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Susurros en los túneles

La patrulla svirfnebli avanzó poco a poco por los vericuetos del túnel, con las mazas y las picas preparadas. Los enanos no se encontraban muy lejos de Blingdenstone —a menos de un día de marcha— pero avanzaban en formación de combate como era habitual cada vez que penetraban en la Antípoda Oscura.

El túnel olía a muerte.

El líder del grupo, consciente de que estaba muy cerca de la masacre, espió con mucho cuidado por encima de un peñasco.

¡Goblins! —gritaron sus sentidos a los demás, una voz clara en la telepatía racial de los svirfneblis.

Cuando los peligros de la Antípoda Oscura cercaban a los enanos, estos casi nunca hablaban y se comunicaban a través de un vínculo telepático comunitario que podía transmitir conceptos básicos.

Los demás svirfneblis empuñaron las armas y comenzaron a elaborar un plan de batalla en el excitado murmullo de las comunicaciones mentales. El líder, el único que había espiado por encima del peñasco, los detuvo con otro mensaje:

¡Goblins muertos!

El resto de la patrulla lo siguió alrededor de la roca, y una horrible escena apareció ante sus ojos. Una veintena de goblins yacían muertos y despedazados.

—Drows —susurró uno de los svirfneblis, después de ver la precisión de las heridas y la facilidad con que las espadas habían cortado la gruesa piel de las infortunadas criaturas.

Entre las razas de la Antípoda Oscura, sólo los drows tenían armas capaces de hacer este tipo de cortes.

Demasiado cerca —contestó otro enano telepáticamente, tocando al primero en el hombro.

—Estos llevan muertos un día o más —dijo un tercero en voz alta, sin hacer caso de las precauciones de su compañero—. Los elfos oscuros ya no están por aquí al acecho. No es su modo de actuar.

—Tampoco tienen la costumbre de matar a los goblins —contestó el que había insistido en la comunicación telepática—. ¡Prefieren hacerlos prisioneros!

—Lo habrían hecho en el caso de tener la intención de regresar directamente a Menzoberranzan —comentó el primero. Se volvió hacia el líder—. Capataz Krieger, debemos volver ahora mismo a Blingdenstone e informar de esta masacre.

—No serviría de nada —contestó Krieger—. ¿Goblins muertos en los túneles? Es algo bastante común.

—No es la primera señal de actividad drow en la región —señaló el otro.

El capataz no podía negar la veracidad de las palabras del compañero ni la sabiduría del consejo. Otras dos patrullas habían regresado a Blingdenstone con informes de monstruos muertos —al parecer a manos de elfos oscuros— en los pasillos de la Antípoda Oscura.

—Mirad —añadió el enano, al tiempo que se agachaba para recoger la bolsa de uno de los goblins, llena con monedas de oro y plata—. ¿Quién entre los elfos oscuros tendría tanta prisa como para dejar atrás semejante botín?

—¿Podemos estar seguros de que todo esto es obra de los drows? —preguntó Krieger, aunque él mismo no tenía ninguna duda—. Quizás alguna otra criatura ha entrado en nuestro reino. Bien podría ser que algún enemigo menor, un goblin o un orco, se haya hecho con armas drows.

¡Son drows! —gritaron telepáticamente varios miembros de la patrulla.

—Los cortes son limpios y precisos —señaló uno—. Y no veo rastros de más heridas excepto las sufridas por los goblins. ¿Quién sino los elfos oscuros son tan eficaces en la matanza?

El capataz Krieger se apartó del grupo y caminó unos metros por el pasillo en busca de alguna pista en la roca que le permitiese aclarar el misterio. Los enanos poseían una afinidad con la roca superior a la mayoría de las criaturas, pero las paredes de piedra no le revelaron nada. La muerte de los goblins había sido causada por armas, no por las garras de algún monstruo y sin embargo no les habían robado. Los muertos yacían en un espacio reducido, lo que indicaba que las víctimas no habían tenido tiempo de intentar la huida. Que se pudiese asesinar a una veintena de goblins con tanta rapidez apuntaba a una patrulla drow bastante numerosa, e, incluso en el caso de que hubiese sido sólo un puñado de elfos oscuros, al menos alguno de ellos podría haber despojado a los cadáveres.

