DOMINGO 27 DE AGOSTO,
EDIMBURGO

Número de espectáculos vistos: 0.

2 a.m. No puedo dormir. Seguro que todos están en una fiesta genial.

3 a.m. Acabo de oír llegar a Perpetua, dando su veredicto sobre los cómicos alternativos: «Pueriles… absolutamente infantiles… simplemente estúpidos». Creo posible que no haya terminado de entender algo de la actuación.

5 a.m. Hay un hombre en la casa. Puedo sentirlo.

6 a.m. Está en la habitación de Debby de marketing. Mierda.

9.30 a.m. Despertada por Perpetua gritando: «¡¿Alguien viene a la lectura de poemas?!». Después todo quedó en silencio y oí a Debby y al hombre susurrando y a él entrando en la cocina. Entonces la voz de Perpetua bramó: «¿Qué estás haciendo aquí? Dije NADA DE INVITADOS A PASAR LA NOCHE».

2 p.m. Oh, Dios mío. Me he quedado dormida.

7 p.m. Tren a King’s Cross. Oh, Dios. Me he encontrado con Jude en George a las tres. Íbamos a ir a una sesión de Preguntas y Respuestas, pero tomamos unos Bloody Marys y recordamos que las sesiones de Preguntas y Respuestas tienen un efecto negativo en nosotras. Te pones hipertensa intentando pensar una pregunta, levantando y bajando la mano. Al final, en cuclillas y con una voz extrañamente aguda consigues hacerla, te sientes paralizada de vergüenza, moviendo la cabeza como un perro en la parte de atrás de un coche, mientras te dirigen una respuesta de veinte minutos por la que, ya desde un principio, no tenías interés alguno. De todas formas, antes de darnos cuenta de dónde estábamos, eran las 5.30. Entonces apareció Perpetua con mucha gente de la oficina.

—Ah, Bridget —gritó—, ¿qué has ido a ver? —hubo un largo silencio.

—De hecho, justo ahora iba a… —empecé a decir con seguridad—… coger el tren.

—No has ido a ver nada de nada, ¿verdad? —dijo riendo—. Bueno, me debes setenta y cinco libras por la habitación.

—¿Qué? —balbuceé.

—¡Sí! —gritó—. Habrían sido cincuenta libras, pero hay un cincuenta por ciento más si hay dos personas en la habitación.

—Pero… pero, no había…

—Oh, venga, Bridget, todas nos hemos enterado de que tenías un hombre ahí —bramó—. No te preocupes por ello. No es amor, sólo es Edimburgo. Me aseguraré de que Daniel se entere y le sirva de lección.