55,75 kg, 17 cigarrillos, 0 copas (muy bien, sobre todo por la fiesta).
4 a.m. Sorprendente. Una de las noches más sorprendentes de mi vida.
Después de mi depresión del viernes, Jude vino y me habló de ser más positiva con las cosas, y trajo consigo su fantástico vestido negro para prestármelo para la fiesta. Yo estaba preocupada por si lo rasgaba o se me derramaba algo encima, pero ella me dijo que le sobraba el dinero y los vestidos gracias a que tenía un trabajo de primera, y que no importaba y que no me preocupase. Amo a Jude. Las chicas son mucho más agradables que los hombres (aparte de Tom; pero claro, es homosexual). Decidí llevar el fantástico vestido con medias negras de licra Light Shimmer (6,5 libras) y zapatos de tacón de aguja negros de ante de pied à terre (pude sacar el puré de patatas).
Tuve un shock al llegar a la fiesta porque la casa de Mark Darcy no era una casita adosada en Portland Road o algo parecido como había previsto, sino una mansión enorme, no adosada, estilo-tarta-de-bodas, al otro lado de la Avenida de Holland Park (donde, dicen, vive Harold Pinter), rodeada por un jardín.
Ciertamente no había reparado en gastos para su mamá y su papá. Todos los árboles tenían puntitos de luces rojas, guirnaldas con corazones rojos brillantes, colocados de forma muy encantadora, y había una pasarela cubierta con un toldo rojo y blanco que iba desde el jardín hasta la puerta de la casa.
En la puerta principal, las cosas empezaron a ser incluso más prometedoras, ya que fuimos recibidos por el personal de servicio, que nos sirvió champán y recogió nuestros regalos (yo les había comprado a Malcolm y a Elaine una copia de las canciones de amor de Perry Como, del año que se casaron y, como regalo extra para Elaine, un quemador de Aceites Esenciales de Terracota del Body Shop, porque me estuvo haciendo preguntas sobre Aceites Esenciales en el Bufé de Pavo al Curry).
Entonces nos acompañaron a una espectacular escalera de caracol de madera iluminada en cada peldaño por velas con forma de corazón. Abajo había una habitación enorme, con un suelo de madera oscura y una galería acristalada que daba al jardín. Toda la habitación estaba iluminada por velas. Papá y yo nos quedamos de pie, inmóviles, mirando a nuestro alrededor, boquiabiertos.
En lugar de los extravagantes cócteles que cabe esperar en las fiestas de la generación de tus padres —fuentes de cristal tallado con compartimentos llenos de pepinillos en vinagre; bandejas con mantelitos de papel y mitades de pomelo llenos de montaditos-de-queso-y-piña-para-picar—, había bandejas de plata enormes con wonton de gambas, tartaletas de tomate y mozzarella y paté de pollo. Los invitados parecían no creer en su suerte, echando la cabeza hacia atrás y riéndose a carcajadas. Una Alconbury tenía el aspecto de haberse comido un limón.
—Oh, cariño —dijo papá, siguiendo mi mirada, cuando Una se nos venía encima—. No estoy seguro de que esto les vaya a resultar agradable a mamá y a tía Una.
—Un poco ostentoso, ¿no? —dijo Una cuando estuvo lo suficientemente cerca, colocándose la estola por los hombros—. Creo que si estas cosas se llevan demasiado lejos se convierten en algo vulgar.
—Oh, no seas ridicula, Una. Es una fiesta sensacional —dijo mi padre, comiéndose su canapé número diecinueve.
—Mmm. Estoy de acuerdo —dije con la boca llena de tartaleta, mientras se me llenaba el vaso de champán como por arte de magia—. Es condenadamente fantástica.
Después de haber pasado tanto tiempo mentalizándome para un infierno de mujeres vestidas con trajes de Jaeger, estaba eufórica. Ni siquiera nadie me había preguntado por qué todavía no me había casado.
—Umf —dijo Una.
Ahora mamá también se estaba acercando a nosotros.
—Bridget —gritó—. ¿Has saludado a Mark?
De repente, horrorizada, me di cuenta de que tanto Una como mamá pronto tendrían que celebrar su bodas de rubí. Conociendo a mamá, es muy poco probable que permita que un detalle tan insignificante como dejar a su marido para huir con un guía turístico se entrometa en las celebraciones, y estará totalmente decidida, cueste lo que cueste, a superar a Elaine Darcy, aunque eso represente sacrificar a una hija inocente y condenarla a un matrimonio de conveniencia.
—No te dejes machacar, campeona —me dijo mi padre, apretándome el brazo.
—Qué casa más encantadora. ¿No tenías ninguna estola bonita para ponerte por los hombros, Bridget? ¡Caspa! —gorjeó mamá, pasándole la mano por la espalda a papá—. Bueno, cariño. ¿Por qué diablos no hablas con Mark?
