LUNES 25 DE DICIEMBRE

59,4 kg (oh Dios, me he convertido en Papá Noel, es culpa del budín de Navidad o algo así), 2 copas (triunfo absoluto), 3 cigarrillos (ídem), 2.657 calorías (casi todas de salsa de la carne), regalos de Navidad absolutamente lunáticos: 12; regalos de Navidad con algún tipo de sentido: 0, 0 reflexiones filosóficas sobre el significado de la virginidad de la Virgen; número de años desde que ya no soy virgen: hmmm.

Bajé las escaleras tambaleándome, y esperando que el pelo no me oliese a tabaco, para encontrarme a mamá y a Una intercambiando opiniones políticas mientras marcaban crucecitas en las coles de Bruselas.

—Oh, sí, creo que como-se-llame es muy bueno.

—Bueno, claro que lo es, quiero decir, se libró con aquella cláusula de no sé qué, y nadie pensaba que lo haría, ¿no?

—Ah, pero entonces, ves, tienes que mirarlo porque podríamos fácilmente acabar con un loco como aquel como-se-llame que solía dirigir a los mineros. ¿Sabes? El problema que encuentro con el salmón ahumado es que me repite, sobre todo cuando he tomado muchos dulces de castañas. Oh, hola, cariño —dijo mamá al verme—. ¿Y qué te vas a poner para el día de Navidad?

—Esto —mascullé malhumorada.

—Oh, no seas tonta, Bridget, no puedes llevar eso el día de Navidad. Bien, ¿vas a entrar en la sala de estar a decir hola a la tía Una y al tío Geoffrey antes de cambiarte? —dijo con esa voz especialmente clara y entrecortada de «¿no es todo genial?» que en realidad significa: «Haz lo que te digo o te pongo el minipimer en la cara».

—¡Venga, ya, Bridget! ¿Qué tal tu vida amorosa? —bromeó Geoffrey, dándome uno de sus abrazos especiales y después sonrojándose y ajustándose los pantalones.

—Bien.

—Así que todavía no tienes tipo. ¡Bah! ¡Qué vamos a hacer contigo!

—¿Eso es una galleta de chocolate? —dijo la abuelita mirándome.

—Ponte derecha, cariño —dijo mamá entre dientes.

Querido Dios, por favor ayúdame. Quiero irme a casa. Quiero mi propia vida de nuevo. No me siento como un adulto, me siento como un adolescente con el que todo el mundo se enfada.

—Y, ¿qué vas a hacer acerca de los bebés, Bridget? —dijo Una.

—Oh, mira, un pene —dijo la abuelita, cogiendo un tubo gigante de galletas de chocolate.

—¡Me voy a cambiar! —dije, sonriendo a mamá para hacerle la pelota, corrí hasta el dormitorio, abrí la ventana y encendí un Silk Cut.

Entonces vi la cabeza de Jamie fuera de una ventana un piso más abajo, también fumando un cigarrillo. Dos minutos más tarde se abrió la ventana del cuarto de baño y apareció una cabeza cabello color caoba y encendió un cigarrillo. Era mamá, que no tiene perdón de Dios.

12.30 p.m. El intercambio de regalos fue una pesadilla. Siempre exagero cuando me hacen malos regalos, doy un grito de satisfacción, con lo cual cada año recibo más y más regalos horrorosos. Aunque Becca —quien, cuando yo trabajaba en la editorial, me regaló una colección espantihorrenda de cepillos para la ropa, calzadores y adornos para el pelo en forma de libro— este año me ha regalado un imán para la nevera en forma de claqueta. Una, para quien no hay tarea del hogar que deba quedar sin artilugio, me ha dado una serie de llaves inglesas en miniatura para poder enroscar tapones de botellas y abrir tarros de cocina. Mientras que mi madre, que me hace regalos para intentar conseguir que mi vida sea más parecida a la suya, me ha regalado una olla a vapor para una persona: «Todo lo que tienes que hacer es dorar la carne antes de ir a trabajar y ponerle un poco de verduras». (¿Tiene ella la más mínima idea de lo duro que es algunas mañanas llenar un miserable vaso de agua sin vomitar?).

—Oh, mira. No es un pene, es una galleta —dijo la abuelita.

—Creo que va a hacer falta que colemos esta salsa, Pam —dijo Una, saliendo de la cocina con una cacerola en la mano.

Oh no. Esto no. Por favor, esto no.

—Creo que no hará falta, cariño —dijo mamá con muy mala baba, y con los dientes apretados—. ¿Has probado removiéndola?

