27
Sueños tranquilos

Zaknafein se tendió en el lecho y se durmió al instante, para disfrutar de la primera noche de auténtico descanso. Los sueños aparecieron en su mente, pero esta vez no eran pesadillas sino sueños que gratificaban su reposo. Por fin se había librado del secreto, de la mentira que había dominado toda su vida adulta.

¡Drizzt había sobrevivido! ¡Incluso la tan temida Academia de Menzoberranzan no había podido quebrantar el espíritu indomable del joven y su moral! Zaknafein Do’Urden ya no estaba solo. Las imágenes de sus sueños mostraban las mismas magníficas posibilidades que habían acompañado a Drizzt al salir de la ciudad.

Lucharían codo a codo, imbatibles, los dos contra la perversidad encarnada en Menzoberranzan.

Un dolor agudo en un pie arrancó a Zak de sus sueños. Abrió los ojos y vio a Briza, en el extremo de su cama, con el látigo de cabezas de serpiente en la mano. En un movimiento reflejo, Zak buscó las espadas.

Habían desaparecido. Entonces vio que Vierna, junto a la pared, tenía una. La otra la sostenía Maya, en el lado opuesto.

¿Cómo habían entrado con tanto sigilo?, se preguntó Zak. Sin duda habían empleado el silencio mágico, aunque no dejaba de sorprenderlo que no hubiese advertido la intrusión a tiempo. Nunca lo habían pillado desprevenido, ni siquiera dormido.

Pero tampoco antes había dormido tan profundamente, con tanta paz. Quizás en Menzoberranzan la placidez del sueño era un lujo peligroso.

—La matrona Malicia quiere verte —anunció Briza.

—No estoy correctamente vestido —contestó Zak, despreocupado—. Por favor, mi cinturón y mis armas.

—¡No hay favor que valga! —exclamó Briza, que pareció dirigirse más a sus hermanas que a Zak—. No las necesitarás.

Zak pensó lo contrario.

—Levántate y vámonos —ordenó Briza, y alzó el látigo.

—Yo en tu lugar me aseguraría primero de las intenciones de la matrona Malicia antes de actuar con tanto descaro —le advirtió Zak.

Al recordar el poder del varón al que ahora amenazaba, Briza bajó el látigo.

Zak abandonó el lecho, mientras escudriñaba a Maya y a Vierna en busca de alguna pista de los motivos para la imprevista llamada de Malicia.

Cuando él salió de la habitación, lo rodearon, pero manteniéndose a una distancia prudente para no ser sorprendidas por algún truco del maestro de armas.

—Tiene que ser algo muy grave —comentó Zak sin elevar la voz, para que sólo Briza pudiese escucharlo.

La gran sacerdotisa lo miró por encima del hombro y le dirigió una sonrisa perversa que no despejó sus sospechas.

Tampoco lo hizo la matrona Malicia, que los aguardaba impaciente sentada en su trono.

—Matrona —la saludó Zak con una reverencia al tiempo que tiraba de los faldones de su camisa de dormir para llamar la atención sobre su poco apropiado vestuario.

Quería mostrarle a Malicia su irritación por el hecho de que lo hubieran sacado de la cama a una hora tan intempestiva.

La matrona no respondió al saludo. Se echó hacia atrás en el trono y con una mano acarició su afilada barbilla sin apartar la mirada de Zaknafein.

—Drizzt se ha ido —gruñó Malicia.

La noticia fue para Zak como un cubo de agua fría. Se irguió, y la sonrisa de burla desapareció de su rostro.

—Ha dejado la casa desobedeciendo mis órdenes —añadió Malicia.

Zak se relajó al escuchar este comentario. Por un momento había pensado que ella y las hijas lo habían expulsado o matado.

—Un joven fogoso —opinó Zak—. No tardará mucho en regresar.

—Fogoso —repitió Malicia, con un tono de crítica.

—Volverá —dijo el maestro de armas—. No hay razón para alarmarse, ni de adoptar medidas extremas.

Miró a Briza, aunque sabía muy bien que la madre matrona no lo había llamado sólo para ponerlo al corriente de las travesuras de Drizzt.

—El segundo hijo ha desobedecido a la madre matrona —afirmó Briza, en una interrupción ensayada.

—Fogoso —repitió Zak, que intentó no reírse—. Una falta menor.

—Al parecer, es muy dado a cometerlas —señaló Malicia—. Como otro varón fogoso de la casa Do’Urden.

Zak hizo una reverencia al interpretar sus palabras como un cumplido. Malicia ya había decidido el castigo, si es que pensaba castigarlo. Por lo tanto, sus comentarios y acciones en este juicio —si en realidad lo era— no tenían mucha importancia.

