Capítulo 3: El reencuentro

Ninguno de los dos se movió mientras se contemplaban.

Él no había dicho nada, sus músculos parecían paralizados, y por un momento ella pensó que no la había reconocido. Se sintió súbitamente culpable por aparecer de ese modo, sin avisar, y el sentimiento de culpa dificultó aún más las cosas. Había pensado que resultaría más sencillo, que sabría qué decir. Pero no fue así. Las únicas palabras que se le ocurrían parecían inapropiadas, insuficientes.

Evocó el verano que habían pasado juntos y, mientras lo miraba, reparó en lo poco que había cambiado desde su último encuentro. Pensó que tenía buen aspecto. La camisa holgada, metida en los viejos vaqueros desteñidos, dejaba entrever los mismos hombros corpulentos que recordaba, un torso que se afilaba progresivamente hacia unas caderas estrechas y un vientre plano. También estaba bronceado, como si hubiera trabajado al sol todo el verano, y aunque su cabello parecía algo más ralo y claro de lo que recordaba, tenía el mismo aspecto que la última vez que lo había visto.

Cuando por fin se sintió en condiciones de hablar, respiró hondo y sonrió.

—Hola, Noah. Me alegro de volver a verte.

Sus palabras lo sobresaltaron y la miró con asombro. Luego, después de sacudir ligeramente la cabeza, esbozó una sonrisa lenta.

—Yo también me alegro… —balbuceó. Se llevó una mano a la barbilla y Allie notó que no se había afeitado—. Eres tú, ¿verdad? No puedo creerlo…

Allie oyó la emoción en su voz y, sorprendentemente, todo pareció encajar: su presencia allí, su necesidad de verlo. Sintió una extraña emoción, una emoción profunda y antigua, que le produjo un mareo momentáneo.

Se esforzó por mantener el control. No esperaba, no quería, sentirse de aquel modo. Estaba prometida. No había ido allí para revivir viejos sentimientos… aunque…

Aunque…

La emoción la embargó, a pesar de sí misma, y por un instante volvió a tener quince años. Sintió lo que no había sentido en mucho tiempo, como si sus sueños aún pudieran hacerse realidad.

Como si por fin hubiera vuelto a casa.

Sin mediar otra palabra, se acercaron, y Noah la rodeó con sus brazos y la estrechó contra su cuerpo como si eso fuera lo más natural del mundo. Se abrazaron con fuerza, dando visos de realidad a la situación, dejando que los catorce años de separación se disolvieran en la luz mortecina del crepúsculo.

Permanecieron largo rato así, hasta que ella retrocedió para mirarlo. A tan corta distancia, vio los cambios que no había notado anteriormente. Ahora era todo un hombre, y su rostro había perdido la tersura de la juventud. Las finas arrugas que rodeaban sus ojos se habían acentuado y tenía una cicatriz en la barbilla que antes no estaba allí. Tenía un aire distinto; parecía menos inocente, más suspicaz, y sin embargo, la forma en que la abrazaba demostraba cuánto la había echado de menos desde la última vez que se habían visto.

Los ojos de Allie se llenaron de lágrimas, y por fin ella y Noah se separaron. Ella dejó escapar una risita queda y nerviosa mientras se secaba las lágrimas.

—¿Estás bien? — preguntó él, con otras mil preguntas en la cara.

—Lo siento. No quería llorar…

—No te preocupes —respondió Noah con una sonrisa—. Todavía no puedo creer que estés aquí. ¿Cómo me has encontrado?

Allie retrocedió, esforzándose por recuperar la compostura y secándose las últimas lágrimas.

—Hace dos semanas leí un artículo sobre la casa en el diario de Raleigh y supe que debía venir a verte.

La sonrisa de Noah se ensanchó.

—Me alegro de que lo hicieras. — Retrocedió unos pasos—. ¡Bueno! Tienes un aspecto fantástico. Estás incluso más hermosa que hace años.

Allie se ruborizó. Igual que catorce años antes.

—Gracias. Tú también estás muy bien. — Y era verdad, no cabía duda. Los años habían sido bondadosos con él.

—¿Qué ha sido de tu vida? ¿Qué haces aquí?

Sus preguntas la devolvieron al presente, le hicieron tomar conciencia de lo que podría suceder si no tuviera cuidado. No dejes que la situación se te escape de las manos, se dijo, y cuando por fin habló, lo hizo en voz baja:

—Noah, antes que te hagas una idea equivocada, quiero que sepas que quería verte otra vez, pero que también hay algo más. —Hizo una breve pausa. — Tenía otra razón para venir aquí. Debo decirte algo.

—¿Qué?

Ella apartó la vista y tardó en responder, sorprendida de su incapacidad para contestar de inmediato. En el silencio, Noah sintió un nudo de miedo en el estómago. Lo que fuera que tuviera que decirle era malo.

—No sé cómo decirlo. Pensé que podría hacerlo, pero ahora no estoy segura…

De repente, el agudo chillido de un mapache sacudió el aire, y Clem salió del porche, ladrando con furia. Los dos se volvieron y Allie se alegró de la distracción.