—Um, bueno… —farfullé.
—¿Tú qué crees, Pam? —siseó Una con tensión, señalando la habitación.
—Ostentoso —susurró mamá, exagerando el movimiento de los labios como Les Dawson.
—Justo lo que yo he dicho —dijo Una triunfante—. ¿No lo he dicho yo, Colin? Ostentoso.
Nerviosa, eché un vistazo por la habitación y me sobresalté del susto. Ahí, mirándonos, a menos de un metro, estaba Mark Darcy. Seguro que lo había oído todo. Abrí la boca para decir algo —no estoy segura de qué— para intentar mejorar las cosas, pero él se fue.
La cena fue servida en el «salón» de la planta baja y me encontré en la cola de las escaleras justo detrás de Mark Darcy.
—Hola —le dije, intentando reparar la mala educación de mi madre.
Miró a su alrededor, me desdeñó por completo y volvió a mirar hacia delante.
—Hola —volví a decir y le di un codazo.
—Oh, hola, lo siento. No te había visto —me dijo.
—Es una fiesta genial —le dije—. Gracias por invitarme.
Se me quedó mirando un momento.
—Oh, no he sido yo —me dijo—. Mi madre te invitó. Bueno. Tengo que comprobar la, hum, colocación de los invitados. Por cierto, me gustó mucho tu reportaje desde el parque de bomberos de Lewisham —se dio la vuelta y subió con paso enérgico, esquivando a los comensales y disculpándose, mientras yo me tambaleaba. Umf.
Cuando llegó al final de las escaleras apareció Natasha con un deslumbrante vestido ajustado de raso dorado, le agarró el brazo de manera posesiva y, con las prisas, tropezó con una de las velas que manchó la parte de abajo de su vestido, de cera roja. «Joder», dijo ella. «Joder».
Mientras desaparecían hacia delante pude oírla diciéndole: «Ya te dije que era ridículo pasarse toda la tarde colocando velas en lugares peligrosos donde la gente podía tropezar. Habrías hecho mucho mejor utilizando el tiempo para comprobar que la colocación estaba…».
Lo divertido fue que la colocación resultó ser bastante brillante. Mamá no estaba sentada ni junto a papá ni junto a Julio, sino junto a Brian Enderby, con el que siempre le gusta coquetear. Julio había sido colocado junto a la glamurosa tía de Mark Darcy, de cincuenta y cinco años de edad, que estaba fuera de sí de alegría. Mi padre estaba sonrojado de placer al estar sentado junto a una mujer despampanante que se parecía a Shakira Caine. Yo estaba realmente entusiasmada. Quizá me colocarían entre dos de los amigos de Mark Darcy que están muy buenos, abogados de primera o americanos de Boston, quizá. Pero al ver mi nombre en la lista una voz familiar sonó detrás de mí.
—¿Y cómo está mi pequeña Bridget? ¿No soy el más afortunado de la fiesta? Mira, estás justo a mi lado. Una me ha dicho que has cortado con tu chico. ¡No lo sé! ¡Burr! ¿Cuándo vamos a conseguir casarte?
—Bueno, espero que cuando sea el momento, me encargue yo de sellar el compromiso —dijo una voz al otro lado—. Me gustaría encargar ropa nueva. Mmm. Seda color albaricoque. O quizás una hermosa sotana con treinta y nueve botones de Gamirellis.
Mark había tenido la consideración de colocarme entre Geoffrey Alconbury y el vicario gay.
Sin embargo, la verdad es que, una vez bebimos unas copas, nuestra conversación no fue ni mucho menos rebuscada. Le pregunté al vicario qué pensaba del milagro de las estatuas indias de Ganapati, el Dios Elefante, que bebían leche. El vicario dijo que la opinión en los círculos eclesiásticos era que el milagro se debía al efecto que tenía en la terracota un verano caluroso seguido por temperaturas frías.
Seguía pensando en lo que había dicho, cuando concluyó la cena y la gente empezó a dirigirse escaleras abajo para el baile. Llena de curiosidad y con muchas ganas de ahorrarme tener que bailar el twist con Geoffrey Alconbury, me excusé, cogí discretamente una cucharita de café y una jarrita de leche de la mesa y me escapé a la habitación donde —corroborando la opinión de Una sobre el componente ostentoso de la fiesta— ya habían desenvuelto y expuesto los regalos.
Me costó un poco localizar el quemador de aceite de terracota porque lo habían colocado al fondo, pero cuando lo encontré, eché un poco de leche en la cucharita, la incliné y la sostuve en el borde del agujero donde pones la vela. No me lo podía creer. El Quemador de Esencias de Aceite estaba absorbiendo leche. Se podía ver la leche desaparecer de la cucharita.