—¡El muchacho ha disgustado a la reina araña! —gritó Malicia, muy enfadada y harta de los sarcasmos de Zak—. ¡Ni siquiera tú has sido tan tonto!

Una expresión sombría apareció en el rostro de Zak. Las consecuencias de esta reunión podían llegar a ser muy graves. Quizás estaba en juego la vida de Drizzt.

—Pero tú ya lo sabías —continuó Malicia, un poco más tranquila, satisfecha de ver a Zak preocupado y a la defensiva.

Por fin había descubierto su punto débil y lo aprovechaba.

—¿Sólo por dejar la casa? —protestó Zak—. Es una falta menor. Lloth no se disgustaría por algo de tan poca importancia.

—No disimules, Zaknafein. ¡Tú sabes muy bien que la niña elfa vive!

Zak se quedó sin aliento. ¡Malicia lo sabía! ¡Maldita sea, Lloth lo sabía!

—Estamos a punto de ir a la guerra —añadió Malicia—, y no gozamos del favor de Lloth. Es imprescindible recuperar el apoyo de la diosa. —Miró directamente a los ojos de Zak—. Ya conoces nuestra costumbre y sabes que no hay otra manera de conseguirlo.

Zak asintió, atrapado. Cualquier manifestación en contra sólo serviría para empeorar la situación de Drizzt, si es que todavía existía algo peor.

—El segundo hijo debe ser castigado —dijo Briza.

«Otra interrupción preparada», pensó Zak.

Se preguntó cuántas veces Malicia y Briza habrían ensayado este encuentro.

—¿Debo ser yo el encargado del castigo? —preguntó Zak—. Me niego a azotar al muchacho. No es mi trabajo.

—Su castigo no es cosa de tu incumbencia —respondió Malicia.

—Entonces ¿por qué me habéis sacado de la cama? —quiso saber Zak, en un intento de distanciarse del problema de Drizzt y ayudarlo en la medida de lo posible.

—Creí que te gustaría saberlo —contestó Malicia—. Drizzt y tú os habéis hecho muy amigos en el gimnasio. Padre e hijo.

«¡Lo ha visto!», pensó Zak.

¡Malicia, y quizá también la bruja de Briza, habían espiado todo el encuentro! Abatido, Zak agachó la cabeza al comprender que involuntariamente había colaborado en la perdición de su hijo.

—La niña elfa vive —declaró Malicia, que pronunció cada palabra con mucha claridad—, y por lo tanto un joven drow debe morir.

—¡No! —La negativa escapó de los labios de Zak, incontenible—. Es muy joven. No podía saber…

—Sabía muy bien lo que hacía —gritó Malicia—. ¡No se arrepiente de sus acciones! ¡Es igual que tú, Zaknafein! ¡Demasiado!

—Entonces puede aprender —alegó Zak—. Yo no he sido una carga para ti, Mali…, matrona Malicia. Te has beneficiado de mi presencia. Drizzt es tan capaz como yo. Podría sernos muy útil.

—Querrás decir peligroso —lo corrigió la matrona Malicia—. ¿Tú y él juntos? No es una idea muy tentadora.

—Su muerte ayudará a la casa Hun’ett —opinó Zak, dispuesto a aprovechar cualquier excusa para convencer a la matrona.

—La reina araña reclama su muerte —replicó Malicia, decidida—. Debemos apaciguarla si pretendemos que Daermon N’a’shezbaernon salga airosa en la guerra contra la casa Hun’ett.

—Te lo suplico, no mates al muchacho.

—¿Sientes compasión? —murmuró Malicia—. No es muy propio de un guerrero drow. ¿Has perdido el espíritu de lucha?

—Soy viejo, Malicia.

—¡Matrona Malicia! —protestó Briza, pero Zak le dirigió una mirada tan fría que la sacerdotisa bajó el látigo de cabezas de serpiente sin atreverse a utilizarlo.

—Y me haré aún más viejo si matas a Drizzt.

—No es tal mi deseo —manifestó Malicia, aunque Zak no se dejó engañar por la mentira. A ella no le importaba Drizzt ni ninguna otra cosa excepto recuperar el favor de la reina araña—. Sin embargo, no veo otra alternativa —añadió la matrona—. Drizzt ha provocado el enfado de Lloth, y debe ser apaciguada antes de que empiece la guerra.

Zak comenzó a vislumbrar las intenciones de Malicia. El tema de la reunión no tenía nada que ver con Drizzt.

—Tómame a mí en lugar del muchacho —ofreció Zak.

