El espectro avanzaba en silencio por el laberinto de túneles, con el paso rápido y elástico de un veterano guerrero drow. Pero los desolladores mentales, guiados por el cerebro central, sabían perfectamente cuál era el rumbo de Zaknafein y lo esperaban emboscados.
Cuando Zaknafein llegó junto al mismo risco donde habían atrapado a Belwar y Clak, un illita le salió al encuentro y disparó una descarga de energía paralizante.
En distancias cortas, pocas criaturas habrían resistido un golpe tan potente, pero Zaknafein era un ser no muerto, un ser ultraterreno. La proximidad de la mente de Zaknafein, encadenada a otro plano de existencia, no podía ser medida en pasos. Impenetrable a los ataques mentales, las espadas del espectro lanzaron sus estocadas y cada una ensartó un ojo lechoso y sin pupila del asombrado illita.
Los otros tres desolladores flotaron desde el techo, descargando los conos de energía. Zaknafein los esperó tranquilamente, espadas en mano, mientras los desolladores proseguían el descenso. Los ataques mentales siempre habían dado resultado; no podían creer que en esta ocasión no sirvieran de nada.
Los desolladores dispararon una docena de veces sin que el espectro resultara afectado. Los atacantes comenzaron a preocuparse e intentaron llegar a los pensamientos de Zaknafein para descubrir qué lo protegía. Lo que encontraron fue una barrera que superaba su capacidad de penetración, una muralla que trascendía su plano de existencia actual.
Habían visto la maestría de la esgrima de Zaknafein aplicada contra su infortunado compañero y no tenían la intención de trabar un combate cuerpo a cuerpo contra un guerrero tan hábil. Telepáticamente acordaron cambiar de dirección.
Pero habían descendido demasiado.
A Zaknafein no le interesaban los desolladores y habría seguido su camino sin hacerles caso. Por desgracia, los instintos del espectro y el conocimiento que tenía Zaknafein de la vida pasada referente a los desolladores, lo llevaron a una conclusión inevitable: si Drizzt había pasado por aquí —y Zaknafein no lo ponía en duda—, probablemente se había encontrado con los desolladores. Un ser no muerto podía derrotarlos, pero un drow mortal, aunque fuese Drizzt, no era rival para ellos.
Zaknafein envainó una espada y se encaramó al risco de piedra. Con un segundo salto, el espectro sujetó a un illita por el tobillo.
La criatura disparó un cono de energía, pero era un ser condenado sin ninguna defensa contra la espada de Zaknafein. Con una fuerza increíble, el espectro se elevó, abriéndose camino con la espada. El desollador pretendió desviar la hoja, pero las manos desnudas no servían de nada contra la certera arma del espectro. La espada de Zaknafein atravesó la barriga del desollador y le perforó los pulmones y el corazón.
Con las manos apretadas en la enorme herida del vientre, el illita no pudo hacer otra cosa que mirar cómo Zaknafein encontraba un apoyo y a continuación descargaba un tremendo puntapié contra su pecho. El desollador moribundo salió despedido y voló dando tumbos sobre sí mismo hasta que se estrelló contra una pared. Allí se quedó flotando en el aire mientras la sangre formaba un charco en el suelo.
El siguiente salto de Zaknafein lo llevó contra el segundo illita, y el impulso del choque hizo que ambos alcanzaran al tercero. Los dedos y tentáculos de los desolladores se sacudieron enloquecidos en busca de un punto donde sujetarse a la carne del drow. Pero el arma era mucho más eficaz, y en cuestión de segundos el espectro se apartó de las dos últimas víctimas. Con su propio hechizo de levitación, bajó suavemente hasta el suelo y se alejó tranquilamente, dejando tras de sí los cuatro cadáveres: tres que flotarían en el aire hasta que se agotaran sus hechizos de levitación, y un cuarto en el suelo.
El espectro no se preocupó en limpiar la sangre de las espadas, pues sabía que muy pronto las utilizaría de nuevo.
Los dos desolladores continuaron con la observación de la entidad de la pantera. No lo sabían, pero Guenhwyvar había descubierto su presencia. En el plano astral, donde los sentidos materiales como el olor y el gusto no tenían aplicación, la pantera gozaba de otros sentidos más sutiles. Aquí Guenhwyvar cazaba valiéndose de otro sistema que convertía las emanaciones de energía en imágenes mentales, y la pantera podía distinguir en el acto entre la aureola de un ciervo y la de un conejo sin necesidad de ver a la criatura. Los desolladores no eran unos desconocidos en el plano astral, y Guenhwyvar reconoció sus emanaciones.
