24
Conocer a tus enemigos

Ocho drows muertos, entre ellos una sacerdotisa —informó Briza a la matrona Malicia en el balcón de la casa Do’Urden. Briza había regresado a la casa con las primeras noticias de la batalla, mientras sus hermanas permanecían en la plaza central de Menzoberranzan entre la muchedumbre, a la espera de más informaciones—. Pero mataron a casi cincuenta enanos. ¡Una victoria definitiva!

—¿Qué sabes de tus hermanos? —preguntó Malicia—. ¿Cuál ha sido el comportamiento de la casa Do’Urden en este combate?

—Como en la incursión contra los elfos de la superficie, Dinin mató a cinco —contestó Briza—. Dicen que guió el ataque principal con extraordinaria valentía.

La matrona Malicia se mostró radiante con las nuevas, aunque sospechaba que Briza, que la observaba con una sonrisa relamida, le ocultaba algo mucho más importante.

—¿Y qué hay de Drizzt? —inquirió con brusquedad—. ¿Cuántos svirfneblis cayeron a sus pies?

—Ninguno —contestó Briza, sin renunciar a la sonrisa—. De todos modos el gran triunfo le corresponde a él —se apresuró a añadir al ver el gesto de furia en el rostro de su madre, que no parecía muy contenta con la noticia—. ¡Drizzt mató a un elemental terrestre —exclamó Briza—, sin ayuda de nadie, excepto la intervención menor de un mago! ¡La gran sacerdotisa de la patrulla declaró que le correspondía a él adjudicarse la victoria!

La matrona Malicia soltó una exclamación de asombro y se volvió. El hijo menor siempre había sido un enigma para ella. Su habilidad con las armas no tenía parangón, pero carecía de la actitud y el respeto adecuados. Y ahora esto: ¡un elemental terrestre! Malicia había visto una vez a uno de aquellos monstruos enfrentarse a toda una partida de drows, y matar a una docena de guerreros veteranos para después seguir su camino como si tal cosa. No obstante, su hijo, siempre tan desconcertante, ¡había derrotado a uno sin ayuda!

—Lloth nos concederá hoy su favor —comentó Briza, sin entender del todo la reacción de su madre.

Al escuchar el comentario de su hija, Malicia tuvo una idea.

—Ve a buscar a tus hermanas —ordenó—. Nos reuniremos en la capilla. Si la casa Do’Urden ha conseguido la victoria en los túneles, quizá la reina araña quiera darnos alguna información.

—Vierna y Maya esperan las noticias en la plaza —le explicó Briza, al pensar que su madre se refería a la batalla—. Como mucho pueden tardar una hora en regresar con toda la información.

—¡No me importa lo más mínimo la batalla contra los enanos! —gritó Malicia, enfadada—. Ya me has dicho todo lo que necesitaba saber; el resto no tiene importancia. Debemos sacar beneficio de los actos heroicos de tus hermanos.

—¡Para descubrir a nuestros enemigos! —exclamó Briza, al comprender el plan de su madre.

—Exactamente —contestó Malicia—. Para saber cuál es la casa que intriga contra la casa Do’Urden. Si la reina araña de verdad nos concede su favor por la victoria de hoy, quizá nos bendiga con el conocimiento que necesitamos para derrotar a nuestros enemigos.

Poco después, las cuatro grandes sacerdotisas de la casa Do’Urden se reunieron alrededor del ídolo araña en la antesala de la capilla. Ante ellas, en un bol del ónice más negro, ardía el incienso sagrado —con su olor dulzón a flores putrefactas— que era el preferido de las yochlol, las doncellas de Lloth.

La llama mostró una sucesión de colores, desde el naranja al rojo brillante pasando por el verde. Después tomó forma y escuchó los ruegos de las cuatro sacerdotisas y la urgencia en la voz de la matrona Malicia. El extremo de la llama dejó dé moverse y se redondeó, para asumir la forma de una cabeza calva, y a continuación se estiró hacia arriba, sin dejar de crecer. Por fin, la llama desapareció y fue reemplazada por la imagen de la yochlol, una pila de cera semiderretida dotada de ojos grotescos y una boca alargada.

