JUEVES 5 DE OCTUBRE

56,65 kg (mal), 4 porquerías de chocolate (mal), número de veces que he mirando el vídeo: 17 (mal).

11 a.m. En los lavabos del trabajo. Oh, no. Oh, no. Encima del desastre humillante por el plantón, hoy he sido el centro de atención en la reunión de la mañana.

—Vale, Bridget —dijo Richard Finch—. Voy a darte otra oportunidad. El juicio de Isabella Rossellini. Hoy se espera el veredicto. Nosotros creemos que va a librarse. Ve hasta la Corte Suprema. No quiero verte subida en ninguna barra ni farola. Quiero una entrevista dura. Pregúntale si esa sentencia significa que está bien que matemos a la gente si no nos apetece practicar el sexo con ellos. ¿A qué estás esperando, Bridget? Lárgate ya.

Yo no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba hablando.

—Te has enterado del juicio a Isabella Rossellini, ¿verdad? —dijo Richard—. ¿Lees los periódicos, de vez en cuando?

El problema de este trabajo es que la gente no para de darte nombres e historias y tú tienes una décima de segundo para decidir si admites o no que no tienes ni idea de lo que están hablando, y si dejas que pase ese momento, entonces te pasas la media hora siguiente fingiendo seguridad en ti misma y buscando desesperadamente pistas para saber sobre qué coño están discutiendo en profundidad y largamente; que es justo lo que me ha pasado con lo de Isabella Rossellini.

Y ahora, dentro de cinco minutos, tengo que ir a encontrarme con el equipo de grabación en la Corte y hacer un reportaje por televisión de una historia, sin tener la más mínima idea de qué va.

11.05 a.m. Gracias a Dios por enviarme a Patchouli. Al salir del lavabo la vi llegar arrastrada por los perros de Richard.

—¿Estás bien? —me preguntó—. Pareces un poco alucinada.

—No, no, estoy bien —dije.

—¿Seguro? —se me quedó mirando un momento—. Escucha, vale, te diste cuenta de que no se refería a Isabella Rossellini durante la reunión, ¿verdad? Él estaba pensando en Elena Rossini, vale.

Oh, gracias a Dios y a todos los ángeles del cielo. Elena Rossini es la niñera acusada de asesinar al hombre que la contrató después de que éste la sometiese a violaciones de manera repetida y la tuviese encerrada en casa durante dieciocho meses.

Cogí un par de periódicos para informarme y corrí en busca de un taxi.

3 p.m. No puedo creer lo que acaba de ocurrir. Llevaba siglos esperando fuera de la Corte Suprema con el equipo de grabación y un grupo de reporteros que también esperaban a que finalizase el juicio. En realidad, resultaba muy divertido. Incluso empezaba a ver el lado positivo a que el señor Pantalones Perfectos Mark Darcy me hubiera dado un plantón.

De repente me di cuenta de que se me habían acabado los cigarrillos. Así que le dije al oído del cámara, que era muy simpático, si creía que estaba bien que me fuese cinco minutos a la tienda y él me dijo que de acuerdo, porque siempre avisan antes de salir y vendrían a buscarme si eso ocurría.

Cuando oyeron que me iba a la tienda, muchos reporteros me encargaron cigarrillos y golosinas y costó un poco entenderlo todo. Ya en la tienda, estaba de pie frente al comerciante intentando mantener todos los cambios por separado cuando ese tío entró con mucha prisa y dijo:

—¿Me das un paquete de Quality Street? —como si yo no estuviese ahí.

El pobre comerciante me miró como si no estuviese seguro de lo que tenía que hacer.

—Perdone, ¿significa algo para usted la palabra «cola»? —dije con voz engreída, dándome la vuelta para mirarle.

Emití un sonido extraño. Era Mark Darcy vestido con su traje de abogado. Se me quedó mirando, como él sabe hacer.

—¿Dónde narices estabas anoche? —le dije.

—Te podría preguntar lo mismo —dijo fríamente.

En aquel momento entró corriendo el ayudante del cámara.

—¡Bridget! —gritó—. Hemos perdido la entrevista. Elena Rossini ha salido y se ha ido. ¿Has comprado mis Minstrels?

Muda, me agarré al mostrador de las golosinas para no caer redonda.

—¿Perdido? —dije en cuanto pude recuperar la respiración—. ¿Perdido? Oh, Dios. Ésta era mi última oportunidad después de lo de la barra de los bomberos y estaba comprando golosinas. Me van a echar. ¿Han conseguido los demás la entrevista?

—En realidad, nadie la ha podido entrevistar —dijo Mark Darcy.

—¿Nadie? —dije, mirándole desesperada—. Pero ¿tú cómo lo sabes?

—Porque yo la estaba defendiendo y le dije que no diese ninguna —dijo con toda tranquilidad—. Mira, está ahí fuera, en mi coche.

Miré hacia allí cuando Elena Rossini sacaba la cabeza por la ventanilla y gritaba con acento extranjero:

—Mark, perdona. ¿Puedes traerme Dairy Box en lugar de Quality Street, por favor? —justo entonces nuestra furgoneta se detuvo afuera.

—¡Derek! —gritó el cámara por la ventana—. Compra un Twix y un Lion, ¿vale?

—¿Y dónde estabas anoche? —preguntó Mark Darcy.

—Joder, esperándote —dije entre dientes.

—¿Ah sí, a las ocho y cinco? ¿Cuando llamé al timbre de tu puerta doce veces?

—Sí, estaba… —dije, sintiendo las primeras punzadas de comprensión— secándome el pelo.

—¿Un secador muy potente? —dijo.

—Sí, 1.600 voltios, Peluquería Profesional —dije orgullosa—. ¿Por qué?

—Quizá deberías comprar un secador más silencioso o empezar tu toilette un poco antes. Bueno. Venga —dijo riendo—. Haz que se prepare tu cámara, veré qué puedo hacer por ti.

Oh, Dios. Qué embarazoso. Soy una completa imbécil.

9 p.m. No puedo creer lo bien que ha acabado todo. Acabo de volver a ver el resumen de las noticias de ¡Buenas tardes! por quinta vez consecutiva.

«Y una exclusiva de ¡Buenas tardes!» dice: «¡Buenas tardes!: el único programa de televisión que te presenta una entrevista exclusiva con Elena Rossini, justo minutos después del veredicto de inocencia de hoy. Nuestra corresponsal de noticias nacionales, Bridget Jones, les presenta esta exclusiva».

Me encanta esta parte: «Nuestra corresponsal de noticias nacionales, Bridget Jones, les presenta esta exclusiva».

Voy a volver a pasarlo una vez más y entonces lo voy a guardar definitivamente.