Qué es? —preguntó Fret, moviéndose con cautela detrás de los pliegues de la capa verde hoja de Paloma.
La vigilante, e incluso Roddy, también avanzaron con precaución porque, si bien la criatura parecía muerta, nunca habían visto nada parecido. Parecía ser una extraña mutación gigante entre un goblin y un lobo.
Ganaron coraje cuando se acercaron al cuerpo, convencidos de que efectivamente estaba muerto. Paloma se inclinó y lo tocó con la espada.
—En mi opinión, lleva muerto más de un día —anunció.
—Pero ¿qué es? —insistió Fret.
—Un híbrido —murmuró Roddy.
Paloma inspeccionó atentamente las extrañas articulaciones de la criatura. No pasó por alto las numerosas heridas que presentaba el monstruo; la carne parecía desgarrada por los zarpazos de un gran felino.
—¿Un ser capaz de transformarse? —sugirió Gabriel, que montaba guardia en un costado de la zona rocosa.
Paloma asintió.
—Muerto en medio de la transformación —añadió.
—Nunca he escuchado hablar de magos goblins —protestó Roddy.
—Oh, sí —intervino Fret, quitándose las arrugas de las mangas de la túnica—. Había, por cierto, aquel presunto archimago, Grubby el Charlatán, que…
Un silbido desde lo alto del acantilado interrumpió al enano. En el borde se encontraba Kellindil, el arquero elfo, que les hacía señas con los brazos.
—Hay más aquí —gritó el elfo cuando obtuvo su atención—. Dos goblins y un gigante de piel púrpura que no se parece a nada que haya visto en toda mi vida.
Paloma miró el acantilado. Calculó que podía escalarlo, pero una mirada al pobre Fret le hizo comprender que tendrían que regresar por el sendero, un trayecto de casi dos kilómetros.
—Tú quédate aquí —le dijo a Gabriel.
El hombre de rostro severo asintió y se movió para ocupar una posición defensiva entre unos peñascos, mientras Paloma, Roddy y Fret echaban a andar hacia el sendero.
A medio camino por el angosto sendero que seguía la cara del acantilado, se encontraron con Darda, el otro guerrero del grupo. El hombre, bajo y muy musculoso, se rascaba la barba mientras examinaba lo que parecía ser una reja de arado.
—¡Es de los Thistledown! —gritó Roddy—. Estaba en el patio de la casa, lista para reparar.
—¿Cómo es que está aquí? —preguntó Paloma.
—¿Y por qué tiene manchas de sangre? —añadió Darda, que señaló a los demás las manchas en la parte cóncava de la hoja. El guerrero se asomó al borde del barranco, miró el fondo y después otra vez la reja—. Alguna pobre criatura se estrelló contra ella —murmuró—, y después cayó al fondo.
Las miradas de todos se centraron en Paloma cuando la vigilante se apartó los cabellos de la cara, apoyó la barbilla en su delicada pero callosa mano, y pensó en cuál sería la solución de este nuevo enigma. Las pistas eran muy pocas, y, al cabo de unos momentos, Paloma levantó las manos en un gesto de enfadó y reanudó la marcha. El sendero se apartaba del abismo a medida que se acercaba a la cima, pero Paloma siguió hasta el borde, directamente encima del lugar donde habían dejado a Gabriel. El guerrero la vio en el acto y le hizo una seña para avisarle que todo estaba en calma.
—Venid —les dijo Kellindil, y guió al grupo hasta la caverna. Algunas preguntas quedaron contestadas en cuanto Paloma echó una ojeada a la carnicería de la sala interior.
—¡Cachorro de barje! —exclamó Fret al ver el cadáver del gigante de piel púrpura.
—¿Barje? —preguntó Roddy, perplejo.
—Desde luego —repuso Fret—. Esto explica el lobo gigante en el fondo del barranco.
—Atrapado en pleno cambio —razonó Darda—. Las muchas heridas y el suelo de piedra acabaron con él antes de que pudiera acabar la transformación.
—¿Barje? —insistió Roddy, esta vez enfadado, porque lo dejaban fuera de una discusión que no comprendía.
