Entre las vueltas y revueltas del laberinto de túneles de la Antípoda Oscura, siempre en silencio, se movían los svirfneblis, los enanos de las profundidades. Ni buenos ni malos, y fuera de lugar en este mundo perverso, los enanos de las profundidades sobrevivían y prosperaban. Guerreros arrogantes, hábiles en la fabricación de armas y armaduras, y más expertos en el manejo de la piedra que los malvados enanos grises, los svirfneblis vivían dedicados a la extracción de gemas y metales preciosos a pesar de los peligros que los aguardaban en cada rincón.
Cuando en Blingdenstone, el sector de túneles y cavernas que formaban la ciudad de los enanos de las profundidades, recibieron la noticia de que habían descubierto una rica veta de gemas a unos treinta kilómetros al este, Belwar Dissengulp, capataz de mineros, tuvo que hacer valer sus méritos para conseguir el privilegio de dirigir la expedición minera. Belwar y sus compañeros sabían que la distancia hasta el nuevo yacimiento los acercaría peligrosamente a Menzoberranzan, y que incluso llegar hasta allí significaba una semana de viaje a través de los territorios de otro centenar de enemigos. Pero el miedo no era obstáculo para el aprecio que sentían los svirfneblis por las gemas, y el peligro era algo habitual en la Antípoda Oscura.
Belwar y los cuarenta mineros llegaron a su punto de destino sin muchas dificultades. Se trataba de una caverna pequeña señalada con la marca del tesoro de los enanos y, tal como habían dicho los exploradores, el yacimiento era riquísimo. El capataz controló su entusiasmo; no podía olvidar que veinte mil elfos oscuros, los más odiados y terribles enemigos de los svirfneblis, vivían a no más de ocho kilómetros de este lugar.
La primera tarea fue construir túneles de emergencia de un metro de altura que permitían el paso de los enanos pero no el de alguien más grande. A lo largo de estos túneles colocaron barreras de piedra destinadas a desviar los rayos mágicos o aminorar los efectos de las bolas de fuego.
Entonces, cuando por fin comenzaron las tareas de minería, Belwar dedicó a una tercera parte de los enanos a la vigilancia, y él mismo se paseaba por la zona de trabajo con una mano siempre puesta en la esmeralda mágica colgada de una cadena alrededor del cuello.
—Tres patrullas completas —le comentó Drizzt a Dinin cuando llegaron a campo «abierto» en el lado este de Menzoberranzan.
Unas pocas estalagmitas marcaban este sector de la ciudad que ahora se veía poblado por docenas de guerreros.
—No se puede menospreciar a los enanos —replicó Dinin—. Son malvados y poderosos…
—¿Tan malvados como los elfos de la superficie? —lo interrumpió el joven, que disimuló el sarcasmo con un falso entusiasmo.
—Casi —respondió Dinin, muy serio, sin advertir la doble intención de la pregunta. Dinin señaló hacia un lado, donde un contingente de mujeres drows marchaba en dirección al grupo—. Novicias —añadió—, acompañadas por una gran sacerdotisa. Es la confirmación de que los rumores de actividad en el sector oriental son ciertos.
Un estremecimiento, provocado por la excitación previa a la batalla, sacudió a Drizzt, aunque esta vez atemperado por un temor que no era físico ni provocado por los enanos. Lo asustaba la posibilidad de que esta batalla resultara una repetición de la tragedia en la superficie.
Apartó los negros pensamientos y se recordó a sí mismo que esta vez, a diferencia de lo sucedido en el mundo exterior, invadían su territorio. Los enanos habían cruzado los límites del reino drow. Si eran tan malvados como decían Dinin y los demás, Menzoberranzan no tenía más elección que responder con todas sus fuerzas.
La patrulla de Drizzt, la más famosa entre los guerreros, marcharía al frente, y Drizzt, como siempre, sería el explorador avanzado. No lo entusiasmaba mucho la misión y, cuando se pusieron en marcha, pensó en la posibilidad de desviar al grupo en otra dirección, o adelantarse para entrar en contacto con los enanos antes de que aparecieran los demás y advertirles del peligro.
Drizzt comprendió que esto era una tontería. No podía desviar la maquinaria de Menzoberranzan del curso elegido como tampoco podía hacer nada para retrasar a la cincuentena de guerreros drows, excitados e impacientes, que lo seguían. Una vez más estaba metido en un brete y al borde de la desesperación.
