Capítulo 5

Hasta el lunes 19 de enero, cuando los chicos volvieron al colegio y Erita salió de compras, no se sintió Harold Philby en condiciones de redactar el texto definitivo de su segundo memorándum al secretario general del PCUS. No le habían acusado recibo de su primer informe ni tenía la menor idea de la impresión que había causado. Si quería que el líder soviético aceptase su opinión, esto dependería, sin duda, de las importantes revelaciones obtenidas en el segundo documento.

De: H. A. R. Philby

A: Secretario general del PCUS

Concluyo mi respuesta en dos partes a su requerimiento de vísperas de Año Nuevo: El 7 de mayo de 1981, millones de londinenses acudieron a las urnas para elegir el nuevo Gran Consejo de Londres. El GAL era regido entonces por los conservadores bajo la jefatura de Sir Érase Cúter. El grupo laborista buscaba la elección bajo el liderazgo de M. Andrew Mclntosh, político muy popular del ala centrista y defensor de los valores tradicionales del laborismo. Se cerraron las urnas y, después del recuento de votos, resultó que los laboristas habían ganado. Mclntosh fue el nuevo líder de GCL.

Al cabo de dieciséis horas —no días, ni semanas, ni meses sino sólo dieciséis horas—, Andrew Mclntosh fue destituido de la jefatura laborista, y sustituido por un activista de la izquierda dura llamado Ken Livingstone, de quien sólo habían oído hablar el cinco por ciento de los londinenses. Fue un golpe realmente brillante, del que se habría enorgullecido el propio Lenin. Se había tardado no horas, sino semanas y meses, para forjar la alianza de los delegados izquierdistas duros de los distritos que formaron la ínfima mayoría que derribó a Mclntosh, y el mérito principal de ello debe atribuirse al propio Livingstone.

Aunque es un hombrecillo de voz nasal y aspecto vulgar, de esos que se olvidan fácilmente, Livingstone ha de mostrado ser un político consumado según la técnica de la izquierda dura. Trabajador incansable desde su adolescencia, contentándose con vivir —al menos hasta su aparición como líder del GCL— en un piso diminuto de una sola habitación, y al margen, según parece, de toda vida social, de ocio o de familia, vive, come y respira política durante las veinticuatro horas del día. Por muy oscura que sea una reunión, por muy ridícula que sea una causa, por muy poca importancia que tenga aparentemente un comité, él no deja de asistir para prodigar sus bendiciones y dirigir unas palabras, siempre que haya posibilidad de establecer un nuevo contacto, de hacer un nuevo favor o de influir en un delegado para conseguir un voto que más adelante puede resultar útil.

Como resultado de ello, y empleando como trampolín su base en el Consejo, consiguió construir en cinco años una máquina política personal de la izquierda dura que ahora actúa en todo el país, extendiendo sus tentáculos mucho más allá de los confines de Londres. Ahora miembro del Parlamento —lo intentó en 1983 y fracasó, pero ganó el escaño para los laboristas tres años más tarde—, es, desde nuestro punto de vista, un hombre al que hay que tener en cuenta. Brillante director de comité, puede muy bien convertirse en la eminencia gris del movimiento de la izquierda dura para dominar la política británica.

Refiero todo esto porque el coup d’etat de Livingstone es el modelo en que habrá de fundarse la asunción definitiva de la jefatura del Partido Laborista, no antes de su triunfo electoral, sino unos pocos días después. Y la palabra coup d’etat no es una exageración. El gran Londres tiene más de once millones de habitantes, el veinte por ciento de la población de Gran Bretaña; es tan extenso como Liechtenstein o Luxemburgo (es decir, como un mini Estado) y tiene un presupuesto mayor que el de ochenta de las ciento cincuenta naciones representadas en la ONU.

Pasemos a un punto concreto. Dentro del corazón de la izquierda dura del Partido Laborista británico y del movimiento de las Trade Unions existe un grupo de veinte personas que puede decirse que representa el ala ultra.

No puede ser llamado comité, porque sus miembros raras veces se reúnen en un lugar, aunque mantienen contacto continuo. Cada cual ha pasado su vida abriéndose paso lentamente en el aparato interior del Partido; cada cual tiene en la punta de los dedos una capacidad de manipulación que excede en mucho a la normal de su cargo o posición aparentes. Y todos son «verdaderos fieles» del marxismo leninismo.

Son veinte en total, diecinueve hombres y una mujer. Nueve son sindicalistas; seis (incluida la mujer), miembros laboristas del Parlamento; dos, académicos, y hay, además, un noble, un abogado y un editor. Éstos son los que prepararán y desencadenarán el ataque.

