Capítulo 7: Cisnes y tormentas

Estaban en medio de un pequeño lago, alimentado por las aguas del río Creek. No era grande —quizá cien metros de ancho—, pero a Allie la sorprendió que, apenas unos segundos antes, estuviera completamente oculto a la vista.

Era espectacular. Estaban literalmente rodeados por cisnes y patos salvajes. Miles de aves. Algunos nadaban tan apiñados que no dejaban ver el agua. Desde lejos, los grupos de cisnes parecían témpanos de hielo.

—¡Oh, Noah! — dijo finalmente en voz baja—, ¡es precioso!

Contemplaron la escena en silencio durante largo rato. Noah señaló un grupo de crías recién salidas del cascarón que seguían a una bandada de gansos junto a la orilla, esforzándose por alcanzarla.

Mientras la canoa surcaba el agua, el aire se llenó de graznidos y gorjeos. La mayoría de las aves se mostraba totalmente indiferente a su presencia. Las únicas que se fijaban en ellos eran las que se veían obligadas a moverse al paso de la canoa. Allie extendió una mano y tocó a los cisnes más cercanos, sintiendo cómo las plumas se erizaban bajo sus dedos.

Noah le pasó la bolsa de pan. Ella arrojó las migas al agua, favoreciendo a las crías, y rió al verlas nadar en círculos, buscando la comida.

Siguieron en el mismo sitio hasta que oyeron el primer trueno —lejano pero potente—, y entonces los dos comprendieron que era hora de regresar.

Noah giró la canoa hacia la corriente, remando con más fuerza.

Allie seguía fascinada por la escena que acababa de contemplar.

—¿Qué hacen aquí, Noah?

—No tengo la menor idea. Sé que los cisnes del norte migran al lago Matamuskeet todos los inviernos, pero parece que esta vez han venido hacia aquí. Ignoro por qué. Puede que tenga que ver con las nevadas tempranas. O quizá equivocaron el rumbo. De cualquier modo, sabrán volver.

—¿No se quedarán?

—Lo dudo. Actúan por instinto, y este no es su sitio. Es posible que algunos gansos pasen el invierno aquí, pero los cisnes volverán a Matamuskeet.

Noah remaba con energía, mientras los nubarrones se cernían sobre sus cabezas. Comenzó a llover, una llovizna fina al principio, luego más fuerte. Un relámpago… una pausa… y otro y un trueno. Esta vez más cercano, quizá a nueve o diez kilómetros de distancia. A medida que la lluvia arreciaba, Noah comenzó a remar con más fuerza, contrayendo los músculos con cada movimiento.

Las gotas eran más gruesas. Caían…

Caían empujadas por el viento… gruesas y punzantes.

Noah remaba… jugando una carrera con las nubes… y sin embargo mojándose… maldíciéndose a sí mismo… perdiendo la batalla contra la madre naturaleza.

Ahora la lluvia era constante, y Allie la contempló caer en diagonal desde el cielo, intentando desafiar a la fuerza de gravedad mientras avanzaba con los vientos del oeste y silbaba entre los árboles. El cielo se oscureció un poco más, y las nubes descargaron grandes gotas. Gotas de tempestad.

Allie disfrutaba con la lluvia, y echó la cabeza hacia atrás para que le mojara la cara. Sabía que en un par de minutos la pechera de su vestido estaría empapada, pero no le importó. ¿Lo habría notado Noah? Suponía que sí.

Se pasó las manos por el cabello húmedo. Era una sensación maravillosa; ella se sentía de maravilla, el mundo era una maravilla. A pesar del ruido de la lluvia, oyó la respiración agitada de Noah y aquel sonido la excitó sexualmente, como no se había excitado en muchos años.

Una nube se descargó directamente encima de ellos y la lluvia arreció. Nunca había visto llover con tanta fuerza. Allie miró hacia arriba y rió, abandonando cualquier intento por protegerse, tranquilizando a Noah. Hasta ese momento, él no sabía cómo se sentía. Aunque habían ido allí por decisión de ella, dudaba de que Allie sospechase que iba a desatarse una tormenta tan fuerte.

Al cabo de un par de minutos llegaron al embarcadero y Noah acercó la canoa lo suficiente para que Allie pudiera bajar. La ayudó a levantarse, saltó y arrastró la embarcación sobre la orilla para que el agua no se la llevara. La amarró al embarcadero por precaución, sabiendo que unos minutos más bajo la lluvia no lo afectarían.