¿Quién me ha llamado?, preguntó la pequeña figura por medio de la telepatía. Los pensamientos de la yochlol, demasiado poderosos para lo pequeña que era, resonaron en las mentes de las drows.

—He sido yo, doncella —contestó Malicia en voz alta para que sus hijas la escucharan. La matrona inclinó la cabeza—. Soy Malicia, fiel sirviente de la reina araña.

La yochlol desapareció en una nube de humo, y en el bol de ónice sólo quedaron las brasas del incienso. Un segundo después, la doncella reapareció, a tamaño natural, delante de Malicia. Briza, Vierna y Maya contuvieron el aliento cuando la criatura colocó dos tentáculos verdosos sobre los hombros de la madre.

La matrona aceptó el contacto de los tentáculos sin moverse, confiada en sus razones para llamar a la yochlol.

Explícame la razón para que vengas a molestarme, le transmitió la criatura.

Para formular una pregunta muy sencilla, respondió Malicia en silencio, porque no hacían falta palabras para comunicarse con una doncella. Y tú conoces la respuesta.

¿Tanto te interesa saber la respuesta?, preguntó a su vez la yochlol. Corres un gran riesgo.

Es muy urgente para mí conocer la respuesta, contestó la matrona Malicia.

Las tres hijas la miraban con curiosidad. Escuchaban los pensamientos de la doncella pero sólo podían adivinar las frases de la madre.

Si la respuesta es tan importante, y es conocida por las doncellas, y por lo tanto por la reina araña, ¿no crees que Lloth te la habría hecho saber si ésta era su voluntad?

Quizás antes de este día, la reina araña no me juzgó digna de saberla, dijo Malicia. Las cosas han cambiado.

La doncella hizo una pausa y volvió los ojos hacia el interior de la cabeza como si estuviese en comunicación con algún plano distante.

—Salud, matrona Malicia Do’Urden —dijo la yochlol, en voz alta después de unos instantes de tensión.

La voz de la criatura era tranquila y muy suave, y contradecía su grotesco aspecto.

—¡Mis saludos para ti, y para tu señora, la reina araña! —repuso Malicia.

Sonrió con severidad a sus hijas sin volverse a mirar a la criatura que tenía a sus espaldas. Al parecer, Malicia había acertado en la suposición de que gozaba del favor de Lloth.

—Daermon N’a’shezbaernon ha complacido a Lloth —añadió la doncella—. Los varones de tu casa han salido victoriosos en la batalla de hoy, incluso por encima de las hembras que los acompañaban. Debo aceptar la llamada de la matrona Malicia Do’Urden.

La yochlol apartó los tentáculos de los hombros de Malicia, y permaneció inmóvil, a la espera de sus órdenes.

—¡Me alegra complacer a la reina araña! —manifestó Malicia, preocupada por la fórmula adecuada para hacer su pregunta—. Como ya he dicho, sólo busco la respuesta a una pregunta sencilla.

—Hazla —la animó la doncella.

Por el tono de burla, Malicia y sus hijas comprendieron que el monstruo ya sabía cuál sería la pregunta.

—Dicen los rumores que mi casa está amenazada —dijo Malicia.

—¿Rumores?

La yochlol soltó una carcajada que sonó como el chirrido de una sierra.

—Confío en mis fuentes —replicó Malicia, a la defensiva—. No te habría llamado si no creyera en la amenaza.

—Continúa —ordenó la doncella, divertida con las dudas de la matrona—. Son algo más que rumores, matrona Malicia Do’Urden. Otra casa planea la guerra contra ti.

La inesperada exclamación de sorpresa de Maya hizo que la madre y las hermanas la miraran con desprecio.

—Dime el nombre de la casa —rogó Malicia—. Si es verdad que Daermon N’a’shezbaernon ha complacido hoy a la reina araña, entonces ruego a Lloth que nos diga el nombre de nuestros enemigos para que podamos destruirlos.

