El laboratorio daba al río East, al otro lado del cual se alzaban los almacenes y edificios semiderruidos de Long Island City. Lewis Turow se detuvo ante la ventana y contempló una enorme barcaza que, cargada de basura y rodeada de incontables gaviotas, avanzaba hacia el mar. «Probablemente los desperdicios que Nueva York produce en un minuto», pensó.
Turow dio la espalda a la ventana y suspiró. Odiaba Nueva York, pero había decidido vivir allí para así trabajar en uno de los mejores laboratorios genéticos del país. La otra alternativa consistía en ser empleado de una instalación mediocre enclavada en algún delicioso pueblo rural. De momento se había decantado por la ciudad, pero su paciencia comenzaba a agotarse.
Oyó un pitido bajo, seguido del suave siseo de una mini-impresora. Los resultados estaban saliendo. Otro pitido anunció que la impresión había concluido. El ordenador Omega-9 Parallel, valorado en tres millones de dólares y compuesto por una hilera de grandes cajas grises que ocupaban una pared, quedó en silencio. Sólo algunas luces indicaban que algo estaba ocurriendo. Era un modelo especialmente diseñado para secuenciar ADN y trazar mapas genéticos. Turow había llegado al laboratorio seis meses antes atraído por aquella máquina.
Sacó el papel de la bandeja y lo examinó. La primera página contenía un resumen de los resultados, seguido de una secuencia de los ácidos nucleicos detectados en la muestra. A continuación, se extendían columnas de letras que identificaban las secuencias primarias y los mapas genéticos del grupo objetivo.
En este caso, el grupo objetivo lo componían felinos de gran tamaño. Habían solicitado comparaciones genéticas con el tigre asiático, el jaguar, el leopardo y el lince. Turow había añadido la pantera, puesto que su genética era bien conocida. El grupo de control elegido para comprobar que el proceso de comparación genética había sido el correcto y la muestra acertada, era, como de costumbre, el Homo sapiens.
Examinó el resumen:
Prueba 3345A5990
MUESTRA: LAB. CRIM. NYC LA-33
RESUMEN:
GRUPO OBJETIVO
% coincidencia | Grado confianza | |
Panthera leo | 5,5 | 4% |
Panthera onca | 7,1 | 5% |
Felix lynx | 4,0 | 3% |
Felix rufa | 5,2 | 4% |
Acinonix jubatus | 6,6 | 4% |
GRUPO DE CONTROL
% coincidencia | Grado confianza | |
Homo sapiens s. | 45,2 | 33% |
«Bien, esto es una chorrada», pensó. La muestra coincidía más con el grupo de control que con el grupo objetivo; exactamente lo contrario de lo que tendría que haber sucedido. Había sólo un 4 por ciento de posibilidades de que el material genético perteneciera a un gran felino, y un 33 por ciento de que perteneciera a un ser humano.
Un 33 por ciento; demasiado bajo, pero dentro de la probabilidad.
Eso significaba que para calcular el grado de coincidencia debería acudir a GenLab, una enorme base de datos internacional (doscientas gigas y en aumento) que contenía secuencias de ADN, esquemas y mapas genéticos de miles de organismos, desde bacterias Escherichia coli al Homo sapiens. Compararía los datos con los que le ofreciera GenLab para averiguar de dónde procedía el ADN. Debía de tratarse de algo cercano al Homo sapiens. El porcentaje no era lo suficientemente alto para pertenecer a un mono, aunque tal vez sí a un pariente del lemur.
A Turow se le había despertado la curiosidad. Hasta entonces ni siquiera sabía que el laboratorio trabajaba para el Departamento de Policía. «¿Qué coño les indujo a pensar que esta muestra procedía de un felino?», se preguntó.
Los resultados ocuparon unas ochenta páginas. El secuenciador de ADN imprimió los nucleoides identificados en formato de columna. Indicaba especies, genes identificados y secuencias no identificadas. Turow sabía que la mayoría de las secuencias aparecían «no identificadas», puesto que el único organismo cuyo mapa genético estaba completo era el E. Coli.
C-G * G-T No identificado
G-G * G-T *
G-G Homo sapiens T-T *
C-G * T-T *
A-T A-I allele T-T *
T-G marcador G *
G-G * C *
T-T A I C-C *
A-A Comienzo C-T *
A-A Polimorfismo G-T *
A-A * T-A *
G-T * G-G *
T-T * T *
G-T * T *
T-A * T *
A-T *
T-T *
G-T *
C-C *
C-G * A I Fin Poli.
