Capítulo 9: Una visita inesperada

Noah preparó el desayuno para Allie, que dormía en el living—room. Nada espectacular; simplemente panceta, galletas y café. Esperó a que se despertara para llevarle la bandeja, y en cuanto terminaron de desayunar, hicieron el amor una vez más. Fue una apasionada, vehemente confirmación de lo que habían compartido el día anterior. En el flujo de la última oleada de sensaciones, Allie arqueó la espalda y gritó a voz en cuello, luego se abrazó a Noah, y los dos respiraron acompasadamente, exhaustos.

Se ducharon juntos y Allie volvió a ponerse su vestido, que se había secado durante la noche. Pasó la mañana con Noah. Dieron de comer a Clem, examinaron las ventanas para comprobar si la tormenta había causado algún daño. Había derribado dos pinos y arrancado algunas ripias del cobertizo, pero aparte de eso, la propiedad estaba prácticamente intacta.

Estuvieron tomados de la mano la mayor parte de 'a mañana, conversando animadamente, aunque de vez en cuando Noah callaba y se quedaba mirándola. En esos momentos, Allie sentía que debía decir algo, pero nunca se le ocurría nada significativo y se limitaba a besarlo.

Poco antes del mediodía, comenzaron a preparar el almuerzo. El día anterior no habían comido mucho, y los dos estaban hambrientos. Frieron un poco de pollo, hornearon otra fuente de galletas y salieron a comer al porche, con el canto de un sinsonte como música de fondo.

Cuando estaban lavando los platos, alguien llamó a la puerta. Noah dejó a Allie en la cocina.

Volvieron a llamar.

—Ya voy —gritó Noah—. Otros dos golpes, esta vez más fuertes. — Ya voy —repitió Noah mientras abría la puerta. — ¡Dios mío!

Miró un momento a la hermosa cincuentona, una mujer que habría reconocido en cualquier parte. Noah no podía hablar.

—Hola, Noah —dijo ella por fin. Él no respondió. — ¿No me invitas a entrar?

Balbució una respuesta mientras ella pasaba a su lado y se detenía junto a la escalera.

—¿Quién es? — gritó Allie desde la cocina, y la mujer se volvió al oír su voz.

—Tu madre —respondió Noah y de inmediato oyó el ruido de una copa estrellándose contra el suelo.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo Anne Nelson a su hija, cuando los tres se sentaron alrededor de la mesa ratona del living—room.

—¿Cómo estabas tan segura?

—Eres mi hija. Cuando tengas hijos, lo entenderás. — Sonrió, pero la rigidez de sus movimientos dio a entender a Noah que estaba pasando un mal momento—. Yo también leí el artículo y me fijé en tu reacción. Además, en las últimas dos semanas noté que estabas particularmente nerviosa, y cuando dijiste que ibas de compras a la costa, comprendí lo que te proponías.

—¿Y papá?

Anne Nelson sacudió la cabeza.

—No he hablado de esto con tu padre ni con ninguna otra persona. Tampoco le dije a nadie que venía hacia aquí.

Allie y Noah callaron, esperando que continuara, pero Anne no lo hizo.

—¿Por qué viniste? — preguntó por fin Allie.

—Yo iba a hacerte la misma pregunta —respondió su madre arqueando las cejas. Allie palideció. — He venido porque creí que tenía que hacerlo, y estoy segura de que tú me responderías lo mismo. ¿Estoy en lo cierto? — Allie asintió y Anne se volvió hacia Noah: —Supongo en los últimos dos días has recibido muchas sorpresas.

—Sí —respondió él sencillamente, y la mujer le sonrió.

—Aunque no me creas, siempre me has caído bien, Noah. Sin embargo, no me parecías el mejor partido para mi hija. ¿Lo entiendes?

Noah sacudió la cabeza y respondió con voz grave:

—No, en realidad, no. No fue justa conmigo ni con Allie. De lo contrario, ella no estaría aquí ahora.

Anne lo miró, pero no respondió. Allie intervino para evitar una posible discusión.

