Drizzt y Belwar no tuvieron necesidad de recordarse mutuamente lo que indicaba el resplandor verde que se veía al final del túnel. Aceleraron el paso para alcanzar y advertir a Clak, que caminaba más deprisa estimulado por la curiosidad. El oseogarfio ocupaba ahora la posición de líder; resultaba demasiado peligroso para los compañeros dejar que se situara a sus espaldas.
Clak se volvió de pronto al oír que se acercaban a la carrera, los amenazó con una zarpa, y soltó un silbido.
—Pek —susurró Belwar, pronunciando la palabra que conseguía mantener vivos los recuerdos en la conciencia de su amigo.
El grupo se había dirigido hacia el este, en dirección a Menzoberranzan, en cuanto Drizzt convenció al capataz de su decisión de ayudar a Clak. Belwar, que no tenía más opciones, finalmente aceptó el plan del drow como la única esperanza de Clak, pero si bien habían iniciado el viaje de regreso sin perder un minuto y a buen paso, ahora pensaban que no llegarían a tiempo. El cambio en Clak había sido impresionante desde la pelea contra los duergars. El oseogarfio apenas si podía hablar y a menudo se volvía amenazante contra los compañeros.
—Pek —repitió Belwar, mientras se acercaba con Drizzt al inquieto monstruo.
El oseogarfio hizo una pausa, confuso.
—¡Pek! —gruñó el capataz por tercera vez, y golpeó la pared de piedra con la mano-martillo.
Como si de pronto se hubiese encendido una luz en el tumulto de sus pensamientos, Clak se tranquilizó y bajó los brazos.
Drizzt y Belwar miraron más allá del oseogarfio hacia el resplandor verde y después intercambiaron miradas de preocupación. Se habían comprometido a seguir este rumbo y ahora no podían desviarse.
—Los corbis viven en aquella caverna —dijo Drizzt en voz baja y con mucha claridad para que Clak los pudiese entender—. Tenemos que atravesarla y llegar al otro lado lo más rápido posible si queremos evitar una batalla. No podemos permitirnos más demoras. Mira bien dónde pisas. Las pasarelas son angostas y resbaladizas.
—C… C… Cl… —tartamudeó el oseogarfio, inútilmente.
—Clak —lo ayudó Belwar.
—Ad… ade…
Clak se interrumpió y señaló con una zarpa en dirección a la caverna del resplandor verde.
—¿Clak adelante? —preguntó Drizzt, sin poder soportar los esfuerzos del amigo—. Clak hará de guía —repitió al ver que la cabeza se movía para asentir.
Belwar no estaba muy seguro de la sabiduría de la propuesta.
—Nosotros ya hemos luchado contra los hombres-pájaro y conocemos sus trucos —señaló el svirfnebli—. En cambio, Clak no.
—El tamaño del oseogarfio bastará para contenerlos —replicó el joven—. La sola presencia de Clak quizá nos permita eludir el combate.
—No contra los corbis, elfo oscuro —le advirtió el capataz—. Atacan lo que sea y no se arredran ante nadie. Ya has visto su frenesí, el desprecio por sus propias vidas. Ni siquiera tu pantera fue capaz de hacerlos desistir.
—Quizá tengas razón —reconoció Drizzt—, pero incluso si los corbis atacan, ¿qué armas poseen capaces de atravesar la coraza de un oseogarfio? ¿Qué defensa tienen los hombres-pájaro contra las grandes garras de Clak? Nuestro amigo gigante los barrerá de un manotazo.
—Te olvidas de los que montan las piedras —le recordó Belwar—. No tardarán ni un segundo en lanzarse desde la primera cornisa y arrastrar a Clak hasta el lago.
Clak se cansó de escucharlos y miró la pared de piedra en un esfuerzo inútil por recuperar parte de su antiguo ser. Sentía una leve necesidad de golpear la piedra pero no era más intensa que el deseo permanente de hundir las garras en el rostro del drow o del svirfnebli.
—Yo me encargaré de los corbis apostados en las cornisas —contestó Drizzt—. Tú limítate a seguir a Clak, una docena de pasos más atrás.