—¿Qué hacemos, capataz? —le preguntó uno de los enanos—. ¿Seguimos adelante para explorar la veta de mineral o regresamos a Blingdenstone para informar de la masacre?

Krieger era un veterano astuto que se consideraba a sí mismo como buen conocedor de todos los trucos de la Antípoda Oscura. No le gustaban los misterios, y éste lo había desconcertado.

Regresamos —transmitió a los demás telepáticamente.

Nadie discutió la decisión porque los enanos hacían siempre todo lo posible por evitar a los drows.

Sin perder un segundo, la patrulla adoptó una formación defensiva y se puso en marcha de regreso a casa.

Oculto entre las sombras de las estalactitas, el espectro de Zaknafein Do’Urden vigiló la partida de los enanos.

El rey Schnicktick se inclinó en el trono y reflexionó sobre las palabras del capataz. Los consejeros del monarca, sentados a su alrededor, mostraban la misma inquietud y curiosidad, porque este informe no hacía más que confirmar los dos anteriores respecto a las supuestas actividades de los drows en los túneles orientales.

—¿Qué razón puede tener Menzoberranzan para acercarse a nuestras fronteras? —preguntó uno de los consejeros cuando Krieger acabó el relato—. Nuestros agentes no han hecho ninguna mención a una posible invasión. Sin duda habríamos recibido algún aviso si el consejo regente de Menzoberranzan planeara una guerra.

—Así es —asintió Schnicktick para acallar los murmullos nerviosos provocados por la grave advertencia del consejero—. De todos modos, os recuerdo que no sabemos a ciencia cierta que los autores de estas muertes sean elfos oscuros.

—Con vuestro permiso, alteza… —intentó replicar Krieger.

—Sí, capataz —lo interrumpió Schnicktick en el acto, levantando una mano regordeta delante de su arrugado rostro para silenciar cualquier protesta—. Estáis muy seguro de vuestras observaciones. Y sé que puedo confiar en vuestro juicio. Sin embargo, hasta que no tengamos pruebas concretas de la presencia de la patrulla drow, no adelantaré ninguna decisión.

—Al menos podemos estar de acuerdo en que algo peligroso ha entrado en nuestra zona oriental —apuntó otro de los consejeros.

—Sí —contestó el rey de los svirfneblis—. Tendremos que ocuparnos en descubrir la verdad. Por lo tanto, los túneles orientales quedan cerrados a cualquier nueva exploración minera. —Una vez más, Schnicktick levantó una mano para tranquilizar a los presentes—. Estoy enterado de los informes referentes a las nuevas vetas de minerales; nos ocuparemos de explotarlas tan pronto como podamos. Pero por ahora, sólo las patrullas de combate podrán penetrar en las regiones del este, noreste y sudeste. Doblaremos el número de patrullas y de efectivos, y deberán aumentar los recorridos hasta un radio de tres días de marcha desde Blingdenstone. Debemos resolver el misterio sin más demora.

—¿Y qué hacemos con los agentes infiltrados en la ciudad drow? —preguntó un consejero—. ¿Establecemos comunicación con ellos?

—Por ahora no —repuso Schnicktick—. Mantendremos los oídos bien abiertos, pero evitaremos informar al enemigo que sospechamos de sus movimientos.

El soberano no hizo mención de que no se podía confiar del todo en los agentes que poseían en Menzoberranzan. Los espías podían aceptar las gemas de los enanos a cambio de informaciones sin mucha importancia; pero si los poderes de Menzoberranzan planeaban algo más serio contra Blingdenstone, lo más lógico era suponer un doble juego.

—Si recibimos algún informe extraordinario de Menzoberranzan —añadió Schnicktick— o si descubrimos que los intrusos son de verdad los elfos oscuros, entonces apelaremos a los espías. Hasta entonces, dejemos que las patrullas averigüen todo lo que puedan.