Mientras ataba la canoa, miró a Allie y contuvo la respiración. Estaba increíblemente hermosa, mirándolo con serenidad bajo la lluvia. No intentaba protegerse ni taparse, y vio el contorno de sus pechos a través de la tela del vestido ceñido a su cuerpo. El agua de lluvia no era fría, pero de todos modos notó sus pezones erectos y protuberantes, duros como pedruscos. Sintió un hormigueo en la entrepierna y se apresuró a volverse de espaldas, avergonzado, murmurando para sí, agradecido de que la lluvia ahogara cualquier sonido. Cuando terminó y se levantó, Allie lo sorprendió tomándole la mano. A pesar del aguacero, no corrieron hacia la casa, y Noah fantaseó con pasar la noche con ella.

Allie pensaba en lo mismo. Sintió la calidez de sus manos y las imaginó tocando su cuerpo, acariciándola entera, recreándose en su piel. La sola idea la hizo respirar hondo; sintió un hormigueo en los pezones y un calor nuevo entre las piernas.

Entonces comprendió que algo había cambiado desde su llegada. Aunque no podía precisar el momento en que había comenzado —el día anterior después de la cena, aquella misma tarde en la canoa, acaso cuando vieron los cisnes o ahora, mientras caminaban tomados de la mano— supo que había vuelto a enamorarse de Noah Taylor Calhoun, o que quizá, sólo quizá, nunca había dejado de quererlo.

Ninguno de los dos parecía incómodo cuando llegaron a la puerta de la casa, entraron y se detuvieron un momento en el vestíbulo, con la ropa chorreando.

—¿Trajiste otra muda? — Allie negó con la cabeza, sumida aún en un torbellino de emociones, y preguntándose si su cara delataría sus sentimientos—. Supongo que podré encontrar algo para que te cambies. Quizá te quede grande, pero te hará entrar en calor.

—Cualquier cosa servirá —respondió Allie.

—Vuelvo en un segundo.

Noah se quitó las botas, corrió escaleras arriba y regresó un minuto después. Llevaba un par de pantalones de algodón y una camisa de manga larga bajo un brazo, y unos vaqueros y una camisa azul en el otro.

—Toma —dijo, entregándole los pantalones de algodón y la camisa—. Puedes cambiarte arriba, en el dormitorio. Allí hay un baño, y te he dejado una toalla, por si quieres ducharte.

Allie le dio las gracias con una sonrisa y subió la escalera, sintiendo los ojos de Noah fijos en su espalda. Entró en la habitación, cerró la puerta, dejó el pantalón y la camisa sobre la cama y se desvistió. Una vez desnuda, sacó una percha del armario, colgó el vestido, el corpiño y la bombacha, y llevó la percha al baño para que la ropa no goteara sobre el suelo de madera. La idea de estar desnuda en la misma habitación donde dormía Noah le produjo una inconfesable excitación.

No quería ducharse después de haber estado bajo la lluvia. Sentía la piel suave, y esa sensación le recordó la forma en que vivía la gente en otros tiempos. Naturalmente, como Noah. Se vistió con la ropa que él le había dado y se miró al espejo. Los pantalones eran grandes, pero metiendo la camisa dentro conseguiría mantenerlos en su sitio, y dobló los bajos para que no rozaran el suelo. El cuello de la camisa estaba descosido y prácticamente colgaba sobre un hombro, pero de todos modos le pareció que la favorecía. Se arremangó la camisa casi hasta los codos, abrió un cajón de la cómoda, se puso unas medias, y volvió a entrar en el baño para buscar un cepillo.

Se cepilló el cabello sólo lo indispensable para desenredarlo, dejándolo caer sobre sus hombros. Se miró al espejo y deseó haber llevado consigo una hebilla o unas horquillas.

También le hubiera venido bien un poco más de rímel, pero, ¿qué podía hacer al respecto? Sus pestañas todavía tenían restos del que se había puesto antes, y lo extendió como pudo con una manopla de ducha húmeda.

Cuando terminó, volvió a mirarse al espejo, se vio bonita a pesar de todo, y regresó a la planta baja.

