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Murmullos

La matrona Baenre observó durante un buen rato y con mucha atención a Malicia Do’Urden, para estimar hasta qué punto las exigencias del zin-carla habían afectado a la madre matrona. Profundas arrugas de preocupación marcaban el rostro en otros tiempos terso, y los cabellos níveos, que habían sido la envidia de su generación, aparecían —tal vez por primera vez en cinco siglos— sucios y mal peinados. Pero lo más sorprendente eran los ojos de Malicia, siempre radiantes y alertas, convertidos ahora en dos discos opacos hundidos en las órbitas.

—Zaknafein casi lo tenía —explicó Malicia, con un gemido poco habitual en su voz—. Drizzt estaba en su poder y, no sé cómo, mi hijo se las arregló para escapar.

»Aunque el espectro lo sigue de cerca —se apresuró a añadir Malicia al ver el gesto de desaprobación de la matrona Baenre.

Además de ser la persona más poderosa de todo Menzoberranzan, la anciana madre matrona de la casa Baenre era considerada como la representante personal de Lloth en la ciudad. La aprobación de la matrona Baenre era la aprobación de Lloth, y, por la misma lógica, su desaprobación significaba la mayoría de las veces el desastre para una casa.

—Zin-carla exige paciencia, matrona Malicia —dijo la matrona Baenre con voz calma—. No ha pasado tanto tiempo.

Malicia se tranquilizó un poco hasta que volvió a mirar a su alrededor. Odiaba la capilla de la casa Baenre, tan enorme y degradante. La totalidad de la casa Do’Urden cabía en este solo recinto, y, aunque la familia de Malicia y sus soldados se multiplicaran por diez, no serían suficientes para ocupar todas las hileras de bancos. Sobre el altar central, por encima mismo de la matrona Malicia, se cernía la imagen ilusoria de una araña gigantesca, que se transformaba en un hermoso rostro de mujer para después volver a la figura anterior. Estar allí con la única compañía de la matrona Baenre, debajo de la impresionante imagen, hacía que Malicia se sintiera aún más insignificante.

La matrona Baenre notó la inquietud de la invitada e intentó consolarla.

—Has recibido un gran regalo —le dijo, con toda sinceridad—. La reina araña no te habría dado el zin-carla, ni habría aceptado el sacrificio de SiNafay Hun’ett, una madre matrona, si no hubiese aprobado tus métodos y tus propósitos.

—Es una prueba —afirmó Malicia, de improviso.

—¡Una prueba en la que no fracasarás! —replicó la matrona Baenre—. ¡Y entonces conocerás la gloria, Malicia Do’Urden! Cuando el espectro de aquél que fue Zaknafein acabe su cometido y tu hijo renegado esté muerto, ocuparás un sitio de honor en el consejo regente. Te prometo que pasarán muchos años antes de que alguien se atreva a amenazar a la casa Do’Urden. La reina araña te concederá su favor por el éxito del zin-carla. Tendrá a tu casa en la más alta estima y te defenderá de tus enemigos.

—¿Y qué pasará si el zin-carla fracasa? —osó preguntar Malicia—. Supongamos que…

Su voz se apagó mientras los ojos de la matrona Baenre se abrían asombrados.

—¡No digas esas cosas! —le reprochó Baenre—. ¡Y no pienses cosas imposibles! El miedo te distrae, y esto es suficiente para acarrear tu perdición. Zin-carla es un ejercicio de voluntad y una muestra de devoción a la reina araña. El espectro es una prolongación de tu fe y de tu fuerza. ¡Si tu confianza se debilita, entonces el espectro de Zaknafein fracasará en su misión!

—¡No vacilaré! —rugió Malicia, con las manos aferradas a los brazos de la silla—. Acepto la responsabilidad del sacrilegio de mi hijo, y con la ayuda y la bendición de Lloth daré a Drizzt el castigo que se merece.

La matrona Baenre se relajó en la silla y asintió. Tenía que dar su apoyo a Malicia en esta empresa, por orden de Lloth, y sabía lo suficiente sobre el zin-carla para comprender que la confianza y la decisión eran los dos ingredientes principales del éxito. Una madre matrona involucrada en el zin-carla tenía que proclamar frecuentemente y con sinceridad su fe en Lloth y su deseo de complacer a la reina araña.

Sin embargo, ahora Malicia tenía otro problema, una distracción que no se podía permitir. Había ido a la casa Baenre por voluntad propia en busca de ayuda.

—Háblame de este otro asunto —dijo la matrona Baenre, ya un poco harta del encuentro.