El rey despidió a los consejeros, pues deseaba estar a solas para reflexionar sobre los últimos acontecimientos. A principios de semana se había enterado del salvaje ataque de Drizzt contra la efigie del basilisco.

El rey Schnicktick de Blingdenstone comenzaba a estar un poco harto de tantas historias de drows.

Las patrullas svirfneblis ampliaron los recorridos por los túneles orientales. Incluso aquellos grupos que no habían encontrado nada regresaban a Blingdenstone cargados de sospechas, porque habían percibido en la Antípoda Oscura una quietud que no era normal. Hasta ahora ni un solo enano había resultado herido, pero nadie mostraba el menor entusiasmo por integrar las patrullas. Intuían que había algo malvado en los túneles, algo que mataba sin motivos y sin compasión.

Una de las patrullas encontró la caverna cubierta de musgo que había sido el refugio de Drizzt. El rey Schnicktick se apenó al recibir la noticia de que los pacíficos micónidos y su precioso huerto de setas habían sido destruidos.

No obstante, a pesar de la infinidad de horas que los svirfneblis pasaban en los túneles, no vieron ni a un solo enemigo, y en consecuencia continuaron creyendo que los elfos oscuros, siempre tan sigilosos y brutales, estaban involucrados.

—Y ahora tenemos a un drow en nuestra ciudad —le recordó al soberano uno de los consejeros durante una de las reuniones diarias.

—¿Ha causado algún problema? —preguntó Schnicktick.

—Pocos y sin importancia —contestó el consejero—. Y Belwar Dissengulp, el muy honorable capataz, no deja de hablar a su favor y lo mantiene en su casa como invitado, no como prisionero. El capataz Dissengulp no acepta que los guardias se acerquen al drow.

—Ordena que vigilen al drow —manifestó el rey después de una breve pausa—. Pero de lejos. Si es un amigo, tal como cree el capataz Dissengulp, entonces no tiene por qué sufrir ninguna molestia.

—¿Y qué hacemos con las patrullas? —inquirió otro consejero, que era el representante de la caverna de entrada donde vivía la guardia de la ciudad—. Mis soldados se aburren. Hasta el momento sólo han visto algunos rastros de combates y no han escuchado otra cosa que el ruido de sus propias botas.

—Debemos mantenernos alertas —le recordó el rey Schnicktick—. Si los elfos oscuros se están agrupando…

—No están haciéndolo —replicó el consejero con voz firme—. No hemos encontrado ningún campamento, ni huellas de ninguno. La patrulla de Menzoberranzan, si es que es una patrulla, ataca y después se retira a algún refugio que no podemos localizar; quizás está protegido mágicamente.

—Y, si de verdad los elfos oscuros pretenden atacar Blingdenstone —comentó otro—, ¿dejarían tantas muestras de sus actividades? La primera matanza, los goblins que encontró la expedición del capataz Krieger, ocurrió hace cosa de una semana, y la tragedia de los micónidos poco antes de la masacre. Por lo que sé de los elfos oscuros, nunca rondan una ciudad enemiga, ni dejan indicios como los cadáveres de los goblins, días antes de realizar el ataque.

El rey pensaba lo mismo desde hacía tiempo. Cuando se despertaba por las mañanas y encontraba a Blingdenstone intacta, la amenaza de una guerra contra Menzoberranzan le parecía muy lejana. Pero aunque a Schnicktick le alegraba ver que alguien más pensaba como él, no podía olvidar las horribles matanzas que los soldados habían descubierto en los túneles orientales. Algo, probablemente drow, rondaba por allá abajo, demasiado cerca para su gusto.

—Supongamos que esta vez Menzoberranzan no planea la guerra contra nosotros —propuso Schnicktick—. Entonces, ¿por qué están los elfos oscuros tan cerca de nuestras puertas? ¿Qué motivo tienen los drows para rondar por los túneles orientales de Blingdenstone, tan lejos de su casa?

—¿Buscan expansión? —dijo uno de los consejeros.

—¿Son renegados? —sugirió otro.

Ninguna de las dos posibilidades parecía probable. Entonces un tercer consejero propuso una tercera, tan sencilla que sorprendió a los demás.