—Oh Dios mío, es un milagro —exclamé.
¿Cómo demonios podía yo saber que justo en aquel momento Mark Darcy pasaba por delante de la puerta?
—¿Qué estás haciendo? —me dijo, de pie en la entrada.
No sabía qué decir. Obviamente él pensaba que yo estaba intentando robar los regalos.
—¿Mmm? —me dijo.
—El Quemador de Aceites Esenciales que compré para tu madre está absorbiendo leche —mascullé indignada.
—Oh, no seas ridicula —dijo, riendo.
—Está absorbiendo leche —reiteré—. Mira.
Puse un poco más de leche en la cucharita, la incliné y, claro está, el quemador de aceite empezó a absorberla.
—Ves —dije orgullosa—. Es un milagro.
Él estaba bastante impresionado, de eso no hay duda.
—Tienes razón —dijo en voz baja—. Es un milagro.
Justo entonces apareció Natasha en la puerta.
—Oh, hola —dijo al verme—. Hoy no llevas tu traje de conejita —y entonces lanzó una risita para enmascarar su malvado comentario como broma divertida.
—En realidad, nosotras las conejitas lo llevamos en invierno para no pasar frío —contesté.
—¿John Rocha? —dijo, mirando el vestido de Jude—. ¿Último otoño? Reconozco el corte.
Me detuve para pensar algo muy ingenioso e hiriente, pero desafortunadamente no se me ocurrió nada. Así que después de una estúpida pausa dije:
—Bueno, estoy segura de que estás deseando circular. Encantada de volver a verte. ¡Adióóós!
Decidí que necesitaba ir al exterior para respirar un poco de aire fresco y fumar un cigarrillo. Era una noche espléndida, cálida y estrellada, con la luna iluminando todos los rododendros. Personalmente, nunca me han gustado los rododendros. Me recuerdan las casas de campo victorianas del norte de D. H. Lawrence donde la gente muere ahogada en los lagos. Bajé al jardín. Estaban tocando valses vieneses con un estilo fin de milenio bastante elegante. Entonces, de repente, oí un ruido encima de mi cabeza. Se veía la silueta de una figura contra las ventanas de estilo francés. Era un adolescente rubio y atractivo en plan alumno de escuela privada.
—Hola —dijo el joven. Vacilante, encendió un cigarrillo con dificultad y se me quedó mirando mientras bajaba las escaleras—. ¿Te apetecería bailar? Oh. Ah. Perdón —dijo, alargando la mano como si estuviésemos en el día de puertas abiertas de Eton, él fuese el antiguo ministro del Interior y hubiese olvidado sus modales Simon Dalrymple.
—Bridget Jones —dije, alargando la mano con fría formalidad, sintiéndome como si fuese un miembro de un gabinete de guerra.
—Hola. Sí. Encantado de conocerte. ¿Quieres que bailemos entonces? —dijo, convirtiéndose de nuevo en alumno de escuela privada.
—Bueno, no lo sé, no estoy segura —dije, convirtiéndome en una fulana ebria y riendo involuntariamente de forma escandalosa, como lo haría una prostituta en un mesón de Yates.
—Quiero decir aquí fuera. Sólo un momento.
Dudé. A decir verdad, me sentía halagada. Aquello y haber llevado a cabo un milagro delante de Mark Darcy se me estaba empezando a subir a la cabeza.
—Por favor —insistió Simon—. Nunca antes he bailado con una mujer mayor. Oh, Dios, lo siento, no quería decir… —dijo al verme la cara—. Quiero decir, con alguien que ya no es estudiante —dijo, agarrándome la mano con pasión—. ¿Te importaría? Te estaría tremendamente agradecido.
Era obvio que a Simon Dalrymple le habían enseñado bailes de salón desde que nació, y fue bastante agradable ser llevada de un lado al otro, pero el problema fue que él parecía tener, bueno, hablando en plata, tenía la erección más enorme con la que he tenido la buena suerte de encontrarme; y al bailar tan pegados, no era el tipo de cosa que uno podría confundir con un plumier.
—Tomo el relevo, Simon —dijo una voz.
Era Mark Darcy.
—Venga. Vuelve adentro. Ya deberías estar en la cama.
Simon pareció completamente abatido. Se puso colorado y corrió hacia la fiesta.
—¿Puedo? —dijo Mark, alargando la mano.
—No —dije furiosa.
—¿Qué pasa?
—Um —dije, en busca de una excusa por estar tan enfadada—. Ha sido horrible para el chico, conminarle y humillarle así cuando está en una edad tan sensible —entonces, al ver su expresión de desconcierto, seguí hablando—. Aunque de verdad aprecio que me hayas invitado a tu fiesta. Maravillosa. Muchas gracias. Una fiesta fantástica.
—Sí, creo que ya lo habías dicho —dijo, parpadeando con rapidez.