Antes de revelar lo que se pretende, debo hacer una última digresión para explicar cómo es elegido el líder del Partido Laborista y cómo puede ser derribado gracias a las normas recientemente aprobadas. Desde la iniciación del Colegio Electoral en 1980 hasta el año pasado, las nominaciones para el puesto de líder del Partido, después de una elección, se cerraban treinta días después de prestar juramento los miembros del Parlamento. Seguían tres meses, durante los cuales los candidatos rivales podían defender sus aspiraciones antes de la reunión del Colegio Electoral. En el caso de una victoria laborista, sería imposible, por este procedimiento, trabajar en favor de cualquier candidato que tratase de derribar al recién elegido y triunfante líder.

Pero en 1986 se propuso y fue aprobada por un pelo una pequeña «reforma». Con estas nuevas normas, se presume que el triunfante Primer Ministro laborista será confirmado rápida y eficazmente en su liderazgo por estos medios: en cualquier época del año en que se celebre una elección, y en el caso de victoria laborista, las nominaciones para la jefatura del Partido tienen que «presentarse» dentro de tres días a partir de la declaración de resultados. Entonces debe celebrarse una reunión extraordinaria del Colegio Electoral en el plazo de siete días después de aquella declaración.

Después de la reunión del Colegio Electoral y de la «elección» del líder del Partido Laborista, ésta no puede discutirse durante dos años, sin contar el corriente. A los que vacilaron en apoyar la reforma se les indicó que el procedimiento era sólo una formalidad; el líder triunfante del Partido, en espera de ser llamado a Buckingham Palace para ser encargado por la Reina de la formación del nuevo Gobierno, sería así masivamente reforzado por una reelección sin oposición. Los que vacilaban podían estar seguros de que no habría nadie tan temerario como para hacerle la contra al vencedor.

En realidad se intentaba lo contrario. Inmediatamente después de la victoria laborista en las urnas, antes de que el líder triunfante fuese llamado a Palacio, sena nominado un candidato alternativo para 1.ª reunión extraordinaria del Colegio Electoral. Éste sería seleccionado entre la izquierda dura para convertirse en el primer jefe de Gobierno marxista leninista de Gran Bretaña.

El escándalo sacudiría a todo el partido y a todo el país, pero sólo un bando estaría plenamente preparado para enfrentarse con la situación. El líder triunfante del Partido tendría que disputar la elección amparándose en los elementos centristas y moderados en abrumada confusión. La izquierda dura se valdría de todos los recursos para asegurar la elección del nuevo candidato al puesto y ganaría.

Primero, las Trade Unions. Algunos sindicatos, antes de depositar su voto en el Colegio Electoral, están obligados a consultar a sus miembros mediante votación por correo otros, en reuniones del ramo; otros, en una conferencia nacional de delegados. Pero nada de esto puede hacerse en cuatro días. Los comités ejecutivos nacionales tendrían que votar en nombre de todos sus miembros sin consultarles, y, como he apuntado antes, estos comités son, en su mayoría, de izquierda dura.

Segundo los distritos. Aquí se calcula que la mitad votaría a favor del nuevo candidato; esta campaña en la raíz sería ayudada por la publicación de una carta falsa, aparentemente dirigida por el líder del Partido al agente nacional, indicando su deseo de volver muy pronto al antiguo método de elección del líder por sólo el Partido parlamentario, evitando así la participación de los distritos en la elección.

Por último, el partido parlamentario. Con el ingreso de nuevos miembros del Parlamento, muchos de ellos de la izquierda dura, y todos conscientes de que debían sus cargos a los comités de dirección de sus distritos electorales, se calcula que la mitad votaría por el nuevo líder, ya que no tendría compromiso alguno con el antiguo. Y su preponderancia en las Trade Unions inclinaría la balanza en favor del nuevo líder.

Hasta hace poco había una duda importante en el plan. ¿Cuál sería la reacción del Trono? Después de un profundo estudio, la respuesta, que me parece acertada, es: ninguna. Por dos razones. Primera: los precedentes. Cuando, en abril de 1976, Harold Wilson dimitió de su cargo de Primer Ministro, la Reina tuvo que esperar dos semanas hasta conocer la identidad de su nuevo jefe de Gobierno y poder invitarle a Buckingham Palace para la ceremonia ritual del besamanos. En este caso, la espera sería de diez días. Segundo: La Constitución. Dado que el Trono no formuló objeciones, como custodio de la Constitución británica —no escrita—, a las diversas reformas de la Constitución del Partido Laborista cuando se realizaron, sus asesores tendrían que señalarle que formularlas ahora, cuando dicha Constitución tenía que operar, sería un caso de desviación flagrante. Hasta el punto de que podría provocar una crisis constitucional dentro del Reino.