—Una criatura de otro plano de existencia —explicó Fret—. Se rumorea que proceden de Gehenna. Los barjes envían a los cachorros a otros planos, algunas veces al nuestro, para que se alimenten y crezcan. —Hizo una pausa mientras pensaba—. Para que se alimenten —repitió, con un tono que alertó a los demás.
—¡La mujer en el granero! —exclamó Paloma.
Los miembros del grupo de la vigilante asintieron al escuchar la súbita revelación, pero McGristle se aferró a su teoría original.
—¡El drow los mató! —refunfuñó.
—¿Tiene la cimitarra rota? —le preguntó Paloma.
Roddy sacó el arma que guardaba entre uno de los muchos pliegues de sus prendas de piel.
Paloma cogió la cimitarra y se agachó para examinar al barje muerto. Saltaba a la vista que la hoja coincidía con las heridas de la bestia, especialmente en la herida fatal de la garganta.
—Usted dijo que el drow utilizaba dos cimitarras —le comentó la vigilante a Roddy.
—Lo dijo el alcalde —la corrigió Roddy—, repitiendo la historia que contó el hijo de Thistledown. Cuando vi al drow —explicó, cogiendo el arma— sólo llevaba una, la que utilizó para matar a la familia Thistledown.
Roddy ocultó adrede que el drow, si bien había esgrimido una sola cimitarra, llevaba dos vainas sujetas al cinto.
—El drow mató al barje —replicó Paloma, que dudaba de la teoría del cazarrecompensas—. Las heridas se corresponden con el arma, la cimitarra gemela de la que tiene usted. Y, si examina a los goblins en la antesala, podrá ver que sus gargantas las cortó una cimitarra curva.
—¡Como las heridas de los Thistledown! —afirmó Roddy.
Paloma decidió no mencionar la hipótesis que había pensado. Pero Fret, llevado por el disgusto que le provocaba el hombre, manifestó en voz alta los pensamientos de sus compañeros.
—Fueron asesinados por el barje —proclamó el enano, recordando los dos juegos de huellas en el patio de la granja—. ¡Transformado en drow! —Roddy lo miró furioso y Paloma también miró al enano en una muda petición para que se callara. Fret malinterpretó la mirada de la vigilante y, pensando que era de asombro ante su poder de deducción, añadió orgulloso—: Eso explica los dos juegos de huellas. Las primeras, más pesadas, correspondían al bar…
—¿Y qué dices de la criatura del barranco? —le preguntó Darda a Paloma, al comprender que la vigilante deseaba que Fret se callara—. ¿Crees que sus heridas también las hizo una cimitarra curva?
—Quizás algunas —respondió Paloma tras una breve pausa, al tiempo que agradecía la intervención de Darda con una disimulada inclinación de cabeza—. Aunque todo parece indicar que al barje lo mató la pantera. —Miró directamente a Roddy—. El felino que usted dice que el drow tiene de mascota.
—¡El drow mató a la familia Thistledown! —insistió Roddy, descargando un puntapié contra el barje muerto.
Había perdido un perro y una oreja a manos del elfo oscuro y no aceptaría ninguna conclusión que disminuyera las posibilidades de cobrar las dos mil monedas de oro prometidas por el alcalde.
Una llamada desde el exterior de la cueva acabó con la discusión, cosa que complació tanto a Paloma como a Roddy. Después de guiar al grupo hasta la madriguera, Kellindil había vuelto a salir para seguir otras pistas que había descubierto.
—La huella de una bota —explicó el elfo cuando salieron los demás, señalando una pequeña mancha de musgo aplastada—. Y aquí —añadió. Esta vez les indicó los raspones en la piedra—. Creo que el drow se acercó al borde. Y después saltó, quizá detrás del barje y la pantera, aunque esto último sólo es una suposición.
Paloma y Darda, e incluso Roddy, estuvieron de acuerdo con la suposición de Kellindil en cuanto acabaron de estudiar las pistas.