—¿Y si la otra casa también ha complacido a la reina araña? —murmuró la doncella—. ¿Crees que Lloth debe traicionarlos en tu beneficio?

—Nuestros enemigos tienen todas las ventajas —protestó Malicia—. Conocen la casa Do’Urden. Sin duda nos vigilan continuamente, y pueden elaborar sus planes. Sólo pedimos a Lloth que nos dé el mismo conocimiento que a nuestros enemigos. Dinos su nombre y permite que nos encarguemos de demostrar cuál es la casa que merece la victoria.

—¿Y qué pasará si tus enemigos son más poderosos? —pregunto la doncella—. ¿Llamará la matrona Malicia Do’Urden a Lloth para que intervenga y salve su miserable casa?

—¡No! —gritó Malicia—. Utilizaremos los poderes que Lloth nos ha concedido para luchar contra nuestros enemigos. Incluso si nuestros enemigos son poderosos, Lloth puede estar segura de que sufrirán un terrible castigo por su ataque contra la casa Do’Urden.

Una vez más la doncella miró hacia su interior, en busca del vínculo con su plano de origen, un lugar mucho más oscuro que Menzoberranzan. Malicia apretó con fuerza la mano de Briza, situada a su derecha, y la de Vierna, a la izquierda. Ellas a su vez hicieron lo mismo con Maya para cerrar el círculo.

—La reina araña está complacida, matrona Malicia Do’Urden —respondió por fin la doncella—. Confía en que quizás ella favorecerá a la casa Do’Urden más que a tus enemigos cuando comience la batalla.

Malicia hizo una mueca ante la ambigüedad de la respuesta, y aceptó disgustada el hecho de que Lloth jamás hacía promesas, en ningún caso.

—¿Qué hay de mi pregunta? —se atrevió a insistir Malicia—. ¿Del motivo de mi súplica?

Un relámpago iluminó de pronto la antesala de la capilla, y las cuatro sacerdotisas perdieron la visión durante unos segundos. Cuando recuperaron la vista, vieron a la yochlol, reducida de tamaño, que las observaba furiosa desde las llamas del bol de ónice.

—¡La reina araña no da respuestas a cosas ya sabidas! —proclamó la doncella, con una voz tan potente que aturdió a las drows.

El fuego estalló en otro relámpago, y la yochlol desapareció mientras el bol volaba hecho añicos.

La matrona Malicia cogió uno de los trozos de ónice y lo arrojó contra la pared.

—¿Ya sabidas? —chilló furiosa—. ¿Sabidas por quién? ¿Quién de mi familia me oculta este secreto?

—Quizá la que lo sabe no sabe que lo sabe —opinó Briza, en un intento por calmar a su madre—. O quizás acabe de conseguir la información, y ella no ha tenido tiempo de ponerla en tu conocimiento.

—¿Ella? —gruñó la matrona Malicia—. ¿A qué «ella» te refieres, Briza? Estamos todas aquí. ¿Es que alguna de mis hijas es tan estúpida como para no darse cuenta de una amenaza tan obvia contra nuestra familia?

—¡No, matrona! —gritaron al unísono Vierna y Maya, aterrorizadas ante la ira de Malicia, que amenazaba perder el control.

—¡Jamás he visto el menor indicio! —afirmó Vierna.

—¡Ni yo! —añadió Maya—. ¡He permanecido a tu lado durante muchas semanas, y he visto lo mismo que tú, matrona!

—¿Insinúas que he pasado por alto algo? —preguntó Malicia, con los nudillos blancos de apretar los puños.

—¡No, matrona! —gritó Briza, lo bastante fuerte como para hacerse oír sobre el tumulto y desviar la atención de la madre hacia ella—. Entonces no ella sino él —añadió Briza—. Alguno de tus hijos puede tener la respuesta, o quizá Zaknafein o Rizzen.