Belwar miró al oseogarfio y advirtió la tensión en el monstruo. Comprendió que no podían permitirse más retrasos, así que se encogió de hombros y empujó a Clak, señalándole el túnel hacia el resplandor verde. Clak abrió la marcha; Drizzt y Belwar lo siguieron.
—¿Y si llamas a la pantera? —le susurró el enano al drow cuando pasaron por el último recodo del túnel.
Drizzt sacudió la cabeza con energía, y Belwar, que recordó los terribles momentos vividos por Guenhwyvar en la caverna de los corbis, prefirió no insistir.
El elfo oscuro palmeó el hombro de Belwar para desearle suerte, y se adelantó a Clak para entrar primero en la silenciosa caverna. Con unos pocos movimientos sencillos, el drow puso en práctica el hechizo de levitación y se elevó silenciosamente hacia el techo. Clak, sorprendido por este extraño lugar con el resplandeciente lago de ácido, apenas si se fijó en Drizzt. El oseogarfio permaneció inmóvil, observando la caverna al tiempo que utilizaba su agudo sentido del oído para localizar a cualquier posible enemigo.
—Adelante —susurró Belwar detrás de él—. ¡Las demoras nos pueden llevar al desastre!
Clak tanteó el suelo, y después caminó más deprisa al ganar confianza en la resistencia de la angosta pasarela colgante. Escogió el rumbo más directo posible, si bien incluso éste daba muchas vueltas antes de llegar a la arcada de salida en el lado opuesto al de la entrada.
—¿Ves algo, elfo oscuro? —se arriesgó a preguntar el enano cuando pasaron unos cuantos segundos sin novedades.
Clak ya había cruzado la mitad de la caverna sin incidentes, y el capataz no podía contener más la ansiedad. No habían visto a los corbis ni habían oído sonido alguno aparte de las fuertes pisadas de Clak y el arrastrar de las viejas botas de Belwar.
Drizzt descendió hasta la pasarela, bastante lejos de los compañeros.
—Nada —contestó.
El drow compartía las sospechas de Belwar de que no había corbis. El silencio en la caverna era absoluto e inquietante. Drizzt corrió hacia el centro de la cámara, y levitó otra vez para tener una visión panorámica del lugar.
—¿Qué ves? —inquirió Belwar un segundo más tarde.
Drizzt miró al capataz y encogió los hombros.
—Nada en absoluto.
—Magga cammara —gruñó Belwar, casi deseando que apareciera un corbi y los atacara.
Mientras Belwar conversaba con Drizzt, poco más allá del centro de la caverna, Clak había continuado la marcha y estaba a punto de alcanzar la salida. Cuando por fin el capataz se volvió para seguir al oseogarfio, éste había desaparecido más allá de la arcada.
—¿Alguna cosa? —gritó Belwar, y esperó la respuesta de los dos compañeros.
Drizzt sacudió la cabeza al tiempo que subía. Dio una vuelta por la caverna, incapaz de creer que no hubiese corbis emboscados.
—Sin duda los hemos espantado —murmuró Belwar para sí mismo con la mirada puesta en la salida.
Pero a pesar de sus palabras, el capataz no era tan tonto como para creerlo. Cuando Drizzt y él habían escapado de la caverna un par de semanas antes, habían dejado atrás varias docenas de hombres-pájaro. Era evidente que la muerte de unos pocos corbis no era motivo suficiente para espantar al resto del clan.
Por alguna razón desconocida, los corbis no salían a su encuentro.
Belwar aceleró el paso, convencido de que era mejor no dudar de su buena suerte. Estaba a punto de llamar a Clak, para asegurarse de que el oseogarfio no había tenido problemas, cuando un chillido de espanto sonó en el túnel de salida, seguido de un golpe fuerte. Al cabo de unos instantes, Belwar y Drizzt tuvieron la respuesta.
El espectro de Zaknafein Do’Urden cruzó la arcada y se detuvo en el saliente.
—¡Elfo oscuro! —gritó el capataz.
Drizzt ya había visto al espectro y comenzó a descender lo más rápido que podía hacia la pasarela, casi en el medio de la caverna.
