58,05 kg (pero por buena causa), 40,6 cm de circunferencia de muslos (o milagro o error por la resaca), 0 copas (pero el cuerpo todavía bebe de lo de anoche), 0 cigarrillos (ugh).
8 a.m. Ugh. Estado físico desastroso, pero muy animada emocionalmente gracias a la salida nocturna.
Jude llegó hecha una auténtica furia, porque Richard el Malvado la había dejado plantada en la terapia de pareja.
—La terapeuta ha pensado obviamente que era un novio imaginario y que yo era una persona muy, muy desgraciada.
—¿Y qué has hecho? —le pregunté solidaria, apartando un desleal pensamiento de Satán que decía: «La terapeuta tiene razón».
—Me ha pedido que le hablara de los problemas que no están relacionados con Richard.
—Pero tú no tienes ningún problema que no esté relacionado con Richard —dijo Sharon.
—Lo sé. Se lo he dicho, entonces ella me ha dicho que tengo un problema a la hora de establecer los límites y la definición de las cosas; y me ha cobrado cincuenta y cinco libras.
—¿Por qué no ha comparecido él? Espero que ese gusano sádico tuviese una excusa decente —dijo Sharon.
—Me ha dicho que había tenido complicaciones en el trabajo —dijo Jude—. Yo le he dicho: «Mira, tú no tienes el monopolio de los problemas de compromiso. En realidad, también yo tengo un problema de falta de compromiso. Si algún día resuelves tu problema de falta de compromiso, verás que éste se queda corto comparado con el mío, y entonces será demasiado tarde».
—¿Tú tienes un problema de falta de compromiso? —le pregunté, intrigada, pensando al instante que quizá también yo tenía un problema de compromiso.
—Claro que tengo un problema de falta de compromiso —gruñó Jude—. Pero nadie lo ve nunca porque está inmerso en el problema de falta de compromiso de Richard. De hecho, mi problema es mucho más profundo que el suyo.
—Exacto —dijo Sharon—. Pero tú no vas por ahí con tu problema de compromiso colgado al cuello, para que todos lo vean, como hacen hoy en día todos los jodidos varones de más de veinte años.
—Justo lo que yo pienso —dijo Jude, e intentó encender otro Silk Cut, pero tuvo problemas con el encendedor.
—Todo el jodido mundo tiene un problema de falta de compromiso —gruñó Sharon con voz gutural, casi como la de Clint Eastwood—. Es la cultura de los tres minutos. Es un déficit global de capacidad para períodos prolongados. Es típico de los hombres adueñarse de una tendencia global y convertirla en un dispositivo masculino para rechazar a las mujeres y así sentirse más listos, y para hacernos parecer a nosotras estúpidas. No es más que sexo sin compromiso.
—¡Hijos de puta! —grité alegremente—. ¿Pedimos otra botella de vino?
9 a.m. Caray. Mamá acaba de llamar.
—Cariño —me ha dicho—, ¿sabes qué pasa? ¡Buenas tardes! necesita investigadores. Un programa de actualidad, condenadamente bueno. He hablado con Richard Finch, el director, y le he hablado de ti. Le he dicho que tenías un graduado en Ciencias Políticas, cariño. No te preocupes, está demasiado ocupado para comprobarlo. Quiere que vayas el lunes, para tener una charla con él.
El lunes. Dios mío. Sólo tengo cinco días para aprenderme los sucesos de actualidad.