—Tendríamos que volver a bajar —sugirió Paloma—. Quizás encontremos un sendero más allá del fondo rocoso que nos lleve a conseguir respuestas más claras.
Roddy se rascó las costras de la cabeza y dirigió a Paloma una mirada desdeñosa que reveló sus emociones. A Roddy no le interesaban en lo más mínimo las «respuestas más claras» prometidas por la vigilante porque hacía tiempo que había llegado a las conclusiones que le interesaban. Por encima de todo, estaba resuelto a regresar a Maldobar con la cabeza del elfo oscuro.
Paloma Garra de Halcón no tenía tan clara la identidad del asesino. Para la vigilante y sus compañeros todavía quedaban muchas preguntas sin contestar. ¿Por qué el drow no había matado a los niños cuando se encontraron por primera vez en las montañas? Si el relato de Connor al alcalde era verdad, ¿por qué el drow le había devuelto al muchacho la espada? Paloma estaba convencida de que el barje, y no el drow, había asesinado a la familia Thistledown, pero entonces ¿por qué el drow había ido a la guarida de los barjes?
¿Había estado el drow en complicidad con los barjes, una unión que no había tardado en romperse? Todavía más desconcertante para Paloma —cuyo credo era defender a los civiles en la interminable guerra entre las razas buenas y los monstruos— era pensar que el drow había buscado al barje para vengar la muerte de los granjeros. La vigilante sospechaba que esto último era verdad, pero no podía entender los motivos del drow. ¿Acaso el barje, al matar a la familia, había alertado a los pobladores de Maldobar, y como consecuencia estropeado la incursión de los drows?
Una vez más las piezas no encajaban. Si los elfos oscuros planeaban una incursión contra Maldobar, desde luego que ninguno de ellos se hubiera dejado ver antes de hora. Algo en el interior de Paloma le dijo que el drow había actuado a solas, que había venido a vengar la muerte de los granjeros. Rechazó la idea como un truco de su propio optimismo y se recordó a sí misma que los elfos oscuros no eran conocidos precisamente por sus buenas acciones.
Cuando los cinco llegaron al final del angosto sendero y estuvieron a la vista del cadáver del monstruo, Gabriel ya había encontrado el rastro, que se encaminaba hacia las montañas. Se veían dos juegos de huellas, las del drow y otras más frescas que pertenecían a otra criatura bípeda gigante, probablemente un tercer barje.
—¿Qué le habrá pasado a la pantera? —preguntó Fret, un tanto abrumado por su primera campaña en muchos años.
Paloma soltó una carcajada y sacudió la cabeza sin saber qué responder. Cada respuesta parecía provocar una multitud de nuevas preguntas.
Drizzt no dejó de avanzar durante la noche. Escapaba, como lo había hecho durante tantos años, de otra horrible realidad. Él no había matado a los campesinos —incluso los había salvado de la banda de gnolls—, pero ahora estaban muertos. Drizzt no podía eludir este hecho. Había entrado en sus vidas, por propia voluntad, y ahora estaban muertos.
Durante la segunda noche después del encuentro con el gigante de las colinas, Drizzt vio la hoguera de un campamento muy lejano junto al sinuoso sendero, en la dirección de la madriguera del barje. Consciente de que no podía ser una coincidencia, llamó a Guenhwyvar y envió a la pantera a investigar.
Infatigable, Guenhwyvar corrió hacia el campamento, su esbelta silueta negra invisible en las sombras de la noche.
Paloma y Gabriel descansaban junto a la hoguera, divertidos con las incesantes quejas de Fret, muy ocupado en cepillar la suave piel del coleto con un cepillo duro.
Roddy había preferido instalarse alejado de los demás, bien seguro en un hueco formado por un árbol caído y un peñasco, con el perro echado a sus pies.
—¡Ay, qué haré con estas manchas! —gimió el enano—. ¡No conseguiré nunca limpiar esta prenda! ¡Tendré que comprar una nueva! —Miró a Paloma, que intentaba inútilmente mantener la expresión seria—. Ya puedes reír, señora Garra de Halcón —le advirtió el enano—. El dinero saldrá de tu bolsa, no lo dudes.