Así, el nuevo líder del partido y Primer Ministro —apoyado por un SEP dominado por la izquierda dura—, tendría carta blanca para reformar totalmente su Gabinete a su propia imagen y empezar a trabajar sobre el proyectado programa legislativo que se consigna más adelante. Dicho en pocas palabras: el pueblo habría votado un Gobierno aparentemente de izquierda blanda tradicionalista o, como máximo, reformista; pero se implantaría un régimen total de izquierda dura, sin la enojosa necesidad de una elección intermedia.

En cuanto al programa legislativo al que he hecho referencia, constituye en éste momento un plan de veinte medidas deseables que, por evidentes razones, no se han puesto todavía por escrito. Algunas de estas medidas figuran ya claramente en el manifiesto del Partido Laborista; otras están también en él, pero en forma disimulada; otras fueron propuestas seriamente en pasadas conferencias del Partido Laborista, pero no aprobadas, aunque los votos se han acercado cada vez más a los necesarios para la aprobación formal en el curso de los últimos diez años. Todas las otras medidas fueron propuestas en diversas ocasiones, durante los últimos veinte años, dentro del ala izquierda dura del Partido Laborista.

El plan de veinte puntos es conocido como Manifiesto para la Revolución Británica, o MRB para abreviar. Con signo a continuación las veinte proposiciones, con notas explicativas cuando es necesario aclarar lo que se pretende. Observará usted que las quince primeras se refieren a cuestiones británicas internas y poco aplicables directamente a la política soviética, salvo en cuanto pondrían a Gran Bretaña al borde de la extinción económica y del caos social. Pero las cinco últimas afectan mucho a la Unión Soviética y le reportarían incalculables beneficios. He aquí los puntos del MRB:

1. Abolición de todo el sector privado de la Medicina. Todos los hospitales y clínicas particulares, con su personal, instalaciones y equipo, pasarán al Estado, con indemnización cuando se considere justo.

2. Abolición de todo el sector privado de la educación. Todos los colegios y escuelas, con sus edificios, terrenos, equipo e instalaciones, serán absorbidos por el sector estatal, también con indemnización cuando se considere justo.

3. Nacionalización de los cuatro importantes Bancos de emisión y de los veinte grandes Bancos mercantiles, y aprobación de una legislación que permita extender la nacionalización a otros Bancos si crecen demasiado. Prohibición de transferencia de fondos y depósitos de los Bancos públicos a los del sector privado.

4. Nacionalización de las 500 compañías industriales y comerciales más importantes del actual sector privado. La indemnización se fijará sobre el valor en existencias tres meses después de la nacionalización, y será pagadera en bonos del Tesoro amortizables a diez años.

5. Abolición inmediata de la Cámara de los Lores y de su poder de veto legislativo. Esto consta ya desde hace algunos años en el manifiesto del Partido Laborista, incluida la frase «y su poder de veto legislativo». Afortunadamente, la inmensa mayoría del pueblo británico no ha advertido la intención con tenida en esta frase. En realidad, la Cámara de los Lores sólo tiene poder para demorar la aprobación de una ley pidiendo a la Cámara de los Comunes que la enmiende o reconsidere. Sólo en un caso conserva una verdadera facultad de veto. Según la Sección 2 del Acta del Parlamento de 1911, los Lores perdieron su poder de veto salvo en el caso de que la Cámara de los Comunes prolongase su vida por decisión unilateral. Por consiguiente, la abolición de este poder es vital para nuestros amigos británicos. Salta a la vista que la revolución británica no puede ser detenida o rechazada por voluntad del electorado. No tendría que haber más elecciones generales, y esta situación podría garantizarse fácilmente con la aprobación de una ley de poderes de emergencia perpetuando la Cámara de los Comunes.

6. Institución de un Comité Nacional de Orientación Editorial. El Comité tendría su sede en la capital de la nación, con representaciones en todas las oficinas editoriales de periódicos, revistas, etc., del país. Cada uno de estos comités delegados estaría compuesto por un miembro del personal de redacción, un representante del sindicato de imprenta y una persona local nombrada por la Oficina Central. Las decisiones sobre las cuestiones a publicar se tomarían por mayoría simple entre los tres. El director asistiría como observador.

7. Institución de un nuevo Consejo Nacional de Radio difusión, en sustitución de la Junta de Gobierno de la BBC, el BBC Charter y la Autoridad Independiente de Radiodifusión. Tendría facultades de orientación sobre toda la programación y todos los nombramientos de personal en todos los medios audiovisuales.

8. Institución de un Consejo Nacional para la Reforma de los Tribunales de Justicia, aparentemente para corregir las enojosas dilaciones en el procedimiento judicial, aunque en realidad, para destituir a los jueces poco enérgicos, nombrarles sustitutos, vetar o aprobar todos los nombramientos dentro de la judicatura, abreviar o abolir muchos procedimientos de apelación y ampliar las vistas a puerta cerrada para los delitos contra el orden público o el comportamiento antisocial.

