55,75 kg (los nervios se comen la grasa), 9 copas (muy mal hecho), 37 cigarrillos (muy muy mal), 3.479 calorías (y todas repugnantes).
9.30 a.m. Acabo de destapar la olla. Los esperados 9 litros de caldo explosivamente sabroso se han convertido en huesos de pollo chamuscados cubiertos de gelatina. Sin embargo, el confit de naranja tiene un aspecto estupendo, como en la fotografía pero un poco más oscuro. Tengo que ir a trabajar. Acabaré hacia las cuatro y entonces pensaré en algo para el fracaso de la sopa.
5 p.m. Oh, Dios mío. Todo el día se ha convertido en una pesadilla. Richard Finch me sacó de quicio en la reunión de la mañana delante de todo el mundo.
—Bridget, por Dios, deja ese libro de recetas. Fuegos Artificiales Queman a Niños. Estoy pensando en mutilaciones, estoy pensando en felices fiestas familiares que se convierten en pesadillas. Estoy pensando en veinte años más tarde. ¿Qué hay de aquel niño, en los años sesenta, al que se le quemó el pene por culpa de las bengalas que llevaba en sus bolsillos? ¿Dónde está ahora? Bridget, encuéntrame al Niño de los Fuegos Artificiales sin Pene. Encuéntrame al John Wayne Bobbit del día de Guy Fawkes de los sesenta.
Ugh. Estaba de mal humor llevando a cabo la llamada número cuarenta y ocho para saber si había un grupo de ayuda a las víctimas de pene-quemado cuando sonó mi teléfono.
—Hola, cariño, mamá al habla —sonaba inusualmente aguda e histérica.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño, sólo llamaba para decir adiós antes de irme y que espero que todo vaya bien.
—¿Irte? ¿Dónde te vas?
—Oh. Ajajajaja. Te lo dije, Julio y yo vamos a Portugal durante un par de semanas, sólo para ver a la familia y de paso tomar un poco el sol antes de Navidad.
—No me lo dijiste.
—Oh, no seas tontaina, cariño. Claro que te lo dije. Tienes que aprender a escuchar. Bueno, cuídate, ¿vale?
—Sí.
—Ah, cariño, una cosa más.
—¿Qué?
—Por alguna razón he estado tan ocupada que he olvidado pedir al banco mis cheques de viaje.
—Oh, no te preocupes, puedes cogerlos en el aeropuerto.
—Pero la cuestión es, cariño, que ahora estoy camino del aeropuerto y me he olvidado la tarjeta de crédito.
Pestañeé.
—Menudo incordio. Me estaba preguntando… ¿Podrías dejarme algo de efectivo? No mucho, sólo unos cientos de libras o así para poder obtener algunos cheques de viaje.
La forma en que lo dijo me recordó a los borrachines que piden dinero para una taza de té.
—Estoy en pleno trabajo, mamá. ¿No te puede prestar algo Julio?
Se hizo la ofendida.
—No puedo creer que estés siendo tan tacaña, cariño. Después de todo lo que he hecho por ti. Yo te di el regalo de la vida y tú ni tan siquiera puedes prestarle a tu madre unas libras para comprar cheques de viaje.
—Pero ¿cómo voy a hacértelas llegar? Tendría que salir al cajero y dárselo a un mensajero. Entonces lo robarían y sería ridículo. ¿Dónde estás?
—Oooh. Bueno, en realidad, como por cosas del azar, estoy tan cerca que si vas hasta el NatWes que tienes enfrente nos encontramos allí dentro de cinco minutos —farfulló—. Genial, cariño. ¡Adióós!
—Bridget, ¿adonde coño vas? —gritó Richard cuando intenté escabullirme—. ¿Ya has encontrado al Chico Petardo Bobbit?
—Tengo una buena pista —dije tocándome la nariz y salí a toda mecha.
Estaba esperando a que saliese mi dinero, recién hecho y calentito, del cajero y preguntándome cómo iba a arreglárselas mi madre durante dos semanas en Portugal con doscientas libras, cuando la vi corriendo hacia mí, con gafas de sol, a pesar de que estaba lloviendo a cántaros, y mirando de un lado a otro furtivamente.
—Oh, aquí estás, cariño. Eres un encanto. Muchas gracias. Debo irme, voy a perder el avión. ¡Adióós! —dijo, cogiéndome los billetes de la mano.
—¿Qué está pasando? ¿Qué estás haciendo por aquí cuando no es el camino al aeropuerto? ¿Cómo te las vas a arreglar sin tu tarjeta de crédito? ¿Por qué no te puede prestar dinero Julio? ¿Por qué? ¿Qué tienes entre manos? ¿Qué?
