Qué es lo que sabes? —le preguntó la matrona Malicia a Jarlaxle, que la acompañaba a través del patio de la casa Do’Urden. En otras circunstancias, Malicia no habría sido tan directa con el infame mercenario, pero estaba preocupada e impaciente. Los rumores que corrían entre las familias gobernantes de Menzoberranzan no presagiaban nada bueno para la casa Do’Urden.
—¿Saber? —replicó Jarlaxle, con una sorpresa mal fingida.
Malicia lo miró disgustada, y lo mismo hizo Briza, que caminaba al otro lado del desvergonzado mercenario.
Jarlaxle se aclaró la garganta, aunque el carraspeo sonó como una carcajada. No podía informar a Malicia de los rumores; no era tan tonto como para traicionar a las casas más poderosas de la ciudad. Pero sí podía burlarse de Malicia con una sencilla declaración lógica que sólo confirmaba lo que ella ya había supuesto.
—Zin-carla, el espectro, lleva demasiado tiempo a vuestro servicio.
Malicia hizo un esfuerzo para mantener una expresión de calma. Comprendía que Jarlaxle sabía mucho más de lo que decía, y el hecho de que el mercenario sólo le hubiera dicho lo obvio confirmaba sus sospechas. El espectro de Zaknafein tardaba más de la cuenta en dar con Drizzt. La matrona no necesitaba que le recordaran la poca paciencia de la reina araña.
—¿Tienes algo más que decirme? —preguntó Malicia.
Jarlaxle encogió los hombros como única respuesta.
—Entonces sal de mi casa —ordenó la madre matrona.
Jarlaxle vaciló un instante; no sabía si debía exigir un pago por la escasa información que había dado. Decidió que no era necesario y, tras hacer una de sus profundas reverencias acompañadas con un barrido de su sombrero, se dirigió hacia la salida.
No tardaría en cobrar.
Una hora más tarde, en la antesala de la capilla, la matrona Malicia ocupó el trono y dirigió los pensamientos hacia los túneles en las profundidades de la Antípoda Oscura. La telepatía con el espectro era limitada; por lo general se reducía sólo a una transmisión de las emociones más intensas. Pero de las luchas internas de Zaknafein, que había sido el padre de Drizzt y su mejor amigo en vida y que ahora se había convertido en su peor enemigo, Malicia podía deducir los progresos de la misión. Las ansiedades provocadas por la lucha interior de Zaknafein eran más intensas cada vez que el espectro se aproximaba a Drizzt.
Ahora, después del desagradable encuentro con Jarlaxle, Malicia necesitaba saber qué hacía Zaknafein. Al cabo de unos minutos obtuvo lo que buscaba.
—La matrona Malicia insiste en que el espectro ha ido hacia el oeste, más allá de la ciudad svirfnebli —le explicó Jarlaxle a la matrona Baenre.
El mercenario había ido directamente desde la casa Do’Urden hasta el huerto de setas de la parte sur de Menzoberranzan, donde residían las familias drows más poderosas.
—El espectro sigue el rastro —murmuró la matrona Baenre, casi para sí misma—. Eso es bueno.
—Pero la matrona Malicia cree que Drizzt lleva una ventaja de varios días, quizá semanas —añadió Jarlaxle.
—¿Te lo ha dicho? —preguntó la matrona Baenre, incrédula, sorprendida de que Malicia hubiese revelado una información que la perjudicaba.
—Hay cosas que se pueden saber sin necesidad de palabras —contestó el mercenario, con astucia—. El tono de la matrona Malicia revelaba muchas cosas que no deseaba comunicarme.
La matrona Baenre asintió y cerró los ojos, cansada de tantas complicaciones. Había sido cosa suya que Malicia consiguiera entrar en el consejo regente, pero ahora no podía hacer otra cosa que esperar y ver si Malicia era capaz de mantener el cargo.
—Debemos confiar en la matrona Malicia —dijo la matrona Baenre, después de una larga pausa.
Al otro extremo de la sala, El-viddinvelp, el desollador mental compañero de la matrona Baenre, apartó sus pensamientos de la conversación. El mercenario drow había dicho que Drizzt marchaba hacia el oeste, más allá de Blingdenstone, y esta noticia tenía una importancia que no podía pasar por alto.
El desollador mental proyectó sus pensamientos hacia occidente, para transmitir un aviso a lo largo de los túneles que no estaban tan desiertos como parecían.
En cuanto Zaknafein vio el lago supo que había alcanzado a la presa. Al amparo de las grietas y recovecos de las paredes recorrió la caverna, hasta que encontró la puerta y la cueva que protegía.
