Cuatro ciclos de Narbondel —cuatro días— más tarde, un resplandeciente disco azul flotó por encima del sendero de piedra flanqueado por setas gigantes hasta llegar al portal cubierto con arañas cinceladas de la casa Do’Urden. Desde las ventanas de las dos torres exteriores y el patio, los centinelas observaron el objeto que flotaba a un metro del suelo. La familia de la casa fue informada inmediatamente de la presencia del disco.
—¿Qué puede ser? —le preguntó Briza a Zaknafein cuando ella, el maestro de armas, Dinin y Maya se reunieron en el balcón del nivel superior.
—Tal vez un mensajero —propuso Zak—. Tenemos que averiguar qué es.
Zak saltó la balaustrada y levitó hasta el patio. Briza le hizo una señal a Maya, y la hija menor de los Do’Urden siguió a Zak.
—Lleva el sello de la casa Baenre —gritó Zak en cuanto estuvo un poco más cerca del objeto.
Con la ayuda de la muchacha abrió el portón, y el disco se deslizó al interior, sin hacer ningún movimiento hostil.
—Baenre —repitió Briza por encima del hombro, en dirección al pasillo de la casa donde esperaban la matrona Malicia y Rizzen.
—Al parecer os llaman a una audiencia, madre matrona —dijo Dinin, inquieto.
—¿Estarán enterados de nuestro ataque? —preguntó Briza en el código mudo.
Todos los miembros de la casa Do’Urden, nobles y plebeyos, compartieron aquella desagradable posibilidad. Habían pasado unos pocos días desde la destrucción de la casa DeVir, y recibir ahora una llamada de la primera madre matrona de Menzoberranzan no podía considerarse una vulgar coincidencia.
—Todas las casas lo saben —replicó Malicia en voz alta, que juzgó innecesaria la precaución del silencio dentro de su propia residencia—. ¿Es que las pruebas en contra nuestra son tan abundantes que el consejo regente se ha visto obligado a intervenir? —Dirigió una mirada a Briza, con sus oscuros ojos que alternaban entre el resplandor rojizo de la infravisión y el verde profundo que mostraban a la luz normal—. Ésta es la pregunta que debemos formular.
Malicia salió al balcón, pero Briza la sujetó por la espalda de su pesada capa negra para retenerla.
—No pensarás ir con esa cosa, ¿verdad? —preguntó Briza.
La respuesta de su madre la desconcertó todavía más.
—Desde luego —contestó Malicia—. La matrona Baenre no me invitaría públicamente si tuviese la intención de hacerme daño. Ni siquiera ella tiene tanto poder como para no hacer caso a las normas de la ciudad.
—¿De verdad crees que no corres ningún peligro? —inquirió Rizzen, muy preocupado.
Si mataban a Malicia, Briza asumiría el mando de la casa, y Rizzen dudaba que la hija mayor quisiera tener algún varón a su lado. Aun en el caso de que la malvada hembra deseara tener un patrón, Rizzen sabía que no sería él. Tampoco era el padre de Briza (incluso era menor que ella) y resultaba evidente que su futuro dependía de la buena salud de la matrona Malicia.
—Tu preocupación me halaga —respondió Malicia, consciente de los auténticos temores de su marido.
Apartó la mano de Briza y saltó al vacío. Mientras descendía lentamente aprovechó para arreglar sus prendas. Briza sacudió la cabeza en un gesto desdeñoso y le indicó a Rizzen que la siguiera al interior de la casa. Le pareció poco prudente que el resto de la familia permaneciera a la vista de cualquier posible enemigo.
—¿Quieres una escolta? —preguntó Zak cuando Malicia se sentó en el disco.
—Estoy segura de que encontraré una tan pronto como cruce las verjas de nuestra casa —contestó Malicia—. La matrona Baenre no correría el riesgo de exponerme a ningún peligro mientras sea su invitada.
—De acuerdo —dijo Zak—. Pero ¿quieres una escolta de la casa Do’Urden?
—Si fuera necesaria, habrían enviado dos discos —afirmó Malicia, con un tono que no admitía réplicas. Estaba un poco harta de tantas muestras de preocupación por su seguridad. Después de todo, era la madre matrona, la más fuerte, la mayor y la más sabia, y no le gustaba que los demás discutieran sus decisiones. Ordenó al disco—: ¡Ejecuta tu tarea, y acabemos de una vez con esto!
Zak casi soltó una carcajada al escuchar las palabras de Malicia.
—Matrona Malicia Do’Urden —dijo una voz mágica procedente del disco—. La matrona Baenre te presenta sus respetos. Ha pasado mucho tiempo desde vuestra última audiencia.