—¿Es tuyo? — preguntó.

Noah asintió, sintiendo la tensión en el estómago.

—En realidad es una hembra. Se llama Clementine. Sí, es mía. — Los dos miraron cómo Clem sacudía la cabeza, se estiraba y caminaba en dirección a los ruidos. Los ojos de Allie se agrandaron ligeramente al verla cojear.

—¿Qué le pasó en la pata? — preguntó haciendo tiempo.

—Hace unos meses la atropelló un coche. El doctor Harrison, el veterinario, me llamó para ofrecérmela porque su dueño ya no la quería. Cuando vi lo que le había pasado, no pude dejarla librada a su suerte.

—Siempre has sido bondadoso —dijo ella, tratando de relajarse. Hizo una pausa y miró más allá de él, hacia la casa. — Has hecho un excelente trabajo de restauración. Ha quedado perfecta, tal como imaginé que quedaría algún día.

Noah volvió la cabeza en la misma dirección mientras especulaba sobre el motivo de aquellos comentarios triviales, sobre la noticia que Allie se resistía a darle.

—Gracias, eres muy amable. Sin embargo, ha sido difícil. No sé si volvería a hacerlo.

—Claro que volverías a hacerlo —repuso Allie. Conocía muy bien los sentimientos de Noah hacia aquella casa. En realidad, conocía muy bien sus sentimientos hacia todo… o al menos así había sido mucho tiempo atrás.

Con ese pensamiento tomó conciencia de cuántas cosas habían cambiado desde entonces. Ahora eran extraños; bastaba con mirarlo para convencerse de ello. Bastaba con mirarlo para comprender que catorce años eran mucho tiempo. Demasiado.

—¿Qué pasa, Allie? — Se volvió hacia ella, obligándola a sostener su mirada, pero Allie siguió mirando fijamente la casa.

—Me comporto como una tonta, ¿verdad? — preguntó, esforzándose por sonreír.

—¿A qué te refieres?

—A todo esto. Al hecho de aparecer de la nada, sin saber siquiera qué decir. Debes de creer que estoy loca.

—No estás loca —repuso él con ternura. Le buscó la mano y Allie permitió que la estrechara mientras seguían de pie, uno junto al otro. Finalmente, Noah añadió: —Aunque ignoro la razón, veo que ésta es una situación difícil para ti. ¿Por qué no damos un paseo?

—¿Como en los viejos tiempos?

—¿Por qué no? Creo que nos hará bien a los dos.

Allie vaciló un momento y miró hacia la puerta principal de la casa.

—¿Tienes que avisar a alguien?

Noah negó con la cabeza.

—No, no hay nadie más. Sólo Clem y yo.

A pesar de su pregunta, Allie ya sospechaba que no había nadie más, y en el fondo no sabía qué sentir al respecto. Sin embargo, la certeza hizo que lo que tenía que decir resultara aún más difícil. La existencia de otra persona le habría facilitado las cosas.

Caminaron hacia el río y giraron por un camino cercano a la orilla. Allie le soltó la mano, sorprendiéndolo, y caminó a una distancia prudencial, como si quisiera evitar cualquier roce accidental.

Noah la miró. Seguía siendo preciosa, con su abundante cabellera y sus ojos tiernos, y se movía con tanta gracia que casi parecía que flotara. Había visto mujeres hermosas, mujeres que llamaban la atención, pero en su opinión siempre carecían de los atributos que él encontraba más deseables. Atributos como inteligencia, seguridad, fortaleza de espíritu, pasión; atributos que habían inspirado la grandeza de otros hombres, atributos que él deseaba para sí.

Allie tenía esos atributos, Noah lo sabía, y ahora, mientras caminaban lado a lado, los adivinó una vez más, ocultos bajo la superficie. "Un poema viviente" eran las palabras que siempre acudían a su mente cuando intentaba describir a Allie.

—¿Cuánto hace que estás aquí? — preguntó ella mientras ascendían por una cuesta cubierta de hierba.

—Desde diciembre del año pasado. Trabajé un tiempo en el norte y pasé los últimos tres años en Europa.

Ella le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿En la guerra? — Noah asintió y Allie prosiguió: —Supuse que habrías ido. Celebro que hayas regresado sano y salvo.

—Yo también —respondió Noah.

—¿Te alegras de haber vuelto a casa?

—Sí. Mis raíces están aquí. Aquí es donde debo estar —Hizo una pausa—Pero, ¿qué me dices de ti? — preguntó en voz baja, sospechando lo peor.

Ella tardó en responder.

—Estoy prometida para casarme.

Al oírla, Noah bajó la vista y se sintió súbitamente débil. Conque era eso. Eso era lo que tenía que decirle.

—Enhorabuena —dijo, preguntándose si sonaría convincente—. ¿Cuándo es el gran día?

—En tres semanas a partir del sábado. Lon quería que la boda se celebrara en noviembre.

—¿Lon?