Viejos sentimientos se reavivaron en el espectro, sentimientos de la relación mantenida con Drizzt. Pero cuando la matrona Malicia penetró en su mente, lo dominaron otras emociones mucho más salvajes. El espectro derribó la puerta, con las espadas en alto, y recorrió el refugio como un vendaval. Una manta voló por los aires y cayó al suelo hecha trizas por los salvajes mandobles de Zaknafein.
En cuanto se disipó el ataque de furia, el monstruo de la matrona Malicia se puso en cuclillas y examinó la situación.
Drizzt no estaba en casa.
El espectro no tardó mucho en llegar a la conclusión de que Drizzt, y un compañero, quizá dos, habían dejado la cueva unos pocos días antes. Los conocimientos tácticos de Zaknafein le aconsejaron esperar porque saltaba a la vista que aquél no era un campamento falso, como lo había sido el otro en las afueras de la ciudad de los enanos. No dudaba que la presa regresaría.
Zaknafein percibió que la matrona Malicia, sentada en su trono en la ciudad drow, no toleraría más demoras. Se le acababa el tiempo —los rumores de peligro eran cada vez más intensos— y esta vez los miedos y la impaciencia de Malicia le costarían muy caro.
Sólo unas pocas horas después de que Malicia enviara al espectro otra vez a los túneles en busca de su hijo renegado, Drizzt, Belwar y Clak regresaron a la caverna por otra vía.
Drizzt notó en el acto que algo no iba bien. Desenvainó las cimitarras, corrió por la cornisa y subió de un salto hasta la puerta de la cueva antes de que Belwar y Clak pudiesen preguntarle qué pasaba.
Cuando llegaron a la cueva, comprendieron la preocupación del elfo oscuro. El lugar aparecía destrozado; las hamacas y mantas, hechas pedazos; los boles y una caja pequeña donde guardaban la reserva de alimentos, aplastados, y los trozos dispersos por todos los rincones. Clak, que no podía pasar por el hueco, se alejó de la entrada y recorrió la caverna para asegurarse de que no había ningún enemigo oculto.
—¡Magga cammara! —rugió Belwar—. ¿Qué monstruo habrá hecho esto?
Drizzt recogió los restos de una manta y señaló los cortes limpios en la tela. Belwar comprendió el significado de éstos.
—El corte de una espada —manifestó el capataz, muy serio—. Una espada filosa y bien templada.
—La espada de un drow —añadió Drizzt.
—Estamos muy lejos de Menzoberranzan —le recordó Belwar—. En las profundidades más remotas. Dudo que tu gente pueda saber dónde estás.
La experiencia de Drizzt no le permitía aceptar esa suposición. Durante la mayor parte de su vida había sido testigo del fanatismo que guiaba a las malvadas sacerdotisas de Lloth. Él mismo había participado en una incursión de muchos kilómetros hasta la superficie de los Reinos, que sólo perseguía complacer a la reina araña con el asesinato de los elfos.
—No subestimes a la matrona Malicia —replicó el drow con tono sombrío.
—Si esto es en realidad un anuncio de la visita de tu madre —gruñó Belwar, golpeando las manos—, se llevará una buena sorpresa. Tendrá que vérselas con tres y no con uno solo como piensa.
—No subestimes a la matrona Malicia —repitió el elfo oscuro—. Este encuentro no es una mera casualidad, y ella estará preparada para responder a cualquier imprevisto.
—¿Cómo lo sabes? —protestó Belwar, pero cuando el capataz vio el temor reflejado en los ojos lila del drow, se convenció de que las cosas podían acabar muy mal.
Recogieron los pocos objetos que se habían salvado de la destrucción y partieron de inmediato, una vez más en dirección al oeste para aumentar la distancia que los separaba de Menzoberranzan.
Clak marchaba primero porque había muy pocos monstruos capaces de salir al paso de un oseogarfio. Lo seguía Belwar, y Drizzt iba en la retaguardia, bastante retrasado, dispuesto a proteger a los compañeros en el caso de que los agentes de su madre les dieran alcance. El svirfnebli opinaba que llevaban una buena ventaja sobre aquéllos que habían destruido la casa. Si los autores habían iniciado la persecución desde la cueva y seguido el rastro hasta la torre del mago muerto, pasarían muchos días antes de que se les ocurriera regresar hasta la caverna del lago. Drizzt no estaba tan convencido.
Conocía a su madre demasiado bien.
Después de varios días que se les hicieron interminables, el grupo llegó a una región plagada de grietas, paredes abruptas, y techos llenos de estalactitas que parecían monstruos al acecho. Caminaron unidos, porque necesitaban de la compañía de los demás. A pesar del riesgo que significaba, Belwar sacó su talismán luminoso y lo enganchó en la chaqueta de cuero, aunque la luz sólo contribuyó a que las sombras parecieran aún más amenazadoras.