—Sí —afirmó Vierna—. No son más que varones, demasiado estúpidos para comprender la importancia de los detalles menores.

—Drizzt y Dinin han estado fuera de la casa —prosiguió Briza—, fuera de la ciudad. En su patrulla hay hijos de todas las casas más poderosas, de todas las que se atreverían a amenazarnos.

La cólera resplandeció en los ojos de Malicia, pero poco a poco se apaciguó al aceptar el razonamiento de las hijas.

—Traedlos aquí cuando regresen a Menzoberranzan —ordenó a Vierna y a Maya—. Tú —le dijo a Briza— encárgate de buscar a Rizzen y a Zaknafein. Toda la familia debe estar presente para que podamos averiguar lo que necesitamos saber.

—¿Los primos y los soldados también? —preguntó Briza—. Quizás alguno de ellos sabe la respuesta.

—¿Voy a llamarlos? —se ofreció Vierna, entusiasmada con la excitación del momento.

—No —contestó Malicia—, no es necesario que vengan los soldados o los primos. No creo que tengan nada que ver. La doncella nos habría dado la respuesta si ninguno de la familia directa la supiera. Es una vergüenza formular una pregunta cuya respuesta se supone que sé, cuya respuesta conoce alguien de mi círculo familiar.

La matrona apretó los dientes, furiosa.

—¡Detesto que me avergüencen! —exclamó.

Drizzt y Dinin regresaron a la casa un poco más tarde, cansados y satisfechos con el final de la aventura. Apenas si habían cruzado la entrada y dado la vuelta por el amplio pasillo que llevaba a sus habitaciones cuando se encontraron con Zaknafein, que venía en sentido contrario.

—Así que el héroe ha vuelto —comentó Zak, mirando directamente a Drizzt, que no pasó por alto el sarcasmo en la voz de su viejo maestro.

—Hemos cumplido nuestra misión con gran éxito —intervino Dinin, bastante molesto por el hecho de ser excluido del saludo de Zak—. Dirigí el…

—Estoy enterado de todos los detalles —le aseguró Zak—. La ciudad no habla de otra cosa. Ahora vete, hijo mayor. Tengo asuntos pendientes con tu hermano.

—¡Me iré cuando me plazca! —exclamó Dinin.

—Quiero hablar con Drizzt a solas —dijo Zak, muy serio—. ¡Vete!

Dinin echó mano a su espada, en un gesto muy poco prudente. Antes de que pudiese sacarla ni un centímetro de la vaina, Zak lo abofeteó dos veces con una mano mientras que en la otra sostenía un puñal, aparecido como por arte de magia, contra la garganta del hijo mayor.

Drizzt se quedó atónito ante el espectáculo, convencido de que Zak era muy capaz de matar a Dinin.

—Vete —le ordenó Zak—, si quieres salvar la vida.

Dinin levantó las manos bien alto y retrocedió sin dar la espalda a su oponente.

—La matrona Malicia se enterará de lo que has hecho —le advirtió al maestro de armas.

—Yo mismo me encargaré de decírselo —respondió Zak, con una carcajada—. ¿Crees que ella se preocupará por ti, estúpido? En lo que a la matrona Malicia respecta, los varones de la familia determinan su propia jerarquía. Vete, hijo mayor. Regresa cuando tengas el coraje para desafiarme.

—Ven conmigo, hermano —le dijo Dinin a Drizzt.

—Tenemos asuntos pendientes —le recordó Zak a Drizzt.

El joven los miró a los dos, una y otra vez, sorprendido por su evidente deseo de matarse entre ellos.

—Me quedaré —anunció—. Es verdad que tengo asuntos por resolver con el maestro de armas.

—Como quieras, héroe —dijo Dinin, despreciativo.

Se volvió sobre los talones y se alejó, furioso.

—Te has hecho con un enemigo —comentó Drizzt.

—Tengo muchos —afirmó Zak, riéndose—, y tendré muchos más antes de que llegue mi hora. No tiene importancia. En cambio tú tendrás que ir con mucho cuidado. Has despertado los celos de tu hermano, de tu hermano mayor.