En aquel momento se acercó Masoj Hun’ett, y todo le pareció mejor.
—¡Guenhwyvar! —gritó el mago, y la gran pantera se presentó en el acto.
Masoj dejó al felino junto a Drizzt y se encaminó hacia su lugar en la columna.
Guenhwyvar dio muestras de una gran alegría al ver a Drizzt, un sentimiento que el joven manifestó a su vez con una sonrisa de oreja a oreja. Entre unas cosas y otras no había visto a Guenhwyvar en más de un mes. La pantera se frotó con tanta fuerza contra el delgado cuerpo del drow que estuvo a punto de hacerlo caer. Drizzt respondió al afecto del animal con una fuerte palmada en el lomo y después le acarició las orejas.
De pronto los dos se volvieron, conscientes de que alguien los observaba con profundo disgusto, y vieron a Masoj con los brazos cruzados sobre el pecho y el entrecejo fruncido.
«No utilizaré a la bestia para matar a Drizzt —decidió el mago para sus adentros—. Quiero tener el placer de matarlo yo mismo».
Drizzt se preguntó si los celos podrían ser la causa de aquella expresión. ¿Tenía celos de Drizzt y de la pantera, o de todo en general? Masoj no había podido acompañarlos a la superficie, y había tenido que limitarse a ser un espectador más del regreso triunfal de la patrulla. Drizzt se apartó de Guenhwyvar, sensible al dolor del mago.
Tan pronto como Masoj desapareció de la vista y ocupó su lugar en la columna, Drizzt hincó una rodilla en tierra y abrazó a la pantera.
Drizzt se alegró más que nunca de tener la compañía de Guenhwyvar cuando pasaron más allá de los túneles que formaban parte del recorrido habitual de las patrullas. Según un dicho de Menzoberranzan «no hay nadie más solo que el guía de una patrulla drow», y Drizzt había tenido ocasión de comprobarlo durante los últimos meses. Se detuvo al final de un amplio corredor y permaneció absolutamente inmóvil, con todos los sentidos atentos a los caminos que tenía delante. Sabía que más de cuarenta drows se acercaban a su posición, equipados para el combate y nerviosos. Sin embargo, Drizzt no detectaba ningún sonido ni movimiento en las sombras espectrales de la piedra fría. El joven miró a la pantera, que esperaba paciente a su lado, y reanudó la marcha.
Podía percibir el calor de la patrulla a sus espaldas. Esta sensación intangible era la única cosa que impedía a Drizzt pensar que Guenhwyvar y él estaban solos.
Casi al final del día, Drizzt oyó las primeras señales del enemigo. Al acercarse a una intersección en el túnel, casi pegado a la pared, percibió una vibración sutil en la piedra. La vibración se repitió una vez más y después otra, y Drizzt comprendió que el origen era el martilleo rítmico de un pico o una maza.
Del interior de la mochila sacó una placa calentada mágicamente, una pequeña plancha metálica cuadrada, que cabía en la palma de la mano. Un lado del objeto estaba revestido con un grueso trozo de cuero, pero el otro resplandecía en el espectro infrarrojo. Drizzt dirigió la luz de la placa hacia el túnel a sus espaldas, y unos segundos más tarde Dinin se reunió con él.
—Martillo —transmitió Drizzt en el código mudo, señalando la pared.
Dinin apoyó una oreja contra la piedra y asintió.
—¿Cincuenta metros? —preguntó Dinin con los dedos.
—Menos de cien —confirmó Drizzt.
Con una placa idéntica a la del joven, Dinin transmitió la señal de preparados a la patrulla, y después avanzó junto a Drizzt y Guenhwyvar en dirección a la fuente del sonido.
Al cabo de un instante, cuando llegaron a la intersección, Drizzt tuvo la oportunidad de ver por primera vez a los svirfneblis. A una distancia de seis metros se encontraban dos centinelas, de una altura cercana al metro, calvos, y con la piel muy parecida a la piedra tanto en la textura como en las radiaciones de calor. Los ojos de los enanos brillaban en el espectro infrarrojo. Una mirada a aquellos ojos recordó a los hermanos que los enanos de las profundidades podían ver en la oscuridad igual que los drows, y por lo tanto se ocultaron prudentemente detrás de un montón de rocas.
