23
De un solo golpe

Los enanos se lo llevaron —le informó Masoj a Dinin cuando el jefe de la patrulla regresó a la caverna. El mago levantó los brazos por encima de su cabeza para permitir que la gran sacerdotisa y sus ayudantes vieran exactamente cuál era la situación.

—¿Adónde? —preguntó Dinin—. ¿Por qué no te mataron?

—Lo sacaron por una puerta secreta —contestó el mago—, que está en algún lugar de la pared detrás de ti. Sospecho que también me habrían hecho prisionero de no haber sido por esto… —Masoj lanzó una significativa mirada a la piedra, que lo retenía por la cintura—. Los enanos me habrían matado de no haber sido por tu llegada.

—Tienes mucha suerte, mago —comentó la gran sacerdotisa—. Precisamente hoy memoricé un hechizo que te librará de la piedra.

Murmuró unas instrucciones a sus ayudantes, que cogieron las cantimploras y porrones y comenzaron a rociar con agua la piedra alrededor de Masoj. La sacerdotisa se acercó a la pared y preparó las oraciones.

—Algunos han escapado —le dijo Dinin.

La gran sacerdotisa comprendió la petición. Recitó las palabras de un hechizo detector y estudió la pared.

—Aquí —indicó.

Dinin y otro varón corrieron al lugar señalado y casi de inmediato descubrieron el contorno casi imperceptible de una puerta secreta.

Mientras la gran sacerdotisa comenzaba a recitar las oraciones, una de las ayudantes arrojó a Masoj el extremo de una soga.

—Cógete bien fuerte —le recomendó—, y aguanta la respiración.

—Espera… —comenzó a decir Masoj, pero la piedra se transformó en barro y el mago se hundió en el acto.

Dos ayudantes tiraron de la soga y lo sacaron del fangal riéndose a carcajadas del ridículo aspecto del mago.

—Bonito hechizo —comentó Masoj, escupiendo barro.

—Es muy útil —contestó la gran sacerdotisa—. Sobre todo cuando luchamos contra los enanos y sus trucos con la piedra. Lo aprendí como protección contra los elementales terrestres. —Echó una ojeada a un trozo de piedra junto a sus pies que correspondía a un ojo y a la nariz de la criatura—. Aunque, por lo que se ve, en este caso no habría sido necesario.

—Yo lo destruí —mintió Masoj.

—Vaya —exclamó la gran sacerdotisa, poco convencida.

Por el corte en la piedra sabía que se había utilizado una espada. De todos modos abandonó el tema cuando el chirrido de una piedra contra otra le hizo volver la atención a la pared.

—Un laberinto —gimió el guerrero que se hallaba junto a Dinin, cuando vio el túnel—. ¿Cómo vamos a encontrarlos?

Dinin se detuvo a pensar un momento. Entonces se volvió hacia Masoj porque se le había ocurrido una idea y necesitaba la ayuda del mago.

—Tienen a mi hermano —dijo—. ¿Dónde está tu pantera?

—Por allí —respondió Masoj, que había adivinado el plan de Dinin y no quería colaborar en el rescate de Drizzt.

—Llámala —ordenó Dinin—. El felino puede oler a Drizzt.

—No puedo… quiero decir… —tartamudeó Masoj.

—¡Ahora, mago! —gritó Dinin—. ¡A menos que prefieras que informe al consejo regente de la fuga de algunos enanos por tu negativa a colaborar en su persecución!

Masoj arrojó la estatuilla al suelo y llamó a Guenhwyvar, sin saber qué ocurriría a continuación. ¿Habría conseguido el elemental terrestre destruir a Guenhwyvar? Apareció la niebla, y en unos segundos se materializó la esbelta figura de la pantera.

—Adelante —la exhortó Dinin, señalando el túnel.

—¡Ve a buscar a Drizzt! —le ordenó el mago a la bestia.

Guenhwyvar buscó el rastro del joven por un momento y después se perdió por el pequeño túnel seguida por la patrulla drow.

—¿Dónde…? —murmuró Drizzt cuando por fin recobró el conocimiento.

Advirtió que estaba sentado y vio que tenía las manos ligadas delante de él.

Una mano pequeña pero muy fuerte lo sujetó por los pelos de la nuca y le echó la cabeza hacia atrás sin contemplaciones.

—¡Silencio! —susurró Belwar con voz áspera.

