Capítulo 6: Aguas turbulentas

Noah estaba sentado en la mecedora, bebiendo té dulce, aguzando el oído para oír el coche, hasta que finalmente lo oyó girar por el camino. Dio la vuelta a la casa y la miró estacionar nuevamente debajo del roble. En el mismo sitio del día anterior. Clem ladró junto a la puerta del coche, moviendo la cola, y Noah vio que Allie lo saludaba con la mano.

Bajó, dio un par de palmadas en la cabeza a Clem, que la recibió efusivamente, y luego sonrió a Noah que caminaba a su encuentro. Parecía más tranquila que el día anterior, más segura de sí, y nuevamente lo impresionó verla. Aunque esta vez era distinto. Ya no se trataba de simples recuerdos, sino de sentimientos nuevos. Si eso era posible, su atracción por Allie había crecido durante la noche, se había intensificado, y eso lo hacía sentir ligeramente turbado en su presencia.

Allie lo encontró a mitad de camino, con un pequeño bolso en la mano. Lo sorprendió dándole un afectuoso beso en la mejilla y, después de apartarse, su mano se demoró un momento en la cintura de Noah.

—Hola —dijo con los ojos radiantes—, ¿dónde está la sorpresa?

Noah se relajó un poco, y dio gracias a Dios por ello.

—¿No crees que antes deberías decir "buenos días" o "¿has dormido bien?".

Allie sonrió. La paciencia nunca había figurado entre sus virtudes.

—Muy bien. Buenos días. ¿Has dormido bien? ¿Dónde está la sorpresa?

Noah rió suavemente y luego anunció:

—Tengo una mala noticia, Allie.

—¿Cuál?

—Iba a llevarte a un sitio especial, pero con estas nubes, no creo que debamos ir.

—¿Por qué?

—Por la tormenta. Estaremos a la intemperie y nos mojaríamos. Además, podrían caer rayos.

—Todavía no llueve. ¿Ese sitio está muy lejos?

—A un kilómetro y medio río arriba.

—¿Y nunca estuve allí antes?

—Sí, pero antes no tenía el mismo aspecto.

Allie miró alrededor con aire pensativo. Cuando por fin habló, lo hizo con voz decidida:

—Entonces iremos. Me da igual si llueve.

—¿Estás segura?

—Completamente.

Noah volvió a mirar las nubes y notó que se acercaban.

—Entonces será mejor que salgamos ahora mismo —decidió—. ¿Te dejo eso en la casa?

Allie asintió y le pasó el bolso. Noah corrió a la casa y lo dejó sobre una silla del salón. De camino a la puerta, tomó pan y lo metió en una bolsa.

Caminaron juntos hasta la canoa. Un poco más cerca que el día anterior.

—¿Qué sitio es ése?

—Ya lo verás.

—¿No me darás ni siquiera una pista?

—Bueno —respondió él—, ¿recuerdas el día que salimos en canoa y miramos el amanecer?

—Precisamente estaba pensando en eso esta mañana. El recuerdo me hizo llorar.

—Lo que verás hoy hará que ese recuerdo te parezca vulgar.

—Supongo que debería sentirme muy especial.

Noah dio unos cuantos pasos antes de responder:

—Eres especial —dijo finalmente, y su tono hizo que Allie creyera que iba a añadir algo más. Pero no lo hizo. Ella le sonrió y apartó la vista. Sintió el viento en la cara y notó que había arreciado desde la mañana.

Poco después llegaron al embarcadero. Noah arrojó la bolsa dentro de la canoa, echó un rápido vistazo alrededor para comprobar que todo estuviera en orden, y arrastró la embarcación hasta el agua.

—¿Puedo hacer algo?

—No. Sube.

Allie obedeció y Noah empujó la canoa en el agua, cerca del embarcadero. Luego saltó al interior con gracia, apoyando los pies con cuidado para que la embarcación no volcara. Allie se asombró de su agilidad, consciente de que la maniobra que acababa de realizar con rapidez y facilidad era más complicada de lo que parecía.

Allie viajaba de espaldas, en la proa de la canoa. Cuando Noah comenzó a remar, le advirtió que se perdería la vista, pero ella sacudió la cabeza y dijo que estaba bien así.

Y era verdad.

Con sólo girar la cabeza podía ver todo lo que quisiera; pero por encima de todo, quería ver a Noah. No había ido a contemplar el río, sino a verlo a él. Los primeros botones de su camisa estaban desabrochados y dejaban al descubierto los músculos de su pecho, que se contraían con cada movimiento. También se había arremangado, de modo que Allie podía ver los músculos de sus brazos abultándose ligeramente. Gracias a sus sesiones matutinas de remo, tenía la musculatura muy desarrollada.

