MARTES 18 DE ABRIL

57,15 kg, 7 copas (oh, querida), 30 cigarrillos, calorías (no me atrevo ni a pensar en ello), 1 loto instantánea (excelente).

La fiesta tuvo un mal principio, porque no vi a nadie conocido. Me conseguí una bebida y entonces vi a Perpetua hablando con James del Telegraph. Me acerqué a ella esperanzada para entrar en acción, pero en lugar de decir: «James, Bridget viene de Northamptonshire y es buena gimnasta» (voy a empezar a volver a ir al gimnasio pronto), Perpetua siguió hablando —sobrepasando con creces el límite de los dos minutos— y no me hizo caso.

Estuve un rato dando una vuelta, sintiéndome una completa imbécil, y entonces vi a Simon de marketing. Simulando con astucia que no había tenido la más mínima intención de unirme a la conversación de Perpetua, me abalancé con determinación sobre Simon, lista para decir: «¡Simon Barnett!», al estilo de Tina Brown. Sin embargo, cuando ya casi estaba allí, me di cuenta, desgraciadamente, de que Simon de marketing estaba hablando con Julian Barnes. Temiéndome que no podría gritar «¡Simon Barnett! ¡Julian Barnes!» con la alegría y el tono adecuados, vacilé, y empecé a apartarme sigilosamente, momento en el cual Simon dijo enfadado con tono de superioridad (el que, curiosamente, nunca le ves utilizar cuando intenta ligar contigo junto a la fotocopiadora):

—¿Querías algo, Bridget?

—¡Ah! ¡Sí! —le dije, histérica, intentando encontrar algo que pudiera querer—. Ahm.

—¿Sí? —Simon y Julian Barnes me miraban expectantes.

—¿Sabes dónde están los lavabos? —solté.

Maldición. Maldición. ¿Por qué? ¿Por qué he dicho esto? Vi que los labios delgados-pero-atractivos de Julian Barnes esbozaban una leve sonrisa.

—Ah, creo que están por allí.

—Estupendo. Gracias —dije, y me dirigí a la salida.

Una vez pasadas las puertas de vaivén, me apoyé contra la pared e intenté recuperar el aliento, mientras pensaba en la «Elegancia interior, Elegancia interior». No me había ido demasiado bien por el momento, no había dos maneras de verlo.

Miré con nostalgia las escaleras. La idea de ir a casa, ponerme el camisón y encender la tele empezó a parecer irresistiblemente atractiva. Sin embargo, al recordar los Objetivos de la Fiesta, respiré bien hondo por la nariz, murmuré «Elegancia interior», y empujé las puertas hacia dentro, de vuelta a la fiesta. Perpetua seguía junto a la puerta, hablando con sus espantosas amigas Piggy y Arabella.

—Ah, Bridget —dijo—. ¿Vas a buscar algo de beber? —y me dio un vaso.

Cuando volví con tres vasos de vino y una Perrier, estaban en plena charla.

—Tengo que decir que me parece vergonzoso. Lo que ocurre en la actualidad es que toda una generación llega a conocer las grandes obras de la literatura: Austen, Eliot, Dickens, Shakespeare, etc., sólo a través de la televisión.

—Claro, sí. Es absurdo, criminal.

—Completamente. Ellos creen que lo que ven cuando están haciendo zapping entre La fiesta en casa de Noel y El flechazo es en realidad Austen o Eliot.

El flechazo es los sábados —dije.

—¿Perdona? —dijo Perpetua.

—Los sábados. El flechazo es los sábados a las siete y cuarto, después de Gladiadores.

—¿Y? —dijo Perpetua de forma despectiva, mirando de reojo a Arabella y a Piggy.

—No acostumbran a pasar esas grandes adaptaciones literarias las noches de los sábados.

—Oh, mirad, ahí está Mark —interrumpió Piggy.

—Oh, Dios, sí —dijo Arabella abriendo unos ojos como platos—. Ha dejado a su mujer, ¿verdad?

—Lo que quería decir era que no hay nada tan bueno como El flechazo en los otros canales cuando hacen las obras maestras de la literatura, así que no creo que mucha gente haga zapping.

