58,5 kg (sigue siendo por una buena causa), 3 copas (muy bien), 32 cigarrillos (muy, muy mal, especialmente teniendo en cuenta que era el primer día que lo dejaba), 1.800 calorías (bien), 4 lotos instantáneas (lo justo), artículos de actualidad serios leídos: 1,5, 22 llamadas al 1471 (OK), 120 minutos sosteniendo una conversación imaginaria con Daniel (muy bien), 90 minutos imaginando a Daniel suplicándome que volviese con él (excelente).
Vale. He decidido verlo todo de forma positiva. Voy a cambiar de vida: estaré bien informada de los sucesos de actualidad, dejaré de fumar por completo y estableceré una relación estable con un hombre adulto.
8.30 a.m. Todavía no he fumado. Muy bien.
8.35 a.m. Ni un cigarrillo en todo el día. Excelente.
8.40 a.m. Me pregunto si me habrá llegado algo interesante por correo…
8.45 a.m. Ugh. Un odioso documento de la agencia de la Seguridad Social que me reclama 1.452 libras.
¿Qué? ¿Cómo puede ser? No tengo 1.452 libras. Oh, Dios mío, necesito un cigarrillo para calmarme. No debo. No debo.
8.47 a.m. Acabo de fumar un cigarrillo. Pero el día sin tabaco no empieza de manera oficial hasta que estoy vestida. De repente he empezado a pensar en un antiguo novio mío, Peter, con quien tuve una relación funcional durante siete años, hasta que corté con él por motivos muy dolorosos y angustiados que ya no recuerdo. De vez en cuando —normalmente cuando no tiene nadie con quien ir de vacaciones— quiere que volvamos a intentarlo y dice que quiere que nos casemos. Sin saber qué terreno piso, me dejo llevar por la idea de que Peter es la solución de mis problemas ¿Por qué ser infeliz y estar sola cuando Peter quiere estar conmigo?
Rápidamente encuentro el teléfono, llamo a Peter y le dejo un mensaje en el contestador pidiéndole sólo que me llame, en lugar de explicarle mi plan: pasar juntos el resto de nuestras vidas, etc.
1.15 p.m. Peter no me ha llamado todavía. Resulto repulsiva a todos los hombres. Peter incluido.
4.45 p.m. Política de no fumar por los suelos. Peter finalmente llamó.
—Hola, Renacuajo (siempre nos llamábamos Renacuajo y Ratón). Iba a telefonearte de todos modos. Tengo buenas noticias. Me caso.
Ugh. Sensación negativa en la región del páncreas. Los ex nunca, jamás en la vida deberían casarse con otra persona, sino que deberían permanecer célibes hasta el fin de sus días, para proporcionarnos una especie de almohadón mental cuando sea necesario.
—Renacuajito —dijo Ratón—. ¿Bzzzzzz?
—Perdona —le dije, desplomándome mareada contra la pared—. Sólo es que… acabo de ver un accidente de coche desde la ventana.
De todos modos, no hice ni caso de la conversación, mientras Ratón hablaba durante veinte minutos sobre el coste del entoldado, y luego decía:
—He de colgar. Esta noche haremos salchichas de venado con jengibre y miraremos la televisión.
Ugh. Acabo de fumarme un paquete de Silk Cut como acto de desesperación autoaniquiladora existencial. Espero que los dos se vuelvan obesos y tengan que ser sacados por la ventana con una grúa.
5.45 p.m. He intentado concentrarme en memorizar nombres de los contraministros de la oposición para evitar una espiral de incertidumbre respecto a mí misma. Evidentemente nunca he visto a la futura de Ratón, pero imagino a una giganta rubia delgada, como la giganta de la azotea, que se levanta cada mañana a las cinco, va al gimnasio, se frota todo el cuerpo con sal, y se dirige al banco mercantil internacional durante todo el día, sin que se le corra el rímel.
He comprendido con creciente humillación que la razón por la que me he sentido segura con Peter durante todos estos años es porque fui yo quien corté con él, mientras que ahora es él quien ha cortado definitivamente conmigo al casarse con la peor señora culo de valquiria gigante. Me hundo en una reflexión morbosa y cínica acerca de que gran cantidad de corazones que se entregan lo hacen por egoísmo y orgullo ofendido, en lugar de hacerlo por la pérdida de la otra persona, y también incorporo en la reflexión el subpensamiento por el cual Fergie manifiesta una confianza en sí misma tan excesiva porque Andrew todavía quiere que viva con él (hasta que se case con otra, claro).
6.45 p.m. Estaba empezando a mirar las noticias de las 6, con el cuaderno preparado, cuando mamá apareció cargada con bolsas de plástico.
—Bueno, cariño —me dijo, pasando a mi lado en dirección a la cocina—. Te he traído un poco de sopa, y ¡algunos conjuntos míos muy elegantes para el lunes!