—Buscan alguna cosa.

El rey de los svirfneblis apoyó la barbilla sobre las manos entrelazadas, convencido de que acababa de escuchar la posible solución al misterio y sintiéndose un poco tonto por no haberlo pensado antes.

—Pero ¿qué? —quiso saber otro consejero, que compartía los sentimientos del monarca—. Los elfos oscuros casi nunca trabajan en la minería… y debo añadir que son bastante malos cuando lo intentan… y no necesitan alejarse mucho de Menzoberranzan para encontrar metales preciosos. ¿Qué hay cerca de Blingdenstone que tanto les interesa?

—Algo que han perdido —respondió el rey con el pensamiento puesto en el drow que había ido a vivir entre su gente. Era una coincidencia demasiado evidente como para pasarla por alto—. O a alguien —añadió Schnicktick.

Y los demás comprendieron a quién se refería.

—¿Creéis que ha llegado el momento de invitar a nuestro drow a que participe en las reuniones del consejo? —inquirió un consejero.

—No —contestó Schnicktick—, pero quizá vigilar al tal Drizzt desde lejos no baste. Avisad a Belwar Dissengulp que debe controlar todos los movimientos del drow. Y tú, Firble —le dijo al consejero que tenía más cerca—, a la vista de que hemos llegado a la conclusión de que no hay una situación de guerra inminente con los elfos oscuros, llama a nuestros espías. Quiero tener información de Menzoberranzan lo antes posible. No me gusta tener a los drows rondando la puerta de mi casa. Desmerecen el vecindario.

El consejero Firble, jefe de los servicios secretos de Blingdenstone, asintió, aunque no lo alegraba la petición. Conseguir información de Menzoberranzan no era barato, y muchas veces sólo obtenían datos de escaso valor cuando no alguna mentira bien urdida. A Firble no le gustaba tratar con nadie que pudiese ser más listo que él, y mucho menos con los elfos oscuros.

El espectro observó a la patrulla svirfnebli a su paso por los vericuetos del túnel. La sabiduría táctica del ser que había sido una vez el mejor maestro de armas de todo Menzoberranzan había mantenido controladas las ansias asesinas del monstruo durante los últimos días. Zaknafein no comprendía el significado de la creciente actividad de los enanos, pero presentía que pondría en peligro la misión si atacaba a los soldados. Como mínimo, el ataque a un enemigo organizado provocaría la alarma en los corredores y acabaría por poner sobre aviso al esquivo Drizzt.

Con el mismo criterio, el espectro había sublimado los deseos de matar a otros seres vivos, y en los últimos días no había dejado ni un solo rastro a las patrullas svirfneblis, con el fin de evitar conflictos con los moradores de la región. La voluntad maligna de la matrona Malicia Do’Urden seguía cada uno de los movimientos de Zaknafein y fustigaba implacablemente sus pensamientos, impulsándolo a buscar la meta fijada. Cualquier crimen cometido por Zaknafein saciaba temporalmente a la voluntad dominante, pero la experiencia táctica del espectro podía más que las órdenes salvajes. La pequeña chispa racional que aún quedaba del viejo Zaknafein tenía muy claro que la única manera de regresar a la paz de los difuntos era conseguir que Drizzt Do’Urden se uniera a él en el sueño eterno.

El espectro dejó las espadas en las vainas mientras contemplaba a la patrulla de los enanos.

Entonces, cuando otro grupo de fatigados svirfneblis desfiló camino hacia el oeste, otra idea surgió en la mente de Zaknafein. Si había tantos enanos en la región, bien podía pensar que Drizzt Do’Urden también se había encontrado con ellos.

Esta vez, Zaknafein no dejó que los enanos se perdieran de vista. Descendió desde su escondite entre las estalactitas y siguió a la patrulla. El nombre de Blingdenstone, un recuerdo de la vida pasada, se agitó en los límites de su conciencia.

—Blingdenstone —intentó pronunciar el espectro.

Era la primera palabra que profería el monstruo desde la salida de la tumba. Pero el nombre sonó como un gruñido indescifrable.