Noah estaba en el living—room, de cuclillas frente a la chimenea, avivando el fuego. No la oyó entrar y Allie lo miró en silencio. Él también se había cambiado de ropa y tenía buen aspecto con sus hombros anchos, el pelo rozando el cuello, los vaqueros ceñidos. Atizaba el fuego, moviendo los leños más grandes y añadiendo ramitas pequeñas. Allie se apoyó sobre el marco de la puerta y siguió mirándolo. En pocos minutos, el fuego ardió con llamas grandes y constantes. Noah se volvió para acomodar los leños que quedaban y la vio por el rabillo del ojo. Se volvió rápidamente hacia ella.

Allie estaba hermosa incluso con su ropa. Tras mirarla un segundo, desvió la vista con timidez, y volvió a acomodar los troncos.

—No te oí entrar —dijo, tratando de imprimir naturalidad a su voz.

—Lo sé. No esperaba que lo hicieras.

Allie supo cómo se había sentido al mirarla, y su aire de colegial le causó cierta gracia.

—¿Cuánto hace que estás ahí?

—Un par de minutos.

Noah se limpió las manos en los pantalones y señaló hacia la cocina.

—¿Por qué no haces un poco de té? Puse el agua a calentar mientras estabas arriba.

Quería hablar de trivialidades, de cualquier cosa que le permitiera mantener la mente clara. Demonios, estaba tan bonita…

Allie reflexionó un momento, reparó en la forma en que la miraba, y sus instintos más primitivos volvieron a apoderarse de ella.

—¿Tienes algo más fuerte, o es demasiado pronto para una copa?

Noah sonrió.

—Tengo whisky en la alacena. ¿Te parece bien?

—Espléndido.

Caminó hacia la puerta, se pasó una mano por el pelo húmedo y desapareció en la cocina.

Se oyó un trueno ensordecedor y cayó otro chaparrón. Allie oyó la lluvia en el tejado, el chisporroteo de la leña mientras las llamas temblorosas iluminaban la habitación. Miró por la ventana y vio cómo el cielo gris se aclaraba apenas por un segundo. Al cabo de un instante, oyó otro trueno. Esta vez más cercano.

Tomó una manta del sofá y se sentó sobre la alfombra, frente al fuego. Cruzó las piernas, se envolvió con la manta en la posición más cómoda posible, y contempló las llamas danzarinas. Noah volvió, la miró y se sentó junto a ella. Apoyó dos vasos en el suelo y sirvió el whisky. Fuera, el cielo se oscureció aún más.

Otro trueno, esta vez más fuerte. La tormenta rugía con furia, los vientos formaban torbellinos con el agua.

—Es una señora tormenta —comentó Noah mirando las hileras de gotas que caían verticalmente sobre los vidrios de las ventanas.

Allie y él estaban muy cerca, aunque no se tocaban. Noah vio cómo el pecho de la joven se levantaba ligeramente con cada inspiración y volvió a fantasear con el contacto de su cuerpo, pero luchó contra aquellos pensamientos.

—Me gusta —aseguró ella bebiendo un sorbo de whisky—. Siempre me han gustado las tormentas eléctricas. Incluso cuando era pequeña.

—¿Por qué? — preguntó él por decir algo, por mantener la calma.

—No sé. Siempre me han parecido románticas.

Guardó silencio un momento, y Noah miró el reflejo de las llamas en sus ojos esmeralda. Luego Allie dijo:

—¿Recuerdas que pocas noches antes que me marchara, nos sentamos juntos a mirar una tormenta?

—Claro que lo recuerdo.

—Cuando volví a casa, no podía dejar de pensar en ese día. Me obsesionaba el aspecto que tenías aquella noche. Siempre te recordé así.

—¿He cambiado mucho?

Allie bebió otro sorbo de whisky y sintió el calor del líquido en la garganta. Cuando respondió, le rozó las manos.

—En realidad, no. Al menos en las cosas que yo recuerdo. Has madurado, desde luego, y se nota que has vivido, pero aún conservas el mismo brillo en los ojos. Todavía lees poesía y navegas en el río. Y todavía tienes una dulzura que ni siquiera la guerra pudo robarte.

Noah pensó en sus palabras y sintió el contacto de su mano en la suya, su pulgar trazando círculos lentamente.

—Allie, antes me preguntaste qué era lo que recordaba mejor de aquel verano. ¿Qué recuerdas tú?

Ella tardó unos minutos en contestar. Cuando lo hizo, su voz pareció llegar desde un lugar muy lejano.

