56,65 kg (muy bien, demasiado calor para comer), 3 copas, 0 cigarrillos (muy bien, demasiado calor para fumar), 759 calorías (todas de helados).
Otro domingo desperdiciado. Parece que esté condenada a pasar todo el verano mirando criquet con las cortinas cerradas. Tengo un extraño sentimiento de desasosiego, ahora que es verano, y no sólo a causa de las cortinas cerradas los domingos y de la prohibición expresa de hablar de escapaditas. Me he dado cuenta, a medida que los largos y calurosos días se repiten extrañamente, de que, sea lo que sea que estoy haciendo, siempre pienso que debería estar haciendo otra cosa. Es un sentimiento de la misma especie que el que periódicamente te hace creer que, por el hecho de vivir en el centro de Londres, tendrías que ir a la Royal Shakespeare Company/Albert Hall/Torre de Londres/Royal Academy/museo de cera de Madame Tussaud, en lugar de ir de bares y divertirte.
Cuanto más brilla el sol, más obvio parece que los demás lo están utilizando más y mejor en alguna otra parte: posiblemente en un gran partido de fútbol al que todo el mundo está invitado menos yo; posiblemente a solas con su amante en un claro rústico junto a una cascada donde pastan los Bambis, o en una gran celebración pública, que probablemente incluye a la reina madre y a uno o más de tenores de fútbol, para conmemorar el exquisito verano del que no estoy sacando provecho.
Quizás haya que echarle la culpa a nuestro pasado climático. Quizá todavía no tenemos la mentaliad adecuada para saber vivir con sol y sin nubes. Un clima que para nosotros no es más que un extraño incidente. El instinto de dejarse llevar por el pánico, salir corriendo de la oficina, quitarse la mayor parte de la ropa y tumbarse jadeando en la salida de incendios, cuando el sol asoma la nariz, es todavía demasiado fuerte.
Pero también aquí hay una confusión. A nadie le conviene jugárselas con la posibilidad de excrecencias malignas, así pues, ¿qué deberías hacer? ¿Una barbacoa a la sombra, quizá? ¿Matar de hambre a tus amigos, mientras tú trasteas por la cocina durante horas, para entonces envenenarlos con alimentos chamuscados y nauseabundos? U organizar picnics en el parque y acabar con todas las mujeres rascando el papel de aluminio de los trozos de mozzarella espachurrados y gritando a niños que padecen ataques de asma a causa del ozono, mientras los hombres se toman un vaso de vino blanco bajo el feroz sol del mediodía y miran un partido de fútbol cercano con la vergüenza de estar excluidos.
Envidio la vida de verano en el continente, donde los hombres vestidos con trajes ligeros y elegantes, y gafas de sol de diseño, pasean tranquilos en coches con aire acondicionado, se detienen quizá para un citron pressé en un café a la sombra en una antigua plaza, absolutamente acostumbrados al sol, desdeñándolo porque saben que éste seguirá brillando el fin de semana, cuando puedan ir a estirarse tranquilos en su yate.
Estoy segura de que éste ha sido el factor decisivo de nuestra decreciente confianza nacional, a partir del momento en que empezamos a viajar y a darnos cuenta de ello. Supongo que las cosas cambiarán. Cada vez hay más mesas en las aceras. Los comensales consiguen sentarse allí con tranquilidad, sólo recordando en algunos momentos el sol y poniéndose de cara a él con los ojos cerrados, sonriendo satisfechos a los transeúntes —«Mirad, mirad, estamos tomando un refresco en la terraza de un café, también los de este país podemos hacerlo»—, sus expresiones de angustia vital son breves y fugaces, y sólo expresan la duda: «¿Deberíamos estar en estos momentos en una representación al aire libre de El sueño de una noche de verano?».
En algún remoto lugar de mi mente acaba de nacer la tímida idea de que quizá Daniel tenga razón: lo que se supone que tienes que hacer cuando hace calor es ir a dormir debajo de un árbol o mirar criquet con las cortinas cerradas. Pero a mi modo de ver, para ponerte a dormir tienes que saber que el día siguiente también será caluroso, y el otro, y que quedan suficientes días calurosos en tu vida para hacer de forma calmada y comedida todas las actividades imaginables para un día caluroso, sin ningún tipo de prisa. Menuda posibilidad.