Durante un instante pareció asustada, como a punto de llorar, y entonces, los ojos mirando al infinito, adoptó su mirada de princesa Diana herida.
—Estaré bien, cariño —esbozó su sonrisa especial de «qué valiente soy»—. Cuídate —dijo con voz titubeante, me abrazó y un segundo más tarde se había ido, esquivando el tráfico detenido y atravesando la calle de puntillas.
7 p.m. Acabo de llegar a casa. Vale. Calma, calma. Elegancia interior. La sopa estará genial. Tan sólo cocinaré puré de verduras como está escrito y entonces —para dar concentración de sabor— colaré la gelatina azul de los huesos de pollo y los incorporaré a la sopa con crema de leche.
8.30 p.m. Todo va de maravilla. Todos los invitados están en el salón. Mark Darcy está muy simpático y ha traído champán y una caja de bombones belgas. Todavía no he hecho el plato principal, sólo las patatas fondant, pero seguro que va a ser muy rápido. De todas formas, la sopa va primero.
8.35 p.m. Oh, Dios mío. Acabo de destapar la olla para sacar los huesos. La sopa está azul.
9 p.m. Adoro a los amigos simpáticos. Han reaccionado con mucha deportividad con lo de la sopa azul. Mark Darcy y Tom incluso han argumentado largamente que debería haber menos prejuicios sobre los colores en el mundo de la comida. ¿Por qué poner objeciones al concepto de sopa azul? ¿Sólo porque cuesta pensar en una verdura azul? Los palitos de pescado, después de todo, no son de color naranja natural. (La verdad es que, después de todo el esfuerzo, la sopa sólo sabía a crema de leche hervida, como dijo Richard el Malvado. Momento en el cual Mark Darcy le preguntó cómo se ganaba la vida, lo que resultó muy divertido porque Richard el Malvado fue despedido la semana pasada por hacer chanchullos con sus gastos). No importa, de todos modos. El plato principal será muy sabroso. Vale, empezaré el velouté de tomatitos.
9.15 p.m. Por Dios. Creo que algo tenía que haber en la batidora, por ejemplo jabón líquido de lavaplatos, ya que el puré de tomatitos parece estar haciendo espuma y tiene tres veces el volumen original. También las patatas fondant tendrían que haberse cocido en diez minutos y están duras como rocas. Quizá debería ponerlas en el microondas. Aargh, aargh. Acabo de mirar en la nevera y el atún no está. ¿Qué ha sido del atún? ¿Qué? ¿Qué?
9.30 p.m. Gracias a Dios, Jude y Mark Darcy entraron en la cocina y me ayudaron a hacer una tortilla grande y aplastaron las patatas fondant medio hechas y las frieron como si fuesen croquetas, y pusieron el libro de recetas en la mesa para que todos pudiésemos ver las fotos de lo que habría sido el atún a la parrilla. Tiene un aspecto fantástico. Tom dijo que no me molestase en preparar la Crema Inglesa al Grand Marnier y que nos bebiésemos el Grand Marnier directamente.
10 p.m. Muy triste. Los miré expectante a todos cuando tomaron la primera cucharada de confit. Hubo un silencio embarazoso.
—¿Qué es esto, cariño? —acabó diciendo Tom—. ¿Es mermelada?
Horrorizada, lo probé yo misma. Era, como había dicho él, mermelada. Me di cuenta de que después de todo el esfuerzo y los gastos les había servido a mis invitados:
Sopa azul
Tortilla
Mermelada
Soy un fracaso total. ¿Cocina de guía Michelin? Comida chapucera, más bien.
No creí que las cosas pudiesen empeorar después de la mermelada. Pero cuando acabó la horrible cena sonó el teléfono. Por suerte lo cogí en el dormitorio. Era papá.
—¿Estás sola? —me preguntó.
—No. Todo el mundo ha venido. Jude y el resto. ¿Por qué?
—Quería… que estuvieses con alguien cuando… lo siento, Bridget. Me temo que tengo malas noticias.
—¿Qué? ¿Qué?
—La policía busca a Julio y a tu madre.
2 a.m. Northamptonshire, en una cama individual en la habitación de los invitados de los Alconbury. Ugh. Tuve que sentarme y recuperar el aliento, mientras papá decía «¿Bridget? ¿Bridget? ¿Bridget?» una y otra vez como si fuese un loro.
—¿Qué ha pasado? —conseguí soltar al fin.