Dinin transmitió la señal de peligro al siguiente drow en la columna, que la pasó al siguiente hasta que todos estuvieron advertidos. Después se agachó y espió por una esquina de la base del montículo. El túnel continuaba hasta unos diez metros más allá de los guardias y describía una pequeña curva para acabar en lo que debía de ser una caverna más grande. Dinin no alcanzaba a ver aquella parte, pero el resplandor que emanaba de ella, producto del calor del trabajo y de los cuerpos, iluminaba el pasillo.
Una vez más Dinin hizo una señal a sus soldados, y luego se volvió hacia Drizzt.
—Espera aquí con la bestia —le ordenó, y retrocedió velozmente en busca de los demás jefes para trazar los planes de ataque.
Masoj, desde su puesto en la columna, observó los movimientos de Dinin y se preguntó si por azar había surgido la oportunidad de matar a Drizzt. Si la patrulla era descubierta con Drizzt solo en la delantera, ¿había alguna forma de poder disparar un rayo contra el joven Do’Urden sin ser sorprendido? El mago no tuvo tiempo de contestar a su pregunta porque en aquel preciso momento aparecieron varios drows. Al cabo de unos minutos, Dinin regresó del fondo de la columna y se dirigió hacia donde estaba su hermano.
—La cueva tiene muchas salidas —le transmitió Dinin en cuanto llegó junto a Drizzt—. Las otras patrullas se dirigen ahora hacia ellas para rodear a los enanos.
—¿No podríamos parlamentar con ellos? —preguntaron las manos de Drizzt, casi en un acto inconsciente. El joven reconoció el significado de la expresión de Dinin, pero ahora ya no podía echarse atrás—. ¿Conseguir que se marchen sin pelear?
Dinin sujetó a Drizzt por la pechera del piwafwi y lo acercó a su rostro, retorcido por la furia.
—Por esta vez olvidaré lo que has dicho —susurró, para después soltarlo con un empellón, dando por concluida la discusión—. Tú comenzarás la pelea —añadió Dinin—. Cuando recibas la señal, oscurece el pasillo y deja atrás a los guardias. Tienes que acabar con el jefe enano. Él es la clave del poder que tienen con la piedra.
Drizzt no sabía a qué poder se refería Dinin, pero las instrucciones parecían bastante sencillas, aunque un tanto suicidas.
—Llévate a la bestia si es que te quiere acompañar —prosiguió Dinin—. La patrulla se reunirá contigo en cuestión de segundos. Los demás grupos llegarán por las otras entradas.
Guenhwyvar tocó a Drizzt con el hocico, dispuesta a seguirlo en la batalla. El joven se consoló con la actitud de la pantera, cuando Dinin se marchó y lo dejó otra vez solo en el frente. Unos segundos más tarde recibió la orden de atacar. Drizzt sacudió la cabeza asombrado al ver la señal. ¡Los guerreros drows habían llegado a sus posiciones con una rapidez pasmosa!
Espió a los centinelas que permanecían en sus puestos, completamente ajenos al peligro que se cernía sobre ellos. Drizzt empuñó sus cimitarras, tocó la cabeza de Guenhwyvar para desearse suerte, y después utilizó la magia innata de su raza para lanzar un globo de oscuridad en el corredor.
Los chillidos de alarma resonaron en los túneles mientras Drizzt se zambullía de cabeza entre los dos guardias. Se puso de pie al otro lado del globo mágico, a un par de pasos de la caverna. Vio a una docena de enanos que corrían de un lado para otro, desesperados en la preparación de sus defensas. Muy pocos prestaron atención a Drizzt porque los ruidos de la batalla se escuchaban en todos los corredores laterales.
Un enano descargó un golpe con su pesado pico contra el hombro de Drizzt. El joven paró el golpe con una de sus cimitarras y se sorprendió ante la fuerza de los brazos del enano. De todos modos, Drizzt habría podido matar a su atacante con la otra cimitarra, pero las dudas y los recuerdos se lo impidieron. Optó por librarse del enano de un puntapié en el estómago que lo hizo volar por los aires.
Belwar Dissengulp, que era el objetivo de Drizzt, observó la facilidad con que el joven drow se había desembarazado de uno de sus mejores guerreros y comprendió que había llegado el momento de emplear la magia más poderosa. Cogió la gema colgada de su cuello y la arrojó a los pies del drow.