—Recuerdo que hicimos el amor. Es el recuerdo más vivo. Tú fuiste el primero, y fue mucho más hermoso de lo que nunca hubiera llegado a soñar.

Noah bebió un trago de whisky, recordando, reviviendo los viejos sentimientos, pero de repente sacudió la cabeza. Las cosas ya eran demasiado difíciles tal como estaban. Allie prosiguió:

—Recuerdo que tenía tanto miedo que temblaba, pero al mismo tiempo estaba muy excitada. Me alegro de que fueras el primero. Me alegro de que compartiéramos aquella experiencia.

—Yo también.

—¿Estabas tan asustado como yo? — Noah asintió en silencio, y ella premió su sinceridad con una sonrisa. — Lo suponía. Siempre fuiste tímido, sobre todo al principio. Recuerdo que me preguntaste si tenía novio, y cuando te contesté que sí, prácticamente dejaste de hablarme.

—No quería interponerme entre ustedes.

—Pero al final lo hiciste, a pesar de tu aparente inocencia —señaló Allie con una sonrisa—. Y me alegro.

—¿Le contaste lo nuestro?

—Sí, cuando volví a casa.

—¿Te resultó difícil?

—En absoluto. Yo estaba enamorada de ti.

Le apretó la mano, la soltó, y se acercó más. Enlazó un brazo en el de él y apoyó la cabeza en su hombro. Noah aspiró su aroma, suave como el de la lluvia, cálido. Allie prosiguió:

—¿Recuerdas que después del festival me acompañaste a casa? Te pregunté si querías verme otra vez. Tú asentiste con la cabeza y no dijiste una palabra. No parecías muy entusiasmado.

—Nunca había conocido a nadie como tú. No sabía qué decir. No pude evitarlo.

—Lo sé. No sabías ocultar tus sentimientos. Los ojos te delataban. Tenías los ojos más bonitos que había visto en mi vida. — Hizo una pausa, levantó la cabeza del hombro de Noah y lo miró directamente a los ojos. Cuando continuó, su voz era sólo un susurro: —Creo que aquel verano te quise más de lo que he querido nunca a nadie.

Hubo otro relámpago, y en el silencio que precedió al trueno, sus ojos se encontraron, intentando borrar los catorce años pasados. Los dos eran conscientes del cambio que habían experimentado desde el día anterior. Cuando por fin resonó el trueno, Noah suspiró y apartó la vista, mirando hacia las ventanas.

—Ojalá hubieras leído las cartas que te mandé —dijo.

Allie permaneció callada un rato largo.

—No dependía sólo de ti, Noah. No te lo he dicho, pero yo también te escribí al menos una docena de cartas cuando llegué a casa. Sin embargo, nunca las envié.

—¿Por qué? — preguntó Noah, sorprendido.

—Supongo que tenía miedo.

—¿De qué?

—De que nuestro amor no fuera tan auténtico como yo creía. De que me hubieras olvidado.

—Yo nunca hubiera hecho algo así. Es inconcebible.

—Ahora lo sé. Lo veo cuando te miro. Pero entonces era diferente. Había tantas cosas que no entendía, cosas que mi mente de adolescente era incapaz de desentrañar.

—¿A qué te refieres?

Allie hizo una pausa para ordenar sus ideas.

—Cuando vi que no me escribías, no supe qué pensar. Recuerdo que hablé con mi mejor amiga de lo ocurrido durante el verano y ella me dijo que habías conseguido lo que querías y que no le sorprendía que no escribieras. Yo no podía creer que fueras de esa clase de chicos, pero escuchar ese comentario y pensar en nuestras diferencias me hizo temer que tal vez tú significaras mucho más para mí que yo para ti… Luego, cuando esa idea todavía me daba vueltas en la cabeza, recibí noticias de Sarah. Me dijo que te habías marchado de New Bern.

—Fin y Sarah siempre supieron dónde estaba…

Allie lo detuvo, tapándole la boca con la mano.

—Lo sé, pero yo nunca pregunté. Supuse que te habías ido de New Bern para empezar una nueva vida sin mí. ¿Por qué, si no, no me habías escrito ni telefoneado ni visitado? — Noah apartó la vista sin responder y ella prosiguió: —No lo entendía, y con el tiempo el dolor comenzó a aliviarse y pensé que me resultaría más fácil olvidarte. Eso creía entonces, pero después, cada vez que conocía a un chico, no podía evitar compararlo contigo. Entonces, cuando los sentimientos se intensificaban, te escribía otra carta. Pero nunca las envié por temor a lo que podría descubrir. Para entonces, tú ya habrías rehecho tu vida y temía que estuvieras enamorado de otra. Quería recordarnos tal como éramos en aquel verano. No quería renunciar a ese recuerdo.

