55,3 kg (sigo haciendo progresos), 0 copas, 0 cigarrillos, 995 calorías, 0 lotos instantáneas: perfecto.
7.45 a.m. Acaba de llamar mamá.
—Oh, hola cariño, ¿sabes qué pasa?
—Espera, voy a llevar el teléfono a la otra habitación —dije, mirando nerviosa a Daniel, desconectando el teléfono, arrastrándome hasta la habitación contigua y volviendo a conectarlo para descubrir que mi madre no se había dado cuenta de mi ausencia de los últimos dos minutos y medio, justo ahora terminaba de hablar.
—… Así que, ¿a ti qué te parece, cariño?
—Um, no lo sé. Estaba llevando el teléfono a la otra habitación. Ya te lo he dicho.
—Ah. ¿Así que no has oído nada?
—No.
Hubo una breve pausa.
—Oh, hola, cariño, ¿sabes qué pasa?
A veces creo que mi madre forma parte del mundo moderno y a veces parece vivir a años luz de distancia. Como cuando deja mensajes en mi contestador que sólo dicen, en voz muy alta y clara: «Madre de Bridget Jones».
—¿Hola? Oh, hola, cariño, adivina qué pasa —volvió a decir.
—¿Qué? —dije resignada.
—Una y Geoffrey van a dar una fiesta de Fulanas y Vicarios en su jardín, el veintinueve de julio. ¿Verdad que puede ser divertido? ¡Fulanas y Vicarios! ¡Imagínate!
Luché por no hacerlo, por no imaginar a Una Alconbury con botas altas, medias de malla gruesa y un sujetador con mirilla. Que un grupo de gente de sesenta años organice una fiesta como ésta me parece antinatural y terrible.
—Bueno, pensamos que sería genial si tú y —cargada de intención— Daniel vinieseis. Todos nos morimos de ganas de conocerle.
Me dio un vuelco el corazón al pensar que mi relación con Daniel estaba siendo diseccionada con todo detalle en los almuerzos de los amigos y conocidos de mis padres.
—No creo que a Daniel…
En cuanto dije esto, la silla que yo estaba balanceando con mis rodillas, cayó estrepitosamente cuando me incliné encima de la mesa.
Al recuperar el teléfono, mi madre seguía hablando.
—Sí, genial. Al parecer Mark Darcy va a estar allí, y parece que acompañado, así que…
—¿Qué pasa? —Daniel estaba de pie, completamente desnudo, en el umbral—. ¿Con quién estás hablando?
—Con mi madre —dije, desesperada, con una mueca.
—Pásamela —me dijo, cogiendo el teléfono.
Me gusta cuando se muestra autoritario sin estar enfadado.
—Señora Jones —dijo, con su voz más encantadora—. Soy Daniel.
Casi podía oír el entusiasmo de ella.
—Es muy temprano para llamar por teléfono un domingo. Sí, hace un día hermoso. ¿Qué podemos hacer por usted?
Me ha mirado, mientras ella hablaba durante un ratito, y después ha dicho:
—Claro, sería encantador. Me lo apuntaré en la agenda para el veintinueve, e intentaré encontrar mi alzacuello. Bueno, ahora será mejor que volvamos a la cama a descansar. Cuídese. Chao. Sí. Chao —dijo con firmeza, y colgó el teléfono.
—Ves —dijo con aire de suficiencia—, mano dura, eso es todo lo que hace falta.