—Dinin no disimula el odio que te tiene —opinó Drizzt.

—Pero no ganaría nada con mi muerte —replicó Zak—. No represento una amenaza para Dinin, en cambio tú…

Dejó la frase en suspenso.

—¿Por qué iba a amenazarlo? —protestó Drizzt—. Dinin no tiene nada que yo desee.

—Tiene el poder —manifestó Zak—. Ahora es el hijo mayor, pero no siempre fue así.

—Asesinó a Nalfein, el hermano que no conocí.

—¿Lo sabías? —exclamó Zak—. Quizá Dinin sospecha que otro segundo hijo siga el mismo camino que él para convertirse en hijo mayor de la casa Do’Urden.

—Ya está bien —gruñó Drizzt, harto de la estupidez del sistema de ascenso.

«Qué bien lo conoces, Zaknafein —pensó—. ¿A cuántos has asesinado para alcanzar tu posición?».

—Un elemental terrestre —dijo Zak, que acompañó sus palabras con un silbido—. Has derrotado a un enemigo muy poderoso. —Felicitó al joven con una reverencia burlona—. ¿Cuál será la próxima víctima de nuestro héroe? ¿Un demonio, quizás? ¿Un semidiós? Sin duda no habrá nada…

—Jamás te he escuchado decir tantas sandeces —lo interrumpió Drizzt. Ahora había llegado el momento de mostrarse sarcástico—. ¿Es que acaso mis actos inspiran los celos de alguien más aparte de mi hermano?

—¡Celos! —gritó Zak—. ¡Límpiate primero los mocos, estúpido insolente! ¡He matado a una docena de elementales terrestres! ¡También demonios! No sobrestimes tus hazañas ni tu capacidad. No eres más que un guerrero en una raza de guerreros. Olvidarlo podría ser fatal.

Acabó la frase con un gesto casi provocativo, y Drizzt se preguntó hasta qué punto sería real el supuesto duelo de «práctica» en el gimnasio.

—Sé muy bien de qué soy capaz —contestó Drizzt— y cuáles son mis limitaciones. He aprendido a sobrevivir.

—Como yo —replicó Zak—, a lo largo de muchos siglos.

—El gimnasio nos aguarda —añadió Drizzt, muy tranquilo.

—Tu madre nos espera —lo corrigió Zak—. Nos ha citado a todos en la capilla. No temas: tendremos tiempo de sobra para nuestro encuentro.

Drizzt pasó junto a Zak sin decir nada más, convencido de que las espadas se encargarían de cerrar la conversación. ¿Qué había sido del Zaknafein de antaño? ¿Era éste el mismo maestro que lo había entrenado en los años anteriores a la Academia? Drizzt estaba confundido. ¿Veía a Zak bajo otro prisma por las cosas que había escuchado sobre sus hazañas, o había otra cosa, un rechazo por parte del maestro de armas desde que él había regresado de la Academia?

El sonido del látigo devolvió a Drizzt a la realidad.

—¡Soy el patrón! —oyó que gritaba Rizzen.

—¡Qué más da! —replicó una voz femenina, la voz de Briza.

Drizzt se acercó hasta la esquina de la siguiente intersección y espió. Rizzen y Briza se encontraban frente a frente. El varón estaba desarmado, mientras que la sacerdotisa empuñaba su látigo con cabezas de serpiente.

—¡Patrón! —se burló Briza—. ¡Un título que no vale nada! No eres más que un varón que presta su simiente a la matrona.

—Soy padre de cuatro —exclamó Rizzen, indignado.

—¡Tres! —lo corrigió Briza, que hizo chasquear el látigo para dar más énfasis a su afirmación—. ¡Vierna es hija de Zaknafein, no tuya! Nalfein está muerto, así que sólo quedan dos. Una es hembra y en consecuencia está por encima de ti. ¡Únicamente Dinin tiene un rango inferior al tuyo!