9. Institución de un Consejo de Orientación de la Educación, con facultad para aprobar o vetar todos los nombramientos de catedráticos, profesores y profesores auxiliares, y revisar los programas docentes de la nación, para asegurar la adopción de sistemas más avanzados socialmente en los colegios y las Universidades.

10. Aprobación de la Ley de las Trade Unions (ampliación a las Fuerzas Armadas y a la Policía), declarando la obligatoriedad de inscripción en el sindicato adecuado de todos los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía, y la introducción en ellas de organizadores y educadores sindicales civiles. Naturalmente, en esta situación cerrada, la expulsión del sindicato significaría el apartamiento del Cuerpo.

11. Aprobación de la Ley de Jefaturas de Policía. Ésta ley sometería a todas las fuerzas de Policía a la Jefatura local, designada entre elementos progresistas de la Administración local y del movimiento de las Trade Unions, con facultades para nombrar todos los cargos, desde el de comisario, hasta el de sargento, y con voz preponderante para fijar la estrategia y la táctica policiales en la comunidad local.

12. Aprobación de la Ley de Orden Público (Seguridad de la Comunidad), cuyo principal objeto sería la creación de milicias de trabajadores en sustitución de la guardia civil especial. Las milicias ayudarían a la Policía local a mantener el orden público y, principalmente, a amparar las manifestaciones pacíficas y ordenadas en pro del Gobierno e impedir sus interrupciones por parte de elementos antisociales que quisieran expresar su desagrado.

13. La Ley de Control de Cambios (Restauración). Esto habla por sí solo. Sería absolutamente necesario prohibir toda salida de dinero y de valores del país.

14. Aprobación de la Ley de Responsabilidad de la Riqueza Privada, que exigirá el registro de todas las tierras, cuadros, joyas, artefactos, obligaciones, acciones, depósitos, vehículos, pensiones, casas, etc., previo a su tributación o, en defecto de ello, a su nacionalización.

15. Aprobación de la Ley de Control de Inversiones, que exigirá el registro de todos los fondos corporativos, como los de las compañías de seguros, rentas vitalicias, etc., para que se puedan dirigir las futuras inversiones hacia proyectos que gocen del beneplácito del Estado, por consejo (obligatorio) de expertos nombrados por el Gobierno.

16. Salida inmediata de la Comunidad Económica Europea, con independencia de toda obligación nacida de los tratados.

17. Reducción urgente de todas las Fuerzas Armadas convencionales de Gran Bretaña a un quinto de su volumen actual.

18. Inmediata prohibición y destrucción de todas las armas nucleares británicas y desmantelamiento de los dos Establecimientos de Investigación de Armas Avanzadas, de Harwell y Aldermaston.

19. Expulsión inmediata de Gran Bretaña de todas las fuerzas de los Estados Unidos, nucleares y convencionales, junto con todo su personal y material.

20. Inmediata retirada, y rechazo, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

Considero innecesario subrayar, camarada secretario general, que las cinco últimas proposiciones destruirían la defensa de la Alianza Occidental más allá de toda esperanza de reparación durante la actual generación e incluso para siempre. Evidentemente, todo lo que he esbozado y descrito en mis dos memorándums depende, para su plena vigencia, de una victoria del Partido Laborista, y las próximas elecciones, previstas para la primavera de 1988, pueden ser muy bien la última oportunidad. Todo lo que dejo indicado más arriba es, en realidad, lo que quise decir con mi observación, durante la cena del general Kriuchkov, de que la estabilidad política de Gran Bretaña está siendo constantemente exagerada en Moscú, sobre todo, en los tiempos actuales.

Sinceramente suyo,

HAROLD ADRIAN RUSSELL PHILBY

La respuesta del secretario general al segundo y último memorándum llegó con sorprendente y satisfactoria rapidez; apenas dos días después de haber puesto Philby el memorándum en manos del comandante Pavlov, el joven e inescrutable oficial, de fría mirada, del Noveno Directorio. El comandante trajo un sencillo sobre de papel Manila, lo entregó a Philby y se marchó sin decir palabra.

Era otra carta escrita de puño y letra del secretario general, breve y concisa como de costumbre.

En ella, el líder soviético daba las gracias a su amigo Philby por el esfuerzo realizado. Había podido comprobar que el contenido general de los dos memorándums era exacto. Como consecuencia de ello, consideraba que la victoria del Partido Laborista británico en las próximas elecciones generales era cuestión de absoluta prioridad para la URSS. Iba a constituir un pequeño y restringido comité asesor, exclusivamente responsable ante él mismo, para que le aconsejase sobre posibles medidas a tomar en el futuro. Suplicaba y exigía a Harold Philby que actuase como consejero de dicho comité.