La pantera aún no había decidido si su presencia era una casualidad o si estaba relacionada de algún modo con el hecho de que Drizzt no la había llamado en varios días. El evidente interés que los desolladores mostraban por ella sugería esta última posibilidad, algo que preocupaba profundamente a la pantera.
En cualquier caso, Guenhwyvar no quería hacer el primer movimiento contra un enemigo tan peligroso, de modo que continuó con su rutina diaria, sin perder de vista a los visitantes.
Guenhwyvar notó un cambio en las emanaciones de los desolladores cuando las criaturas iniciaron un rápido descenso hacia el plano material. La pantera no podía esperar más.
Con un formidable salto desde las estrellas, Guenhwyvar se lanzó contra los desolladores. Ocupados con sus esfuerzos por iniciar el viaje de regreso, los desolladores no reaccionaron hasta que fue demasiado tarde. La pantera se zambulló por debajo de uno de ellos y atrapó el cordón plateado entre sus dientes de luz. Guenhwyvar sacudió la cabeza de un lado a otro y cortó el cordón plateado. El illita indefenso se alejó, perdido para siempre en el plano astral.
El otro desollador, interesado únicamente en salvar la vida, no hizo caso de las súplicas del compañero y continuó el descenso hacia el túnel entre planos que lo devolvería a su cuerpo material. El illita casi consiguió eludir a Guenhwyvar, pero las garras de la pantera lo sujetaron en el instante de entrar en el túnel.
Guenhwyvar lo acompañó en el viaje.
Desde la pequeña isla de piedra, Clak vio la conmoción que se extendía por toda la caverna. Los desolladores corrían de aquí para allá al tiempo que ordenaban telepáticamente a los esclavos que fueran a las posiciones de defensa. Los vigías se dispersaron por todas las salidas, y otros desolladores se alzaron por los aires para mantener una vigilancia global de la situación.
Clak comprendió que una crisis motivada por una causa que desconocía afectaba a la comunidad, y un pensamiento lógico se abrió paso en la mente del oseogarfio: si los desolladores se enfrentaban a un nuevo enemigo, ésta podría ser la oportunidad para escapar.
La mirada de Clak se posó en la palanca del puente, y después en sus compañeros en la isla. El puente era retráctil, y la palanca se inclinaba hacia la isla. Un proyectil bien dirigido podría echarla hacia atrás. Clak entrechocó las zarpas —un gesto que le hizo recordar a Belwar— y cogió a un enano gris como si fuese una piedra. La infortunada criatura voló hacia la palanca pero le faltó alcance. Se estrelló contra la pared del abismo y se desplomó hacia la muerte.
Clak pateó furioso y se volvió en busca de otro proyectil. No sabía cómo llegaría hasta Drizzt y Belwar, y en aquel instante ni siquiera pensó en ellos. Ahora mismo el problema principal era salir de su prisión.
Esta vez le tocó el turno a una vaquilla.
No hubo sutilezas ni secretos en la entrada de Zaknafein. Como no tenía miedo de los primitivos métodos de ataque de los desolladores, el espectro avanzó sin más por la caverna larga y angosta, sin ocultarse de nadie. Un grupo de tres desolladores descendieron sobre él inmediatamente, lanzando sus conos paralizantes.
Una vez más el espectro atravesó las descargas de energía sin inmutarse, y los tres desolladores sufrieron la misma suerte que los cuatro que se habían enfrentado a Zaknafein en los túneles.
Entonces llegaron los esclavos. Dispuestos a complacer a los amos, goblins, enanos grises, orcos e incluso un puñado de ogros cargaron contra el drow invasor. Algunos blandían armas, pero los demás sólo contaban con las manos y los dientes, confiados en que la fuerza del número sería suficiente para acabar con el guerrero solitario.
Las espadas y los pies de Zaknafein resultaron demasiado rápidos para unas tácticas tan directas. El espectro se movió con la destreza de un esgrimista consumado, haciendo fintas en una dirección para después cambiar de movimiento y atacar a los oponentes más cercanos.
Más allá de donde se libraba el combate, los desolladores formaron sus propias líneas de defensa, mientras reconsideraban las virtudes de sus tácticas. Los tentáculos fustigaban el aire a medida que fluían las comunicaciones telepáticas que intentaban encontrar alguna explicación a los acontecimientos. No confiaban lo suficiente en los esclavos como para darles armas, pero a medida que las bajas aumentaban, los desolladores comenzaron a lamentar tantas pérdidas. De todos modos, creían que podían obtener la victoria. No tardarían en sumarse a la pelea nuevos grupos de esclavos. El guerrero acabaría por cansarse, disminuirían sus fuerzas, y la horda acabaría imponiéndose.