Drizzt se apartó de un salto, alerta a las emanaciones de la magia. Oyó el avance de los compañeros, que habían acabado con los guardias y corrían en su ayuda, pero concentró su atención en las líneas de calor en el suelo de piedra. Las líneas grises se alzaban y retorcían como si la piedra estuviese a punto de cobrar vida.
Los demás guerreros drows pasaron junto a Drizzt y atacaron al jefe enano y a sus huestes. El joven no los siguió, al intuir que aquello que se movía en la piedra era mucho más peligroso y podía tener una influencia decisiva en el resultado de la batalla.
De pronto, un humanoide de piedra de cinco metros de altura y dos de ancho se elevó del suelo delante del joven.
—¡Un elemental! —gritó alguien desde un extremo.
Drizzt vio que se trataba de Masoj, acompañado por Guenhwyvar: el mago pasaba a toda prisa las hojas de un libro de hechizos, al parecer en busca de un duomer para luchar contra este terrible monstruo. Para su desesperación, el mago musitó un par de palabras y desapareció.
Drizzt plantó los pies con firmeza y estudió al monstruo, listo para saltar a un lado. Percibía el poder del gigante, la energía de la tierra encarnada en sus brazos y piernas.
Un puño enorme recorrió un amplio arco, pasó a un par de centímetros por encima de la cabeza de Drizzt, que se agachó a tiempo, y se estrelló contra la pared de la caverna, de la que se desprendió una lluvia de polvo.
«¡No permitas que te pille!», se alentó Drizzt en un susurro que sonó como una exclamación de incredulidad. Mientras el elemental echaba hacia atrás el brazo, Drizzt lo golpeó con la cimitarra. Vio que saltaba una esquirla de piedra casi diminuta, pero el monstruo mostró una expresión de dolor: al parecer podía hacerle daño con sus cimitarras encantadas.
Todavía en el mismo lugar de antes, el invisible Masoj mantenía preparado su próximo hechizo. Por ahora prefería contemplar el espectáculo y esperar a que los combatientes se agotaran. Quizás el elemental acabara con Drizzt para siempre. Resignado, Masoj encogió los invisibles hombros y decidió dejar que la magia de los enanos hiciera el trabajo sucio por él.
El monstruo lanzó otro golpe, y un tercero, y Drizzt se zambulló entre las piernas como pilares con la intención de situarse detrás de su oponente. El elemental reaccionó deprisa y descargó un pisotón que a punto estuvo de aplastar al ágil drow. El golpe contra el suelo abrió una red de grietas en varios metros a la redonda. Drizzt se levantó con la velocidad del rayo y descargó sus cimitarras contra la espalda del elemental, para después apartarse de un salto en el momento en que el monstruo se volvía hacia él con otro puñetazo formidable.
Los ruidos de la batalla se alejaron. Los enanos —los que todavía vivían— habían escapado, y los drows los perseguían. No había nadie para ayudar a Drizzt en su enfrentamiento con el elemental.
El monstruo dio otro pisotón, y el estruendo del golpe casi tumbó a Drizzt. Después se dejó caer sobre el joven, utilizando el peso del cuerpo como un arma. Si Drizzt no hubiese estado atento, o si sus reflejos no hubiesen sido perfectos, sin duda el elemental habría conseguido su propósito. El guerrero eludió por milímetros la caída de la mole y sólo recibió un golpe sin ninguna importancia.
El polvo se elevó al producirse el terrible impacto; las paredes y el techo de la caverna se agrietaron, y cayeron astillas y copos sobre el suelo. Asombrado ante tal demostración de potencia, Drizzt observó cómo el monstruo se ponía de pie.
Estaba solo contra aquella cosa, o al menos eso creía. Una súbita tormenta de furia rabiosa envolvió la cabeza del elemental, y unas garras le abrieron surcos en el rostro.
—¡Guenhwyvar! —gritaron Drizzt y Masoj al unísono. El primero, entusiasmado por la ayuda inesperada, y el segundo, furioso.
El mago no quería que Drizzt sobreviviera al duelo, y no se atrevía a lanzar ninguno de sus proyectiles mágicos contra Drizzt o el elemental, con su preciosa Guenhwyvar por el medio.
—¡Haz algo, mago! —gritó Drizzt, que al reconocer la voz comprendió que Masoj todavía se encontraba por allí.
El monstruo aulló de dolor. Y su bramido sonó como una avalancha de piedras. Cuando Drizzt se disponía a ayudar a la pantera, el elemental se movió con una rapidez increíble para lanzarse de cabeza contra el suelo.