—¡Clak! —llamó Belwar, aunque no esperaba respuesta, y tampoco la tuvo, desde las sombras más allá de la arcada. El espectro prosiguió el avance.
—¡Bestia asesina! —le espetó el svirfnebli, que separó los pies y entrechocó las manos metálicas—. ¡Prepárate a recibir tu merecido!
Belwar inició la letanía para dotar de poder mágico a las manos, pero Drizzt lo interrumpió.
—¡No! —gritó el drow desde las alturas—. Zaknafein viene por mí. ¡Apártate de su camino!
—¿Y qué me dices de Clak? —vociferó el enano—. ¡No es más que una bestia asesina, y tengo una cuenta pendiente con él!
—No sabes lo que dices —replicó Drizzt, aumentando la velocidad del descenso todo lo que podía para reunirse con el temerario capataz.
El elfo sabía que Zaknafein llegaría antes a Belwar, y podía adivinar cuáles serían las consecuencias.
—Confía en mí, te lo ruego —suplicó Drizzt—. No tienes ninguna posibilidad de superar a este guerrero drow.
Belwar volvió a entrechocar las manos, pero no podía negar que Drizzt tenía razón. Había visto a Zaknafein combatir en la caverna de los desolladores, y la velocidad del monstruo lo había dejado sin aliento. El enano retrocedió unos pasos y se metió por un pasaje lateral, en busca de otro camino que lo condujera hasta la arcada y así poder averiguar qué había sido de Clak.
Con Drizzt a la vista, el espectro no prestó atención al svirfnebli. Zaknafein pasó de largo por delante del pasaje lateral y avanzó dispuesto a cumplir el propósito de su reanimación.
Por un momento, Belwar pensó en seguir al extraño drow, acercarse todo lo posible por la espalda y ayudar a Drizzt en la batalla, pero oyó otro grito procedente de la arcada, un grito tan lastimero que el capataz no podía desoírlo. Se detuvo tan pronto como llegó a la pasarela principal, y después miró a uno y otro lado, sin saber a quién ayudar.
—¡Ve! —le gritó Drizzt—. Ocúpate de Clak. Éste es Zaknafein, mi padre.
Drizzt observó un leve titubeo en el avance del espectro al escuchar estas palabras, un titubeo que le dio una pista de la verdad.
—¿Tu padre? ¡Magga cammara, elfo oscuro! —protestó Belwar—. En la caverna de los desolladores…
—No corro peligro —lo interrumpió Drizzt.
Belwar no compartía la opinión del elfo, pero pese a su orgullo y cabezonería, el capataz reconoció que la inminente batalla superaba con mucho sus habilidades para el combate. Sería de muy poca ayuda contra el poderoso guerrero drow, y su presencia en el duelo podría resultar un estorbo para su amigo. Drizzt ya tenía suficientes problemas como para tener que preocuparse de la seguridad de Belwar.
El svirfnebli entrechocó las manos de mithril en gesto de frustración y corrió hacia la arcada, donde no dejaban de oírse los ayes de dolor del compañero caído.
El grito primitivo de Malicia y la forma en que abrió los ojos avisó a las hijas, que la acompañaban en la antecámara, que el espectro había encontrado a Drizzt. Briza miró a las sacerdotisas Do’Urden y les ordenó retirarse. Maya obedeció en el acto, pero Vierna vaciló.
—Vete —gruñó Briza, con una mano en el látigo de cabezas de serpiente sujeto al cinturón—. Ahora.
Vierna miró a su madre en busca de ayuda, sin resultado. Malicia estaba ensimismada con el espectáculo de los hechos distantes. Había llegado la hora del triunfo del zin-carla, y la matrona Malicia Do’Urden no se distraería con las discusiones sin importancia de las hijas.
Briza se quedó a solas con la madre, de pie detrás del trono, y observó a Malicia con tanta atención como ella observaba a Zaknafein.
