LUNES 1 DE MAYO

0 copas, 0 cigarrillos, 4.200 calorías (como para dos).

De verdad creo que estoy embarazada. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Daniel y yo nos dejamos llevar por la euforia de volver a estar juntos y la realidad desapareció por la ventana; y una vez has… mira, no quiero hablar de esto. Esta mañana, sin duda, he empezado a sentir náuseas, pero puede deberse a que ayer, después de que Daniel se fuese finalmente, estaba tan resacosa que comí las siguientes cosas para intentar sentirme mejor:

2 paquetes de láminas de Emmental.

1 litro de zumo de naranja natural.

1 patata asada.

2 trozos de tarta de queso al limón que no estaban cocidos (muy ligeros; quizá también estaba comiendo para dos).

1 Milky Way (sólo 125 calorías. La entusiasta respuesta del cuerpo ante la tarta de queso sugirió que el niño necesitaba azúcar).

1 postre vienés de chocolate con nata encima (niño glotón e increíblemente exigente).

Brócoli al vapor (intento de alimentar al niño y evitar que crezca malcriado).

4 salchichas de Frankfurt frías (única lata disponible en el armario; demasiado agotada por el embarazo para volver a salir a comprar).

Oh, Dios mío. Estoy empezando a dejarme llevar por la idea de convertirme en una mamá estilo Calvin Klein, posiblemente vestida con una chaqueta muy corta o lanzando al niño por el aire, riendo realizada en un anuncio para un diseñador de cocinas a gas, una película agradable o algo similar.

Hoy en la oficina, Perpetua estaba de lo más detestable, se pasó 45 minutos al teléfono con Desdémona, discutiendo si las paredes amarillas quedarían bonitas con cortinas rosas y grises, o si ella y Hugo deberían decidirse por el Rojo Sangre con una cenefa de flores. Durante un interludio de 15 minutos, no ha dicho otra cosa que «por descontado… no, por descontado… por descontado», y para concluir con: «Pero claro, en cierto modo, se podría decir lo mismo del rojo».

En lugar de desear graparle cosas a la cabeza, he sonreído de manera beatífica, pensando que pronto todas estas cosas serían irrelevantes para mí, comparadas con ocuparse de un pequeño ser humano. Lo siguiente ha sido descubrir todo un nuevo mundo de fantasías centradas en Daniel: Daniel llevando al niño a la espalda, Daniel volviendo corriendo a casa del trabajo, emocionado por encontrarnos a los dos sonrosados y resplandecientes en el baño y, en años venideros, desempeñando un papel impresionante en las reuniones de padres y maestros.

Pero entonces ha aparecido Daniel. Nunca le había visto con peor aspecto. La única explicación posible era que ayer, al dejarme, hubiese continuado bebiendo. Me miró, por un instante, con la expresión de un sanguinario asesino. De repente, mis fantasías han sido reemplazadas por imágenes de la película El borracho, en la que la pareja se pasaba todo el tiempo borracha, gritando y lanzándose botellas el uno al otro, o de Los vagos de Harry Enfield, con Daniel gritando:

—Bridge. El niño. Está berreando. Como si lo mataran.

Y yo contestando:

—Daniel. Estoy fumando un cigarrillo.