Pronunció esas palabras con tanta dulzura e inocencia, que Noah hubiera querido besarla en cuanto terminó. Pero no lo hizo. Luchó con su deseo y lo reprimió, consciente de que era lo último que necesitaba Allie. Sin embargo, era tan maravilloso tenerla a su lado, tocándolo…

—La última carta la escribí hace un par de años. Cuando conocí a Lon, escribí a tu padre para preguntarle dónde estabas. Pero había pasado tanto tiempo, que ni siquiera sabía si él seguiría en el mismo sitio. Y teniendo en cuenta que había habido una guerra…

Se interrumpió y permanecieron un momento callados, absortos en sus pensamientos. Otro relámpago iluminó el cielo, y finalmente Noah rompió el silencio.

—Ojalá la hubieras enviado.

—¿Por qué?

—Porque me habría gustado saber de ti. Enterarme de qué había sido de tu vida.

—Te habría decepcionado. Mi vida no es muy emocionante. Además, ya no soy como me recordabas.

—Eres mejor de como te recordaba, Allie.

—Y tú eres un encanto, Noah.

Él estuvo a punto de dejar las cosas así, sabiendo que si se reservaba sus pensamientos, le resultaría más fácil mantener el control, el mismo control que había mantenido en los últimos catorce años. Pero otra emoción se había apoderado de él en los últimos minutos, y se rindió a ella con la esperanza de que, de alguna manera, les permitiera recuperar lo vivido tanto tiempo atrás.

—No lo digo porque sea un encanto. Lo digo porque siempre te he querido y te sigo queriendo. Mucho más de lo que imaginas.

Un leño se partió, despidiendo chispas en la chimenea, y ambos advirtieron que las brasas se habían consumido casi por completo. El fuego necesitaba más leña, pero ninguno de los dos se movió.

Allie bebió otro sorbo de whisky y empezó a notar sus efectos. Pero no fue sólo el alcohol lo que la hizo estrecharse más contra el cuerpo de Noah y buscar su calor. Miró por la ventana y vio que las nubes estaban prácticamente negras.

—Deja que avive el fuego —dijo Noah, consciente de que necesitaba apartarse para pensar, y Allie lo soltó. Se acercó a la chimenea, retiró la pantalla protectora y añadió un par de leños. Acomodó la madera con el atizador, asegurándose de que los nuevos leños se encendieran con facilidad.

Las llamas comenzaron a extenderse otra vez, y Noah regresó junto a Allie. Ella volvió a acurrucarse junto a él, apoyó nuevamente la cabeza sobre su hombro y le acarició el pecho en silencio. Noah se acercó más y le habló al oído.

—Esto me recuerda un tiempo lejano. Cuando éramos adolescentes.

Allie sonrió, pensando en lo mismo, y miraron el humo y el fuego, abrazados.

—Noah, aunque no me lo has preguntado, quiero que sepas una cosa.

—¿Qué?

—Nunca hubo otro hombre —respondió con voz tierna—. No sólo fuiste el primero, sino el único. Nunca me he acostado con otro. No espero que me digas nada semejante, pero quería que lo supieras.

Noah apartó la vista en silencio. Allie siguió mirando el fuego, sintiendo que su pasión crecía. Acarició los músculos duros y firmes del pecho de Noah por debajo de la camisa.

Recordó que una vez se habían abrazado de aquel modo, pensando que sería la última vez. Estaban sentados sobre un dique construido para contener las aguas del río Neuse. Ella lloraba porque cabía la posibilidad de que no volvieran a verse y se preguntaba si alguna vez volvería a ser feliz. En lugar de responder, él le había entregado una nota, que Allie leyó camino a casa. La había guardado, y de vez en cuando la releía, entera o por partes. Había leído un par de párrafos centenares de veces, y por alguna razón, ahora volvieron a su mente. Decía:

Nos duele tanto separarnos porque nuestras almas están unidas. Es probable que siempre lo hayan estado y que siempre lo estén. Quizá hayamos vivido mil vidas antes que esta y nos hayamosencontrado en cada una de ellas. Y hasta es posibleque en cada ocasión nos hayamos separado por losmismos motivos. Eso significa que este adiós es a untiempo un adiós de diez mil años y un preludio delo que vendrá.

