LUNES 11 DE DICIEMBRE

Regresé del trabajo para encontrarme un mensaje glacial en el contestador.

—Bridget. Soy Rebecca. Ya sé que ahora trabajas en televisión. Sé que tienes fiestas con mucho más glamour a las que asistir, pero pensaba que como mínimo tendrías la deferencia de contestar a la invitación de una amiga, aunque seas demasiado fantástica para dignarte asistir a su fiesta.

Frenética, llamé a Rebecca, pero no hubo respuesta ni contestador automático. Decidí acercarme a su casa y dejarle una nota y me tropecé en las escaleras con Dan, el australiano del piso de abajo al que besuqueé en abril.

—Hola. Feliz Navidad —dijo con mirada lasciva, demasiado cerca de mí—. ¿Has recogido tu correo? —le miré sin comprender—. Te lo he estado metiendo por debajo de la puerta para que no cojas frío por la mañana en camisón.

Corrí escaleras arriba, levanté el felpudo y allí, acurrucadas como si de un milagro de Navidad se tratase, había un montoncito de postales, cartas e invitaciones todas dirigidas a mí. A mí. A mí. A mí.