—Soy vulnerable —explicó Malicia—. El zin-carla me roba la energía y la atención. Me preocupa que otra casa pueda aprovechar la oportunidad.

—Ninguna casa ha atacado a una madre matrona ocupada con el zin-carla —señaló la matrona Baenre, y Malicia comprendió que la anciana drow hablaba por experiencia propia.

—El zin-carla es un regalo único —insistió Malicia—, otorgado a matronas de casas poderosas y que cuentan con todas las bendiciones de Lloth. ¿Quién osaría atacar en tales circunstancias? Pero la casa Do’Urden no está en las mejores condiciones. Acabamos de sufrir las consecuencias de una guerra e, incluso con la incorporación de algunos soldados de la casa Hun’ett, somos pocos. Es bien sabido que todavía no he recuperado la gracia de Lloth, pero mi casa es la octava de la ciudad y por lo tanto ocupo un puesto en el consejo regente, una posición envidiable.

—Tus temores son injustificados —le aseguró la matrona Baenre, pero Malicia se desplomó en la silla, frustrada a pesar de las palabras. La matrona Baenre sacudió la cabeza sin saber qué hacer—. Veo que mis afirmaciones no bastan para tranquilizarte. Tu atención debe estar dedicada únicamente al zin-carla. Compréndelo, Malicia Do’Urden. No tienes tiempo para distracciones menores.

—No se van —dijo Malicia.

—Entonces yo acabaré con ellas —ofreció la matrona Baenre—. Regresarás a tu casa en compañía de doscientos soldados Baenre. Se encargarán de custodiar tus murallas, y llevarán el emblema de la casa Baenre. Nadie en la ciudad se atreverá a atacarte contando con estos aliados.

Una amplia sonrisa apareció en el rostro de Malicia y consiguió disimular algunas de las arrugas de preocupación. Aceptó la generosa oferta de la matrona Baenre como una señal de que quizá Lloth aún favorecía a la casa Do’Urden.

—Regresa a tu casa y concéntrate en tu tarea —añadió la matrona Baenre—. Zaknafein tiene que encontrar a Drizzt y matarlo. Éste es el trato que ofreciste a la reina araña. Pero no sufras por el último fracaso del espectro ni por la pérdida de tiempo. Unos pocos días, o semanas, no son gran cosa a los ojos de Lloth. La conclusión correcta del zin-carla es lo único importante.

—¿Te encargarás de mi escolta? —preguntó Malicia, levantándose de la silla.

—Ya te espera —le aseguró la matrona Baenre.

Malicia descendió la escalera del altar central y cruzó las numerosas hileras de bancos de la capilla gigante. El recinto estaba en penumbra y, mientras salía, Malicia apenas si alcanzó a vislumbrar a otra figura que se aproximaba al altar desde el lado opuesto. Pensó que se trataba del illita amigo de la matrona Baenre, una presencia habitual en la capilla. Si Malicia hubiese sabido que el desollador mental de la matrona Baenre había dejado la ciudad para atender unos asuntos privados en el oeste, quizás habría prestado más atención al personaje.

Lo cual habría multiplicado el número de sus arrugas.

—Lamentable —comentó Jarlaxle mientras se sentaba junto a la matrona Baenre en el altar—. Ésta no es la misma matrona Malicia Do’Urden que conocí hace sólo unos meses atrás.

—El zin-carla no es un regalo común —replicó la matrona Baenre.

—El precio es muy grande —asintió Jarlaxle. Miró el rostro de la matrona Baenre, y leyó en ellos la respuesta a la próxima pregunta—. ¿Fracasará?

La matrona Baenre soltó una carcajada como el chirrido de una sierra.

—Ni siquiera la reina araña conoce la respuesta. Creo que la presencia de mis soldados…, nuestros soldados dará a la matrona Malicia la tranquilidad que necesita para completar la misión. Esto al menos es lo que espero. Malicia Do’Urden gozó en otros tiempos de la mayor consideración de Lloth. Su asiento en el consejo regente fue exigido por la reina araña.

—Los hechos parecen indicar que se cumplirá la voluntad de Lloth —manifestó Jarlaxle con un tonillo burlón, al recordar la batalla entre las casas Do’Urden y Hun’ett, en la que Bregan D’aerthe había tenido una importancia decisiva.

Las consecuencias de aquella victoria, la desaparición de la casa Hun’ett, había llevado a la casa Do’ Urden a ocupar la octava posición en la ciudad y había dado a la matrona Malicia su lugar en el consejo regente.