Drizzt se apoyó contra la pared y miró hacia el corredor desierto que había dejado atrás. Siempre había sospechado que Rizzen no era su verdadero padre. El varón jamás le había hecho caso; nunca lo había reñido, ni alabado, ni ofrecido consejo o ayuda. Sin embargo, escuchar cómo lo proclamaba Briza… ¡y ver que Rizzen no lo negaba!

Rizzen tardó unos segundos en responder a los hirientes comentarios de Briza.

—¿La matrona Malicia está enterada de tus pretensiones? —le preguntó, con un tono acusador—. ¿Sabe que su hija mayor busca su título?

—Todas las hijas mayores buscan el título de madre matrona —contestó Briza, riéndose—. La matrona Malicia sería una estúpida si creyera otra cosa. Te aseguro que ella no lo es, ni yo tampoco. Conseguiré el título cuando ella sea vieja y débil. Lo sabe y acepta el hecho.

—¿Admites que la asesinarás?

—Si no soy yo, será Vierna. Y, si no es Vierna, entonces Maya. Es el orden de las cosas, estúpido varón. Es la palabra de Lloth.

La cólera brotó en el pecho de Drizzt cuando escuchó las maldades de su hermana, pero permaneció en silencio.

—Tú no esperarás a que pasen los años para arrebatarle el poder a tu madre —se burló Rizzen—, cuando una daga puede acelerar los trámites. ¡Tú sueñas con poseer el trono de la casa!

La voz de Rizzen se transformó en un alarido cuando el látigo mordió sus carnes una y otra vez.

Drizzt habría deseado intervenir, abandonar su escondite y separarlos, pero, desde luego, no podía. Briza actuaba tal como le habían enseñado; seguía las palabras de la reina araña al reafirmar su dominio sobre Rizzen. De todos modos, no lo mataría.

¿Y si Briza se dejaba llevar por la furia? ¿Y si finalmente mataba a Rizzen? En el vacío que comenzaba a crecer en su corazón, Drizzt se preguntó si en realidad podía importarle.

—¡Lo has dejado escapar! —rugió la matrona SiNafay—. ¡Aprenderás que no admito el fracaso!

—¡No, matrona! —protestó Masoj—. Lo alcancé de lleno con un rayo. ¡Ni siquiera sospechó que él era el blanco! ¡No pude acabar el trabajo porque el monstruo me atrapó con la puerta de su propio plano!

SiNafay se mordió el labio inferior, obligada a aceptar la explicación de su hijo. Era consciente de que le había encomendado una misión muy difícil. Drizzt era un enemigo poderoso, y conseguir matarlo sin dejar pistas no sería sencillo.

—Lo atraparé —prometió Masoj, con una expresión decidida—. Tengo el arma preparada. Drizzt morirá antes de que pase el décimo ciclo, como tú ordenaste.

—¿Por qué debo concederte una segunda oportunidad? —preguntó SiNafay—. ¿Por qué debo suponer que no fracasarás en el nuevo intento?

—¡Porque quiero verlo muerto! —gritó Masoj—. Incluso más que tú, matrona. ¡Quiero matar a Drizzt Do’Urden! ¡Y, cuando esté muerto, le arrancaré el corazón y lo exhibiré como un trofeo!

—Concedido —dijo SiNafay, que no podía oponerse a la obsesión de su hijo—. Ve en su busca, Masoj Hun’ett. Por tu vida, descarga el primer golpe contra la casa Do’Urden y mata a su segundo hijo.

Masoj hizo una reverencia, con una expresión muy seria, y salió de la habitación.

—¿Lo has escuchado todo? —preguntó SiNafay valiéndose del código mudo en cuanto se cerró la puerta.

Sabía que Masoj podía estar al otro lado con la oreja en la puerta y no quería que se enterara de esta conversación.

—Sí —contestó Alton por señas al tiempo que salía de detrás de una cortina.

—¿Estás de acuerdo con mi decisión? —inquirieron las manos de SiNafay.

