56,2 kg (sacando buen provecho del trabajo nuevo con la tensión y los nervios que eso comporta), 4 copas, 10 cigarrillos, 1.876 calorías, 24 minutos teniendo una conversación imaginaria con Daniel (excelente), 94 minutos imaginando la repetición de las conversaciones con mamá en las que yo me salía con la mía.
11.30 a.m. ¿Por qué, oh, por qué le di a mi madre una llave de mi piso? Estaba a punto —por primera vez en cinco semanas— de empezar un fin de semana sin querer quedarme mirando las paredes y ponerme a llorar. Había sobrevivido una semana al nuevo trabajo. Estaba empezando a pensar que quizá todo iba a ir bien, que quizá no iba a ser forzosamente devorada por un pastor alemán cuando ella entró llevando una máquina de coser.
—¿Qué diablos estás haciendo, tonta? —gorjeó.
Yo estaba pesando 100 gramos de cereales para mi desayuno utilizando una tableta de chocolate (los pesos para las escalas están en onzas, lo cual no está bien, porque la tabla de calorías está en gramos).
—Adivina qué, cariño —dijo, mientras empezaba a abrir y cerrar todos los armarios.
—¿Qué? —respondí, en calcetines y camisón e intentando sacarme el rímel de debajo de los ojos.
—Resulta que Malcolm y Elaine van a celebrar las bodas de rubí en Londres, el veintitrés, así que tú podrás ir y hacerle compañía a Mark.
—No quiero hacerle compañía a Mark —dije entre dientes.
—Oh, pero si él es muy listo. Fue a Cambridge. Al parecer hizo una fortuna en Estados Unidos…
—No voy a ir.
—Bueno, venga, cariño, no empecemos —me dijo como si yo tuviera trece años—. Mira, Mark ha comprado una casa en Holland Park y les va a montar toda la fiesta, seis pisos, catering y todo… ¿Qué vas a llevar puesto?
—¿Vas a ir con Julio o con papá? —le pregunté para que se callase.
—Oh, cariño, no lo sé. Seguramente con los dos —dijo con esa voz especial y entrecortada que reserva para cuando cree que es Diana Dors.
—No puedes hacer eso.
—Pero papá y yo seguimos siendo amigos, cariño. Y también con Julio sólo somos amigos.
Grr. Grrr. Grrrrrrr. De verdad que me es imposible aguantarla cuando se pone así.
—Bueno, le diré a Elaine que estarás encantada de ir, ¿vale? —dijo y cogió la inexplicable máquina de coser de camino a la puerta—. Tengo que irme volando. ¡Adióóóós!
No voy a pasar otra noche dejando que me pasen por delante de las narices de Mark Darcy, como una cuchara llena de puré de nabos delante de un niño. Voy a tener que salir del país o algo así.
8 p.m. He salido a cenar. Ahora que vuelvo a estar sola, todas las Petulantes Casadas me invitan los sábados por la noche y me sientan frente a una selección cada vez más espantosa de hombres solteros. Es muy amable por su parte y lo agradezco mucho, pero sólo sirve para acentuar mi fracaso emocional y mi aislamiento; sin embargo, Magda dice que debería recordar que estar soltera es mejor que tener un marido adúltero y sexualmente incontinente.
Medianoche. Oh, Dios. Todo el mundo estaba intentando animar al hombre sin pareja. (Treinta y siete años, su mujer acaba de divorciarse de él y como muestra de su nivel de opinión: «De verdad, a mí me parece que Michael Howard no se merece tantas críticas»).
—No sé de qué te estás quejando —le estaba soltando Jeremy—. Los hombres se hacen más atractivos a medida que se hacen mayores y las mujeres se hacen menos atractivas, por eso todas esas niñas de veintidós años que ni te mirarían cuando tenías veinticinco te irán detrás.
Me senté, cabizbaja, temblando de furia ante sus conjeturas sobre las fechas de caducidad de las mujeres y sobre el hecho de que la vida era como el juego de las sillitas donde las chicas sin una silla/un hombre cuando paraba la música/pasaban de los treinta quedaban «eliminadas». Hah. Seguro.
—Oh, sí, estoy bastante de acuerdo en que lo mejor es buscar parejas más jóvenes —salté de repente como quien no quiere la cosa—. Los hombres de treinta son muy aburridos a causa de sus complejos y sus obsesiones de que todas las mujeres están intentando atraparles para casarse. Hoy en día sólo estoy realmente interesada en hombres de veintipocos años. Son mucho más capaces de… bueno, ya sabéis…
—¿De verdad? —dijo Magda un poco demasiado entusiasmada—. ¿Cómo…?
—Sí, tú estás interesada —interrumpió Jeremy, mirando a Magda—. Pero la cuestión es que ellos no están interesados en ti.
—Um. Perdona. Mi actual novio tiene veintitrés años —dije con dulzura.
Hubo un silencio de asombro.
—Bueno, en ese caso —dijo Alex, sonriendo—, lo podrás traer el sábado que viene cuando vengas a cenar, ¿verdad?
Joder. ¿Dónde voy a encontrar a un tipo de veintitrés años que, un sábado por la noche, en lugar de tomar pastillas de éxtasis adulteradas, quiera venir a cenar con los Petulantes Casados?