—Lon Hammond junior, mi prometido.

Noah asintió sin sorpresa. Los Hammond era una de las familias más poderosas e influyentes del Estado. Habían amasado una fortuna cultivando algodón. La muerte de su padre había pasado inadvertida, pero la del viejo Lon Hammond había acaparado los titulares de los periódicos.

—He oído hablar de ellos. Su padre tenía una empresa importante. ¿Lon ha tomado el relevo?

Allie negó con la cabeza.

—No. Es abogado. Tiene su estudio en el centro.

—Con ese apellido, debe de tener mucha clientela.

—Sí. Trabaja mucho.

Le pareció oír algo raro en su tono, y la siguiente pregunta surgió espontáneamente:

—¿Te trata bien?

Allie no respondió de inmediato, como si fuera la primera vez que pensaba en ello. Por fin dijo:

—Sí. Es un buen hombre, Noah. Te caería bien.

Su voz sonaba distante, o al menos eso le pareció a Noah. Se preguntó si sería realmente así, o si su imaginación le estaría jugando una mala pasada.

—¿Cómo está tu padre? — preguntó Allie.

Noah dio un par de pasos más antes de responder.

—Murió a principios de este año, poco después de mi regreso.

—Lo lamento —dijo ella en voz baja, sabiendo cuánto lo quería Noah.

Él asintió y los dos caminaron en silencio durante unos instantes.

Al llegar a lo alto de la colina, se detuvieron. El roble había quedado lejos y el sol brillaba detrás de él con un resplandor naranja.

Mientras miraba en esa dirección, Allie sintió los ojos de Noah fijos en ella.

—Ese roble guarda muchos recuerdos, Allie.

Ella sonrió.

—Lo sé. Me fijé en él al llegar. ¿Recuerdas el día que pasamos a su sombra?

—Sí —respondió él sin añadir nada más.

—¿Piensas en ello alguna vez?

—A veces. Sobre todo cuando trabajo por los alrededores. Ahora el árbol está en mis tierras.

—¿Las compraste?

—No podía soportar la idea de que lo convirtieran en armarios de cocina.

Allie rió quedamente, sintiéndose extrañamente complacida por la noticia.

—¿Todavía lees poesía?

Noah asintió con un gesto.

—Sí. Nunca dejé de hacerlo. Supongo que lo llevo en la sangre.

—¿Sabes que eres el único poeta que he conocido?

—Yo no soy poeta. Leo poesía, pero jamás he podido escribir un solo verso. Y no porque no lo haya intentado.

—Aun así eres un poeta, Noah Taylor Calhoun. — Su voz se suavizó. — Muchas veces pienso en eso. Fue la primera vez que alguien me leyó poesía. En realidad, fue la única vez.

Ese comentario les hizo recordar, volver atrás en el tiempo, mientras regresaban lentamente a la casa, dando un rodeo por un camino que pasaba cerca del embarcadero. Mientras el Sol seguía su curso descendente, tiñendo el cielo de naranja, Noah preguntó:

—¿Cuánto tiempo te quedas?

—No lo sé. No mucho. Quizás hasta mañana o pasado mañana.

—¿Tu novio está en el pueblo por cuestiones de trabajo?

Allie sacudió la cabeza.

—No. Está en Raleigh.

Noah arqueó las cejas.

—¿Sabe que estás aquí?

Ella volvió a sacudir la cabeza y respondió despacio.

—No. Le dije que iba a comprar antigüedades. No entendería mi presencia aquí.

La respuesta sorprendió ligeramente a Noah. Una cosa era que fuera a visitarlo, y otra muy distinta que ocultara la verdad a su novio.

—No necesitabas venir hasta aquí para decirme que estabas prometida. Podrías haber escrito o telefoneado.

—Lo sé. Pero tenía que decírtelo personalmente.

—¿Por qué?

Allie titubeó.

—No lo sé… —dijo arrastrando las palabras, y su forma de decirlo hizo que él le creyera.

Dieron varios pasos en silencio, mientras la grava del camino crujía bajo sus pies. Por fin Noah preguntó:

—¿Lo amas, Allie?

Ella respondió mecánicamente:

—Sí, lo amo.

La confirmación le dolió, pero una vez más Noah creyó notar algo extraño en su tono, como si estuviera intentando convencerse a sí misma. Se detuvo y le apoyó las manos en los hombros, obligándola a mirarlo. Mientras Noah hablaba, la luz mortecina del Sol se reflejó en los ojos de Allie.

—Allie, si eres feliz y lo amas, no voy a impedirte que vuelvas con él. Pero si no estás totalmente segura, no lo hagas. En esta clase de asuntos, no se puede ir con medias tintas.

Ella se apresuró, quizá demasiado, a responder.

—He tomado la mejor decisión, Noah.

Él la miró fijamente durante un segundo, sin saber si creerle o no. Luego asintió y los dos comenzaron a andar otra vez. Después de un momento, Noah dijo:

—No te estoy facilitando las cosas, ¿verdad?

