NOTA

Esta historia está basada en una de las más famosas obras de la literatura griega, la Anábasis del ateniense Jenofonte. Se trata del diario de la expedición de diez mil mercenarios griegos enrolados por el príncipe persa Ciro el Joven con el propósito de derrocar a su hermano Artajerjes, Gran Rey de los persas, y reemplazarlo en el trono del Imperio. Junto a los griegos son enrolados también cien mil soldados asiáticos, pero son ellos, la punta de lanza del ejército, los que pueden llevar a cabo la increíble empresa.

La larga marcha del ejército de Ciro se inicia en la primavera de 401 a. C. en Sardes, Lidia, y llega a la aldea de Cunaxa, a las puertas de Babilonia, hacia finales del verano. Aquí se produce el enfrentamiento con el ejército del Gran Rey, considerablemente más numeroso, en una llanura desértica en las riberas del Éufrates. Los griegos cargan contra el ala izquierda enemiga, la arrollan y la persiguen durante toda la jornada. Cuando vuelven atrás, sin embargo, tienen una amarga sorpresa: Ciro ha sido derrotado, su cuerpo, empalado y decapitado.

Se inicia así la larga retirada a través del desierto, las montañas del Kurdistán y luego la meseta de Armenia, en pleno invierno, entre tempestades de nieve y baldías extensiones heladas, en medio de tribus salvajes, ferozmente apegadas a su territorio. Lo que más asombra es cómo un ejército de infantes de pesada armadura, habituados a luchar en espacios abiertos y en apretadas filas, pudo sobrevivir a los ataques de unos guerreros indígenas que aplicaban la táctica de la guerrilla moviéndose con extrema agilidad y rapidez en un territorio áspero y montañoso que conocían perfectamente.

Al final, tras indecibles sufrimientos y cuantiosas bajas, debidas sobre todo al frío y al hambre, los sobrevivientes llegaron a la vista del mar. Su grito de triunfo («Thalassa! Thalassa!», «¡El mar! ¡El mar!») ha entrado a formar parte del imaginario colectivo como el sello de una empresa imposible.

La larga marcha de más de seis mil kilómetros en medio de toda suerte de peligros y obstáculos naturales llenó de asombro a sus contemporáneos y a la posteridad, pero fue históricamente poco relevante salvo por el hecho de que demostró la sustancial debilidad de la más grande potencia de la época, el Imperio persa, y sugirió probablemente a Alejandro Magno la idea de su conquista. Se demostró, en efecto, que el soberano macedonio leyó con la máxima atención la Anábasis y siguió escrupulosamente el itinerario al menos en el primer tramo anatólico y siríaco.

Quien esto escribe recorrió realmente con tres expediciones científicas en los años ochenta todo el itinerario de los Diez Mil, reconstruyendo los paisajes con una gran aproximación y en muchos casos con toda seguridad. Y en 1999 realizó un reconocimiento sobre el terreno junto al estudioso británico Timothy Midford, que había localizado en los montes pónticos, a espaldas de Trebisonda, dos grandes túmulos de piedras, identificándolos con el trofeo erigido por los Diez Mil en el punto en que habían visto el mar. El reconocimiento conjunto confirmó plenamente la teoría de Midford, que ya había realizado un levantamiento topográfico de gran agudeza.

La novela, sin embargo, no se detiene aquí. Narrando de modo emotivo la historia de la larga marcha sugiere asimismo las líneas básicas de una gran novela de intriga internacional de finales del siglo V, partiendo de algunos descubrimientos ya expuestos por quien esto escribe en un ensayo científico publicado poco después de la conclusión de la investigación sobre el terreno. De estos estudios habían emergido conclusiones importantes que inducían a pensar en una implicación secreta y directa del gobierno espartano en la expedición oficialmente organizada sólo por Ciro.

En primer lugar resultaba que el comandante de los Diez Mil, Clearco, buscado en Esparta por homicidio, era con toda probabilidad un agente secreto espartano.

Quirísofo, único oficial regular espartano, su sucesor en el mando después de que Clearco hubiera caído en una emboscada junto con su estado mayor, fue verosímilmente envenenado por sus propios compatriotas al llevar de vuelta al ejército a las proximidades de Bizancio.

Jenofonte cortó casi con toda certeza tres meses de crónica de la expedición, precisamente en el punto en que el ejército había perdido el camino en la Alta Armenia terminando quizás incluso en Azerbaiyán.

¿Cómo se explican estos hechos inquietantes? Esparta, que había ganado la guerra del Peloponeso contra Atenas con la ayuda del oro persa, sabedora de las intenciones de Ciro había creído oportuno jugar en dos tableros permitiendo, por una parte, al joven príncipe rebelde enrolar a los Diez Mil, y, por otra, encubrir toda la operación con el más riguroso secreto. En el caso de que la empresa tuviera éxito Ciro les debería la victoria y el trono; si las cosas iban mal el gobierno espartano siempre podría demostrar a Artajerjes que era ajeno a toda la operación y mantener con él las buenas relaciones que garantizaban su hegemonía en toda Grecia. En otras palabras, los Diez Mil debían vencer o desaparecer. Se produjo una tercera, inimaginable, conclusión de la empresa: en contra de toda expectativa, los Diez Mil consiguieron salir de una región de la que ningún ejército había regresado nunca y volver a presentarse, al cabo de dos años, en el umbral del mundo griego. Los perfiles de estos acontecimientos que Jenofonte quiso dejar envueltos en el silencio y en el misterio no pueden sino ser objeto de una narración novelesca, pero caracterizada por un alto grado de verosimilitud.

VALERIO MASSIMO MANFREDI