Tan pronto como entró en la pequeña caverna más allá de la arcada, Belwar comprendió que Clak había muerto, o no tardaría en estarlo. El oseogarfio yacía en el suelo, sangrando por el tajo que casi lo había decapitado. El enano le volvió la espalda, y entonces pensó que lo menos que podía hacer por su amigo era consolarlo. Se arrodilló junto a él y contempló dolorido cómo Clak sufría una serie de violentas convulsiones.
La agonía había eliminado el hechizo polimórfico, y Clak recuperaba poco a poco su entidad anterior. Los enormes brazos con garras se estremecían y retorcían, se estiraban y contraían a medida que aparecían los brazos de piel amarilla de los peks. El pelo creció entre la coraza agrietada de la cabeza de Clak, y el pico se rompió en varios trozos para convertirse en polvo. Lo mismo ocurrió con el pecho, y el resto del exoesqueleto se deshizo con un sonido chirriante que provocó escalofríos en el encallecido capataz.
Desapareció el oseogarfio, y, en la muerte, Clak volvió a ser como antes. Era un poco más alto que Belwar, aunque no tan grueso, con facciones anchas y extrañas; los ojos no tenían pupilas y la nariz era aplastada.
—¿Cómo te llamabas, amigo mío? —susurró el capataz, aunque sabía que Clak jamás le daría la respuesta.
Se agachó y sujetó la cabeza del pek entre los brazos, consolándose con saber que por fin su amigo descansaba en paz.
—¿Quién eres tú que tomas la apariencia de mi padre? —preguntó Drizzt mientras el espectro recorría los últimos metros que los separaban.
Zaknafein soltó un gruñido animal y dio la respuesta con una estocada.
Drizzt paró el ataque y dio un salto atrás.
—¿Quién eres? —preguntó otra vez—. ¡Tú no eres mi padre!
Una sonrisa de oreja a oreja apareció en el rostro del espectro.
—No —contestó con voz temblorosa, pues la respuesta era transmitida desde una antecámara a muchos kilómetros de distancia—. ¡Soy tu… madre!
Las espadas atacaron con una velocidad de vértigo.
Drizzt, confundido por la respuesta, respondió al ataque con la misma ferocidad, y los continuos golpes de los aceros sonaban como si fuesen uno.
Briza vigilaba cada uno de los movimientos de la madre. El sudor corría por la frente de Malicia y sus puños golpeaban los brazos del sillón de piedra con tanta fuerza que sangraban. Malicia había soñado que sería así, que el momento de triunfo brillaría con toda claridad en su mente a través de la distancia. Podía escuchar cada una de las palabras de Drizzt y percibir su angustia como si fuese propia. ¡Malicia nunca había experimentado un placer tan intenso!
Entonces notó una leve punzada cuando la conciencia de Zaknafein intentó oponerse a su control. Malicia apartó a Zaknafein con un rugido gutural. ¡El cadáver animado era exclusivamente suyo!
Briza tomó buena nota del súbito gruñido de su madre.
Drizzt ya no tenía ninguna duda de que el rival no era Zaknafein Do’Urden, aunque tampoco podía negar que poseía el inconfundible estilo de su antiguo maestro. Zaknafein estaba allí —en alguna parte— y Drizzt tendría que llegar hasta él si deseaba conseguir respuestas.
El duelo se acomodó rápidamente a un ritmo contenido y fácil de mantener; los oponentes hacían fintas y ejecutaban los ataques con mucha cautela, siempre atentos a no perder pie en la angosta pasarela.
Entonces entró Belwar en la caverna, cargado con el cuerpo de Clak.
—¡Mátalo, Drizzt! —gritó el capataz—. ¡Magga…!
Belwar se interrumpió, asustado por el combate que presenciaba. Drizzt y Zaknafein parecían moverse entrelazados; las armas giraban y lanzaban estocadas, que nunca daban en el blanco. Los dos elfos oscuros, que para Belwar habían sido tan diferentes, ahora parecían uno, y este pensamiento perturbó al enano.
Cuando se produjo la siguiente interrupción en la pelea, Drizzt miró en dirección al capataz y su mirada se clavó en el pek muerto.
—¡Maldito seas! —rugió, y reanudó el ataque lanzando mandobles a diestro y siniestro contra el monstruo que había asesinado a Clak.