Allie esbozó una sonrisa.

—No te preocupes. No te culpo.

—De todos modos lo lamento.

—No lo hagas. No hay razón para lamentarse. Soy yo quien debería disculparse. Tal vez debí escribirte.

Noah sacudió la cabeza.

—Si quieres que te sea franco, me alegro de que hayas venido. A pesar de todo. Es maravilloso volver a verte.

—Gracias, Noah.

—¿Crees que sería posible volver a empezar?

Allie lo miró con curiosidad.

—Eres la mejor amiga que he tenido. Me gustaría que continuáramos siendo amigos, aunque estés prometida y aunque sólo vayas a quedarte un par de días. ¿Qué te parece si volvemos a conocernos?

Allie pensó, pensó en la conveniencia de quedarse o marcharse, y decidió que, puesto que Noah estaba al tanto de su compromiso, todo iría bien. O por lo menos no iría mal. Sonrió vagamente y asintió.

—Me gusta la idea.

—Muy bien. ¿Qué tal si cenamos juntos? Conozco un sitio donde hacen el mejor cangrejo del pueblo.

—Suena bien. ¿Dónde está?

—En mi casa. He tenido trampas puestas durante toda la semana, y hace un par de días vi que había atrapado un par de ejemplares excelentes. ¿Te importa?

—No. Me parece muy bien.

Noah sonrió y señaló con el pulgar por encima de su hombro.

—Genial. Están en el embarcadero. Vuelvo en dos minutos.

Allie lo miró alejarse y notó que el nerviosismo que la había invadido al hablar de su compromiso comenzaba a desvanecerse. Cerró los ojos, se pasó las manos por el pelo y dejó que la brisa le refrescara las mejillas. Respiró hondo y contuvo el aire un momento, relajando los músculos de los hombros mientras exhalaba. Finalmente abrió los ojos y admiró la belleza que la rodeaba.

Siempre había amado los atardeceres como aquel, cuando los vientos del sur llevan consigo el tenue aroma de las hojas de otoño. La fascinaban los árboles, el susurro de sus hojas en la brisa. Oírlo la ayudó a relajarse aún más. Un momento después, se volvió hacia Noah y lo miró como si no lo conociera.

¡Cielos, tenía un aspecto excelente!, incluso después de tantos años. Observó cómo recogía una soga tendida sobre el agua. Comenzó a tirar y, a pesar de la creciente oscuridad del cielo, Allie reparó en los músculos de su brazo mientras sacaba una jaula del agua. La sujetó sobre el río durante unos instantes y la sacudió, dejando escapar la mayor parte del agua. Tras apoyar la trampa en el embarcadero, la abrió y comenzó a sacar los cangrejos uno a uno, metiéndolos en un balde.

Allie fue a su encuentro, escuchando el canto de los grillos, y recordó una lección de la infancia. Contó el número de sonidos en un minuto y restó veintitrés. Diecinueve grados, pensó mientras sonreía para sí. No sabía si su cálculo era exacto, pero parecía bastante aproximado.

Mientras caminaba, miró alrededor y pensó que casi había olvidado el frescor y la belleza de esos parajes. Por encima de su hombro vio la casa a lo lejos. Noah había dejado un par de luces encendidas y parecía la única vivienda en los alrededores. Por lo menos la única con electricidad. Allí, lejos de la ciudad, todo era posible. Miles de casas de campo todavían carecían del lujo de la iluminación eléctrica.

Subió al embarcadero, que crujió bajo sus pies. El sonido le recordó al de un patito de goma, aunque con el orificio del sonido oxidado. Noah alzó la vista, le hizo un guiño y continuó examinando los cangrejos, comprobando que tuvieran el tamaño adecuado. Allie se acercó a la mecedora que había sobre el embarcadero y la tocó, pasando la mano por el respaldo. Imaginó a Noah sentado allí, pescando, leyendo, pensando. La silla estaba vieja, castigada por la intemperie, con la madera áspera. Se preguntó cuánto tiempo pasaría allí solo y especuló sobre lo que pensaría en esos momentos.

—Era la mecedora de mi padre —le informó Noah sin levantar la vista, y Allie asintió. Había murciélagos en el cielo y las ranas se habían sumado al concierto nocturno de los grillos.

Cruzó el embarcadero con la sensación de que una etapa de su vida llegaba a su fin. Un impulso irresistible la había llevado hasta allí y, por primera vez en tres semanas, la ansiedad había desaparecido. Necesitaba que Noah supiera lo de su compromiso, que lo comprendiera y lo aceptara —ahora estaba segura de ello—, y pensando en él, recordó algo que habían compartido en su verano juntos. Se paseó por el embarcadero con la cabeza gacha, buscando una talla… hasta que la encontró.Noah quiere a Alliedentro de un corazón. Tallado en el embarcadero pocos días antes que ella se marchara.

Una brisa suave rompió la quietud y le hizo sentir frío, obligándola a cruzar los brazos. Permaneció allí de pie, mirando alternativamente la talla y luego el río, hasta que oyó que Noah se acercaba. Le habló, consciente de su proximidad, de su calor.

