Oh, basta, Fret —le dijo la mujer alta al enano de barba canosa y túnica blanca, apartándole las manos.
Se pasó los dedos por la espesa cabellera castaña, enmarañándola.
—Vaya, vaya —replicó el enano, que de inmediato movió las manos otra vez hacia la mancha de la capa de la mujer. La frotó frenético, pero los continuos movimientos de la vigilante impidieron que progresara mucho con la limpieza—. Señora Garra de Halcón, creo que te vendría muy bien consultar algún manual de buenos modales.
—Acabo de llegar de Luna Plateada —respondió Paloma Garra de Halcón indignada, al tiempo que le guiñaba un ojo a Gabriel, el otro guerrero presente en la habitación, un hombre alto de rostro severo—. Es normal ensuciarse en el camino.
—¡Hace casi una semana de ello! —protestó el enano—. ¡Anoche asististe al banquete con esta misma capa!
Entonces el enano advirtió que con la prisa por limpiar la capa de Paloma se había manchado la túnica de seda, y la catástrofe hizo que se olvidara de la vigilante.
—Querido Fret —añadió Paloma, que mojó un dedo en saliva para después frotarlo contra la mancha de la capa—, eres un ayudante de lo más extraño.
El rostro del enano se volvió de un rojo encendido, y golpeó el suelo de cerámica con su brillante zapatilla.
—¿Ayudante? —gritó—. Yo diría…
—¡Dilo ya! —se burló Paloma.
—¡Soy el más…, uno de los más famosos sabios del norte! Mi tesis sobre la etiqueta correcta en los banquetes raciales…
—O la falta de la etiqueta correcta —lo interrumpió Gabriel, sin poder evitarlo. El enano se volvió hacia él con gesto agrio—: Al menos en lo que concierne a los enanos —acabó el guerrero con una expresión inocente.
El enano tembló visiblemente, y sus zapatillas marcaron un ritmo furibundo en el duro suelo.
—Oh, querido Fret —intervino Paloma, que apoyó una mano sobre el hombro del enano en un gesto de consuelo y después la hizo correr a lo largo de su pulcra y bien recortada barba.
—¡Fred! —exclamó el enano enfadado, apartando la mano de la dama—. ¡Fredegar!
Paloma y Gabriel cruzaron una mirada de picardía, y después gritaron al unísono el apellido del enano en medio de una explosión de risas:
—¡Triturarrocas!
—¡Fredegar limpiaplumas sería más adecuado! —añadió Gabriel.
Una mirada al furioso enano avisó al hombre que había llegado el momento de largarse, así que recogió la mochila y escapó de la habitación, no sin antes hacerle un último guiño a Paloma.
—Sólo deseaba ayudar.
El enano hundió las manos en los inmensos bolsillos y agachó la cabeza.
—¡Y lo has hecho! —afirmó Paloma para consolarlo.
—Me refiero a que tienes una audiencia con Helm Amigo de los Enanos —prosiguió Fret, recuperando parte de su orgullo—. Uno debe vestir correctamente cuando ve al señor de Sundabar.
—Desde luego —aceptó Paloma—. Pero todo mi ajuar es lo que ves, querido Fret, manchado y sucio por el camino. Mucho me temo que no pareceré muy elegante a los ojos del señor de Sundabar: él y mi hermana se han hecho tan amigos… —Esta vez le tocó a Paloma fingir debilidad, y, si bien su espada había convertido a muchos gigantes en comida para los buitres, la vigilante podía comportarse como una niña indefensa mejor que nadie—. ¿Qué haré? —Ladeó la cabeza mientras observaba al enano—. Quizás —insinuó— si pudiera… —El rostro de Fret comenzó a animarse—. No —dijo Paloma con un suspiro—. Nunca me atrevería a pedírtelo.
Fret comenzó a dar saltos de alegría y aplaudió con sus regordetas manos.
—¡Claro que puedes, señora Garra de Halcón! ¡Pide!
Paloma se mordió el labio para contener la risa mientras el enano entusiasmado salía de la habitación. A pesar de que a menudo le tomaba el pelo, no vacilaba en reconocer que quería al enano. Fret había pasado muchos años en Luna Plateada, donde gobernaba la hermana de Paloma, y había hecho muchas contribuciones a la famosa biblioteca de aquel país. Fret era un sabio de fama, conocido por sus extensas investigaciones sobre las costumbres de otras razas, tanto buenas como malvadas, y también era un experto en temas de semidioses. Además se lo consideraba como un compositor de primera. ¿Cuántas veces, se preguntó Paloma con humildad sincera, había cabalgado por un sendero montañoso, silbando una melodía alegre compuesta por él?
