58,5 kg (pero atiborrada de comida genovesa), 8 copas, 400 cigarrillos (eso parece), 875 calorías.
Huh. Tuve una cita de ensueño en un pequeño e íntimo restaurante genovés, cerca del piso de Daniel.
—Um… vale. Cogeré un taxi —solté con torpeza, cuando estuvimos en la calle, después de la cena.
Entonces él me apartó un mechón de la frente, me cogió la cabeza entre las manos y me besó, con urgencia, con desesperación. Un momento después me estrechaba contra sí y susurraba con voz ronca:
—No creo que vayas a necesitar ese taxi, Jones.
En cuanto entramos en el piso, nos precipitamos el uno sobre el otro como animales: zapatos y chaquetas desparramados por la habitación.
—Creo que esta falda tiene muy mal aspecto —murmuró—. Me parece que debería tumbarse en el suelo —y, al tiempo que empezaba a abrir la cremallera, murmuró—. Esto es sólo un poco de diversión, ¿vale? No creo que tengamos que empezar una relación.
Entonces, hecha la advertencia, siguió con la cremallera. De no haber sido por Sharon y el sexo sin compromiso y el hecho de que yo había bebido la mayor parte de la botella de vino, creo que habría caído rendida en sus brazos. Pero, estando como estaba, me puse en pie y me volví a abrochar la falda.
—Eso es una mierda —dije arrastrando las palabras—. ¿Cómo te atreves a ser tan descaradamente coqueto, tan cobarde y tan torpe? Yo no estoy interesada en el sexo sin compromiso emocional. Adiós.
Fue genial. Deberíais haber visto su cara. Pero ahora estoy en casa y me hundo en la melancolía. Puede que yo tuviese razón, pero mi recompensa, lo sé, será acabar sola, medio devorada por un pastor alemán.