—Cosa triste tener que pagar la coquetería de un enano —comentó Gabriel, y, al escucharlo, Paloma soltó la carcajada.
—¡Reíd, reíd! —repitió Fret, y frotó el cepillo con tanta fuerza que agujereó la prenda—. ¡Maldita sea! —exclamó arrojando el cepillo al suelo.
—¡Callen de una buena vez! —les gritó Roddy, enfadado—. ¿Es que pretenden avisar a los drows de nuestra presencia?
—Es hora de dormir, Gabriel —dijo Paloma al comprender que la advertencia del montañés, aunque manifestada con grosería, era apropiada—. Darda y Kellindil no tardarán en regresar y será nuestro turno de montar la guardia. Si no me equivoco, la ruta de mañana será tan dura —miró al enano y le guiñó un ojo al guerrero— y sucia como la de hoy.
Gabriel encogió los hombros, mordió la boquilla de la pipa y unió las manos detrás de la nuca. Ésta era la vida que tanto les gustaba a él y a sus compañeros de aventura: acampar bajo las estrellas con el canto del viento de la montaña en los oídos.
En cambio, Fret se removía y daba vueltas sobre el suelo duro, sin dejar de gruñir por la incomodidad de cada nueva posición.
Gabriel no necesitó mirar a Paloma para saber que ella compartía su sonrisa. Ni tampoco tuvo que mirar a Roddy para saber que el montañés rabiaba por el ruido incesante causado por el enano. Éste, sin duda, acostumbrado a vivir en la ciudad, no se daba cuenta pero sonaba estrepitosamente para aquellos habituados a dormir al raso.
Un silbido procedente de la oscuridad sonó al mismo tiempo que se le erizaba el pelo al perro de Roddy.
Paloma y Gabriel tardaron un segundo en levantarse y salir del perímetro iluminado por el fuego, en dirección a la llamada de Darda. Al mismo tiempo, Roddy y el perro se deslizaron detrás del peñasco, fuera de la luz directa, para que sus ojos se habituaran a la oscuridad.
Fret, demasiado preocupado con sus propias incomodidades, acabó por darse cuenta de que pasaba algo.
—¿Qué? —preguntó el enano, curioso—. ¿Qué es lo que pasa?
Después de una breve conversación en susurros con Darda, Paloma y Gabriel se separaron y rodearon el campamento en direcciones opuestas para asegurar su integridad.
—El árbol —murmuró una voz.
Paloma se agachó en el acto. Tardó un momento en ver a Roddy, muy bien oculto entre la roca y la maleza. El montañés sostenía el arma en una mano y con la otra apretaba el hocico del perro para que no ladrara.
Paloma siguió el cabeceo de Roddy hacia las ramas de un olmo solitario. Al principio, la vigilante no vio nada raro entre las hojas pero después captó el resplandor amarillo de los ojos del felino.
—La pantera del drow —susurró Paloma.
Roddy asintió. Permanecieron inmóviles y vigilaron, conscientes de que el más mínimo movimiento podía alertar al felino. Unos segundos más tarde, Gabriel se unió a ellos, se puso en cuclillas y siguió la trayectoria de las miradas hasta la misma mancha oscura en el olmo. Los tres comprendían que el tiempo jugaba a su favor. Ahora mismo, Darda y Kellindil se movían para ocupar sus posiciones.
Quizá la trampa habría podido atrapar a Guenhwyvar, de no haber sido porque el enano se alejó de la hoguera y se llevó por delante a Roddy. El montañés trastabilló y, para no caer, tendió la mano que sujetaba el hocico del perro. En el acto, el animal comenzó a ladrar mientras corría hacia el árbol.
Como una saeta negra, la pantera saltó del olmo y voló en la oscuridad. Pero la fortuna no estuvo de parte de Guenhwyvar, pues cruzó directamente por delante de la posición de Kellindil, que la vio con toda claridad.
El arquero elfo escuchó los ladridos y los gritos en la distancia, en dirección al campamento, aunque sin saber qué había ocurrido. Sus dudas se disiparon cuando oyó la voz de Roddy.