—Nunca —le transmitió Malicia a Zak, y en voz más alta dijo—: Llévame a la casa Baenre. ¡No quiero desperdiciar mi tiempo en conversaciones con una boca mágica!
Al parecer, la matrona Baenre había previsto la impaciencia de Malicia, porque, sin más palabras, el disco se puso en marcha y abandonó la residencia Do’Urden.
Zak cerró el portón y a toda prisa ordenó a sus soldados que entraran en acción. Malicia no quería una escolta pública, pero la red de espías de los Do’Urden mantendría vigilado el disco de los Baenre hasta la entrada en la enorme residencia de la casa regente.
La suposición de Malicia acerca de la escolta resultó correcta. En cuanto el disco dejó el camino de entrada a la casa Do’Urden, veinte soldados de la casa Baenre, todos mujeres, salieron de sus escondites a los lados de la avenida y formaron un rombo defensivo alrededor de la invitada. Las guardias situadas en las puntas del rombo vestían capas negras con el blasón de la araña bordada en rojo y violeta a la espalda: la túnica de las sumas sacerdotisas.
—Las hijas de Baenre —murmuró Malicia, porque sólo las hijas de un noble podían ostentar este rango.
¡Cuántas molestias se había tomado la primera madre matrona para asegurar la protección de Malicia!
Los esclavos y drows plebeyos corrían para alejarse de la comitiva a medida que el grupo avanzaba por las calles sinuosas en dirección al huerto de setas gigantes. Sólo los soldados de la casa Baenre podían llevar la insignia de la casa a la vista, y nadie tenía la intención de provocar la ira de la matrona Baenre.
Malicia no salía de su asombro y únicamente deseaba poder llegar algún día a disfrutar de semejante poder.
Al cabo de unos minutos tuvo ocasión de quedarse boquiabierta cuando se encontró delante de su lugar de destino. La casa Baenre abarcaba veinte enormes y majestuosas estalagmitas, todas ellas conectadas entre sí por grandes puentes y parapetos. Las luces mágicas y los fuegos fatuos resplandecían en un millar de esculturas, y un centenar de guardias en uniformes de gala desfilaban por el patio en perfecta formación.
Incluso todavía más sorprendentes eran las estructuras invertidas, las treinta estalactitas más pequeñas de la casa Baenre. Colgaban desde el techo de la caverna, con sus raíces ocultas en la oscuridad de las alturas. Algunas casi tocaban las puntas de las estalagmitas, y otras colgaban solas como lanzas. Como si fuesen las estrías de un tornillo, los balcones recargados de adornos y emblemas mágicos se enroscaban en la superficie de las estalactitas hasta donde alcanzaba la vista.
También era mágica la verja que conectaba las bases de las estalagmitas exteriores, para formar un círculo protector en todo el perímetro del conjunto. Se trataba de una telaraña gigante, que destacaba por su brillo plateado sobre el tono azul de las construcciones. Algunos decían que había sido un regalo de Lloth en persona, con hebras fuertes como el acero y gruesas como el brazo de un elfo oscuro. Cualquier objeto que tocaba la verja de los Baenre, aun la más afilada de las armas drows, se quedaba pegado a ella hasta que la madre matrona ordenaba a la verja que lo soltara.
Malicia y su escolta avanzaron en línea recta hacia una sección simétrica y circular de la verja, entre las más altas de las torres exteriores. Cuando se acercaron, apareció un agujero en la telaraña metálica lo suficientemente grande para permitir el paso de la comitiva.
Mientras tanto, Malicia hacía todo lo posible para disimular su asombro.
Centenares de soldados observaron con curiosidad el paso de la procesión en su avance hacia la estructura central de la casa Baenre, el inmenso domo de la capilla bañado en un resplandor rojizo. Los soldados plebeyos abandonaron la formación, y sólo las cuatro sumas sacerdotisas escoltaron a la matrona Malicia hasta el interior.
El espectáculo al otro lado de las grandes puertas de la capilla no la decepcionó. Un altar central dominaba el recinto y servía de punto de partida a una hilera de bancos que se extendía en espiral a lo largo de varias docenas de vueltas hasta llegar a las paredes de la enorme sala. Había lugar suficiente para que dos mil elfos oscuros pudieran sentarse con toda comodidad. Por todas partes se veían estatuas e ídolos, que brillaban con una suave luz negra. En las alturas, por encima del altar, resplandecía una imagen gigantesca, una ilusión óptica en rojo y negro que se alternaba en la representación de una araña y de una hermosa drow.