—¡No! —rogó Drizzt, al comprender que Guenhwyvar resultaría aplastada.
El felino y el elemental, en lugar de chocar contra la piedra, se hundieron en el suelo.
Las rojizas llamas de los fuegos fatuos marcaban las siluetas de los enanos, mostrando el camino a las flechas y las espadas de los drows. A su vez, los svirfneblis se defendían con otras armas mágicas que en su mayoría no eran más que ilusiones ópticas.
—¡Por aquí! —gritó uno de los drows, convencido de que había descubierto la entrada de un nuevo túnel, hasta que se dio de bruces contra la piedra.
A pesar de que la magia de los enanos conseguía desconcertar al enemigo, la preocupación de Belwar Dissengulp iba en aumento. El elemental —su magia más poderosa y su única esperanza de salvación— tardaba demasiado en liquidar a un solitario guerrero drow en la caverna principal. El capataz necesitaba tener a su lado al monstruo cuando comenzara el combate principal. Ordenó a sus fuerzas que adoptaran una formación defensiva sin resquicios y confió en que pudieran resistir.
Entonces los drows, eliminados los trucos de los enanos, se les echaron encima, y la furia disipó el miedo de Belwar. Lanzó un golpe con su pesado pico, y sonrió con ferocidad cuando el arma se hundió en la carne de su rival.
El frenesí de la batalla dio al traste con los planes trazados. Nada era más importante que alcanzar al enemigo, sentir que los picos o las espadas atravesaban los cuerpos. Los enanos de las profundidades odiaban a los drows con toda su alma, y en toda la Antípoda Oscura no había para los elfos oscuros ninguna raza más despreciable que la de los svirfneblis.
Drizzt corrió hacia el lugar donde habían desaparecido el monstruo y la pantera, pero sólo vio la piedra desnuda.
—¡Masoj! —llamó, ansioso por obtener alguna explicación de lo ocurrido de alguien más versado en las artes mágicas.
Antes de que el mago pudiese responder, el suelo estalló detrás de Drizzt. El joven dio media vuelta, con las armas en alto, y se encontró frente al elemental.
Entonces Drizzt observó desconsolado cómo la niebla rota que era la gran pantera, su compañera más querida, caía de los hombros de la cosa y se rompía al acercarse al suelo.
Drizzt esquivó otro golpe, aunque su mirada no se apartaba de la nube de polvo y niebla que se disipaba. ¿Ya no existía Guenhwyvar? ¿Había perdido para siempre a su única amiga? Una luz desconocida apareció en los ojos lila de Drizzt, una furia primitiva que estremeció su cuerpo. Miró al elemental, sin asomo ya de miedo.
—Te mataré —prometió, y se lanzó al ataque.
El monstruo pareció desconcertado, aunque desde luego no podía comprender las palabras de Drizzt. Movió una de las manos para aplastar de un manotazo a su estúpido oponente. Drizzt ni siquiera levantó las cimitarras, consciente de que era imposible desviar el golpe. En cambio esperó a que la mano estuviese a punto de tocarlo, para dar un salto hacia delante y situarse junto a la mole de piedra.
La rapidez del movimiento sorprendió al elemental, y la lluvia de golpes que descargó el joven dejó boquiabierto a Masoj. El mago jamás había visto nada semejante en una batalla. La gracia y la fluidez de los ataques quitaban el resuello. Drizzt lanzó sus mandobles por todo el cuerpo del monstruo y hundió las puntas de sus cimitarras en los puntos débiles, de los que arrancó trozos de piel de piedra.
El elemental soltó una vez más su terrible bramido y giró sobre sí mismo, impaciente por atrapar a Drizzt y aplastarlo de una vez por todas. Pero la ciega furia del espadachín había incrementado su destreza, y el monstruo daba manotazos al aire o contra su propio cuerpo sin conseguir alcanzar a la presa.
—Es imposible —murmuró Masoj cuando recuperó el aliento.
¿Podía el joven Do’Urden vencer a un elemental? El mago miró a su alrededor. Había unos cuantos drows y muchos enanos, muertos o moribundos, pero la lucha cambiaba constantemente de escenario y se alejaba a medida que los svirfneblis llegaban a los pequeños túneles de salida y los drows, obcecados en el empeño de acabar con ellos, los seguían.