El espectro paró sin problemas el asalto descontrolado y empujó las cimitarras de Drizzt hacia arriba, con lo que desequilibró al joven. Esta maniobra le resultó muy conocida a Drizzt, porque se trataba de una preparación que Zaknafein había utilizado contra él muchas veces durante las sesiones de entrenamiento en Menzoberranzan. Zaknafein lo obligaría a levantar los brazos, para después bajar repentinamente las espadas. En los primeros encuentros, Zaknafein había conseguido derrotar a Drizzt gracias a esta maniobra, el doble golpe bajo; pero en su último duelo en la ciudad drow, Drizzt había encontrado la parada de respuesta y había conseguido devolver el ataque del maestro.
Ahora Drizzt se preguntó si el oponente seguiría el mismo procedimiento, y cuál sería la reacción de Zaknafein. ¿El monstruo que tenía delante conservaría algunos de los recuerdos de Zak?
El espectro acabó con la primera parte de la maniobra y, en cuanto las cimitarras llegaron al punto más alto, dio un paso atrás y atacó bajando las dos espadas.
Drizzt respondió con las cimitarras en una «X» hacia abajo, la parada correcta que detenía el doble golpe bajo, al tiempo que descargaba un puntapié entre las empuñaduras contra el rostro del rival.
Pero el espectro se adelantó al contraataque y se situó fuera del alcance de la bota. Drizzt creyó que por fin tenía una respuesta, porque sólo Zaknafein Do’Urden podía conocer esta réplica.
—¡Tú eres Zaknafein! —gritó Drizzt—. ¿Qué ha hecho contigo la matrona Malicia?
Las manos del espectro temblaron casi hasta soltar las espadas, y su boca se retorció como si quisiese decir algo.
—¡No! —chilló Malicia, y recuperó violentamente el control del monstruo, mientras se movía por la peligrosa y sutil línea que separaba las habilidades físicas de Zaknafein de la conciencia del ser que había sido una vez.
»¡Eres mío, espectro —vociferó Malicia—, y por la voluntad de Lloth que cumplirás tu misión!
Drizzt vio la súbita regresión del espectro asesino. Las manos de Zaknafein dejaron de temblar, y su boca mostró el mismo gesto cruel y despiadado de antes.
—¿Qué ocurre, elfo oscuro? —le preguntó Belwar, confundido por las alternativas de este extraño duelo.
Drizzt observó que el enano había dejado el cuerpo de Clak en el saliente y que se acercaba poco a poco. Saltaban chispas de las manos metálicas de Belwar cada vez que se rozaban.
—¡Mantente apartado! —le avisó Drizzt. La presencia de un enemigo desconocido podía estropear los planes que comenzaban a fraguar en su mente—. Es Zaknafein —intentó explicarle al enano—. ¡Al menos lo es en parte! —Después, en un murmullo que Belwar no alcanzó a escuchar, añadió—: Y creo que sé cómo llegar hasta esa parte.
Drizzt lanzó otra serie de ataques mesurados que Zaknafein podía rechazar sin esfuerzo. No pretendía destruir al rival, sino que buscaba inspirarle recuerdos de otras tácticas de esgrima conocidas por Zaknafein.
Consiguió que Zaknafein siguiera los pasos de una de las sesiones de entrenamiento típica, sin dejar de hablar tal como él y el maestro de armas solían hacerlo en Menzoberranzan. El espectro gobernado por Malicia respondió al tono familiar de Drizzt con salvajismo y contestó a sus palabras amistosas con gruñidos bestiales. Si el joven creía que podía distraer al oponente con tonterías, estaba en un grave error.
Las espadas atacaban a Drizzt por dentro y por fuera, siempre en busca de un hueco en las defensas. Las cimitarras respondían con rapidez y precisión; alcanzaban y detenían los golpes en arco y desviaban todas las estocadas.
Una espada encontró un resquicio y alcanzó a Drizzt en las costillas. La cota de malla impidió que el filo cortara la carne, pero la fuerza del impacto le dejaría un hematoma enorme. Sorprendido, comprendió que su plan no sería fácil de ejecutar.