—Mucho me temo que —posiblemente y, espero, sin que tu madre lo sepa— han estafado una gran suma de dinero a un buen número de personas, incluidos yo mismo y algunos de nuestros amigos más íntimos. Por el momento no sabemos la magnitud de la estafa pero mucho me temo, por lo que dice la policía, que es posible que tu madre vaya a la cárcel por un período de tiempo considerable.
—Oh, Dios mío. Así que es por eso que se ha ido a Portugal con mis doscientas libras.
—Es posible que en estos momentos ya esté mucho más lejos.
Vi el futuro delante de mí como una terrible pesadilla: Richard Finch apodándome como la Hija de Presentadora Presidiaria de De repente soltera y obligándome a hacer una entrevista en directo desde la sala de visitas de la cárcel de Holloway, antes de ser De repente Despedida en directo.
—¿Qué han hecho?
—Al parecer, Julio, utilizando a tu madre como —por decirlo así— «hombre de paja», les ha sacado a Una y a Geoffrey, a Nigel y a Elizabeth y a Malcolm y a Elaine —(oh Dios mío, los padres de Mark Darcy)— considerables sumas de dinero, muchos, muchos miles de libras, como paga y señal de apartamentos en multipropiedad.
—¿Tú no lo sabías?
—No. Al parecer, al no ser capaces de superar los leves vestigios de vergüenza que les quedaban por hacer negocios con el grasoso y perfumado que le había puesto cuernos a uno de sus más antiguos amigos, se olvidaron de comentarme todo el negocio.
—¿Y qué pasó?
—Los apartamentos en multipropiedad nunca existieron. No queda ni un centavo de los ahorros míos y de tu madre, ni de los fondos de pensiones. Yo también fui lo bastante tonto como para dejar la casa a su nombre y ella la ha vuelto a hipotecar. Estamos arruinados, somos indigentes y sin techo, Bridget, y tu madre será tachada de delincuente común.
Tras lo cual se vino abajo. Una se puso al teléfono y dijo que le iba a dar a papá Ovaltine. Le dije que en dos horas estaría allí, pero ella me aconsejó que no condujese hasta que se me hubiese pasado el shock, que no había nada que hacer y que lo dejase para mañana por la mañana.
Al colgar, me desplomé contra la pared maldiciéndome por haber dejado los cigarrillos en la sala de estar. Aunque inmediatamente apareció Jude con una copa de Grand Marnier.
—¿Qué pasa? —me preguntó.
Le expliqué toda la historia y me bebí de un trago la copa de Grand Marnier. Jude no dijo una palabra, pero al instante fue a buscar a Mark Darcy.
—Me siento culpable —dijo pasándose las manos por el pelo—. Tendría que haber sido más claro en la fiesta de Fulanas y Vicarios. Sabía que Julio no era trigo limpio.
—¿A qué te refieres?
—Le oí hablar con su teléfono móvil junto al rincón de las plantas perennes. Él no sabía que le estaba escuchando. Si hubiese sabido que mis padres estaban involucrados, yo… —movió la cabeza—. Ahora que pienso en ello, me acuerdo de que mi madre mencionó algo, pero me puse tan nervioso con la mención de la palabra «multipropiedad» que debí de asustarla y hacer que se callase. ¿Dónde está tu madre ahora?
—No lo sé. ¿Portugal? ¿Río de Janeiro? ¿En la peluquería?
Empezó a caminar de arriba abajo por la habitación formulando preguntas como un abogado de primera.
«¿Qué se está haciendo para encontrarla?» «¿Cuáles son las sumas que se manejan?» «¿Cómo ha salido a la luz el asunto?» «¿Cuál es la participación de la policía?» «¿Quién lo sabe?» «¿Dónde está tu padre ahora?» «¿Te gustaría ir con él?» «¿Me dejas que te lleve?». Fue de lo más sexy, os lo aseguro. Jude apareció con café. Mark decidió que lo mejor sería que su chófer nos llevase a mí y a él a Grafton Underwood y, por un breve instante, experimenté la sensación totalmente nueva de estarle agradecida a mi madre.
Todo fue muy dramático al llegar a casa de Una y Geoffrey, con Enderbys y Alconburys por todas partes, todo el mundo llorando y Mark Darcy de un lado al otro de la habitación haciendo llamadas de teléfono. Me sentí culpable, ya que una parte de mí —a pesar del terror— estaba disfrutando muchísimo con el hecho de que el trabajo normal se viese suspendido. Todo era diferente que de costumbre y todo el mundo tenía permiso para tragarse vasos llenos de jerez y sandwiches de paté de salmón como cuando es Navidad. Fue justo la misma sensación que cuando la abuelita se volvió esquizofrénica y se sacó toda la ropa, corrió por el huerto de Penny Husbands-Bosworth y tuvo que ser reducida por la policía.