Guenhwyvar había desaparecido. En la caverna sólo quedaban Masoj, el elemental y Drizzt. El mago invisible sonrió: era la hora de atacar.
Drizzt había conseguido dominar al monstruo y se disponía a rematarlo, cuando apareció el rayo, una brutal descarga de energía que cegó al joven drow y lo lanzó por los aires contra la pared del fondo de la caverna. Drizzt observó que los pelos se le ponían de punta y le temblaban las manos, pero no tenía ninguna sensación —no sentía dolor ni escuchaba ruido alguno, ni siquiera el de la respiración— y le pareció que se encontraba en un estado de animación suspendida.
El ataque disipó el velo de invisibilidad de Masoj, y el mago apareció a la vista, riéndose con maldad. El monstruo, convertido en una masa informe, se hundió lentamente en la seguridad del suelo de piedra.
—¿Estás muerto? —le preguntó el mago a Drizzt, con una voz que sonó a los oídos del joven como un trueno.
El joven no contestó porque no sabía la respuesta a la pregunta. Escuchó a Masoj que decía «Demasiado fácil», y sospechó que el mago se refería a él y no al elemental.
Entonces Drizzt notó un hormigueo en los músculos del cuerpo, y sus pulmones funcionaron otra vez. Respiró agitado; después recuperó el control del cuerpo y comprendió que sobreviviría.
Masoj echó un vistazo para ver si regresaba alguien de la patrulla y no vio a nadie.
—Bien —murmuró mientras observaba la recuperación de Drizzt.
El mago no ocultó su alegría al ver que Drizzt se había librado de una muerte indolora. Había preparado un hechizo que convertiría el asesinato del joven en algo espantoso.
Una mano —una gigantesca mano de piedra— brotó del suelo y sujetó a Masoj por una pierna para después hundirlo en la piedra.
El rostro del mago se retorció en un grito silencioso.
Su enemigo le salvó la vida. El joven recogió una de sus cimitarras y descargó un golpe en el brazo del elemental. El arma cortó el miembro, y el monstruo asomó la cabeza entre Masoj y Drizzt para aullar de furia al tiempo que hundía todavía más a su cautivo.
Drizzt empuñó la cimitarra con las dos manos y esta vez lanzó su golpe contra la cabeza. La hoja hendió el cráneo en dos mitades, y en esta ocasión el monstruo no se refugió en el plano terráqueo: estaba muerto.
—¡Sácame de aquí! —gritó Masoj.
Drizzt lo miró incrédulo, sin entender cómo el mago podía estar vivo con medio cuerpo enterrado en la piedra.
—¿Cómo? —exclamó Drizzt—. Tú… —Se interrumpió, incapaz de hablar a causa del asombro.
—¡Sólo quiero que me saques de aquí!
Drizzt comenzó a dar vueltas, sin saber cómo salir del atolladero.
—Los elementales viajan entre los planos —le explicó Masoj, consciente de que debía calmar a Drizzt si pretendía verse libre. También sabía que la charla serviría para alejar las sospechas del joven referentes al destinatario del rayo—. El suelo que atraviesa un elemental terrestre se convierte en una puerta de comunicación entre el plano de la tierra y el nuestro, el plano material. La piedra se abrió cuando el monstruo me arrastró, pero es bastante incómoda. —Hizo un gesto de dolor cuando la piedra le apretó uno de los pies—. ¡La puerta comienza a cerrarse!
—Entonces quizá Guenhwyvar… —comenzó a razonar Drizzt. Cogió la estatuilla del bolsillo de Masoj y la examinó atentamente en busca de algún fallo en su diseño perfecto.
—¡Devuélvemela! —exigió Masoj, molesto y furioso. Sin disimular su disgusto, Drizzt le devolvió el talismán a Masoj, quien le echó un vistazo y lo guardó en el bolsillo.
—¿Guenhwyvar ha sufrido algún daño? —preguntó Drizzt.
—No es asunto tuyo —replicó Masoj, cortante. A él también le preocupaba el destino de la pantera, pero en ese momento constituía un problema secundario—. ¡La puerta se cierra! ¡Ve a buscar a las sacerdotisas!
Antes de que Drizzt pudiera dar un paso, se deslizó un tabique de piedras a sus espaldas, y el puño de acero de Belwar Dissengulp lo dejó inconsciente de un golpe en la nuca.