—Esto es tan tranquilo… —dijo con voz soñadora.

—Lo sé. Vengo aquí a menudo, sólo para estar cerca del agua. Me relaja.

—Yo también lo haría en tu lugar.

—Bueno, vamonos. Los mosquitos se están ensañando, y estoy muerto de hambre.

El cielo se había teñido de negro. Noah comenzó a andar hacia la casa, con Allie a su lado. Mientras caminaban en silencio, la mente de ella comenzó a vagar, y se sintió confusa. Se preguntó qué pensaría él de su presencia allí, aunque no estaba muy segura de lo que pensaba ella misma. Al cabo de unos minutos, cuando llegaron a la casa, Clem la saludó metiendo su hocico húmedo en el lugar menos indicado. Noah la ahuyentó y la perra se marchó con el rabo entre las patas.

Luego señaló el coche.

—¿Has dejado algo allí que vayas a necesitar?

—No. Ya saqué mis cosas antes. — Su voz sonó extraña a sus propios oídos, como si hubiera vuelto atrás en el tiempo.

—Bien —dijo Noah, llegó al porche trasero y comenzó a subir los peldaños.

Dejó el balde junto a la puerta, y la guió adentro, hacia la cocina. Estaba inmediatamente a la derecha, una habitación amplia con olor a madera. Los armarios y el piso eran de roble, y las grandes ventanas daban al este, para que entrara la luz del amanecer. La reforma estaba hecha con gusto, sin recargar la decoración, un error bastante común en la restauración de las casas antiguas.

—¿Puedo echar un vistazo?

—Sí; adelante. Hice las compras hace un rato y todavía tengo que poner las cosas en su sitio.

Sus ojos se encontraron durante un segundo, y aunque Allie se dio vuelta, supo que él la seguía con la mirada mientras salía de la habitación. Volvió a embargarla una extraña emoción.

Dedicó los minutos siguientes a recorrer la casa, a pasearse por las habitaciones y admirar su belleza.

Cuando terminó, le costaba recordar lo deteriorado que había estado el lugar. Bajó la escalera, giró hacia la cocina y vio el perfil de Noah. Por un fugaz instante, volvió a verlo como si tuviera diecisiete años, y se detuvo un momento antes de entrar. Maldita sea, contrólate, se dijo. Recuerda que ahora estás prometida.

Noah estaba de pie junto al mármol de la cocina, silbando con aire despreocupado. Las puertas de dos armarios estaban abiertas de par en par y había unas cuantas bolsas de compras vacías en el suelo. Le sonrió y guardó varias latas en un armario. Allie se detuvo a unos metros de él y se apoyó en el mármol, cruzando las piernas. Sacudió la cabeza, maravillada por la magnitud del trabajo realizado por Noah en la casa.

—Es increíble, Noah. ¿Cuánto tiempo duró la reforma?

El levantó la vista de la última bolsa que quedaba por vaciar.

—Casi un año.

—¿Lo hiciste todo solo?

—No —respondió con una risita—. Cuando era adolescente, pensé que lo haría, y empecé con esa idea. Pero era demasiado. Habría tardado años, así que contraté a algunas personas… en realidad, a un montón de personas. Pero así y todo, trabajé mucho, y casi nunca terminaba hasta medianoche.

—¿Por qué te esforzaste tanto?

Por los fantasmas,hubiera querido decir, pero no lo hizo.

—No lo sé. Supongo que quería terminar de una vez. ¿Quieres beber algo antes de que empiece a preparar la cena?

—¿Qué tienes?

—No gran cosa. Cerveza, té, café.

—Un té me parece bien.

Noah recogió las bolsas de las compras y las guardó, luego entró en una pequeña habitación trasera pegada a la cocina y regresó con una caja de té. Sacó un par de saquitos, los dejó junto a la cocina, y llenó la tetera. Después de ponerla sobre la hornalla, encendió un fósforo, y Allie oyó el sonido de las llamas al cobrar vida.

—Estará listo en un minuto —aseguró él—. Esta cocina es bastante rápida.

—Muy bien.

Cuando la tetera silbó, Noah sirvió un par de tazas y le pasó una a Allie.

Ella sonrió y bebió un sorbo, luego señaló la ventana con la barbilla.

—Apuesto a que la cocina queda preciosa a la luz de la mañana.

—Así es. Precisamente por eso hice instalar ventanas más grandes de este lado de la casa. También en las habitaciones del primer piso.

—Estoy segura de que tus invitados te lo agradecerán. A menos que les guste dormir hasta tarde, desde luego.

—En realidad, todavía no he invitado a nadie a pasar la noche. Desde que murió mi padre, no tengo a quien invitar.

Por su tono, Allie supo que sólo intentaba entablar conversación. Sin embargo, por alguna razón, sus palabras la hicieron sentir… sola. Noah pareció advertir sus sentimientos, pero cambió de tema sin darle tiempo a pensar.

