58,45 kg, 0 copas, 0 cigarrillos, 12 patatas.
He ido discretamente a la farmacia a comprar una prueba de embarazo. Estaba yo, cabizbaja, dándole el paquete a la cajera, deseando haber pensado en ponerme el anillo en el dedo de casada, cuando el farmacéutico ha gritado:
—¿Quiere una prueba de embarazo?
—Shhh —he siseado, mirando por encima del hombro.
—¿Cuánto retraso lleva? —ha berreado—. Será mejor que se lleve el azul. Te dice si estás embarazada incluso el primer día que tu período se retrasa.
He cogido el azul, le he dado las puñeteras 8 libras y 95 centavos y he salido corriendo.
Las dos primeras horas de la mañana las he pasado mirando mi bolso como si fuese una bomba que todavía no había estallado. A las 11.30 ya no podía soportarlo más, he cogido el bolso, me he metido en el ascensor y he bajado dos pisos, para evitar el riesgo de que alguien conocido notase algo sospechoso. Por alguna razón, de repente todo aquel montaje me ha hecho enfurecerme con Daniel. También era su responsabilidad, y él no tenía que gastarse 8 con 95, ni esconderse en los lavabos para intentar mear en un palito. He deshecho el paquete hecha una furia, metiendo la caja y todo lo demás en la papelera, y he colocado el palito boca abajo en la parte de atrás del váter sin mirar. Tres minutos. No iba a ver sellarse mi destino viendo cómo iba apareciendo lentamente una línea azul. De un modo u otro han pasado los ciento ochenta segundos —mis últimos ciento ochenta segundos de libertad—, he cogido el palito y casi doy un grito. Allí, en la ventanita, había una línea azul delgada, con toda la desfachatez del mundo.
¡Aargh! ¡Aargh!
Después de 45 minutos contemplando embobada la pantalla del ordenador, intentando imaginar que Perpetua no era más que un cactus mexicano cada vez que me preguntaba qué pasaba, he salido corriendo hacia la cabina de teléfonos más cercana y he llamado a Sharon. Maldita Perpetua. Si Perpetua pensase que podía estar embarazada, el sistema social inglés pesaría tanto en sus espaldas que estaría al final del pasillo de la iglesia, con un vestido de novia de Amanda Wakeley, en menos de diez minutos. Fuera, había tanto ruido a causa del tráfico que no conseguí que Sharon me entendiese.
—¿Qué? ¿Bridget? No te oigo. ¿Tienes problemas con la policía?
—No —resoplé—. Con la línea azul de una prueba de embarazo.
—Dios mío. Nos encontramos en el café Rouge dentro de 15 minutos.
Aunque sólo eran las 12.45, pensé que un vodka con naranja no me haría ningún daño, ya que se trataba de una auténtica emergencia, pero recordé que los niños no deben beber vodka. He esperado, sintiéndome como una clase extraña de hermafrodita, pues experimentaba al mismo tiempo los sentimientos violentamente opuestos de un hombre y de una mujer hacia un niño. Por un lado, experimentaba las esperanzas más cursis y sensibleras respecto a Daniel, me sentía orgullosa de ser una mujer de verdad —¡tan irrefrenablemente fecunda!— e imaginaba la piel de niño suave y rosada, una criaturita a la que amar, y conjuntos para niño de Ralph Lauren. Por otro lado pensaba: Oh, Dios mío, mi vida ha terminado y, cuando Daniel, que es un alcohólico loco, se entere, me matará y me descuartizará. No más noches por ahí con las chicas, no más compras, no más coqueteos, ni sexo, ni botellas de vino ni cigarrillos. En cambio, voy a convertirme en una espantosa máquina-dispensadora-de-leche-y-saco-que-engorda-más-y-más, que no le gustará a nadie y que no cabrá en ninguno de mis pantalones, especialmente en mis nuevos téjanos verde lima de Agnès B. Esta confusión, supongo, es el precio que tengo que pagar por convertirme en una mujer moderna, en lugar de seguir el curso de la naturaleza y casarme con Abnor Rimmington al salir del autobús de Northampton, a mis dieciocho años.
Cuando ha llegado Sharon, le he pasado tristemente la prueba de embarazo, con su reveladora línea azul, por debajo de la mesa.
—¿Es esto? —me ha preguntado.
—Claro que es esto —he mascullado—. ¿Qué crees que es? ¿Un teléfono móvil?
—Tú eres un ser humano ridículo. ¿No has leído las instrucciones? Tiene que haber dos líneas. Esta línea sólo es para demostrar que la prueba funciona. Una línea significa que no estás embarazada, tontaina.
Al llegar a casa he encontrado un mensaje de mi madre en el contestador: «Cariño, llámame inmediatamente. Tengo los nervios hechos trizas».
¡Ella tiene los nervios hechos trizas!