—Querido Fret —susurró la vigilante cuando regresó el enano, con una capa de seda colgada del brazo, pero bien plegada para que no rozara el suelo, diversas joyas y un par de zapatos a la moda en la otra mano, una docena de alfileres sujetos entre los labios, y una cinta métrica colgada de una oreja.
Paloma ocultó la sonrisa y decidió rendirse a la voluntad del enano. Entraría de puntillas en la sala de audiencias de Helm Amigo de los Enanos ataviada con una túnica de seda, la viva imagen de una dama, con el diminuto sabio henchido de orgullo a su lado.
Mientras tanto, como bien sabía, los zapatos le provocarían dolor de pies y le picaría el cuerpo en algún lugar donde la túnica le impediría rascarse. «Son los inconvenientes de la posición», pensó Paloma, con la mirada puesta en la túnica y los accesorios. Después miró la expresión feliz en el rostro de Fret y comprendió que bien valía la pena soportar las molestias.
«Son los inconvenientes de la amistad», se dijo a sí misma.
El campesino había cabalgado sin descanso durante más de un día; el avistamiento de un elfo oscuro a menudo tenía estos efectos en la gente sencilla. Había salido de Maldobar con dos caballos; uno lo había dejado a una treintena de kilómetros más atrás, a medio camino entre el pueblo y la ciudad. Si tenía suerte, encontraría al caballo sano y salvo en el viaje de regreso. El segundo animal, el mejor semental del campesino, comenzaba a dar muestras de cansancio. Pese a ello, el jinete se tumbó sobre la montura y le clavó las espuelas. Las antorchas de la guardia nocturna de Sundabar, colocadas en lo más alto de las gruesas murallas de piedra, estaban a la vista.
—¡Alto! ¿Quién vive? —gritó el capitán de la guardia cuando el jinete apareció ante el portón, media hora más tarde.
Paloma se apoyó en Fret mientras seguían al ayudante de Helm por el largo y decorado pasillo que conducía a la sala de audiencias. La vigilante podía cruzar un puente de cuerdas sin barandillas, podía disparar el arco con una puntería mortal montada en un caballo al galope, podía trepar a un árbol vestida con cota de malla, escudo y espada en mano, pero era incapaz, a pesar de su experiencia y agilidad, de caminar con los elegantes zapatos que Fret la había obligado a calzar.
—Y esta túnica —murmuró Paloma enfadada, segura de que la poco práctica prenda se rasgaría por las costuras si tenía ocasión de blandir la espada, o incluso si llenaba demasiado los pulmones.
Fret le dirigió una mirada, herido.
—Esta túnica es la cosa más bonita que he visto… —tartamudeó Paloma, preocupada por no provocar las iras del pulcro enano—. De verdad que no sé cómo expresar mi gratitud, querido Fret.
Los grises ojos del enano resplandecieron de alegría, aunque no tenía muy claro si debía creer en las palabras de la mujer. En cualquier caso, Fret pensaba que Paloma lo apreciaba lo suficiente como para aceptar sus sugerencias, y este hecho era lo único importante para él.
—Con vuestro permiso, mi señora —dijo una voz detrás de ellos.
Toda la comitiva se volvió para ver al capitán de la guardia nocturna, acompañado por un campesino, que se acercaban por el pasillo.
—¡Mi buen capitán! —protestó Fret ante la violación del protocolo—. Si queréis una audiencia con la dama, debéis hacer la petición en el vestíbulo. Entonces, y sólo entonces, y únicamente si el señor lo permite, podréis…
Paloma apoyó una mano sobre el hombro del enano para hacerlo callar. Había reconocido la urgencia marcada en los rostros de los hombres, una expresión que la heroína aventurera había visto muchas veces.
—Adelante, capitán —dijo y, para aplacar a Fret, añadió—: Nos quedan unos momentos para que dé comienzo la audiencia. El señor Helm no tendrá que esperarnos.
—Mil perdones, mi señora —dijo el campesino, manoseando la gorra—. Soy un labriego de Maldobar, un pequeño pueblo al norte…
—Conozco Maldobar —le aseguró Paloma—. Lo he visto muchas veces desde las montañas. Un pueblo muy bonito de gente honrada. —El campesino se animó al escuchar el cumplido—. Espero que ningún mal haya caído sobre Maldobar.
—Todavía no, mi señora —contestó el campesino—, pero hemos avistado a un enemigo muy peligroso. —Hizo una pausa y miró al capitán en busca de apoyo—. Drow.