—No me trates con condescendencia, Pam —dijo Una sonriendo peligrosamente.

Empezaron a dar vueltas enfrentadas cara a cara como si fuera un combate de lucha libre. Esto ocurre cada año con la salsa de carne. Suerte que hubo una distracción: un fuerte crash y el ruido de un cuerpo atravesando la puerta cristalera del jardín. Julio. Todos nos quedamos paralizados y Una soltó un grito. No se había afeitado y sostenía una botella de jerez en la mano. Tropezó con papá y se puso de pie.

—Tú te acuestas con mi mujer.

—Ah —contestó papá—. Sí, Feliz Navidad, eh. ¿Puedo traerle una copa de jerez? Ah, veo que está servido. Muy bien. ¿Un poco de tarta?

—Tú te acuestas —dijo Julio amenazador— con mi mujer.

—Oh, él es tan latino, jajaja —dijo mamá coquetamente, mientras los demás mirábamos aterrados.

Siempre que había visto a Julio estaba limpio, perfectamente bien peinado y llevaba un maletín. Ahora estaba furioso, borracho, desarreglado, para ser sincera, el tipo de hombre del que yo me enamoro. No era de extrañar que mamá pareciese más excitada que avergonzada.

—Julio, chico malo —susurró ella.

Oh, Dios. Seguía enamorada de él.

—Tú te acuestas —dijo Julio— con él —escupió en la alfombra china y se dirigió escaleras arriba, perseguido por mamá que nos dijo gorjeando:

—Papá, por favor, ¿podrías trinchar la carne y hacer que todos se sienten?

Nadie se movió.

—Bien, escuchadme —dijo papá en tono serio, tenso y varonil—. Hay un delincuente peligroso arriba y tiene a Pam como rehén.

—Oh, en mi opinión, a ella no parecía importarle —soltó la abuelita en un raro e inoportuno momento de claridad—. Oh, mira, hay una galletita entre las dalias.

Miré por la ventana y casi me muero del susto.

Allí estaba Mark Darcy cruzando el césped, ágil como un mocoso y entrando por la puerta cristalera. Estaba sudando, sucio, despeinado, con la camisa desabrochada. ¡Ding-dong!

—Quedaos todos quietos y en silencio, como si todo fuese normal —dijo en voz baja.

Todos estábamos tan anonadados y él hablaba de una manera tan emocionante y autoritaria que empezamos a hacer lo que él dijo como zombis hipnotizados.

—Mark —murmuré al pasar a su lado—. ¿Qué estás diciendo? Aquí no hay nada normal.

—No estoy muy seguro de que Julio no sea violento. La policía está fuera. Si podemos hacer que tu madre baje, entonces ellos podrán entrar y atraparle.

—Vale. Déjamelo a mí —le dije y me dirigí hacia las escaleras.

—¡Mamá! —grité—. No encuentro las servilletas de papel.

Todos aguantaron la respiración. No hubo respuesta.

—Vuelve a intentarlo —susurró Mark, mirándome con admiración.

—Haz que Una vuelva a llevar la salsa a la cocina —dije entre dientes.

Él hizo lo que le dije, entonces me hizo una señal de aprobación. Le devolví la señal y me aclaré la garganta.

—¿Mamá? —volví a gritar en dirección al piso de arriba—. ¿Sabes dónde está el colador? Una está un poco preocupada por la salsa.

Diez segundos más tarde hubo un sonido de pasos bajando las escaleras y apareció mamá, sonrojada.

—Las servilletas de papel están en el recipiente para servilletas que está en la pared, tontorrona. Bien. ¿Qué está haciendo Una con la salsa? ¡Burr! ¡Vamos a tener que utilizar el minipimer!

Mientras se oyeron ruidos de pasos subiendo las escaleras y una refriega estalló en el piso de arriba.

—¡Julio! —gritó mamá, y empezó a correr hacia la puerta.

El detective que ya conocía de la comisaría estaba de pie en la entrada del salón.

—Bien, todo el mundo tranquilo. Todo está bajo control —dijo.

Mamá gritó cuando Julio apareció en el salón esposado a un joven policía y le sacaron de la casa a empujones.

Vi cómo recobraba la calma y miraba por la habitación, evaluando la situación.

—Bueno, gracias a Dios que conseguí calmar a Julio —dijo como si tal cosa, después de una pausa—. ¡Menudo follón! ¿Estás bien, papá?