Los desolladores desconocían la verdad de Zaknafein. No podían saber que era una entidad no muerta, un ser movido por la magia y dotado de una energía inagotable.
Belwar y su amo observaron los movimientos espasmódicos de uno de los cuerpos, la señal inconfundible de que el espíritu regresaba del viaje astral. El enano no comprendía el significado de los movimientos convulsivos, pero notaba el placer de su dueño, y esto lo complacía.
Sin embargo, el amo de Belwar también estaba un tanto preocupado porque sólo regresaba uno de los compañeros y las llamadas del cerebro central tenían la máxima prioridad y no se podían pasar por alto. El desollador vio que los espasmos del compañero adoptaban un ritmo regular, y entonces aumentó su confusión al ver que una niebla negra aparecía alrededor del cuerpo.
En aquel mismo instante el illita entró en el plano material, y el dueño del svirfnebli compartió telepáticamente su dolor y su miedo. Antes de que tuviese tiempo de reaccionar, Guenhwyvar se materializó sobre el illita sentado, y lo acometió a dentelladas y zarpazos.
Belwar se quedó de una pieza cuando un recuerdo fugaz pasó por su mente.
—¿Bivrip? —susurró, y después—: ¿Drizzt?
La imagen del drow arrodillado volvió a su memoria.
¡Mátala, mi bravo campeón! ¡Mátala! —imploró el amo de Belwar, pero ya era demasiado tarde para el infortunado compañero del illita.
El desollador sentado se sacudió, frenético, y sus tentáculos sujetaron la cabeza de Guenhwyvar en un intento por llegar al cerebro. La pantera respondió con un zarpazo que arrancó de los hombros la cabeza de pulpo.
El capataz, con las manos todavía encantadas de su trabajo en la habitación, avanzó lentamente hacia la pantera, con pasos retardados no por el miedo sino por la confusión. Se volvió hacia el amo y preguntó:
—¿Guenhwyvar?
El desollador sabía que le había devuelto demasiado al svirfnebli. El recuerdo del hechizo había estimulado en el esclavo otras memorias mucho más peligrosas. Ya no podía confiar en Belwar.
Adivinando las intenciones del illita, la pantera se apartó de un salto del desollador muerto una fracción de segundo antes de que la criatura disparase contra Belwar.
Guenhwyvar se llevó por delante al capataz y lo hizo caer despatarrado. Los músculos felinos se flexionaron y estiraron cuando el animal aterrizó, y el animal giró y quedó encarado hacia la puerta de la habitación.
La descarga del desollador rozó a Belwar mientras caía, pero la confusión y rabia del enano lo protegieron del insidioso ataque. En aquel instante, el enano recuperó la libertad y, poniéndose de pie, contempló al illita como la cosa horrible y cruel que era.
—¡Adelante, Guenhwyvar! —gritó el capataz, aunque la pantera no necesitaba que la animasen.
Gracias a su naturaleza astral, Guenhwyvar comprendía muy bien la sociedad illita y sabía cuál era la clave para ganar cualquier batalla contra la guarida de estas criaturas. La pantera se lanzó contra la puerta con todo su peso, la derribó y salió al balcón que daba a la cámara donde estaba el cerebro central.
El amo de Belwar, preocupado por la seguridad del cerebro-dios, intentó seguirla, pero la furia del enano había centuplicado sus fuerzas, y su brazo herido no sintió ningún dolor cuando estrelló la mano-martillo en la fofa carne de la cabeza del illita. Las chispas de la mano metálica quemaron el rostro del desollador, y la criatura se desplomó contra la pared, mientras sus ojos lechosos y sin pupilas miraban al svirfnebli, estupefactos.
Quince metros más abajo, el drow arrodillado advirtió el miedo y la cólera de su amo y miró hacia las alturas en el preciso momento en que la pantera negra volaba por los aires. Totalmente sometido al cerebro central, Drizzt no reconoció a Guenhwyvar como su vieja compañera y querida amiga; en aquel instante sólo vio una amenaza al ser que más quería. Pero Drizzt y los demás esclavos masajistas no pudieron hacer otra cosa que mirar indefensos mientras la poderosa pantera, con las fauces abiertas y las garras extendidas, caía en el centro de la masa de carne palpitante que gobernaba la comunidad de los desolladores.