—Voy a dejar los cangrejos unos minutos en adobo antes de cocinarlos al vapor —dijo, dejando la taza sobre la mesada. Abrió un armario y sacó una cacerola grande con tapa y una rejilla para cocinar al vapor. La llevó a la pileta, la llenó hasta la mitad de agua y la puso sobre la cocina.

—¿Te doy una mano?

Noah volvió la cabeza y respondió por encima del hombro.

—Bueno. ¿Por qué no cortas algunas verduras para freír? Hay muchas en la heladera. Allí encontrarás un bol.

Señaló el armario más cercano a la pileta. Allie bebió otro sorbo de té, dejó la taza en la mesada y sacó el bol. Lo llevó a la heladera, en cuyo estante inferior encontró quingombó, zapallitos, cebollas y zanahorias. Noah se puso a su lado frente a la puerta abierta y ella se movió para hacerle sitio. Aspiró su olor —característico, agradable, familiar— y sintió el roce de su brazo contra el suyo mientras se inclinaba para sacar algo del interior de la heladera. Noah sacó una cerveza y un frasco de salsa picante y regresó junto a la cocina.

Abrió la cerveza y la vertió en el agua de la olla, añadió un poco de salsa picante y algunas especias. Después de remover el líquido para asegurarse de que las especias se disolvieran, fue a buscar los cangrejos a la puerta trasera.

Antes de volver a entrar, se detuvo un momento y observó a Allie, que estaba cortando las zanahorias. Entonces volvió a preguntarse por qué habría ido a verlo, sobre todo ahora que estaba prometida. Su visita no parecía tener sentido.

Pero, por otra parte, Allie siempre había sido imprevisible.

Sonrió para sí, recordando cómo era en el pasado. Vehemente, espontánea, apasionada, tal como él imaginaba a la mayoría de los artistas. Y sin lugar a dudas ella lo era. Un talento artístico como el de Allie era un don del cielo. Recordó que había visto muchos cuadros en los museos de Nueva York, y que su obra no tenía nada que envidiarles.

Aquel verano, Allie le había regalado un cuadro antes de marcharse. Estaba colgado en el living—room, encima de la chimenea. Ella había dicho que era un retrato de sus sueños, y a Noah le parecía extremadamente sensual. Cuando lo miraba, cosa que hacía a menudo por las noches, veía deseo en los colores y las líneas, y si se concentraba, podía imaginar lo que ella había pensado al hacer cada trazo.

Un perro ladró a lo lejos y Noah se dio cuenta de que hacía largo rato que tenía la puerta abierta. La cerró rápidamente y volvió a la cocina. Mientras entraba, se preguntó si Allie habría reparado en su larga ausencia.

—¿Qué tal? — preguntó al ver que casi había terminado.

—Bien. Esto está casi listo. ¿Hay algo más para cenar?

—Había pensado en acompañar la comida con un poco de pan casero.

—¿Casero?

—Sí, hecho por una vecina —respondió mientras ponía el balde en la pileta de la cocina. Abrió la canilla y comenzó a lavar los cangrejos uno a uno. Los sujetaba debajo del chorro de agua, y luego los dejaba caminar por la pileta mientras enjuagaba el siguiente. Allie tomó su taza de té y se acercó a mirar.

—¿No tienes miedo de que te pellizquen cuando los sujetas?

—No. Hay que agarrarlos así—dijo haciendo una demostración, y Allie sonrió.

—Olvidaba que has hecho esto toda tu vida.

—New Bern es un pueblo pequeño, pero aquí aprendes cosas que valen la pena.

Allie se apoyó contra la mesada, muy cerca de él, y terminó la taza de té. Cuando los cangrejos estuvieron listos, Noah los echó en la cacerola. Mientras se lavaba las manos, se volvió y le preguntó:

—¿Quieres que nos sentemos un rato en el porche? Voy a dejarlos media hora en remojo.

—Muy bien —respondió ella.

Se secó las manos y salieron juntos al porche trasero. Noah encendió la luz y se sentó en la mecedora más vieja, ofreciendo la más nueva a Allie. Cuando vio que su taza estaba vacía, volvió dentro y reapareció poco después con otra taza de té para Allie y una cerveza para él. Extendió la taza, ella la tomó y bebió un par de sorbos antes de dejarla sobre la mesita, a un lado de las sillas.

—Cuando llegué estabas sentado aquí, ¿verdad?

Noah respondió mientras se acomodaba en la mecedora:

—Sí. Me siento aquí todas las noches. Se ha convertido en un hábito.

—Ya veo por qué —comentó Allie mirando alrededor—. ¿Y a qué te dedicas ahora?

—En realidad, ahora no hago nada más que ocuparme de la casa. Este trabajo satisface todas mis necesidades creativas.

—¿Cómo puedes…? Bueno, quiero decir…

—Morris Goldman.

—¿Qué?

Noah sonrió.

—Mi antiguo jefe en el norte. Se llamaba Morris Goldman. Poco antes que me alistara me ofreció una participación en el negocio, y murió antes que yo volviera a casa. Cuando regresé, su abogado me dio un cheque lo bastante sustancioso como para comprar esta casa y repararla.

