57,6 kg, 0 copas, 50 cigarrillos, (¡sííí! ¡síííí!), 12 llamadas al 1471 para ver si Mark Darcy ha llamado, 0 horas de sueño.
9 a.m. Me estoy fumando el último cigarrillo antes de ir a trabajar. Hecha polvo. Anoche nos hicieron esperar a papá y a mí en un banco de la comisaría durante dos horas. Al final oímos una voz que se acercaba por el pasillo:
—¡Sí, eso es, soy yo! ¡De repente soltera, cada mañana! Claro que sí. ¿Tiene un boli? ¿Aquí? ¿Para quién lo escribo? Oh, pillín. ¿Sabe que yo estaba muerta de ganas de probar uno de estos…?
—Oh, ahí estás, papá —dijo mamá, apareciendo por la esquina con un sombrero de policía—. ¿Está el coche fuera? Uff, ya sabes, me muero de ganas de llegar a casa y poner la tetera sobre el fuego. ¿Una se acordó de programarlo?
Papá parecía alterado, asustado y confundido y yo me sentía igual.
—¿Te has librado? —le pregunté.
—Oh, no seas tonta, cariño. ¡Librado! ¡No lo sé! —dijo mamá parpadeando mientras miraba al detective jefe y me empujaba hacia fuera.
Por la forma en que el detective se sonrojó y por lo nervioso que estaba no me habría sorprendido lo más mínimo que se hubiese librado a cambio de favores sexuales en la sala de interrogatorios.
—Y bien, ¿qué pasó? —dije, cuando papá hubo acabado de colocar todas las maletas, sombreros, un burrito de paja («¿No es genial?») y castañuelas en el maletero del Sierra y puesto en marcha el coche.
Había decidido que esta vez no le iba a dejar que hiciese caso omiso descaradamente de lo evidente, a meterlo todo debajo de la alfombra y a empezar a tratarnos con condescendencia.
—Ahora ya está todo en orden, cariño, sólo ha sido un estúpido malentendido. ¿Ha estado alguien fumando en este coche?
—¿Qué pasó, madre? —dije peligrosamente—. ¿Qué hay del dinero de todo el mundo y de los apartamentos en multipropiedad? ¿Dónde están mis 200 libras?
—¡Bah! Sólo hubo algún problemilla con el permiso de obras. Sabes, las autoridades portuguesas pueden ser muy corruptas. Todo son sobornos y mordidas, como Winnie Mandela. Así que Julio ha devuelto todos los depósitos. En realidad, ¡tuvimos unas vacaciones geniales! El tiempo fue inestable, pero…
—¿Dónde está Julio? —pregunté recelosa.
—Ah, se ha quedado en Portugal para arreglar todo este lío del permiso de obras.
—¿Y qué hay de mi casa? —dijo papá—. ¿Y los ahorros?
—No sé de qué estás hablando, papá. No pasa nada malo con la casa.
No obstante, desgraciadamente para mi madre, cuando llegamos a The Gable habían cambiado todas las cerraduras y tuvimos que volver a casa de Una y de Geoffrey.
—Uff, sabes, Una, estoy tan cansada que creo que me voy derechita a la cama —dijo mamá tras echar un vistazo a los rostros rencorosos, al refrigerio pasado y a los trozos de remolacha mustia.
El teléfono sonó y era para papá.
—Era Mark Darcy —dijo papá cuando volvió. Casi se me sale el corazón por la boca al intentar controlarme—. Está en Albufeira. Parece ser que se está llevando a cabo un trato con… con el latinote roñoso… y han recuperado parte del dinero. Creo que quizás hayamos salvado The Gable…
Al oírlo todos nos pusimos a gritar entusiasmados y Geoffrey empezó con «Porque es un chico excelente». Yo esperaba a que Una me hiciese algún tipo de comentario, pero no. Típico. En el instante que decido que me gusta Mark Darcy, todo el mundo deja de intentar emparejarme con él.
—¿Tiene demasiada leche para ti, Colin? —dijo Una pasándole a papá una taza de té con motivos floreados de albaricoques.
—No sé… no entiendo por qué… no sé qué pensar —dijo papá preocupado.
—Mira, no hay nada de que preocuparse —dijo Una, con un inusual aire de tranquilidad y control de la situación, lo que de repente me hizo verla como la madre que en realidad nunca he tenido—. Es porque he puesto demasiada leche. Quitaré un poquito y añadiré una gotita de agua caliente.
Cuando finalmente me fui de aquella caótica situación, conduje demasiado rápido de vuelta a Londres, fumando un cigarrillo tras otro como un acto de rebeldía sin sentido.