Es artístico, pensó. Cuando rema, tiene un aire casi artístico. Un aire natural, como si no pudiera evitar estar en el agua, como si llevara esa afición en los genes. Lo miró, y supuso que los primeros exploradores del lugar debían de haber tenido el mismo aspecto.

No conocía a nadie que se le pareciera en lo más mínimo. Noah era una persona compleja, contradictoria en muchos sentidos, y al mismo tiempo sencilla; una combinación curiosamente erótica. A primera vista era un muchacho de campo otra vez en casa después de la guerra, y probablemente él se veía así. Pero en realidad era mucho más. Quizá su peculiaridad se debiera a su pasión por la poesía, o a los valores inculcados por su padre. Fuera como fuese, parecía disfrutar más de la vida que cualquier otra persona, y eso era lo primero que la había atraído de él.

—¿En qué piensas?

Su voz la devolvió al presente, y Allie se sobresaltó. Se dio cuenta de que no había hablado mucho desde que estaban en la canoa y agradeció el momento de silencio concedido por él. Siempre había sido muy considerado.

—En cosas bonitas —respondió en voz baja, y por la expresión de los ojos de Noah, comprendió que sabía que pensaba en él. Le alegró que se diera cuenta, y deseó que él también hubiera estado pensando en ella.

Entonces una emoción comenzó a vibrar en su interior, como había sucedido tantos años atrás. Se sentía así siempre que lo observaba, siempre que observaba los movimientos de su cuerpo. Y cuando sus ojos se encontraron durante unos segundos, sintió una oleada de calor en el cuello y en los pechos, se ruborizó, y miró hacia otro lado antes que él lo notara.

—¿Cuánto falta? — preguntó.

—Unos setecientos metros.

Después de una pausa, Allie dijo:

—Es un sitio bonito. Tan limpio, tan tranquilo. Es casi como un viaje al pasado.

—Supongo que, en cierto modo, lo es. El río nace en el bosque. No hay una sola granja entre su nacimiento y este lugar, y el agua es tan pura como la de la lluvia. Probablemente siga siendo tan pura como al principio.

Allie se inclinó hacia él.

—Dime, Noah, ¿qué es lo que más recuerdas del verano que pasamos juntos?

—Todo.

—¿Nada en particular?

—No —respondió.

—¿No lo recuerdas?

Tardó un minuto en responder, y lo hizo en voz baja, grave:

—No, no es eso. No es lo que piensas. Cuando digo "todo", hablo en serio. Recuerdo cada instante que pasamos juntos, y todos fueron maravillosos. No puedo elegir un momento que significara para mí más que otro. Todo el verano fue perfecto, la clase de verano que todo el mundo debería tener la oportunidad de vivir. ¿Cómo iba a elegir uno en particular?

»Los poetas casi siempre describen el amor como un sentimiento que escapa a nuestro control, que vence a la lógica y al sentido común. En mi caso, fue exactamente así. No esperaba enamorarme de ti y dudo mucho de que tú tuvieras previsto enamorarte de mí. Pero cuando nos conocimos, ninguno de los dos pudo evitarlo. Nos enamoramos a pesar de nuestras diferencias y, al hacerlo, creamos un sentimiento singular y maravilloso. Para mí, fue un amor que sólo puede existir una vez, y por eso cada minuto que pasamos juntos ha quedado grabado en mi memoria. Nunca olvidaré un solo instante de nuestra relación.

Allie lo miró fijamente. Nunca le habían dicho nada semejante. Jamás. No supo qué responder, y permaneció callada, con las mejillas teñidas de rubor.

—Lamento si te he hecho sentir incómoda, Allie. No era mi intención. Pero he tenido presente aquel verano constantemente, y quizá siga siendo siempre así. Sé que las cosas ya no serán iguales entre nosotros, pero eso no cambia lo que sentí por ti entonces.

Allie respondió con voz sosegada, cargada de emoción:

—No me has hecho sentir incómoda, Noah… Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a que me digan esas cosas. Lo que has dicho es hermoso. Se necesita alma de poeta para hablar de esa manera, y, como ya te he dicho, tú eres el único poeta que he conocido.

Un sereno silencio cayó sobre ellos. Un águila gritó a lo lejos. Un salmonete saltó cerca de la orilla. Los remos se movían rítmicamente, produciendo pequeñas olas que mecían suavemente la embarcación. La brisa había cesado y las nubes se oscurecían a medida que la canoa avanzaba hacia su destino desconocido.

