53,95 kg, 0 copas (excelente), 0 cigarrillos (muy muy bien), 995 calorías (sigo haciendo un buen trabajo).
Humph. Esta noche he ido a la fiesta de Jude con un vestidito negro ajustado, para mostrar mi cuerpo, del que ahora me siento orgullosa.
—Dios, ¿estás bien? —me preguntó Jude al verme entrar—. Pareces muy cansada.
—Sí, estoy bien —contesté, alicaída—. He perdido más de tres kilos. ¿Qué pasa?
—Nada. No, sólo pensé…
—¿Qué? ¿Qué?
—Quizá los has perdido un poquito aprisa… tu cara —se calló y miró mi escote que puede que sí se haya desinflado un poco.
Simon estuvo igual.
—¡Bridgiiiiit! ¿Tienes un cigarrillo?
—No, lo he dejado.
—¡Caray! Por eso tienes ese aspecto tan…
—¿Tan qué?
—Oh, nada, nada. Sólo un poquito… demacrado.
Prosiguió toda la velada. No hay nada peor que la gente diciéndote que pareces cansada. Por qué no decirte toda la verdad, que tienes el aspecto de mierda confitada. Estuve muy contenta conmigo misma por no beber, pero, a medida que pasaban las horas y todos se emborrachaban, empecé a sentirme tan tranquila y petulante que incluso me irrité a mí misma. Me iba encontrando en conversaciones en las que ni siquiera me molestaba en decir una sola palabra, y únicamente miraba y asentía de forma sensata e indiferente.
—¿Tienes manzanilla? —le pregunté a Jude en el momento en que pasó a mi lado tambaleándose, con hipo, justo en el momento en que le entró un ataque de risa, me pasó el brazo por encima de los hombros y se abalanzó sobre mí.
Decidí que era mejor irme a casa.
Una vez allí, me metí en la cama y coloqué la cabeza encima de la almohada, pero no ocurrió nada. Seguí poniendo la cabeza en un sitio, luego en otro, pero seguía sin poder dormirme. Normalmente, ahora ya estaría roncando y teniendo un sueño paranoico-traumático. Encendí la luz. Sólo eran las 11.30. Quizá debería hacer algo más terapéutico como, bueno, por ejemplo… ¿coser? Elegancia interior. Sonó el teléfono. Era Tom.
—¿Estás bien?
—Sí. Me encuentro genial. ¿Por qué?
—Parecías, bueno, apagada, esta noche. Todo el mundo decía que no eras la de siempre.
—No, estaba bien. ¿Has visto lo delgada que estaba? —silencio—. ¿Tom?
—Creo que tenías mejor aspecto antes, cariño.
Ahora me siento vacía y desconcertada, como si me hubiesen sacado una alfombra de debajo de los pies. Dieciocho años perdidos. Dieciocho años de aritméticas de calorías y unidades de grasa. Dieciocho años de comprar camisas grandes y jerséis y de dejar la habitación caminando hacia atrás en situaciones íntimas para esconder mi trasero. Millones de tartas de queso y de tiramisús, decenas de millones de trozos de Emmental no comidos. Dieciocho años de lucha, sacrificio y esfuerzo, ¿para qué? Dieciocho años y el resultado es «cansada y apagada». Me siento como un científico que descubre que el trabajo de toda su vida ha sido un tremendo error.