57,6 kg, 0 copas, 0,5 cigarrillos (ninguna posibilidad de alguno más), sólo Dios sabe las calorías, 188 minutos queriendo matar a mamá (calculando por lo bajo).
Día de pesadilla. Primero esperábamos que mamá llegase anoche, después esta mañana, luego esta tarde y, cuando hemos estado a punto de salir hacia Gatwick un total de tres veces, resultó que llegaba esta noche a Luton, escoltada por la policía.
Papá y yo nos estábamos preparando para reconfortar a una persona muy diferente de la que conocíamos, creyendo ingenuamente que mamá estaría escarmentada después de haber pasado por lo que había pasado.
—Suéltame, tonto —gritó una voz desde la terminal de llegadas—. Ahora estamos en suelo británico y seguro que se me reconoce y no quiero que nadie me vea maltratada por un policía. Ohh, ¿saben qué? Creo que me he dejado la pamela debajo del asiento del avión.
Los dos policías pusieron los ojos en blanco mientras mamá, vestida con un abrigo años sesenta a cuadros negros y blancos (supongo que cuidadosamente pensado para que combinase con los policías), un pañuelo de cabeza y gafas oscuras, salía disparada hacia el área de recogida de equipajes con los agentes de la ley arrastrando los pies, siguiéndola cansados. Cuarenta y cinco minutos más tarde volvieron a salir. Uno de los policías llevaba la pamela.
Casi llegaron a las manos cuando intentaron meterla en el coche de policía. Papá estaba sentado en el asiento delantero de su Sierra llorando y yo estaba intentando explicarle a mi madre que tenía que ir a la comisaría para ver si la iban a acusar de algo, pero ella siguió diciendo:
—Oh, no seas tonta, cariño. Ven aquí. ¿Qué tienes en la cara? ¿No tienes un pañuelo?
—Mamá —rezongué cuando se sacó un pañuelo del bolsillo y escupió en él—. Puede ser que te acusen de un delito —protesté cuando ella empezó a frotarme la cara—. Creo que deberías ir tranquilamente a la comisaría con estos policías.
—Ya veremos, cariño. Quizá mañana, cuando haya limpiado la cesta de las verduras. Dejé allí un kilo de patatas y seguro que han brotado. Al parecer nadie ha regado las plantas en todo el tiempo que he estado fuera y te apuesto lo que quieras a que Una ha dejado la calefacción encendida.
Sólo cuando papá se acercó y le dijo de manera cortante que la casa estaba a punto de cambiar de manos, la cesta de las verduras incluída, se calló y permitió que la metiesen en el asiento trasero del coche, al lado de un policía.