—¡Tú eres mi padre! —le gritó al monstruo—. ¡Tu enemiga es la matrona Malicia, no yo!
El espectro se burló de sus palabras con una risa malvada y se lanzó sin más al ataque. Desde el primer instante de la batalla, Drizzt había temido este momento, y tuvo que hacer un esfuerzo para recordar que delante no tenía a su padre real.
La descuidada ofensiva de Zaknafein creó los inevitables huecos en la defensa, y las cimitarras de Drizzt los encontraron, primero uno y después otro. Una hoja abrió el vientre del espectro, otra se hundió en el cuello.
Zaknafein soltó otra carcajada más fuerte, sin detener el ataque.
Drizzt comenzó a luchar dominado por el pánico, con menos confianza. ¡Sus cimitarras no podían frenar a aquella cosa! No tardó en plantearse otro problema: el tiempo corría en su contra. No sabía exactamente contra qué peleaba, pero tenía la sospecha de que el monstruo no necesitaba descansar.
El joven presionó con toda su habilidad y rapidez. La desesperación multiplicó su capacidad como espadachín. Belwar avanzó, dispuesto a intervenir; después se contuvo, asombrado por la exhibición.
Drizzt alcanzó a Zaknafein varias veces más, pero el espectro no acusaba los efectos de las heridas, y, a medida que el joven aceleraba el ritmo, el espectro hacía lo mismo. Drizzt no podía concebir que no se enfrentaba a Zaknafein Do’Urden; reconocía cada uno de los movimientos de su padre y antiguo maestro. Nadie que no fuese él podía mover los músculos del cuerpo con tanta precisión.
Drizzt retrocedió para tener un poco más de espacio y esperó pacientemente las nuevas oportunidades de ataque. Se recordó a sí mismo una y otra vez que no se enfrentaba a Zaknafein sino a un monstruo creado por la matrona Malicia con el único propósito de destruirlo. Tenía que estar preparado; la única posibilidad de sobrevivir a este encuentro era conseguir tumbar a su rival de la pasarela. Sin embargo, esta posibilidad parecía remota dada la capacidad para la esgrima que demostraba el espectro.
La pasarela tenía una pequeña curva, y Drizzt tanteó con el pie para no pisar en falso. Entonces se desprendió una roca del borde.
El joven trastabilló y la pierna se deslizó en el vacío hasta la rodilla. Zaknafein se abalanzó en el acto. El molinete de las espadas hizo caer de espaldas a Drizzt, y el drow quedó atravesado en el puente, con la cabeza colgando sobre el lago de ácido.
—¡Drizzt! —chilló Belwar, llevado por la desesperación. El enano echó a correr, aunque no tenía ninguna oportunidad de llegar a tiempo o de derrotar al monstruo—. ¡Drizzt!
Quizá fue el nombre de Drizzt, o tal vez sólo fue el momento de matar, pero la conciencia anterior de Zaknafein volvió a la vida en aquel instante, y el brazo de la espada, listo para descargar la estocada mortal que Drizzt no podía detener, vaciló.
El joven no esperó una segunda oportunidad. Lanzó un golpe a la mandíbula del espectro con la empuñadura de una cimitarra, después con la otra, y consiguió hacerlo retroceder. En un abrir y cerrar de ojos, Drizzt se levantó, jadeante y con un tobillo torcido.
—¡Zaknafein! —gritó Drizzt, confuso y frustrado por las vacilaciones de su oponente.
—Driz… —intentó decir el espectro.
Entonces el monstruo de Malicia volvió a la carga con las espadas en alto.
Drizzt rechazó los golpes y se apartó. Podía sentir la presencia de su padre; sabía que el verdadero Zaknafein se encontraba encerrado en esta criatura, pero ¿cómo podía liberar su espíritu? Era evidente que no podía resistir mucho más este ritmo de combate.
—Eres tú —susurró Drizzt—. No hay nadie más capaz de luchar con tanta maestría. Zaknafein está aquí, y Zaknafein no me matará.
El joven tuvo un presentimiento, una idea en la que necesitaba creer.