Cuando te miro, contemplo tu belleza y tugracia y sé que han crecido con cada vida que hasvivido. También sé que te he estado buscandodurante todas mis vidas anteriores. No buscaba aalguien como tú, sino a ti, pues tu alma y la míaestán destinadas a estar juntas. Y sin embargo, por razones que escapan a nuestro entendimiento, nos han obligado a despedirnos.

Me gustaría decirte que todo se arreglará entrenosotros, y te prometo hacer lo que esté en mismanos para que así sea. Pero si no volvemos avernos y esta es una verdadera despedida, sé quenos reencontraremos en otra vida. Volveremos aencontrarnos, y aunque las estrellas hayan cambiado, no nos amaremos sólo por esa vez, sino portodas las veces anteriores.

¿Era posible? ¿Tendría razón? Allie nunca lo había descartado por completo, y se aferraba a su promesa por las dudas. Esa predicción la había ayudado a superar muchos momentos difíciles. Pero su presencia allí parecía poner en entredicho la teoría de que estaban predestinados a vivir separados. A menos que los astros hubieran cambiado desde su último encuentro.

Quizá lo hubieran hecho, pero Allie no quiso mirar. En cambio, se arrimó más a Noah y sintió su calor, el contacto de su piel, de su brazo rodeándole los hombros. Y su cuerpo comenzó a temblar de expectación, como el primer día que habían estado juntos.

¡Se sentía tan a gusto! Todo le parecía bien: el fuego, las copas, la tormenta… no había una situación más perfecta. Como por arte de magia, los años de separación perdieron importancia.

Fuera, un relámpago surcó el cielo. Las llamas danzaban sobre los leños al rojo blanco. La lluvia de octubre caía torrencialmente sobre las ventanas, sofocando cualquier otro sonido.

Por fin se rindieron a los sentimientos que habían reprimido durante los últimos catorce años. Allie levantó la cabeza del hombro de Noah, lo miró con ojos brumosos, y él le besó los labios con ternura. Ella alzó la mano y le acarició la mejilla con los dedos. Noah se inclinó despacio y volvió a besarla, siempre con suavidad y dulzura, pero ella devolvió el beso, sintiendo que los años de separación se desvanecían para trocarse en pasión.

Allie cerró los ojos y entreabrió los labios, mientras él acariciaba sus brazos de arriba abajo, despacio, suavemente. Le besó el cuello, la mejilla, los párpados, y ella sintió la humedad de su boca en cada sitio que tocaban los labios. Le tomó la mano y la guió a sus pechos, y cuando él los acarició por encima de la fina tela de la camisa, dejó escapar un gemido.

Se separó de él con la sensación de estar soñando y la cara encendida por el calor del fuego. Comenzó a desabrocharle la camisa en silencio. Noah la miró y oyó su respiración entrecortada mientras sus dedos descendían por la camisa. Con cada nuevo botón, él sentía el roce de sus dedos sobre su piel. Cuando por fin terminó, Allie le sonrió con ternura. Luego deslizó las manos por debajo de la tela, tocándolo con toda la suavidad posible, explorando su cuerpo. Noah se excitó al sentir sus dedos sobre el pecho ligeramente húmedo, enredándose en el vello. Allie se inclinó y le besó el cuello con ternura mientras le pasaba la camisa por encima de los hombros y le rodeaba el torso con los brazos. Levantó la cabeza y dejó que él la besara mientras rotaba los hombros y se liberaba de las mangas.

Entonces él extendió los brazos, le levantó la camisa, y acarició lentamente su vientre con un dedo antes de quitarle la prenda. Bajó la cabeza para besarla entre los pechos y luego ascendió despacio con la lengua hasta el cuello, dejándola sin respiración. Sus manos le acariciaron suavemente la espalda, los brazos, los hombros, hasta que sus cuerpos ardientes se unieron, piel con piel. Noah le besó el cuello y lo mordisqueó suavemente mientras ella levantaba las caderas para permitirle que le quitara los pantalones. Allie buscó a tientas el cierre de los vaqueros de Noah, lo descorrió, y miró a Noah mientras se los quitaba. Por fin sus cuerpos desnudos se unieron como en cámara lenta, y los dos se estremecieron con el recuerdo de una experiencia compartida tanto tiempo atrás.