La sonrisa cruel de Malicia desmintió su fingida sorpresa. Esto era lo que había deseado desde el principio.

—Eres un guerrero de gran valía —afirmó la matrona—. Tus méritos, como tú mismo has dicho, no pueden desestimarse. Sacrificarte apaciguaría a la reina araña, pero ¿quién podría ocupar el vacío creado por tu desaparición?

—Drizzt podría ocupar mi lugar —aseguró Zak, convencido de que el joven sería capaz de encontrar la manera de huir de todo esto, de eludir las intrigas de la matrona Malicia.

—¿Estás seguro?

—En estos momentos me iguala —manifestó Zak—, y mejorará todavía más con el paso de los años. Conseguirá metas con las que yo no me atrevería ni a soñar.

—Entonces ¿estás dispuesto a hacerlo? —insistió Malicia, que babeaba de placer.

—Ya me conoces —contestó Zak.

—El mismo tonto de siempre —dijo Malicia.

—Para tu desconsuelo —continuó Zak, impertérrito—, sabes que el muchacho haría lo mismo por mí.

—Es joven —replicó Malicia, displicente—. Ya le enseñaré.

—¿Tal como me enseñaste a mí? —se burló Zak.

La sonrisa victoriosa de Malicia se convirtió en una mueca de odio mientras daba rienda suelta a su furia.

—Si haces alguna cosa para perturbar la ceremonia del sacrificio a Lloth, si, al final de tu vida, escoges provocarme una vez más, encargaré a Briza que sacrifique a Drizzt —lo amenazó Malicia—. Ella y sus juguetes de tortura se ocuparán de entregar a Drizzt a la reina araña.

—Me he ofrecido voluntariamente, Malicia —dijo Zak—. Diviértete ahora que puedes. Al final, Zaknafein habrá alcanzado la paz mientras que tú, matrona Malicia Do’Urden, vivirás únicamente para la guerra.

Estremecida de furia porque unas pocas palabras le habían arrebatado el momento de triunfo, Malicia permaneció en silencio por un instante.

—¡Sacadlo de aquí! —susurró por fin.

Zak no ofreció resistencia mientras Vierna y Maya lo ataban al altar con forma de araña de la capilla. Concentró su atención en Vierna, atento a la compasión que por instantes aparecía en la mirada de la sacerdotisa. Quizás ella también podría haber sido como él, pero las esperanzas habían sido aplastadas muchos años atrás por la prédica incesante de la reina araña.

—Estás triste —le dijo Zak.

Vierna se irguió y ajustó tanto uno de los nudos que Zak dejó escapar una exclamación de dolor.

—Es una lástima —respondió Vierna, con toda la frialdad de que fue capaz—. Me habría gustado tener la ocasión de veros a los dos en la batalla. Pero la casa Do’Urden tiene que hacer un gran sacrificio para reparar el daño cometido por Drizzt.

—Puedes estar segura de que la casa Hun’ett no habría compartido tu entusiasmo —añadió Zak, con un guiño—. No llores…, hija mía.

—¡Llévate tus mentiras a la tumba! —gritó Vierna, que le cruzó el rostro de una bofetada.

—Niégalo si es lo que deseas, Vierna —repuso Zak.

Vierna y Maya se apartaron del altar. Vierna hizo un esfuerzo por mantener la expresión de odio y Maya reprimió una risita en el momento en que la matrona Malicia y Briza entraron en la capilla. La madre matrona vestía la túnica de ceremonias, negra y tejida como una telaraña, que se ceñía a su cuerpo y flotaba al mismo tiempo, y Briza cargaba con un cofre sagrado.

Atento sólo a sus propios deseos, Zak no les prestó atención mientras las sacerdotisas iniciaban el ritual con una letanía a la reina araña, en la que imploraban su perdón.

—Destrúyelas a todas —susurró el maestro de armas—. Haz alguna cosa más que sobrevivir, hijo mío, como ha sobrevivido tu padre. ¡Vive! ¡Sé fiel a los dictados de tu corazón!

Las llamas rugieron en los braseros, iluminando toda la capilla. Zak notó el calor, y comprendió que habían entrado en comunicación con el plano oscuro.

—Acepta a este… —escuchó que rezaba Malicia, pero cerró los oídos a las palabras de la madre matrona y se concentró en las ultimas plegarias de su vida.

La daga con forma de araña se cernió sobre su pecho. Malicia empuñaba el arma con sus huesudas manos, y la pátina de sudor que cubría la piel reflejaba la luz naranja del fuego con un brillo misterioso.

Misterioso como la transición de la vida a la muerte.