Una vez más, la verdad de sus convicciones se sometieron a una prueba terrible.
Drizzt envainó las cimitarras.
El espectro rugió. Sus espadas iniciaron una danza mortal y hendieron el aire amenazadoras, pero Zaknafein no atacó.
—¡Mátalo, mátalo! —vociferó Malicia exultante, convencida de que tenía la victoria al alcance de la mano.
Pero las imágenes del combate se esfumaron de pronto, y se encontró sumergida en la oscuridad. Le había devuelto demasiado a Zaknafein cuando Drizzt había aumentado la velocidad del combate. Se había visto obligada a dejar que la conciencia de Zaknafein tuviera un poco más de control sobre el cuerpo resucitado, porque necesitaba de todas sus habilidades guerreras para derrotar al hijo.
Ahora Malicia no tenía otra cosa que oscuridad, y el peso del fracaso era como una espada colgada por encima de su cabeza. Echó una mirada a la hija, que vigilaba todos sus movimientos, y después volvió al trance, en un último intento por recuperar el control.
—¿Drizzt? —dijo Zaknafein, y la palabra le pareció dotada de un sonido maravilloso.
Las espadas de Zak volvieron a las vainas, aunque para conseguirlo las manos tuvieron que luchar contra las órdenes de la matrona Malicia.
Drizzt se acercó, dispuesto a abrazar al que creía su padre y más querido amigo, pero Zaknafein tendió una mano para mantenerlo apartado.
—No —explicó el espectro—. No sé cuánto más podré resistir. El cuerpo le pertenece.
—Entonces, ¿tú estás…? —preguntó Drizzt, sin acabar de entender la explicación del padre.
—Muerto —afirmó Zaknafein, bruscamente—. En paz, te lo aseguro. La matrona Malicia reparó mi cuerpo para sus malvados fines.
—Pero la has vencido —exclamó Drizzt, con una nota de esperanza en la voz—. Una vez más estamos juntos.
—Sólo temporalmente. —Como si quisiera recalcar el comentario, la mano de Zaknafein se disparó involuntariamente hacia la empuñadura de la espada. Torció el gesto y gruñó, hasta que con un esfuerzo tremendo consiguió separar poco a poco los dedos del arma—. Ya vuelve otra vez, hijo mío. ¡Ella siempre vuelve!
—¡No puedo soportar perderte otra vez! —gritó Drizzt—. Cuando te vi en la caverna de los desolladores…
—No era yo a quien viste —intentó explicarle Zaknafein—, sino el zombi de la voluntad malvada de Malicia. Yo no existo, hijo mío. Dejé de existir hace muchos años.
—Estás aquí —protestó Drizzt.
—Por voluntad de Malicia, no… mía. —Zaknafein gruñó, y su rostro se retorció en una mueca horrible mientras trataba de apartar a Malicia sólo unos segundos más. Cuando recuperó el control, Zaknafein observó al guerrero en que se había convertido el hijo—. Peleas bien —comentó—. Mejor todavía de lo que esperaba. Esto es bueno, y también es bueno que hayas tenido el coraje de aban…
El rostro de Zaknafein se transformó otra vez, robándole las palabras. En esta ocasión, empuñó las dos espadas y las desenvainó.
—¡No! —le suplicó Drizzt mientras aparecía un velo sobre sus ojos lila—. Lucha contra ella.
—No… puedo —respondió el espectro—. Huye de este lugar, Drizzt. ¡Escapa a la otra… punta del mundo! Malicia nunca te perdonará. Jamás… dejará de…
El espectro avanzó, y Drizzt no tuvo más elección que desenvainar las armas. Pero Zaknafein se desvió de pronto antes de llegar al alcance de las cimitarras de Drizzt.
—¡Por nosotros! —gritó Zak con una claridad sorprendente.
Un brindis que sonó como la trompeta de la victoria en la caverna del resplandor verde y que resonó a través de la distancia en el corazón de la matrona Malicia como el repique de los tambores tocando a muerte. Zaknafein había conseguido hacerse una vez más con el control por un instante, lo suficiente para que el cuerpo resucitado se precipitara en el lago de ácido.