Drizzt se sorprendió de que la criatura pudiese hablar su idioma. El enano soltó al joven y fue a reunirse con los otros svirfneblis.

Por la poca altura de la cueva y los nerviosos movimientos de los enanos, Drizzt dedujo que el grupo escapaba de los suyos.

Los enanos comenzaron a discutir en voz baja en su propio idioma, que Drizzt desconocía. Uno de ellos le preguntó algo al enano que le había ordenado callar, al parecer su jefe, en un tono violento. Otro mostró su acuerdo con un gruñido y miró furioso hacia el drow.

El jefe palmeó al otro enano en la espalda y le señaló una de las dos salidas de la cueva. A los demás les indicó las posiciones defensivas. A continuación se acercó a Drizzt.

—Tú vendrás con nosotros a Blingdenstone —le comunicó con un poco de dificultad en el dominio del idioma drow.

—¿Y después? —inquirió Drizzt.

—El rey decidirá —respondió Belwar—. Si no me causas problemas, le diré que te deje ir.

Drizzt soltó una carcajada cínica.

—Te prometo —añadió Belwar— que si el rey ordena tu muerte me encargaré de que sea de un solo golpe.

—¿Piensas que creo en tus palabras? —preguntó Drizzt, tras soltar otra carcajada—. Tortúrame ahora y diviértete mientras puedas. ¡Es lo que hacéis con vuestros prisioneros!

Belwar estuvo a punto de abofetearlo, pero se controló a tiempo.

—¡Los svirfneblis no torturan! —declaró en un tono más alto del deseado—. ¡Los torturadores son los elfos oscuros! —Dio media vuelta dispuesto a marcharse mientras reiteraba su promesa—: De un solo golpe.

Drizzt descubrió que creía en la sinceridad reflejada en la voz del enano, y tuvo que aceptar la promesa como un acto misericordioso. El enano no habría tenido la misma suerte en el caso de caer prisionero de la patrulla de Dinin. Belwar se alejó, pero Drizzt, intrigado, necesitaba conocer algo más de esta curiosa criatura.

—¿Cómo es que hablas mi lengua? —quiso saber.

—Los enanos no somos estúpidos —replicó Belwar, sin saber muy bien cuáles eran las intenciones de Drizzt.

—Ni tampoco los drows —se apresuró a decir el joven—. Sin embargo, nunca he tenido ocasión de escuchar el idioma de los svirfneblis en mi ciudad.

—Una vez hubo un drow en Blingdenstone —le explicó Belwar, ahora casi compartiendo la curiosidad del joven.

—Algún esclavo —dedujo Drizzt.

—¡Un huésped! —afirmó Belwar—. ¡Los svirfneblis no tienen esclavos!

Una vez más Drizzt encontró que no podía negar la sinceridad en la voz de Belwar.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—¿Piensas que soy imbécil? —replicó el enano, riéndose—. ¡Quieres saber mi nombre para emplear su poder en alguno de tus sucios trucos de magia negra!

—No —protestó Drizzt.

—Tendría que matarte por pensar que soy un estúpido —gruñó Belwar y levantó su pesado pico en un gesto de amenaza.

Drizzt se movió, inquieto, sin saber cuál sería el próximo paso del enano.

—Mi oferta sigue en pie —añadió Belwar, bajando el pico—. Si me acompañas sin resistencia le diré al rey que te deje ir. —El enano no creía que esto pudiese pasar, como tampoco lo creía Drizzt; así que el svirfneblin, con un gesto resignado, le ofreció la otra alternativa—. Si no es así, te mataré de un solo golpe.

Una conmoción en uno de los túneles llamó la atención del enano.

—¡Belwar! —gritó uno de los enanos, que entró en la cueva a toda prisa.

El jefe se volvió hacia Drizzt para ver si el drow había escuchado su nombre.

Drizzt tuvo la prudencia de mirar en otra dirección y hacer ver que no lo había escuchado. Ahora sabía el nombre del jefe que le había ofrecido misericordia. El enano lo había llamado Belwar, un nombre que Drizzt jamás olvidaría.

El estrépito del combate en los túneles se escuchó con toda claridad en el interior de la cueva, y al punto aparecieron varios enanos. Por su agitación, Drizzt dedujo que la patrulla drow no podía estar muy lejos.

Belwar comenzó a dar órdenes para organizar la huida por el otro túnel. Drizzt se preguntó qué pasaría con él. Desde luego, Belwar no podía escapar de la patrulla drow con el lastre de un prisionero.