—¡Matad a esa cosa! —vociferó el montañés.
Convencido de que la pantera o su compañero drow habían atacado el campamento, Kellindil disparó la flecha, y el dardo encantado se hundió en el flanco de Guenhwyvar. Entonces llegó la llamada de Paloma, que reprochaba a Roddy.
—¡No! —gritó la vigilante—. ¡La pantera no ha hecho nada para merecer nuestra ira!
Kellindil corrió al lugar por donde había pasado la pantera. Gracias a la visión infrarroja, pudo ver claramente las ondas de calor emitidas por las manchas de sangre que salpicaban el rastro de la huida.
Paloma y los demás se presentaron al cabo de unos instantes. El rostro hermoso del elfo parecía haberse convertido en piedra cuando su mirada furiosa se posó en Roddy.
—Ha hecho que cometiera una barbaridad, McGristle —declaró enojado—. ¡Por su culpa he disparado contra una criatura que no se merecía la flecha! Se lo advierto por primera y última vez: no lo vuelva a hacer nunca más.
Con una mirada muy dura para demostrarle al montañés que la cosa iba en serio, Kellindil se alejó para seguir el rastro de sangre.
Roddy echaba espuma por la boca pero se controló, al comprender que se encontraba solo frente al formidable cuarteto y el enano. De todos modos se enfrentó a Fret, seguro de que los demás compartirían su opinión.
—¡Mantenga la boca cerrada cuando ronda el peligro! —gruñó Roddy—. ¡Y no vuelva a pisarme con sus apestosas botas!
Fret miró incrédulo a los demás, que se alejaban para seguir a Kellindil.
—¿Apestosas? —preguntó en voz alta, y contempló, ofendido, sus botas bien lustradas—. ¿Apestosas? —le preguntó a Paloma, que se detuvo para ofrecerle una sonrisa de consuelo—. ¡Sucias por la espalda de quien yo sé!
Guenhwyvar regresó a donde estaba Drizzt poco después del alba. El drow sacudió la cabeza, casi sin sorprenderse al ver la flecha que sobresalía en el flanco de la pantera. A regañadientes, aunque convencido de que era lo más conveniente, cogió la daga del trasgo y ensanchó la herida para quitar el dardo.
La pantera gimió suavemente durante la operación pero permaneció quieta sin ofrecer resistencia. Después, y a pesar de que quería mantener a Guenhwyvar a su lado, Drizzt la envió de regreso a su casa astral, donde la herida cicatrizaría más deprisa. La flecha le había informado al drow de todo lo que necesitaba saber sobre los perseguidores, y no dudaba que muy pronto volvería a necesitar a la pantera. Trepó hasta un saliente rocoso y vigiló los senderos inferiores, atento a la presencia del enemigo.
Desde luego, no vio nada porque, incluso herida, Guenhwyvar había dejado muy atrás a los perseguidores y, para cualquier hombre o criatura parecida, el campamento se encontraba a muchas horas de viaje.
Pero Drizzt sabía que se presentarían y lo forzarían a otra batalla que no quería librar. El joven estudió el terreno, y pensó en las trampas que podía montar, las ventajas que podía conseguir cuando llegara el momento de desenvainar las armas.
Los recuerdos del último encuentro con los humanos, el hombre con los perros y los campesinos, alteraron bruscamente los pensamientos de Drizzt. En aquella ocasión, la batalla había sido provocada por la incapacidad de comunicarse, una barrera que Drizzt comenzaba a considerar insuperable. Entonces no había deseado combatir contra los humanos y tampoco lo deseaba ahora, a pesar de la herida de Guenhwyvar.
El sol ascendía en el firmamento y el drow herido, si bien había descansado toda la noche, quería encontrar un agujero oscuro y cómodo. Pero Drizzt no podía permitirse ninguna demora si pretendía huir de la batalla.
—¿Hasta dónde me seguiréis? —susurró Drizzt en la brisa de la mañana. En un tono sombrío y decidido, añadió—: Ya lo veremos.