—Es obra de Gomph, mi hechicero principal —comentó la matrona Baenre desde su asiento en el altar, segura de que Malicia, como todos los demás que visitaban la capilla Baenre, estaba impresionada por el espectáculo—. Hasta los hechiceros tienen su lugar.
—Siempre que no olviden cuál es —replicó Malicia, mientras se apeaba del disco.
—Así es —dijo la matrona Baenre—. ¡Hay ocasiones en que los varones se muestran tan presuntuosos, especialmente los hechiceros! De todos modos, desearía poder tener a Gomph a mi lado con más frecuencia en estos días. Lo han nombrado archimago de Menzoberranzan y cuando no está ocupado con Narbondel siempre tiene que atender algún otro asunto.
Malicia asintió en silencio. Desde luego, sabía que el hijo de la matrona Baenre tenía el cargo de archimago. No era un secreto. Y también todos sabían que Triel, la hija de Baenre, era la matrona dama de la Academia, una posición de honor en Menzoberranzan, que seguía en rango al título de madre matrona de una familia. Malicia estaba segura de que la matrona Baenre mencionaría el hecho a la primera oportunidad.
Antes de que Malicia pudiese dar un paso hacia la escalera del altar, una nueva escolta surgió de las sombras. Malicia frunció el entrecejo al ver aquella cosa, una criatura conocida como un illita, un desollador mental. Medía casi un metro ochenta de estatura y superaba en unos treinta centímetros a Malicia; la diferencia era el resultado de la enorme cabeza de la criatura. Cubierta de babas y con los ojos lechosos carentes de pupilas, la cabeza se parecía a la de un pulpo.
Malicia recuperó la compostura. Los desolladores mentales no eran desconocidos en Menzoberranzan, y los rumores decían que uno de ellos había trabado amistad con la matrona Baenre. En cualquier caso, estas criaturas —más inteligentes y crueles que los mismos drows— casi siempre inspiraban repulsión.
—Podéis llamarlo Methil —dijo la matrona Baenre—. Soy incapaz de pronunciar su verdadero nombre. Es un amigo. —Antes de que Malicia pudiese responder, Baenre añadió—: Desde luego, es cierto que Methil me da ventajas en nuestras discusiones, y que no estáis acostumbrada a los illitas.
Entonces, al ver que Malicia la miraba boquiabierta, la matrona Baenre despidió al illita.
—Habéis leído mis pensamientos —protestó Malicia.
Había muy pocos capaces de penetrar las barreras mentales de una gran sacerdotisa lo suficiente como para leer sus pensamientos, y esta práctica era considerada por la sociedad drow como uno de los crímenes más graves.
—¡No! —exclamó la matrona Baenre, a la defensiva—. Os pido perdón, matrona Malicia. Methil lee los pensamientos, incluso los pensamientos de una gran sacerdotisa, con la misma facilidad que nosotros escuchamos las palabras. Se comunica telepáticamente. Os doy mi palabra de que ni siquiera me di cuenta de que no habíais dicho nada.
Malicia esperó a que la criatura saliera de la capilla, y después subió la escalera del altar. A pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar que su mirada se dirigiera de vez en cuando a la imagen que cambiaba de araña a drow y viceversa.
—¿Cómo están las cosas en la casa Do’Urden? —preguntó la matrona Baenre, con una cortesía fingida.
—Muy bien —contestó Malicia, mucho más interesada en estudiar a su oponente que en la conversación.
Se encontraban solas en lo alto del altar, aunque sin duda una docena o más de sacerdotisas rondaban entre las sombras de la enorme sala, atentas a cualquier movimiento de la invitada.
Malicia ya tenía bastante con ocultar su desprecio hacia la matrona Baenre. Malicia era vieja —tenía casi quinientos años—, pero la matrona Baenre era una anciana. Según algunos, sus ojos habían visto el paso de milenios, aunque los drows pocas veces superaban el séptimo siglo de vida, y jamás el octavo.
A diferencia de los demás drows, que por lo general no demostraban su edad —Malicia era ahora tan ágil y hermosa como cuando tenía cien años—, la matrona Baenre tenía un aspecto frágil y cansado. Las arrugas alrededor de su boca parecían una telaraña, y apenas si podía mantener abiertos los párpados.
«La matrona Baenre tendría que estar muerta —pensó Malicia—. Pero todavía vive».
La matrona Baenre, a pesar de su dilatada edad, estaba embarazada, y sólo faltaban unas pocas semanas para que diera a luz.
También en este aspecto, la matrona Baenre desafiaba las normas de los elfos oscuros. Había tenido veinte hijos, el doble de lo habitual en Menzoberranzan, y quince habían sido mujeres, ¡todas ellas grandes sacerdotisas! ¡Diez de los hijos de Baenre eran más viejos que Malicia!