Ella llevaba un traje chaqueta color lima, medias negras y zapatos de tacón.
—¿Dónde guardas las cazuelas? —dijo, abriendo y cerrando de golpe los armarios de la cocina—. Sinceramente, cariño. ¡Menudo desorden! Bien. Echa un vistazo a lo que hay en las bolsas mientras yo caliento la sopa.
Decidiendo pasar por alto el hecho de que: a) era agosto, b) hacía un calor espantoso, c) eran las 6.15, y d) yo no quería sopa, eché un vistazo cauteloso al contenido de la primera bolsa, donde había algo plisado y sintético de un amarillo chillón estampado, hojas de cola terracota.
—Eh, mamá… —empecé a decir, pero entonces empezó a sonar su bolso.
—Ah, debe de ser Julio. Yup, yup —ahora estaba balanceando un teléfono móvil bajo su barbilla y garabateando—. Yup, Yup. Póntelo, cariño —siseó—. Yup, yup. Yup. Yup.
Ahora ya me he perdido las noticias, y ella se ha ido a una fiesta de Queso y Vino, dejándome con un aspecto parecido al de Teresa Gorman, con un traje chaqueta azul brillante, una blusa verde ceñida debajo, y sombra de ojos azul hasta las cejas.
—No seas tonta, cariño —me lanzó como despedida—. No conseguirás nunca un nuevo trabajo, si no haces algo con tu aspecto físico, ¡y todavía menos un nuevo novio!
Medianoche. Al irse ella, llamé a Tom, quien me llevó a la fiesta que daba un amigo suyo de la escuela de arte en la galería Saatchi, para que dejase de obsesionarme.
—Bridget —farfulló nerviosamente, mientras nos acercábamos a un agujero blanco y a un océano de jóvenes grunges—. Ya sabes que está pasado de moda reírse de la instalación, ¿verdad?
—Vale, vale —contesté malhumorada—. No haré ningún chiste sobre el olor que despiden de peces muertos.
Alguien llamado Gav dijo «Hola»: de unos veintidós años, sexy, con una camiseta ajustada que revelaba un estómago duro como una tabla.
—Es realmente, realmente, realmente, realmente asombroso —estaba diciendo Gav—. Es, no sé, como una utopía mancillada con unos ecos realmente realmente realmente buenos de, no sé, identidades nacionales perdidas.
Nos guió emocionado a través del amplio espacio blanco hasta un rollo de papel higiénico, puesto al revés, el cartón en el lado exterior del papel.
Todos me miraron con expectación. De repente supe que iba a llorar. Ahora Tom babeaba ante una pastilla de jabón gigante, con un pene grabado.
Gav me estaba mirando.
—Uau, esto es como, una realmente, realmente, realmente salvaje… —murmuró reverente, mientras yo contenía las lágrimas— respuesta.
—Voy al lavabo —solté, pasando muy deprisa frente a una configuración de bolsas de compresas.
Había cola frente a un váter portátil; me uní a ella, temblando. De repente, justo cuando ya casi me tocaba, sentí una mano en mi brazo. Era Daniel.
—Bridge, ¿qué estás haciendo aquí?
—¿A ti qué te parece? —dije bruscamente—. Perdona, tengo prisa.
Me metí corriendo en el cubículo, y estaba a punto de empezar, cuando me di cuenta de que el lavabo era un molde del interior de un lavabo, envuelto en plástico. Entonces Daniel sacó la cabeza por la puerta.
—Bridge, no te mees en la instalación, ¿vale? —me dijo, y volvió a cerrar la puerta.
Cuando salí él había desaparecido. No veía a Gav, ni a Tom ni a nadie conocido. Al final encontré los lavabos de verdad, me senté y me eché a llorar, pensando que no estaba hecha para estar en la sociedad y que necesitaba huir hasta que dejase de sentirme mal. Tom me esperaba fuera.
—Ven y habla con Gav —me dijo—. De verdad que le gustas mucho.
Entonces echó un vistazo a mi cara y dijo:
—Oh, mierda, te llevaré a casa.
No es bueno. Cuando alguien te deja, aparte de añorarle, aparte del hecho de que todo el pequeño mundo que habéis creado juntos se desmorona, y de que cada cosa que ves o haces te lo recuerda a él, lo peor es la sensación de que te han probado como si fueras un zapato, y la persona a quien amas ha sumado las partes y al final te ha pegado la etiqueta de RECHAZADA. ¿Cómo puedes no quedarte con tan poca confianza en ti misma como un bocadillo de la British Rail que nadie se ha atrevido a probar?
—A Gav le gustas —dijo Tom.
—Gav tiene diez años. Además sólo le gusto porque creyó que yo estaba llorando por un rollo de papel higiénico.
—Bueno, en cierto modo lo estabas —dijo Tom—. Maldito imbécil, el tal Daniel. No me sorprendería demasiado descubrir que al final es el único responsable de la guerra en Bosnia.