Paloma abrió los ojos al escuchar la noticia. Incluso Fret dejó de repiquetear con el pie y prestó atención.
—¿Cuántos? —preguntó Paloma.
—Sólo uno, que nosotros hayamos visto. Tememos que se trata de un explorador o un espía, y que trae malas intenciones.
—¿Quién ha visto al drow?
—Primero unos niños —respondió el campesino.
Fret suspiró al escuchar la respuesta y reanudó el repiqueteo.
—¿Niños? —exclamó el enano.
—Y después McGristle —afirmó el labriego sin dejarse intimidar, con la mirada puesta en Paloma—, y McGristle no se equivoca.
—¿Qué es un McGristle? —chilló Fret.
—Se refiere a Roddy McGristle —le explicó Paloma con un tono un poco agrio, antes de que el campesino pudiera decir palabra—. Un conocido cazador de recompensas y trampero.
—El drow mató a uno de los perros de Roddy —añadió el campesino, excitado—, y estuvo a punto de matarlo a él también. ¡Tumbó un árbol encima de él! ¡Roddy perdió una oreja!
Paloma no entendió muy bien de qué hablaba el hombre, pero tampoco le hacía falta. Habían visto y confirmado la presencia de un elfo oscuro en la región, y esto era suficiente para que la vigilante entrara en acción. Se quitó los elegantes zapatos y se los alcanzó a Fret. Después le pidió a uno de los ayudantes que buscara inmediatamente a sus compañeros de viaje y le dijo a otro que transmitiera sus disculpas al señor de Sundabar.
—Pero… ¡señora Garra de Halcón! —protestó Fret.
—No hay tiempo para cortesías —afirmó Paloma.
Fret pudo ver por su entusiasmo que no lamentaba mucho cancelar la audiencia con Helm. Ahora mismo la mujer se retorcía intentando abrir el broche que le cerraba la magnífica túnica por la espalda.
—Tu hermana no estará muy contenta —gruñó Fret, sin dejar de repiquetear con el pie.
—Mi hermana colgó la mochila hace muchos años —replicó Paloma—, pero yo todavía no he tenido tiempo de quitar el barro del camino de la mía.
—Eso es cierto —murmuró el enano, en un tono que tenía poco de cumplido.
—Entonces, ¿os ocuparéis del problema? —preguntó el campesino esperanzado.
—Desde luego —contestó Paloma—. ¡Ningún vigilante que se respete puede pasar por alto el avistamiento de un elfo oscuro! Mis tres compañeros y yo saldremos para Maldobar esta misma noche, aunque tú deberás quedarte. Es obvio que has cabalgado duro, y necesitas dormir.
Paloma miró por un instante a su alrededor y se llevó un dedo a los labios.
—¿Y ahora qué pasa? —inquirió el enano, enfadado.
—Tengo poca experiencia en cuestiones de drows —dijo Paloma con una súbita expresión de picardía, mientras miraba a Fret—, y que yo sepa mis compañeros nunca se han enfrentado a ellos. —La sonrisa cada vez más amplia de la mujer preocupó al enano—. Ven, mi querido Fret —añadió Paloma en tono cariñoso, y de inmediato echó a andar hacia la sala de audiencias de Helm escoltada por el sabio, el capitán y el campesino de Maldobar.
Por un momento, Fret se sintió confuso y también esperanzado al ver hacia dónde iban. En cuanto Paloma comenzó a hablar con Helm, el amo de Fret, disculpándose primero por el imprevisto y después solicitándole que le asignara a alguien capaz de ayudarla en la misión en Maldobar, el enano entendió la jugada.
Al alba del día siguiente, el grupo de Paloma, formado por un arquero elfo y dos guerreros humanos, había cabalgado casi veinte kilómetros desde las puertas de Sundabar.
—¡Qué asco! —gimió Fret cuando salió el sol. Cabalgaba en un fornido poni adbar al lado de Paloma—. ¡Mira cómo tengo de sucias mis hermosas prendas! ¡Sin duda, éste será el fin de todos nosotros! ¡Morir mugrientos en un camino infame!
—Escribe una canción —le aconsejó Paloma, compartiendo una sonrisa con los otros tres compañeros—. Podrías llamarla la balada de los cinco aventureros ahogados.
La furiosa mirada de Fret sólo duró el tiempo que tardó Paloma en recordarle que Helm Amigo de los Enanos, el señor de Sundabar en persona, había ordenado que formara parte de la expedición.