Alton no supo qué responder. No tenía otra opción que plegarse a la decisión de la madre matrona. Sin embargo, no consideraba acertado conceder una segunda oportunidad a Masoj. Su silencio se prolongó.

—No estás de acuerdo —afirmó la matrona SiNafay, con un gesto brusco.

—Por favor, madre matrona —se apresuró a decir Alton—. No quisiera…

—Estás perdonado —lo tranquilizó SiNafay—. No estoy muy convencida de haber hecho bien en dejar que Masoj lo intente otra vez. ¡Hay tantas cosas que podrían salir mal!

—Entonces ¿por qué? —se atrevió a preguntar Alton—. A mí me negasteis la segunda oportunidad, a pesar de que deseo la muerte de Drizzt Do’Urden con más fuerza que nadie.

SiNafay le dirigió una mirada de desprecio que disipó el valor de Alton.

—¿Dudas de mi buen juicio? —preguntó.

—¡No! —exclamó Alton en voz alta. Se cubrió la boca con una mano y cayó de rodillas, aterrorizado—. Nunca, matrona —transmitió por señas—. Es que no comprendo el problema con tanta claridad como vos. Perdonad mi ignorancia.

La risa de SiNafay sonó como el sisear de un centenar de víboras furiosas.

—Nos ocuparemos juntos de resolver este problema —dijo—. No pienso hacer distingos, y tú también tendrás tu segunda oportunidad.

—Pero… —protestó Alton.

—Masoj irá en busca de Drizzt, pero esta vez no estará solo —explicó SiNafay—. Tú lo seguirás, Alton DeVir. Ocúpate de protegerlo y acaba con la misión. Te va en ello la vida.

Alton mostró su alegría al saber que por fin tendría la oportunidad de vengarse. La advertencia de SiNafay lo traía sin cuidado.

—Podéis darlo por muerto —afirmó.

—¡Piensa! —ordenó Malicia con voz ronca, el rostro cerca, el aliento caliente sobre la cara de Drizzt—. ¡Tú sabes algo!

Drizzt se apartó de la impresionante figura y miró nervioso al resto de la familia. Dinin, que acababa de pasar por la misma experiencia hacía unos momentos, se arrodilló y se sujetó la barbilla con una mano. Intentaba encontrar una respuesta antes de que la matrona Malicia aumentara la presión del interrogatorio. No pasaba por alto la impaciencia de Briza por empuñar el látigo, y la visión contribuía muy poco a mejorar su memoria.

Malicia descargó una bofetada contra el rostro de Drizzt y dio un paso atrás.

—Uno de vosotros conoce la identidad de nuestros enemigos —dijo furiosa a sus hijos—. En los túneles, mientras estabais con la patrulla, uno de vosotros vio alguna cosa, una pista.

—Quizá la vimos, pero no sabemos qué puede ser —manifestó Drizzt.

—¡Silencio! —chilló Malicia, con el rostro brillante de furia—. ¡Podrás hablar cuando sepas la respuesta a mi pregunta! ¡Sólo entonces! —Se volvió hacia Briza—. ¡Ayuda a Dinin para que refresque la memoria!

Dinin puso la cabeza entre los brazos apoyados en el suelo, y arqueó la espalda dispuesto a aceptar la tortura. Hacer lo contrario sólo habría servido para enfurecer todavía más a Malicia.

Drizzt cerró los ojos e hizo memoria de los hechos ocurridos durante las numerosas misiones hechas por la patrulla. Se sacudió involuntariamente cuando oyó el chasquido del látigo y los gemidos de su hermano.

—Masoj —susurró Drizzt, casi sin darse cuenta.

Miró a su madre, que levantó una mano para detener la tortura, para gran disgusto de Briza.

—Masoj Hun’ett —repitió Drizzt, un poco más fuerte—. En la lucha contra los enanos, intentó matarme.

Toda la familia, en especial Malicia y Dinin, se inclinaron hacia el joven, atentos a cada una de sus palabras.