La verdad, parecía bastante nervioso y dolido.
—Yo… —se detuvo y empezó a dar vueltas por el patio, suspirando y pasándose la mano por el pelo—. ¿Cómo es el…? ¿Has leído algún buen libro últimamente?
Increíble.
—Mark —le dije—. Si me vuelves a preguntar si he leído algún buen libro últimamente me arrancaré la cabeza y me la comeré. ¿Por qué no me preguntas alguna otra cosa? Cambia un poco para variar. Pregúntame si tengo algún hobby, o mi punto de vista acerca de la moneda única europea, o si he tenido alguna experiencia especialmente perturbadora con algún artilugio de goma.
—Yo… —volvió a empezar.
—O, si me tuviese que acostar con Douglas Hurd, Michael Howard o Jim Davidson a cuál elegiría. En realidad, no hay color, a Douglas Hurd.
—¿Douglas Hurd? —dijo Mark.
—Mmm. Sí. Tan deliciosamente estricto, pero justo.
—Hummm —dijo Mark pensativamente—. Tú dices eso, pero Michael Howard tiene una mujer realmente atractiva e inteligente. Debe de tener algún tipo de encanto oculto.
—¿Cómo cuál? —dije de manera infantil, esperando que él diría algo referente al sexo.
—Bueno…
—Quizá tenga un buen polvo, supongo —dije.
—O es un manitas de primera.
—O un calificado aromaterapista.
—¿Te gustaría cenar conmigo, Bridget? —dijo de repente y de forma bastante enojada, como si fuese a hacerme sentar y a regañarme.
Me detuve y le miré.
—¿Te ha incitado a hacerlo mi madre? —dije con recelo.
—No… yo…
—¿Una Alconbury?
—No, no…
De repente entendí qué estaba pasando.
—Es tu madre, ¿verdad?
—Bueno, mi madre ha…
—No quiero que me pidas que vaya a cenar contigo sólo porque tu madre quiere que lo hagas. Y además, ¿de qué hablaríamos? Tú sólo me preguntarías si he leído algún buen libro últimamente y entonces yo tendría que inventar alguna patética mentira y…
Me miró consternado.
—Pero Una Alconbury me dijo que eras algo así como una fiera en literatura, absolutamente obsesionada por los libros.
—¿Te dijo eso? —dije, de repente bastante contenta con la idea—. ¿Qué más te dijo?
—Bueno, que eres una feminista radical y que llevas una vida increíblemente glamurosa.
—Oooh —ronroneé.
—… Con millones de hombres que salen contigo.
—Sí, sí.
—He oído lo de Daniel. Lo siento.
—Supongo que intentaste advertirme —murmuré malhumorada—. De todos modos, ¿qué tienes contra él?
—Se acostó con mi mujer —dijo—. Dos semanas después de que nos casáramos.
Le miré horrorizada cuando una voz desde arriba gritó: «¡Markee!». Era Natasha, cuya silueta se veía gracias a las luces, mirando hacia abajo para ver qué pasaba.
—¡Markee! —volvió a gritar—. ¿Qué estás haciendo ahí abajo?
—Las últimas navidades —prosiguió Mark deprisa— pensé que si mi madre decía las palabras «Bridget Jones» una sola vez más, yo iría al Sunday People y la denunciaría por haber abusado de mí con una bomba de bicicleta cuando era niño. Entonces cuando te conocí… y yo llevaba aquel ridículo suéter a cuadros que Una me había regalado por Navidad… Bridget, todas las otras chicas que conozco son tan puestas… No conozco a nadie más capaz de llevar cosida a las bragas una cola de conejito…
—¡Mark! —gritó Natasha, bajando por las escaleras en nuestra dirección.
—Pero estás saliendo con alguien —dije, señalando lo evidente.
—En realidad, ya no. ¿Sólo a cenar? ¿Algún día?
—Vale —susurré—. Vale.
Tras lo cual pensé que sería mejor irme a casa: por un lado Natasha, como si fuese un cocodrilo y yo me estuviese acercando demasiado a sus huevos, observaba todos y cada uno de mis movimientos, y por el otro yo le había dado mi dirección y teléfono a Mark Darcy y quedado para el martes que viene. Al pasar por el salón del baile vi a mamá, Una y Elaine Darcy charlando animadas con Mark; no pude evitar imaginarme sus caras si supiesen lo que acababa de ocurrir. De repente tuve una visión del próximo Bufé de Pavo al Curry, con Brian Enderby subiéndose los pantalones y diciendo: «Haumph. Es bonito ver a la gente joven pasándoselo bien, ¿verdad?», y Mark Darcy y yo obligados a hacer trucos como frotarnos las narices para la gente allí reunida o practicar sexo delante de ellos, como una pareja de focas amaestradas.