—La suerte sonríe a los afortunados —comentó la matrona Baenre.

La sonrisa de Jarlaxle fue reemplazada de pronto por una expresión severa.

—¿Y Malicia, la matrona Malicia —se apresuró a corregir al ver el enfado instantáneo de Baenre—, goza ahora del favor de la reina araña? ¿La fortuna sonreirá a la casa Do’Urden?

—Pienso que el regalo del zin-carla deja de lado esta cuestión —explicó la matrona Baenre—. El destino de la matrona Malicia es algo que sólo pueden determinar ella y el espectro.

—O que puede destruir su hijo, el infame Drizzt Do’Urden —completó Jarlaxle—. ¿Tan poderoso es este joven guerrero? ¿Por qué Lloth no acabó con él?

—Ha repudiado a la reina araña con todo su corazón —contestó Baenre—. Lloth no tiene poder sobre Drizzt y ha resuelto que es un problema de la matrona Malicia.

—Un problema bastante grande —se mofó el mercenario, con una rápida sacudida de su calva cabeza.

De inmediato advirtió que la matrona Baenre no compartía la burla.

—Desde luego —replicó Baenre, sombría.

Su voz se apagó mientras se hundía en sus pensamientos. Conocía los peligros y las posibles ganancias del zin-carla mejor que nadie en la ciudad. En dos ocasiones, la matrona Baenre había pedido el mayor regalo de la reina araña, y en ambas había conseguido que la misión del zin-carla concluyera con éxito. El esplendor de la casa Baenre era el testimonio de aquellos triunfos. Aun así, cada vez que se miraba al espejo, recordaba con toda claridad el precio tremendo que había pagado.

Jarlaxle no se entrometió en las reflexiones de la madre matrona. El mercenario tenía suficiente con pensar en sus propios asuntos. En tiempos de crisis y confusión como éstos, un oportunista inteligente sólo podía obtener beneficios. Consideró que Bregan D’aerthe tenía mucho que ganar con la concesión del zin-carla a la matrona Malicia. Si Malicia conseguía su objetivo y reforzaba su posición en el consejo regente, Jarlaxle contaría con otra poderosa aliada en la ciudad. Si el espectro fallaba, con el consiguiente derrumbe de la casa Do’Urden, el precio por la cabeza del joven Drizzt llegaría a una cifra que sería tentadora incluso para la banda de mercenarios.

Como había ocurrido durante el trayecto de ida a la primera casa de la ciudad, Malicia imaginó que las miradas de envidia vigilaban su regreso a través del laberinto formado por las calles de Menzoberranzan. La matrona Baenre había sido muy generosa y gentil. Si aceptaba la premisa de que la anciana madre matrona era la voz de Lloth en la ciudad, Malicia a duras penas podía contener la sonrisa.

De todos modos, los temores no habían desaparecido. ¿Hasta cuándo podría contar con la ayuda de la matrona Baenre si Zaknafein no podía matar a Drizzt, si el zin-carla fracasaba? La posición de Malicia en el consejo regente estaría en peligro y también la existencia de la casa Do’Urden.

La comitiva pasó por delante de la casa Fey-Branche, la casa novena de Menzoberranzan y probablemente la mayor amenaza para la debilitada casa Do’Urden. Sin duda la matrona Halavin Fey-Branche observaba la procesión detrás de las rejas de adamantita, contemplaba a la madre matrona que ahora ostentaba el codiciado octavo sillón del consejo regente.

Malicia miró a Dinin y a los diez soldados de la casa Do’Urden, que caminaban a su lado mientras ella viajaba sentada en el disco volador. Dejó que su mirada se dirigiera a los doscientos soldados, que exhibían orgullosos el emblema de la casa Baenre, que marchaban en formación detrás de su modesta escolta.

¿Qué pensaría la matrona Halavin Fey-Branche ante este espectáculo?, se preguntó Malicia.

Una vez más sonrió complacida.

—Dentro de muy poco disfrutaremos de nuestros mayores momentos de gloria —le aseguró Malicia a su hijo guerrero.

Dinin asintió y respondió a la sonrisa de la madre, poco dispuesto a agriarle la fiesta.

Sin embargo, Dinin no podía dejar de lado las sospechas de que muchos de los soldados Baenre, guerreros drows a los que nunca había tenido ocasión de conocer, le resultaban familiares. Uno de ellos incluso le guiñó un ojo al hijo mayor de la casa Do’Urden.

La imagen de Jarlaxle tocando el pito mágico en el balcón de la casa Do’Urden apareció con toda claridad en la mente de Dinin.