—¿Cuántos soldados tenéis ahora a vuestras órdenes? —preguntó la matrona Baenre, que se inclinó para demostrar su interés.
—Trescientos —contestó Malicia.
—Ah —murmuró la anciana drow, llevándose un dedo a los labios—. Me habían dicho que sumaban trescientos cincuenta.
Malicia no pudo evitar torcer el gesto. Baenre se burlaba de ella al hacer referencia a los soldados que la casa Do’Urden había tomado a su servicio en el asalto a la casa DeVir.
—Trescientos —repitió Malicia.
—Desde luego —dijo Baenre, con la espalda apoyada otra vez en el respaldo de su asiento.
—¿La casa Baenre conserva sus mil? —inquirió Malicia, sólo para mantener la discusión en el mismo nivel.
—Ha sido nuestro número desde hace muchos años.
Malicia se preguntó una vez más por qué esta vieja decrépita seguía viva. Sin duda más de una de las hijas de Baenre aspiraba a la posición de madre matrona. ¿Por qué no habían conspirado para quitarla de en medio? ¿Por qué ninguna de ellas, en particular aquéllas en las últimas etapas de su vida, había creado su propia casa, como marcaba la costumbre para las hijas nobles cuando tenían más de quinientos años? Mientras vivieran sometidas a la matrona Baenre, sus hijos ni siquiera serían considerados nobles y estarían relegados a las filas de los plebeyos.
—¿Habéis oído hablar del destino de la casa DeVir? —preguntó la matrona Baenre, que decidió ir al grano, aburrida de los titubeos de su invitada.
—¿Qué casa? —replicó Malicia, con toda intención.
En ese momento no había ya en Menzoberranzan ninguna casa con dicho nombre. Para los drows era como si la casa DeVir nunca hubiese existido.
—Disculpadme —dijo la matrona Baenre, con una risita—. Ahora sois la madre matrona de la casa novena. Es un gran honor.
—Pero no tan grande como ser madre matrona de la casa octava —contestó Malicia.
—Así es —reconoció Baenre—, aunque debéis tener presente que el hecho de ser la novena os sitúa a un paso de un asiento en el consejo regente.
—Eso sí sería un gran honor —afirmó Malicia.
Por fin comenzaba a comprender que Baenre no se burlaba, sino que la felicitaba y la incitaba a nuevas conquistas. Malicia se animó. Baenre gozaba del más amplio favor de la reina araña. Si a ella le complacía la ascensión de la casa Do’Urden, también Lloth estaba satisfecha.
—No es un honor tan grande como pensáis —comentó Baenre—. Somos un grupo de viejas, que nos reunimos de vez en cuando para buscar la manera de meter las manos en donde no nos corresponde.
—La ciudad acepta vuestra regencia.
—¿Acaso tienen otra opción? —Baenre soltó una carcajada—. De todos modos, es mejor dejar el manejo de los asuntos drows en manos de las madres matronas de las casas individuales. Lloth no aceptaría un consejo regente que ejerciera un poder de tipo absoluto. ¿Creéis que la casa Baenre no habría conquistado todo Menzoberranzan hace muchos años si ésa hubiese sido la voluntad de la reina araña?
Malicia se acomodó orgullosa en su silla, asombrada por la arrogancia de aquellas palabras.
—No ahora, desde luego —añadió la matrona Baenre—. La ciudad es demasiado grande para desarrollar una acción semejante. Pero hace muchos años, antes de vuestro nacimiento, la casa Baenre no hubiese tenido dificultades para conseguir la conquista. Pero ésta no es nuestra forma de actuar. Lloth estimula la diversidad. Le complace que las casas se equilibren entre sí, dispuestas a luchar unidas ante un peligro común. —La anciana hizo una pausa y dejó que una sonrisa apareciera en su rostro—. Y siempre atentas a golpear a cualquiera que ha perdido su favor.
«Otra referencia directa a la casa DeVir —pensó Malicia—, y esta vez relacionada con el favor de la reina araña».
Malicia abandonó su hostilidad, y disfrutó al máximo de la conversación con la matrona Baenre, que duró dos horas.
Aun así, cuando viajaba otra vez en el disco, a través de la casa más grande y poderosa de todo Menzoberranzan, Malicia no sonreía. Enfrentada a esta manifiesta demostración de fuerza, no podía olvidar que la invitación de la madre Baenre había servido para dos cosas: para felicitarla de una forma indirecta por la perfección de su golpe, y para recordarle con toda claridad que no debía ser demasiado ambiciosa.