—Oh, con que El flechazo es bueno, ¿verdad? —dijo Perpetua de forma despectiva.

—Sí, es muy bueno.

—Y tú, Bridget, ¿eres consciente de que A mediados de marzo era originalmente un libro, verdad, y no un serial?

Odio a Perpetua cuando se pone así. Saco de pedos vieja y estúpida.

—Oh, creí que primero habían hecho el serial y después la novela —dije malhumorada, agarré un puñado de palitos y me los metí en la boca.

Al levantar la mirada, vi a un hombre trajeado y de pelo oscuro delante de mí.

—Hola, Bridget —me dijo.

Casi abro la boca y dejo caer todos los palitos.

Era Mark Darcy. Pero sin el suéter a rombos a lo Frank Bough.

—Hola —dije con la boca llena, intentando no dejarme llevar por el pánico.

Entonces, recordando lo que ponía el artículo, me giré hacia Perpetua.

—Mark, Perpetua es… —empecé, y quedé paralizada.

¿Qué decir? ¿Perpetua es una gorda y que se pasa todo el tiempo mandoneándome? ¿Mark es muy rico y tiene una ex mujer japonesa y cruel?

—¿Sí? —dijo Mark.

—… es mi jefe y se va a comprar un piso en Fulham, y Mark es —dije, girándome desesperada hacia Perpetua— un abogado de derechos humanos de primera.

—Oh, hola, Mark. Sé de ti, claro —dijo efusivamente Perpetua, como si fuese Prunella Scales del Hotel Fawlty y él fuese el duque de Edimburgo.

—Mark, ¡hola! —dijo Arabella, abriendo mucho los ojos y parpadeando de una forma que debía creer muy atractiva—. Hace siglos que no te veo. ¿Qué tal en la Gran Manzana?

—Justo estábamos hablando de jerarquías de cultura —dijo Perpetua con voz tonante—. Bridget es una de esas personas que cree que el momento en el que abren la cortina en El flechazo es equivalente al monólogo «arroja mi alma del cielo» de Otelo —dijo, rompiendo a reír.

—Ah. Entonces Bridget es claramente una posmodernista de primera —dijo Mark Darcy—. Ésta es Natasha —añadió, haciendo gestos hacia una chica alta, delgada y glamurosa que estaba a su lado—. Natasha es una espléndida abogada de conflictos familiares.

Tuve la sensación de que me estaba tomando el pelo. Menuda insolencia.

—Tengo que decir —dijo Natasha con una sonrisa petulante— que siempre he creído, en lo que respecta a los clásicos, que las personas deberían demostrar que han leído el libro antes de permitirles que viesen la versión de la televisión.

—Oh, estoy absolutamente de acuerdo —dijo Perpetua, y se echó a reír—. ¡Qué idea más maravillosa!

En aquel preciso instante pude ver con claridad cómo Perpetua hacía encajar mentalmente a Mark y a Natasha en medio de un grupo de ositos, conejitos y cerditos de peluche, sonrientes alrededor de una mesa bien puesta, para cenar, reír y cantar juntos.

—¡Tendrían que haber impedido que la gente escuchase la canción de la Copa del Mundo —gritó Arabella—, hasta que pudiesen demostrar que habían escuchado Turandot!

—Aunque en muchos sentidos, claro está —dijo la Natasha de Mark, de repente seria, como preocupada porque la conversación podía ir por mal camino—, la democratización de nuestra cultura es una buena cosa

—Excepto en el caso del señor Barrigón, que deberían haberle pinchado al nacer —chilló Perpetua.

Al mirar involuntariamente el culo de Perpetua, pensando: «Tiene gracia que ella diga eso», pesqué a Mark Darcy haciendo lo mismo.

—Sin embargo, lo que me molesta —Natasha estaba nerviosa y crispada como si estuviese en un club de debate de Oxford— es esta especie de individualismo arrogante, que imagina que cada nueva generación puede crear un nuevo mundo.

—Pero eso es exactamente lo que hacen —dijo Mark Darcy con dulzura.