El silencio en esta zona era incluso más profundo de lo habitual en la Antípoda Oscura. En muy pocas ocasiones aquéllos que recorrían el mundo subterráneo de los Reinos escuchaban los sonidos de otras criaturas, pero aquí la quietud resultaba opresiva, como si hubiese desaparecido todo rastro de vida. El ruido de los pasos de Clak y el roce de las botas de Belwar resonaban como martillazos entre las piedras.
El svirfnebli fue el primero en sentir la aproximación del peligro. Las vibraciones sutiles en las rocas le avisaron que él y los compañeros no estaban solos. Detuvo a Clak con la mano-pica, y a continuación miró a Drizzt para saber si el drow compartía su inquietud.
Drizzt señaló hacia el techo y levitó en la oscuridad, en busca de un lugar donde emboscarse entre las numerosas estalactitas. El elfo desenfundó una de las cimitarras mientras subía y puso la otra mano en la estatuilla de ónice que guardaba en el bolsillo.
Belwar y Clak se ocultaron detrás de una cresta, y el enano comenzó a recitar la letanía para hechizar las manos metálicas. Ambos se sentían más seguros al saber que el guerrero drow flotaba en las alturas para vigilar la zona.
Pero Drizzt no era el único que había pensado en las estalactitas para tender una emboscada. Tan pronto como se vio entre las piedras puntiagudas como lanzas, advirtió que había alguien más.
Una forma, un humanoide un poco más grande que Drizzt, flotó desde la estalactita más cercana. Drizzt apoyó un pie en una de las piedras para propulsarse, al tiempo que desenvainaba la otra cimitarra. Supo quién era el enemigo en cuanto vio la cabeza, que parecía un pulpo de cuatro tentáculos. El drow nunca había visto antes a una de estas criaturas, pero sabía lo que era: un illita, un desollador mental, el monstruo más cruel y temido en toda la Antípoda Oscura.
El desollador atacó primero, mucho antes de que Drizzt pudiese acercarse para utilizar las cimitarras. Los tentáculos del monstruo se movieron como látigos, y un cono de energía mental azotó a Drizzt. El elfo luchó con toda su voluntad contra la oscuridad que se cernía sobre él. Intentó concentrarse en el objeto, enfocar la cólera, pero el illita lanzó un nuevo ataque. Un segundo desollador se sumó al primero y le efectuó una descarga por el flanco.
Belwar y Clak no podían ver el combate porque Drizzt se movía fuera de la zona iluminada por el broche del enano. De todos modos, notaron que algo ocurría en las alturas, y el capataz se atrevió a llamar a su amigo.
—¿Drizzt? —susurró.
La respuesta la tuvo un segundo después, cuando las cimitarras se estrellaron contra el suelo. Belwar y Clak, atónitos, dieron un paso hacia las armas, y entonces retrocedieron. Ante ellos, el aire se ondulaba como si hubiesen abierto una puerta invisible a otro plano de existencia.
Un illita cruzó el umbral y, plantándose delante de los amigos, descargó su rayo mental antes de que cualquiera de los dos pudiera reaccionar. El svirfnebli cayó de bruces al suelo, pero Clak, con la mente confundida por el conflicto entre sus identidades de oseogarfio y pek, no resultó tan afectado.
El desollador soltó otra vez una descarga paralizante; el oseogarfio atravesó el cono de energía y aplastó al illita con un solo golpe de sus enormes garras.
Clak miró en derredor, y a continuación hacia arriba. Otros cuantos desolladores bajaban desde el techo, y dos sujetaban a Drizzt por los tobillos. Se abrieron más puertas invisibles. En un instante, las descargas se abatieron sobre Clak desde todos los ángulos, y la defensa proporcionada por el conflicto entre las dos personalidades comenzó a flaquear. La desesperación y la furia dominaron sus acciones.
En aquel momento, Clak sólo era un oseogarfio, que actuaba con el instinto y la ferocidad característicos de estos monstruos.
Pero incluso la dura coraza de los oseogarfios resultaba insuficiente contra las insidiosas y continuas descargas de los desolladores. Clak se lanzó contra los dos que sujetaban a Drizzt.
La oscuridad lo atrapó a medio camino.
Estaba arrodillado en el suelo; esto era lo único que sabía. Se arrastró, dispuesto a no rendirse, impulsado sólo por la rabia.
Después se tendió sobre la piedra, sin pensar más en Drizzt, en Belwar, o en su propia rabia.
Sólo había oscuridad.