¿Vivir o sobrevivir? Sin la segunda salida a las profundidades de la Antípoda Oscura, después de mi estancia en Blingdenstone, jamás habría llegado a comprender la importancia de esta pregunta tan sencilla.
Cuando salí de Menzoberranzan, pensaba que bastaba con sobrevivir, creía que podía encerrarme en mí mismo, arropado en mis principios y satisfecho de haber tomado el único camino correcto. La alternativa era la terrible realidad de Menzoberranzan y la obediencia a las crueles normas que guiaban a mi gente. Creía que, si aquello era vivir, resultaba preferible contentarse con la supervivencia.
Sin embargo, el mero hecho de sobrevivir casi me mató. O, lo que es peor, estuvo a punto de robarme lo que más valoraba.
Los svirfneblis de Blingdenstone me enseñaron otra cosa diferente. La sociedad svirfnebli, estructurada y sostenida por la unidad y los valores comunes, resultó ser todo aquello que había soñado para Menzoberranzan. Los svirfneblis hacían mucho más que sobrevivir: vivían, reían y trabajaban, y las ganancias obtenidas las compartían entre todos, de la misma manera que compartían el dolor de las pérdidas que inevitablemente sufrían en el mundo hostil de las profundidades.
La alegría se multiplica cuando se comparte con los amigos, pero la pena es menor en compañía. Así es la vida.
Y así, cuando salí de Blingdenstone, de regreso a las cavernas solitarias de la Antípoda Oscura, lo hice con esperanza. A mi lado caminaba Belwar, mi nuevo amigo, y en el bolsillo llevaba el amuleto mágico para llamar a Guenhwyvar, mi leal amiga. En mi breve estancia con los enanos, había conocido la vida que siempre había anhelado, y ya no podía volver a conformarme sólo con sobrevivir.
Al disponer de la compañía de mis amigos, me atreví a pensar que no sería necesario.
DRIZZT DO’URDEN