Allie rió quedamente.

—Siempre decías que encontrarías la manera de hacerlo.

Los dos guardaron silencio unos minutos, recordando otra vez. Allie bebió un sorbo de té.

—¿Recuerdas que la primera vez que me hablaste de este lugar entramos aquí a escondidas? — Noah asintió y ella continuó: —Aquella noche llegué a casa muy tarde, y mis padres se pusieron furiosos. Todavía puedo ver a mi padre de pie en medio del salón, fumando un cigarrillo, y a mi madre sentada en el sofá, mirando al vacío. Cualquiera hubiera dicho que acababa de morir un pariente cercano. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que lo nuestro iba en serio, y mi madre tuvo una larga charla conmigo. Me dijo: "Estoy segura de que piensas que no entiendo lo que te pasa, pero lo entiendo. Sin embargo, nuestro destino se rige por lo que somos, y no por lo que queremos". Recuerdo que me sentí muy ofendida.

—Al día siguiente me lo contaste. También yo me sentí ofendido. Tus padres me caían bien, y no sabía que yo no les gustara.

—No es que no les gustaras. Sencillamente, no les parecías un buen partido para mí.

—No hay mucha diferencia.

Su voz sonó triste, y Allie comprendió que tenía razones para apenarse. Miró las estrellas y se pasó una mano por el pelo, apartando los mechones que habían caído sobre su cara.

—Lo sé. Siempre lo supe. Quizá por eso, cuando hablo con mi madre, siempre tengo la impresión de que hay un abismo entre las dos.

—¿Y qué piensas ahora?

—Lo mismo que entonces. Que se equivocaron, que no era justo. Es horrible para una chica aprender que la posición social es más importante que los sentimientos. — Noah sonrió con ternura, pero no respondió—. No he dejado de pensar en ti desde aquel verano —añadió Allie.

—¿De veras?

—¿Por qué lo dudas? — Allie parecía sinceramente sorprendida.

—Nunca contestaste a mis cartas.

—¿Me escribiste?

—Docenas de cartas. Te escribí durante dos años y nunca recibí contestación.

Ella sacudió la cabeza y bajó la vista.

—No lo sabía… —dijo por fin en voz baja, y Noah supo que la madre de Allie había interceptado la correspondencia, haciendo desaparecer las cartas sin que su hija lo supiera. Siempre lo había sospechado, y ahora notó que Allie acababa de llegar a la misma conclusión.

—Mi madre no debió hacer eso, Noah, y lo lamento. Pero procura entenderla. Cuando me alejé de ti, seguramente creyó que me resultaría más fácil olvidar. Nunca comprendió lo que sentía por ti y, francamente, dudo de que alguna vez haya querido a mi padre como yo te quise a ti. A su manera, sólo intentaba protegerme, y probablemente pensó que esconder tus cartas era la mejor forma de hacerlo.

—No tenía derecho a tomar esa decisión —señaló en voz baja.

—Lo sé.

—¿Crees que si hubieras recibido mis cartas habría cambiado algo?

—Desde luego. Siempre tuve interés por saber qué había sido de tu vida.

—Me refería a nosotros. ¿Crees que habríamos seguido adelante con nuestra relación?

—No lo sé, Noah, y tú tampoco puedes saberlo. Ya no somos los mismos. Hemos madurado, hemos cambiado. Los dos. — Hizo una pausa y miró hacia el río. Luego prosiguió: —Pero sí, creo que habríamos seguido. Al menos, me gusta pensar que sí.

Noah asintió, bajó la vista, y por fin preguntó sin mirarla:

—¿Cómo es Lon?

Allie vaciló; no esperaba esa pregunta. La alusión a su prometido le produjo un ligero sentimiento de culpa, y por un momento no supo qué responder. Tomó la taza, bebió otro sorbo de té, y oyó el lejano golpeteo de un pájaro carpintero. Finalmente respondió en voz baja:

—Lon es atractivo, encantador y próspero. La mayoría de mis amigas están muertas de envidia. Creen que es perfecto, y en cierto modo lo es. Es amable conmigo, me hace reír, y a su manera, me quiere. — Hizo una pequeña pausa para ordenar sus pensamientos. —Sin embargo, creo que en nuestra relación siempre habrá una carencia.

Ella misma se sorprendió de su respuesta, aunque supo que decía la verdad. También supo por la expresión de Noah que había confirmado sus sospechas.

—¿Por qué?

Allie esbozó una sonrisa y se encogió de hombros. Cuando respondió, su voz fue apenas un susurro:

—Supongo que todavía añoro la clase de amor que sentimos aquel verano.

Noah pensó largo rato en esa respuesta, repasando mentalmente las relaciones que había tenido desde que se habían separado.

—¿Y qué me dices de ti? — preguntó Allie—. ¿Alguna vez has pensado en nosotros?

—Todo el tiempo. Todavía lo hago.

