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Margo se sobresaltó cuando un segundo disparo resonó en el pasillo.

—¿Qué ocurre? —exclamó. Notó que Frock le apretaba la mano con más fuerza.

Oyeron que alguien corría fuera. A continuación el resplandor amarillento de una linterna se coló por debajo de la puerta.

—El olor empieza a desvanecerse —susurró—. ¿Cree que se ha ido?

—Margo —murmuró Frock—, me ha salvado usted. Arriesgó su vida para salvar la mía.

Alguien llamó con suavidad a la puerta.

—¿Quién es? —preguntó el doctor con firmeza.

—Pendergast —respondió una voz.

Margo se apresuró a abrir la puerta. El agente del FBI apareció ante ella, con un revólver en una mano y planos arrugados en la otra. El traje negro bien cortado contrastaba con su cara sucia. Cerró la puerta tras de sí.

—Me alegro de encontrarles sanos y salvos —dijo. Enfocó a Margo, después a Frock.

—No tanto como nosotros —exclamó el profesor—. Bajamos para buscarlo. ¿Fue usted quien disparó?

—Sí. Supongo que fue usted quien me llamó a voces.

—¡Me oyó! —dijo Frock—. Por eso supo dónde localizarnos.

Pendergast negó con la cabeza.

—No. —Tendió la linterna a Margo, para desdoblar los planos, que la joven observó estaban cubiertos de anotaciones escritas a mano—. La Sociedad Histórica de Nueva York se disgustará cuando vea las libertades que me he tomado con su propiedad —comentó con sequedad el agente.

—Pendergast —susurró Frock— Margo y yo hemos descubierto qué es ese asesino. Ha de escucharnos. No se trata de un ser humano o un animal conocido. Deje que se lo expliquemos.

El sureño levantó la vista.

—No necesito que me convenza, doctor Frock.

Éste parpadeó.

—¿No? Entonces ¿nos ayudará a suspender la inauguración, a evacuar a los asistentes?

—Demasiado tarde —admitió Pendergast—. He hablado por la radio de la policía con el teniente D'Agosta y otros. El fallo eléctrico no sólo afecta al sótano, sino a todo el museo. El sistema de seguridad no ha funcionado, y todas las puertas de emergencia han bajado.

—Significa eso… —empezó Margo.

—Significa que el edificio ha quedado dividido en cinco secciones aisladas. Nos hallamos en el módulo dos, al igual que la gente atrapada en el Planetario. Y el monstruo.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Frock.

—Cundió el pánico aun antes de que se produjera el corte eléctrico y las puertas descendieran. Descubrieron en el interior de la exposición el cadáver de un agente de policía. La mayoría de los invitados lograron salir, pero treinta o cuarenta permanecen encerrados en el Planetario. —Sonrió con ironía—. Visité la exposición hace unas horas. Quería echar un vistazo a esa estatuilla de Mbwun de que me habló. Si hubiera entrado por la parte posterior en lugar de por la puerta delantera, tal vez habría encontrado el cadáver e impedido todo esto. En cualquier caso, tuve la oportunidad de ver la estatuilla, doctor Frock. Se trata de una excelente representación. Se lo dice alguien que entiende.

Frock lo miró boquiabierto.

—¿Lo ha visto? —susurró.

—Sí. Disparé contra él. Me hallaba en una esquina cercana a este cuarto cuando oí que me llamaba. En ese instante percibí un olor repugnante. Me escondí en un cubículo y lo vi pasar a través de una ventanilla. Salí y disparé, pero la bala rebotó en la cabeza del monstruo. De pronto las luces se apagaron. Lo seguí y observé que forcejeaba con esta puerta, resollando. —El agente abrió el cilindro del revólver y sustituyó los dos cartuchos empleados—. Por eso supe que se habían refugiado aquí.

—Dios mío —musitó Margo.

Pendergast enfundó el arma.

—Le disparé por segunda vez, pero apunté mal y erré el tiro. Vine hacia aquí en su búsqueda, pero la cosa había desaparecido. Sin duda huyó por la escalera situada al final del pasillo. No existe otra salida.

—Señor Pendergast, dígame una cosa; ¿qué aspecto tenía? —preguntó Frock.

—Sólo lo vi un momento. Era bajo, de constitución fuerte. Caminaba a cuatro patas, pero podía enderezarse. Estaba cubierto en parte de pelo. —Se humedeció los labios y asintió—. A pesar de que la oscuridad me impidió observarlo, diría que el escultor de la estatuilla sabía lo que hacía.

A la luz de la linterna, Margo apreció una extraña mezcla de miedo, júbilo y triunfo en el rostro de su tutor. Súbitamente, una serie de explosiones apagadas resonó sobre sus cabezas. Tras un breve silencio, otra ráfaga de disparos, más cercanos y ruidosos, atronó. Pendergast miró hacia arriba y aguzó el oído.

—¡D'Agosta! —dijo. Desenfundó el revólver, dejó caer los planos y salió al pasillo.

Margo corrió tras él e iluminó el corredor. Pendergast forcejeaba con la puerta de la escalera. Se arrodilló para examinar la cerradura, se levantó y propinó varias patadas a la puerta.

—Está cerrada —anunció cuando regresó—. Creo que esos disparos procedían de la escalera. Algunas balas han doblado el marco de la puerta y estropeado la cerradura. —Enfundó el arma y sacó la radio—. ¡Teniente D'Agosta! Vincent, ¿me oye?

Esperó un momento. Después sacudió la cabeza y guardó la radio en el bolsillo de la chaqueta.

—¿Estamos atrapados aquí? —preguntó Margo.

Pendergast negó con la cabeza.

—Creo que no. He pasado la tarde en estas bóvedas y túneles, intentando averiguar cómo había eludido la bestia nuestros rastreos. Estos planos, trazados en el siglo pasado, son complicados y contradictorios, pero parece que indican una ruta de salida del edificio a través del subsótano. Con todo sellado, no nos queda otro camino. Hay varias formas de acceder al subsótano desde esta parte del museo.

—¡Eso significa que podemos reunirnos con la gente que permanece arriba y escapar juntos! —dijo Margo.

—Y también significa que la bestia puede volver al subsótano —replicó el agente con semblante sombrío—. Me temo que, si bien esas puertas de emergencia pueden impedir nuestro rescate, no estorbarán demasiado los movimientos del monstruo. Creo que lleva aquí el tiempo suficiente para haber descubierto los caminos secretos y que puede desplazarse por todo el museo, al menos por los niveles inferiores, sin la menor dificultad.

Margo asintió.

—Suponemos que vive en el museo desde hace años. Y creemos haber averiguado cómo y porqué vino aquí.

Pendergast escrutó el rostro de Margo.

—Necesito que usted y el doctor Frock me cuenten cuanto hayan descubierto acerca de esta criatura, y lo antes posible.

Cuando se volvían para entrar en el cuarto, la joven oyó un tamborileo lejano, como un trueno sordo. Quedó petrificada y escuchó con atención. Quizá se tratase de una voz, aunque no estaba segura de si lloraba o gritaba.

—¿Qué ha sido eso? —susurró.

—Eso —respondió Pendergast en voz baja— es el ruido de la gente de la escalera, que corre para salvar la vida.