—La blusa, mamá, está del revés —dijo papá.

Me quedé mirando la espantosa escena, sintiéndome como si todo mi mundo se estuviese derrumbando a mi alrededor. Entonces sentí una mano fuerte en mi brazo.

—Venga —dijo Mark Darcy.

—¿Qué?

—No digas «qué», Bridget, di «perdón» —dijo mamá.

—Señora Jones —dijo Mark con firmeza—. Me voy a llevar a Bridget a celebrar lo que queda del día del nacimiento de Jesús.

Respiré hondo y cogí la mano que Mark Darcy me ofrecía.

—Feliz Navidad a todos —dije con una sonrisa gentil en la boca—. Espero que os veremos en el Bufé de Pavo al Curry.

Esto es lo siguiente que ocurrió:

Mark Darcy me llevó al Hintlesham Hall a tomar champán y una tardía comida de Navidad, que estaba muy buena. Disfruté especialmente de la libertad para echar salsa en el pavo de Navidad por primera vez en mi vida, sin tener que ponerme de parte de nadie. La Navidad sin mamá y sin Una fue una experiencia extraña y maravillosa. Fue inesperadamente fácil hablar con Mark Darcy, sobre todo teniendo toda la Escena Festiva de Asedio de la Policía a Julio para analizar.

Resultó que Mark había pasado bastante tiempo en Portugal durante el último mes, como si de un reconfortante detective privado se tratase. Me dijo que siguió a Julio hasta Funchal y descubrió casi por completo el lugar donde estaban los fondos, pero no pudo ni engatusar ni amenazar a Julio para que lo devolviese todo.

—Sin embargo, creo que ahora lo hará —dijo sonriendo.

Realmente es muy dulce, Mark Darcy, y también es endiabladamente listo.

—¿Por qué regresó a Inglaterra?

—Bueno, perdón por utilizar un cliché, pero descubrí su talón de Aquiles.

—¿Qué?

—No digas «qué», Bridget, di «perdón» —dijo, y yo reí tontamente—. Me di cuenta de que, a pesar de que tu madre es la mujer más imposible del mundo, Julio la quiere. La quiere de verdad.

Maldita mamá, pensé. ¿Cómo puede ser que consiga ser una irresistible diosa del sexo? Quizá debería ir a Colour me Beautiful después de todo.

—Así pues, ¿qué hiciste? —le dije, sentándome encima de mis manos para evitar gritar: «¿Y yo qué? ¿Yo qué? ¿Por qué nadie me quiere?».

—Simplemente le dije que ella estaba pasando la Navidad con tu padre y que, mucho me temía, habían estado durmiendo en la misma cama. Yo tenía la sensación de que era lo bastante loco y lo bastante estúpido como para intentar, hem, frustrar tales planes.

—¿Cómo lo supiste?

—Una corazonada. Cosa del trabajo.

Dios, qué guay.

—Pero fue tan amable por tu parte, invirtiendo horas de trabajo y todo eso. ¿Por qué te molestaste en hacerlo?

—Bridget —me dijo—. ¿No es bastante obvio?

Oh, Dios mío.

Cuando fuimos arriba resultó que había encargado una suite. Fue fantástico, muy elegante y endiabladamente divertido, y jugueteamos con todas las cosas que estaban a disposición de los clientes y bebimos más champán y me dijo todas aquellas cosas de cómo me quería: el tipo de cosas, para ser sincera, que Daniel siempre estaba diciendo.

—Y entonces, ¿por qué no me telefoneaste antes de Navidad? —dije con recelo—. Te dejé dos mensajes.

—No quería hablar contigo hasta haber acabado el trabajo. Y no creía que yo te gustase demasiado.

—¿Qué?

—Bueno, ya sabes. ¿Me diste plantón porque te estabas secando el pelo? Y la primera vez que te conocí yo llevaba el ridículo suéter y los calcetines con abejorros de mi tía y me comporté como un completo zoquete. Pensé que tú pensabas que yo era de lo más estirado.

—Bueno, un poco sí —le dije—. Pero…

—Pero ¿qué…?

—¿No querrás decir pero perdón?

Entonces cogió la copa de champán que yo tenía en la mano, me besó y dijo: «Vale, Bridget Jones, voy a concederte el perdón», me cogió entre sus brazos, me llevó hasta el dormitorio (¡que tenía una cama con baldaquino!) e hizo todas las cosas por las que a partir de ahora, cuando vea un suéter a cuadros con cuello en V, me voy a sonrojar de vergüenza.