Allie estaba pendiente de todo, de cada sonido, de cada sensación. Sus sentidos se habían aguzado, llenándola de vitalidad. Repasó mentalmente todo lo ocurrido durante las últimas semanas. Recordó la ansiedad que le producía la idea de hacer esa visita. La impresión que le había causado la nota del diario, las noches en vela, su malhumor durante el día. Apenas un día antes, el miedo le había hecho pensar en escapar. Ahora el nerviosismo había desaparecido por completo, reemplazado por otro sentimiento, y se congratuló por ello mientras navegaba en silencio en la vieja canoa roja.

Se sentía curiosamente satisfecha de estar allí, contenta de que Noah siguiera siendo el hombre que ella imaginaba, feliz por haber podido comprobarlo. En los últimos años, había visto demasiados hombres destrozados por la guerra, el paso del tiempo o incluáo el dinero. Se necesitaba valor para seguir fiel a la pasión secreta, y Noah lo había hecho.

El mundo era de los trabajadores, no de los poetas, y a mucha gente le costaría entender a alguien como Noah. Como decía la prensa, los Estados Unidos atravesaban una época floreciente, y la gente miraba al futuro, intentaba olvidar los horrores de la guerra. Allie comprendía sus razones, pero la mayoría de sus conocidos se dejaban obsesionar, como Lon, por el trabajo y el dinero, descuidando las cosas que embellecían al mundo.

¿Conocía a alguien en Raleigh capaz de dedicar su tiempo libre a reformar una casa? ¿Alguna de sus amistades leía a Whitman, o a Eliot, y encontraba en ellos imágenes de la mente, ideas del espíritu? ¿O salían a contemplar el amanecer desde la proa de una canoa? Esas cosas no hacían prosperar a la sociedad, pero eso no justificaba que la gente les concediera tan poca importancia. Al fin y al cabo, hacían que valiera la pena vivir.

En su opinión, pasaba otro tanto con el arte, aunque no había tomado conciencia de ello hasta llegar allí. O, más bien, lo había recordado. En un tiempo lo tenía claro, y una vez más se maldijo por haber olvidado lo importante que era crear belleza. La pintura era su vocación, ahora estaba segura. Sus sentimientos de esa mañana se lo confirmaban, y decidió que, pasara lo que pasare, se concedería otra oportunidad. Una oportunidad justa, sin importarle lo que dijeran los demás.

¿Lon la animaría a pintar? Recordó que un par de meses después de empezar a salir con él le había enseñado uno de sus cuadros. Era una pintura abstracta, que supuestamente debía inspirar ideas. Se parecía ligeramente al cuadro que Noah tenía encima de la chimenea, ese que él entendía tan bien, aunque quizá fuera algo menos apasionado. Lon lo había mirado con atención, estudiándolo, y luego le preguntó qué era. Allie no se molestó en contestar.

Sacudió la cabeza, consciente de que no era del todo justa con Lon. Lo quería, y siempre lo había querido, por otras razones. Aunque no se parecía a Noah, era buena persona, y siempre había sospechado que acabaría casándose con un hombre así. Con Lon no habría sorpresas, y era un alivio saber qué le depararía el destino. Él sería un buen marido, y ella una buena esposa. Tendría un casa cerca de su familia y sus amistades, hijos, un lugar respetable en la sociedad. La clase de vida que siempre había esperado, la que siempre había deseado. Y aunque no podía calificar su relación con Lon de apasionada, hacía tiempo que se había convencido a sí misma de que la pasión no era necesaria, ni siquiera con su futuro marido. De todos modos, se esfumaría con el tiempo, dejando paso a la amistad y el compañerismo. Ella y Lon compartían esas cosas, y Allie había llegado a la conclusión de que era lo único que necesitaba.

Pero ahora, mirando remar a Noah, se cuestionó esa suposición. Noah exudaba sensualidad en todo lo que hacía, era una encarnación de la sensualidad, y, de repente, comenzó a pensar en él de una forma completamente inapropiada para una mujer prometida. No quería mirarlo, y desviaba la vista con frecuencia, pero él se movía con tanta gracia, que tenía que hacer grandes esfuerzos para quitarle los ojos de encima.

—Ya hemos llegado —dijo Noah, mientras enfilaba la canoa hacia unos árboles de la orilla.

Allie miró alrededor y no vio nada especial.

—¿Dónde es?

—Aquí —respondió él, señalando un viejo árbol inclinado sobre el agua que oscurecía una abertura y la ocultaba casi por completo. Esquivó el árbol, y los dos tuvieron que agachar la cabeza para no golpearse.

—Cierra los ojos —murmuró, y Allie obedeció, tapándoselos con las manos. Oyó el suave oleaje y sintió el movimiento de la canoa, avanzando sobre la corriente.

—Muy bien —dijo por fin, cuando paró de remar—. Ahora puedes abrirlos.