Turow repasó los datos y trasladó el papel a su escritorio. Pulsando algunas teclas del SPARCestación 10, podía acceder a información de miles de bases de datos. Si el Omega-9 no poseía la información que buscaba, se conectaría automáticamente con Internet y encontraría un ordenador que la contuviera.
Examinó la hoja impresa con más atención y frunció el entrecejo. «Debe de tratarse de una muestra deficiente —pensó—. Demasiado ADN sin identificar».
A-A No identificado A-T Hemidactylus
A-T No identificado T turcicus
A-T No identificado C cont'd
A-T No identificado T-C *
A-T No identificado C-C *
A-T No identificado T-G *
T-T No identificado G-G *
G-G No identificado G-G *
G-G No identificado G-G *
A-A * Hemidactylus turcicus G-G Hemidactylus
T-T * G-G turcicus
T-G * G-G *
G-C *
G-T *
T-G *
C-A *
A-C *
Dejó de pasar las páginas. Había algo muy extraño. El programa había identificado una cadena de ADN como perteneciente a un animal llamado «Hemidactylus turcicus».
«¿Qué coño es eso?», pensó Turow.
La base de datos de nomenclatura biológica se lo aclaró:
NOMBRE COMÚN: GECO TURCO.
«¿Qué?» pensó Turow. Tecleó «expandir».
HEMIDACTYLUS TURCICUS: GECO TURCO.
ZONA DE DISTRIBUCIÓN ORIGINAL: NORTE DE ÁFRICA.
ACTUAL ZONA DE DISTRIBUCIÓN BIOLÓGICA: FLORIDA, BRASIL, ASIA MENOR, NORTE DE ÁFRICA.
LAGARTO DE TAMAÑO MEDIO DE LA FAMILIA GECO; GEKKONIDAE, ARBÓREO, NOCTURNO, CARECE DE PÁRPADOS MÓVILES.
Turow abandonó la base de datos mientras la información todavía desfilaba. Era absurdo, sin duda. ¿ADN de lagarto y ADN humano en la misma muestra? No era la primera vez que ocurría algo semejante. No podía echar la culpa al ordenador. Era un procedimiento inexacto, y de cualquier organismo sólo se conocían pequeñísimas fracciones de las secuencias de ADN.
Revisó la lista impresa. Menos del 50 por ciento de las coincidencias eran humanas; una proporción muy baja, suponiendo que el sujeto fuera humano, aunque no imposible en una muestra deficiente. Y siempre existía la posibilidad de la contaminación. Un par de células extraviadas podían arruinar todo un muestreo. Esta última posibilidad se le antoja cada vez más plausible. «Bien, ¿qué se puede esperar del Departamento de Policía de Nueva York?», se dijo. Ni siquiera eran capaces de pillar al tipo que vendía crack en la esquina de su edificio.
Prosiguió el examen. «Espera —pensó—, aquí hay otra secuencia larga: Tarentola mauritanica». Se introdujo en la base de datos y tecleó el nombre. La pantalla le informó «Tarentola mauritanica: lagartija».
«Un respiro, por favor —pensó—. Esto es una tomadura de pelo». Echó un vistazo al calendario: el 1 de abril era el sábado.[3]
Echó a reír. Una broma muy buena, cojonuda. Nunca hubiera pensado que al viejo Buchholtz se le ocurriría tomarle el pelo de aquella manera. Bien, él también tenía sentido del humor. Empezó el informe:
Muestra LA-33
Resumen: Muestra identificada de forma concluyente como Homo Gekkopiens, nombre vulgar, hombre-geco…
En cuanto hubo terminado el informe, lo envió arriba. Después fue a buscar un café, sin dejar de reír. Se sentía orgulloso de cómo lo había manejado. Se preguntó de dónde demonios había sacado Buchholtz las muestras de geco. «Debió de comprarlas en una tienda de animales domésticos». Imaginó a Buchholtz mezclando muestras de células de dos o tres gecos con unas pocas gotas de sangre. «Vamos a ver qué hace el novato de Turow con esto».
Cuando regresó al laboratorio con el café, Turow lanzó una carcajada estentórea. Descubrió que Buchholtz estaba esperándole, muy serio.