—¿Qué quisiste decir con que tenías que venir? ¿Acaso no confías en mí?

Anne se volvió hacia su hija.

—Mi visita no tiene nada que ver con el hecho de que confíe o no en ti. Tiene que ver con Lon. Anoche me telefoneó para preguntarme por Noah, y ahora mismo viene hacia aquí. Parecía muy afectado. Supuse que debías saberlo.

Allie respiró hondo.

—¿Viene hacia aquí?

—Está en camino. Consiguió que aplazaran el juicio hasta el lunes. Si aún no ha llegado a New Ben, estará muy cerca.

—¿Qué le dijiste?

—Poca cosa, pero él lo sabía. Lo sospechaba. Hace tiempo me oyó hacer un comentario sobre Noah y lo recordó.

Allie tragó saliva.

—¿Le has dicho que yo estaba aquí?

—No. Y no lo haré. Es un asunto entre tú y él. Pero, conociéndolo, estoy segura de que averiguará dónde estás. Le bastará con hacer un par de llamadas a las personas indicadas. Al fin y al cabo, yo también te encontré.

Aunque era evidente que Allie estaba preocupada, sonrió a su madre.

—Gracias —dijo, y Anne le tomó la mano.

—Sé que hemos tenido nuestras diferencias, Allie, y que no siempre vemos las cosas de la misma manera. No me considero perfecta, pero te he educado lo mejor que pude. Soy tu madre y siempre lo seré. Y eso significa que siempre te querré.

Allie guardó silencio durante unos instantes, luego preguntó:

—¿Qué puedo hacer?

—No lo sé, Allie. Debes decidirlo tú sola. Pero yo, en tu lugar, lo pensaría dos veces. Pregúntate qué es lo que quieres realmente.

Allie desvió la vista, y sus ojos se enrojecieron. Un segundo después, una lágrima se deslizó por su mejilla.

—No lo sé… —se interrumpió y su madre le apretó la mano.

Anne miró a Noah, que estaba sentado con la cabeza gacha, escuchando con atención. Como si leyera sus pensamientos, él le devolvió la mirada, hizo un gesto de asentimiento y salió del salón.

Cuando se hubo ido, Anne preguntó en un murmullo:

—¿Lo quieres?

—Sí —respondió Allie en voz baja—. Mucho.

—¿Y quieres a Lon?

—Sí, también lo quiero. Lo quiero mucho, pero de otra manera. No me hace sentir lo mismo que Noah.

—Nadie lo hará —dijo su madre soltándole la mano—. No puedo tomar esta decisión por ti, Allie. Sólo tú puedes hacerlo. Sin embargo, debes saber que te quiero y que siempre te querré. No es una gran ayuda, ya lo sé, pero es lo único que puedo hacer por ti. — Abrió su cartera de mano y sacó un paquete de cartas atadas con una cinta. Los sobres estaban viejos y amarillentos. — Estas son las cartas que te escribió Noah. No las abrí ni me atreví a tirarlas a la basura. Sé que no debí ocultártelas y lo lamento. Sólo quería protegerte. No me había dado cuenta de que… —Allie tomó las cartas y las acarició, emocionada. — Ahora tengo que irme, Allie. Debes tomar una decisión y no te queda mucho tiempo. ¿Quieres que te espere en el pueblo?

Allie negó con la cabeza.

—No. Tengo que arreglármelas sola.

Anne asintió y miró a su hija con aire pensativo. Por fin se levantó, dio la vuelta a la mesa, se inclinó y la besó en la mejilla. Cuando Allie se puso de pie y la abrazó, su madre leyó la duda en sus ojos.

—¿Qué vas a hacer? — preguntó, apartándose un poco.

—No lo sé —respondió Allie tras una larga pausa. Siguieron abrazadas en silencio durante otro minuto. — Gracias por venir —dijo finalmente—. Te quiero, mamá.

—Y yo a ti.

Anne se dirigió a la puerta, y Allie creyó oírle murmurar "haz lo que te dicte el corazón". Aunque no estaba completamente segura.