Noah le lamió el cuello mientras sus manos acariciaban la piel tersa y caliente de sus pechos, descendían hasta el vientre y la entrepierna y volvían a subir. Estaba fascinado por su belleza. Su cabello sedoso reflejaba la luz y la hacía brillar. Su piel tersa y hermosa resplandecía a la luz del fuego. Sentía las manos de Allie en su espalda, atrayéndolo hacia ella.

Se tendieron junto a la chimenea; el aire estaba denso por el calor del fuego. La espalda de Allie estaba ligeramente arqueada cuando él rodó encima de ella con un movimiento suave y fluido. Él quedó a gatas encima de ella, con las rodillas abiertas sobre sus caderas. Allie levantó la cabeza para besarle el cuello y la barbilla, y con la respiración entrecortada, le lamió los hombros, saboreando el sudor de su cuerpo. Le pasó las manos por el pelo mientras él se encaramaba sobre ella, con los brazos de los músculos contraídos por el esfuerzo. Allie hizo un pequeño gesto de invitación y tiró de él, pero Noah se resistió. En cambio, descendió y rozó su pecho ligeramente contra el de ella, y Allie sintió que su cuerpo se estremecía de expectación.

Noah repitió el movimiento una y otra vez, despacio, besando cada parte de su cuerpo, escuchando los pequeños gemidos de Allie mientras se movía encima de ella.

Siguió así hasta que ella no pudo resistir más, y cuando por fin se unieron en un solo ser, Allie gritó y hundió los dedos en su espalda. Escondió la cara en su cuello, sintiéndolo en su interior, gozando de su fuerza y su ternura, sus músculos y su alma. Se movió rítmicamente contra su cuerpo, dejando que la llevara donde quisiera, al lugar donde debía estar.

Abrió los ojos y lo miró a la luz del fuego, maravillándose de su belleza mientras se movía encima de ella. El cuerpo de Noah brillaba, perlado de sudor, y las gotas cristalinas caían sobre su cuerpo como la lluvia. Todas sus responsabilidades, todas las facetas de su vida, su propia conciencia, escapaban con cada gota, con cada exhalación.

Sus cuerpos reflejaban todo lo que daban y tomaban, y Allie se sintió recompensada por una sensación cuya existencia desconocía. La sensación continuó y continuó, hormigueando en cada poro de su cuerpo, haciendo hervir su piel, hasta que se desvaneció. Entonces se estremeció debajo de Noah, conteniendo el aliento. Pero en cuanto la primera sensación se diluyó, otra comenzó a apoderarse de ella, y empezó a experimentarlas una tras otra, en largas secuencias. Cuando la lluvia amainó y el Sol se puso en el horizonte, su cuerpo, aunque rendido, se resistía a abandonar el placer.

Pasaron el día uno en brazos del otro; cuando no estaban haciendo el amor junto a la chimenea, contemplaban abrazados las llamas que devoraban los leños.

De vez en cuando, Noah le recitaba un poema, y ella lo escuchaba tendida a su lado, con los ojos cerrados, sintiendo cada palabra. Luego, en cuanto recuperaban las fuerzas, sus cuerpos volvían a unirse, y Noah le murmuraba palabras de amor al oído, entre beso y beso.

Continuaron así hasta el anochecer, resarciéndose de los años de separación, y esa noche durmieron abrazados. Noah se despertó varias veces, y al contemplar el cuerpo agotado y radiante de Allie, pensó que su vida se había compuesto súbitamente.

En una de esas ocasiones, poco antes del amanecer, Allie abrió los ojos, sonrió y alzó la mano para acariciarle la cara. Noah le cubrió la boca con una mano, suavemente, para impedirle hablar, y durante un largo instante simplemente se miraron el uno al otro.

Cuando el nudo en su garganta se disipó, Noah susurró:

—Eres la respuesta a todas mis plegarias. Eres una canción, un sueño, un murmullo, y no sé cómo he podido vivir tanto tiempo sin ti. Te quiero, Allie, te quiero mucho más de lo que imaginas.

—Ay, Noah —respondió ella atrayéndolo hacia sí. Ahora, más que nunca, lo deseaba, lo necesitaba más que a nada en el mundo.