De pronto el jefe de los enanos dejó de hablar y de moverse. Su inmovilidad fue demasiado repentina.

Las sacerdotisas drows habían precedido su avance con hechizos paralizantes. Belwar y otro enano se encontraban retenidos por el duomer, y el resto del grupo, al verlo, se lanzaron en desbandada hacia la otra salida.

Los guerreros drows, encabezados por Guenhwyvar, entraron en la cueva. La alegría que sintió Drizzt al ver que la pantera no había sufrido ningún daño desapareció ante el espectáculo de la matanza. Dinin y sus tropas cargaron contra los enanos con su salvajismo habitual.

En cuestión de segundos —unos segundos de horror que a Drizzt le parecieron horas— Belwar y el otro enano atrapado por el hechizo de las sacerdotisas eran los únicos enanos vivos. Unos pocos svirfneblis habían conseguido llegar al túnel, pero no tenían salvación porque los drows les pisaban los talones.

Masoj fue el último en entrar en la cueva, todavía cubierto de barro de pies a cabeza. No se apartó de la boca del túnel y ni siquiera miró hacia donde estaba Drizzt, excepto para comprobar que su pantera se mantenía vigilante junto al segundo hijo de la casa Do’Urden.

—Una vez más has tenido mucha suerte —comentó Dinin mientras cortaba las ligaduras de las manos de Drizzt.

Al mirar la carnicería a su alrededor, Drizzt no compartió la opinión del hermano mayor.

Dinin le devolvió las cimitarras y después se volvió hacia el guerrero que vigilaba a los dos enanos paralizados.

—Acaba con ellos —ordenó Dinin.

Una sonrisa cruel apareció en el rostro del drow al tiempo que sacaba un puñal de filo aserrado. Lo mantuvo delante del enano burlándose de la criatura indefensa.

—¿Pueden verlo? —le preguntó a la gran sacerdotisa.

—Esto es lo divertido del hechizo —contestó la gran sacerdotisa—. El svirfneblin sabe lo que va a pasar. Incluso en este momento no deja de luchar para zafarse del hechizo.

—¡Hagámoslos prisioneros! —exclamó Drizzt, llevado por un impulso.

Dinin y los demás se volvieron hacia el joven. El drow con la daga frunció el entrecejo con un gesto de furia y también desilusionado.

—¿Para la casa Do’Urden? —le preguntó Drizzt a Dinin con un tono esperanzado—. Podríamos utilizar…

—Los svirfneblis no sirven como esclavos —lo interrumpió Dinin.

—Así es —afirmó la gran sacerdotisa, que se acercó al guerrero y le hizo una seña con la cabeza.

El drow volvió a sonreír y descargó el golpe. Ahora solo quedaba Belwar.

El guerrero esgrimió su daga manchada de sangre y se situó delante del jefe enano.

—¡A él no! —gritó Drizzt, incapaz de soportar ni un segundo más aquella terrible situación—. ¡No lo matéis!

Drizzt deseaba poder explicarles que Belwar no podía hacerles ningún daño, y que matar al enano indefenso sería un acto cobarde y vil. Sin embargo, tenía muy claro que era inútil esperar misericordia de su gente.

Esta vez la cólera reemplazó a la curiosidad en la expresión de Dinin ante la actitud del segundo hijo.

—Si lo matáis, entonces no habrá ningún enano para que informe a los suyos del poder de nuestra gente —razonó Drizzt, dispuesto a apelar a cualquier excusa—. Tendríamos que enviarlo de regreso, enviarlo para que les avise de la locura que es penetrar en los dominios de los drows.

Dinin miró a la gran sacerdotisa en busca de consejo.

—No está mal razonado —contestó ella.

Dinin no estaba muy seguro de los motivos de su hermano. Sin apartar la mirada de Drizzt, se dirigió al guerrero.

—Entonces córtale las manos al enano —ordenó.

Drizzt ni siquiera pestañeó, consciente de que, si lo hacía, Dinin no vacilaría en asesinar a Belwar.

El guerrero guardó la daga en la funda y desenvainó la espada.

—Espera —dijo Dinin, siempre atento a los movimientos de Drizzt—. Primero retira el hechizo. Quiero escuchar sus gritos.

Varios drows se acercaron y pusieron las puntas de sus espadas en el cuello de Belwar mientras la gran sacerdotisa deshacía el hechizo. Belwar permaneció inmóvil.