—Mientras combatía contra el elemental —explicó Drizzt, que recalcó la última palabra como un insulto destinado a Zaknafein. Dirigió una mirada al maestro y añadió—: Masoj Hun’ett me atacó con un rayo.

—Quizá disparó contra el monstruo —opinó Vierna—. Masoj insistió en que fue él quien mató al elemental, aunque la suma sacerdotisa negó su reclamo.

—Masoj esperó —objetó Drizzt—. No intervino hasta que comencé a tener ventaja sobre el monstruo. Entonces descargó su magia contra mí y el elemental. Pienso que esperaba destruirnos a los dos.

—La casa Hun’ett —susurró Malicia.

—La casa quinta —señaló Briza—, gobernada por la matrona SiNafay.

—Así que ellos son nuestros enemigos —dijo Malicia.

—Quizá no —intervino Dinin, que se arrepintió en el acto de haber abierto la boca.

Oponerse a la teoría sólo era provocar nuevos castigos.

A la matrona Malicia no le gustó ver cómo vacilaba sin atreverse a manifestar sus razones.

—¡Explícate! —ordenó.

—Masoj Hun’ett se enfadó mucho cuando lo excluyeron de la incursión a la superficie —dijo Dinin—. Lo dejamos en la ciudad, sólo para que presenciara nuestro regreso triunfal. —El hijo mayor miró directamente a su hermano—. Masoj siempre ha tenido celos de Drizzt y de sus victorias. Hay muchos que tienen celos de Drizzt y desean su muerte.

Drizzt se movió incómodo en su asiento, consciente de que las últimas palabras constituían una amenaza. Espió a Zaknafein y tomó nota de la sonrisa relamida del maestro de armas.

—¿Estás bien seguro de lo que has dicho? —le preguntó Malicia a Drizzt, sacándolo de sus pensamientos.

—También está la cuestión de la pantera —interrumpió Dinin—. Es una bestia mágica de Masoj Hun’ett, aunque prefiere estar cerca de Drizzt y no de su amo.

Guenhwyvar me acompaña en la vanguardia —protestó Drizzt—, de acuerdo con tus propias órdenes.

—A Masoj no le gusta —replicó Dinin.

«Quizá porque tú decidiste que la pantera me acompañara», pensó el joven, que se cuidó mucho de decir nada.

¿Había comenzado a ver conspiraciones en las coincidencias? ¿O es que en su mundo no había otra cosa que traiciones y luchas por el poder?

—¿Estás seguro de lo que has dicho? —insistió Malicia.

—Masoj Hun’ett intentó matarme —afirmó Drizzt—. Desconozco sus razones pero es verdad que me atacó.

—Entonces ya está —declaró Briza—. La casa Hun’ett, un rival muy poderoso, desde luego.

—Debemos averiguar todo lo posible sobre ellos —dijo Malicia—. ¡Enviad a los exploradores! Necesito saber de cuántos soldados disponen, el número de magos y, sobre todo, de sacerdotisas.

—Si estamos en un error —apuntó Dinin—. Si la casa Hun’ett no es la que conspira…

—¡No estamos equivocados! —le gritó Malicia.

—La yochlol dijo que uno de nosotros conocía la identidad de nuestros enemigos —terció Vierna—. Lo único que tenemos es el intento de Masoj contra Drizzt.

—A menos que tú nos ocultes algo —le dijo la matrona Malicia a Dinin, con un tono tan frío y malévolo que el hijo mayor palideció.

Dinin sacudió la cabeza vigorosamente y la agachó, sin tener más que añadir a la conversación.

—Prepara la comunión —le ordenó Malicia a Briza—. Debemos averiguar la posición de la matrona SiNafay con la reina araña.

Drizzt observó incrédulo el desarrollo frenético de los preparativos; cada orden de la matrona Malicia correspondía a un plan de defensa perfectamente estudiado. Pero no era la preparación para la guerra de su familia el motivo del asombro, porque no esperaba otra cosa de ellos: era el brillo de entusiasmo en las miradas de todos.