fijan, notarán que en las siguientes ediciones de La piedra de cristal se hicieron pequeños cambios.
Supongo que fue lo más acertado, ya que esta historia —que pronto constará de once libros, cuatro relatos y lo que está por venir—, parece tener vida propia. Es algo que crece, se transforma y que a veces avanza por derroteros que yo no preveía. Cuando creí que ya estaba muerta, revivió con más fuerza que nunca. Seguiré haciendo pequeños cambios porque quiero que, al final, la obra en su conjunto sea coherente y creíble dentro del contexto de la literatura fantástica.
La verdad es que escribí esta historia por una única razón: quería explicarla, y quería que los lectores pasaran un buen rato. Espero que así sea.