El guerrero encargado de la amputación sujetó la espada con las dos manos, y Belwar, el valiente Belwar, extendió los brazos sin hacer ningún otro gesto.

Drizzt desvió la mirada y esperó, temeroso, el alarido del enano.

Belwar observó la reacción de Drizzt. ¿Era compasión?

El guerrero drow bajó la espada. Belwar no apartó la mirada del rostro de Drizzt mientras la espada cercenaba las muñecas, y el dolor subió por sus brazos como una lengua de fuego.

El enano no gritó. No le dio a Dinin la satisfacción de presenciar su sufrimiento. El líder enano miró a Drizzt por última vez mientras dos guerreros drows lo sacaban de la caverna, y advirtió la terrible angustia y la súplica de perdón ocultas en el aparentemente inexpresivo rostro del joven.

Belwar todavía no había salido cuando los elfos oscuros encargados de perseguir a los enanos regresaron por el otro túnel.

—No hemos podido atraparlos en aquellos túneles tan estrechos —comunicó uno de ellos.

—¡Maldita sea! —exclamó Dinin. Una cosa era enviar de regreso a Blingdenstone a un enano sin manos y otra muy distinta permitir la fuga de enanos sanos y aptos para el combate—. ¡Hay que capturarlos!

Guenhwyvar puede alcanzarlos —afirmó Masoj, y llamó a la pantera, atento a los gestos de Drizzt.

Al joven le dio un vuelco el corazón al ver cómo el mago palmeaba a su compañera.

—Ven aquí, pequeña —dijo Masoj—. ¡Tienes que salir de caza!

El mago disfrutó con el sufrimiento de Drizzt, consciente de que el joven estaba en contra de utilizar a Guenhwyvar en estas tácticas.

—Pero ¿no se han ido? —objetó Drizzt volviéndose hacia Dinin, con tono rayano en la desesperación.

—En estos momentos corren con todas sus fuerzas de regreso a Blingdenstone —respondió Dinin, más calmado—. Está en nosotros impedirlo.

—¿Crees que volverán?

La agria expresión de Dinin reflejó lo absurda que le parecía la pregunta.

—¿Tú volverías?

—Entonces hemos cumplido nuestra misión —afirmó Drizzt, que buscaba en vano evitar la cacería de Guenhwyvar.

—Hemos ganado la batalla —reconoció Dinin—, aunque las bajas han sido numerosas. Creo que nos merecemos un poco de diversión con la ayuda de la bestia del mago.

—Tenemos que divertirnos —coincidió Masoj, burlándose de Drizzt—. Es hora de comenzar. En marcha, Guenhwyvar. ¡Enséñanos a qué velocidad corren los enanos asustados!

Al cabo de unos pocos minutos, el animal regresó a la cueva, con un enano muerto entre las fauces.

—¡Vuelve! —le ordenó Masoj mientras la pantera dejaba el cadáver a sus pies—. ¡Trae más!

Drizzt sintió una opresión en el pecho al escuchar el ruido sordo del cadáver contra el suelo. Miró los ojos de Guenhwyvar y descubrió una tristeza tan profunda como la suya. La pantera era una cazadora, tan digna a su manera como lo era Drizzt. Para el malvado Masoj, en cambio, no era más que un juguete, un instrumento para satisfacer sus crueles placeres, para matar sin otra razón que la sed de sangre de su amo.

En manos del mago, Guenhwyvar sólo era una bestia asesina.

La pantera se detuvo en la entrada del pequeño túnel y miró al joven como si quisiera pedir disculpas.

—¡Vete! —gritó Masoj.

Propinó un puntapié en la grupa de la bestia, a la vez que miraba a Drizzt con rencor. Había perdido la oportunidad de matar al joven Do’Urden, y tendría que ir con pies de plomo a la hora de explicar el fracaso a su despiadada madre. Masoj decidió que se preocuparía más tarde del asunto. Al menos por ahora tenía la ocasión de disfrutar con el sufrimiento de Drizzt.

Dinin y los demás no advirtieron el duelo entre Masoj y Drizzt. Sólo estaban interesados en el regreso de la pantera y entretenían la espera con comentarios referentes al terror de los enanos cuando se encontraran ante la bestia. Los dominaba el humor macabro del momento, el pervertido sentido del humor drow que los impulsaba a reír cuando se imponían las lágrimas.