—Oh, bueno, si lo miras a este nivel —dijo Natasha a la defensiva.

—¿Qué nivel? —dijo Mark Darcy—. No es un nivel, es la razón pura.

—No, no. Lo siento, eres deliberadamente obtuso —contestó ella, sonrojándose—. Yo no estoy hablando de una visión desconstruccionalista fresca y oxigenante. Estoy hablando de la vandalización definitiva de la estructura cultural.

Parecía que Mark Darcy se fuese a echar a reír.

—Lo que quiero decir es que, si vas en ese plan cursi, moralmente relativista, en plan «El flechazo es brillante»… —dijo, mirando con resentimiento hacia mí.

—Yo no iba en ese plan, sólo he afirmado que me gusta El flechazo —le dije—. Aunque sería mejor que dejaran que los participantes preparasen ellos mismos las preguntas, en lugar de leer esas estúpidas preguntas que les hacen llenas de juegos de palabras e insinuaciones sexuales.

—Absolutamente —agregó Mark.

—Sin embargo, no puedo soportar Gladiadores. Me hace sentir gorda —dije—. De todas formas, ha sido un placer conocerte, ¡adiós!

Estaba de pie esperando a que me diesen el abrigo, reflexionando sobre cómo puede cambiar el atractivo de alguien según la presencia o ausencia de un suéter a rombos, cuando sentí unas manos que me rodeaban suavemente por la cintura.

Me di la vuelta.

—¡Daniel!

—¡Jones! ¿Cómo te vas tan pronto? —se inclinó y me besó—. Mmmmmm, hueles muy bien.

Y me ofreció un cigarrillo.

—No, gracias. He encontrado la Elegancia interior y he dejado de fumar —dije, de forma preprogramada, como un autómata, deseando que Daniel no fuese tan atractivo como cuando te encontrabas a solas con él.

—Ya veo —sonrió—. Elegancia interior, ¿eh?

—Sí —dije remilgadamente—. ¿Has estado en la fiesta? No te había visto.

—Ya sé que no. Sin embargo, yo sí te vi a ti. Hablando con Mark Darcy.

—¿De qué conoces a Mark Darcy? —pregunté asombrada.

—De Cambridge. No soporto a ese estúpido ganso. ¿De qué lo conoces tú?

—Es hijo de Malcolm y Elaine Darcy —empecé, casi a punto de proseguir con: «Ya conoces a Malcolm y a Elaine, cariño. Vinieron a visitarnos cuando vivíamos en Buckingham…».

—¿Quién demonios…?

—Son amigos de mis padres. Yo solía jugar con él en la piscina de plástico.

—Sí, seguro que sí, guarra putilla —gruñó—. ¿Quieres venir conmigo a cenar?

Elegancia interior, me dije a mí misma, Elegancia interior.

—Venga, Bridge —me dijo, y se inclinó hacia mí de forma seductora—. Necesito tener una seria discusión acerca de tu blusa. Es extremadamente delgada. Casi, si la examinas bien, fina hasta la transparencia. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que quizá tu blusa sufra de… bulimia?

—Tengo que encontrarme con otra persona —murmuré desesperada.

—Venga, Bridge.

—No —le dije con una firmeza que me sorprendió.

—Lástima —dijo con dulzura—. Nos vemos el lunes —y me echó una mirada tan guarra que estuve a punto de perseguirle y gritarle: «¡Fóllame! ¡Fóllame!».

11 p.m. Acabo de llamar a Jude y explicarle el incidente con Daniel, y también lo del hijo de Malcolm y Elaine Darcy, con quien mamá y Una habían intentado que ligase en el Bufé de Pavo al Curry, y que apareció en la fiesta con un porte bastante atractivo.

—Espera un minuto —dijo Jude—. No hablarás de Mark Darcy, ¿verdad? ¿El abogado?

—Sí. ¿Es que… tú también le conoces?

—Bueno, sí. Quiero decir que hemos hecho algunos trabajos con él. Es increíblemente simpático y atractivo. Pensaba que me habías dicho que el tipo del Bufé de Pavo al Curry era realmente grotesco.

Humph. Maldita Jude.