—¿Sales con alguien?

—No —respondió sacudiendo la cabeza.

Los dos parecieron pensar en ello, esforzándose en vano por apartar ese tema de su mente. Noah apuró el resto de la cerveza y se sorprendió de haberla acabado tan rápidamente.

—Voy a calentar el agua. ¿Te traigo algo?

Allie negó con la cabeza. Noah entró en la cocina, puso los cangrejos en la rejilla de la cacerola y el pan en el horno. Mezcló un poco de harina y maicena, rebozó las verduras y echó un poco de aceite en la sartén. Antes de regresar al porche, bajó el fuego, programó un reloj de cocina y sacó otra cerveza de la heladera. Mientras hacía todo eso, pensó en Allie, en el amor que faltaba en la vida de ambos.

Allie también pensaba. En Noah, en sí misma, en un montón de cosas. Por un momento deseó no estar prometida, pero enseguida se reprendió a sí misma. No era a Noah a quien amaba, sino al recuerdo de lo que habían sido. Además, era normal que se sintiera así. Su primer amor verdadero, el único hombre con quien se había acostado… ¿cómo iba a olvidarlo?

Sin embargo, ¿era normal que sintiera un hormigueo cada vez que él se le acercaba? ¿Era normal que le confesara cosas que jamás le diría a nadie más? ¿Era normal que hubiera ido a visitarlo tres semanas antes de su boda?

—No —susurró para sí mientras contemplaba el cielo de la noche—. Nada de esto es normal.

En ese momento reapareció Noah, y Allie le sonrió, contenta de que hubiera vuelto a rescatarla de sus pensamientos.

—Tardará unos minutos —dijo él mientras volvía a sentarse.

—Está bien. Todavía no tengo hambre.

Entonces la miró, y Allie reparó en la ternura de sus ojos.

—Me alegro de que hayas venido, Allie —declaró.

—Yo también me alegro. Aunque estuve a punto de cambiar de idea.

—¿Por qué viniste?

Por una necesidad irresistible,hubiera querido decir, pero no lo hizo.

—Para verte, para averiguar qué había sido de ti. Para saber cómo estabas.

Noah se preguntó si eso era todo, pero no insistió. Cambió de tema.

—¿Todavía pintas? Hace rato que quería preguntártelo.

Allie negó con la cabeza.

—Ya no.

Noah pareció muy sorprendido.

—¿Por qué no? Tienes tanto talento…

—No lo sé…

—Claro que lo sabes. Si has abandonado, seguro que tienes algún motivo.

Estaba en lo cierto. Tenía un motivo.

—Es una larga historia.

—Tengo toda la noche —repuso Noah.

—¿De verdad pensabas que tenía talento? — preguntó Allie en voz baja.

—Ven —dijo él extendiendo la mano—. Quiero enseñarte algo.

Allie se levantó y lo siguió a la puerta del living—room. Noah se detuvo frente a la chimenea y señaló el cuadro colgado encima de la repisa. Allie dejó escapar una pequeña exclamación de asombro, sorprendida de no haber reparado antes en el cuadro, y más sorprendida aún de verlo allí.

—¿Lo has conservado?

—Claro que lo conservé. Es espléndido. — Allie lo miró con escepticismo y Noah se explicó: —Cuando lo miro me siento vivo. A veces tengo que levantarme para tocarlo. Es tan real… las formas, las sombras, los colores. Es increíble, Allie… puedo pasarme horas contemplándolo.

—Hablas en serio —dijo ella, asombrada.

—Nunca he hablado tan en serio. — Allie no respondió. — ¿Acaso no te lo ha dicho nadie más?

—Mi profesor de pintura —dijo por fin—. Pero supongo que no le creí. — Noah sabía que tenía algo más que decir. Allie apartó la vista antes de continuar: —He dibujado y pintado desde que era una criatura. Supongo que después de un tiempo empecé a pensar que lo hacía bien. También me gustaba. Recuerdo cómo pinté este cuadro aquel verano, añadiendo algo nuevo cada día, modificándolo a medida que nuestra relación cambiaba. No sé con qué idea lo empecé ni qué pretendía representar, pero el resultado está a la vista.

»Recuerdo que después, cuando volví a casa, no podía parar de pintar. Creo que era una forma de aliviar el dolor que sentía. En la universidad acabé especializándome en arte porque sentía que tenía que hacerlo. Pasaba horas a solas en el estudio y disfrutaba de cada minuto. Me encantaba la sensación de libertad que experimentaba al pintar, la satisfacción de producir algo hermoso. Poco antes de graduarme, mi profesor, que también era crítico del diario local, me dijo que tenía mucho talento. Sugirió que debía probar suerte en el mundo del arte. Pero no le hice caso. — Hizo una pequeña pausa para ordenar sus pensamientos. — A mis padres no les pareció bien que alguien como yo se ganara la vida pintando. Después de un tiempo, dejé de hacerlo. Hace años que no toco un pincel.

Miró fijamente el cuadro.

—¿Crees que volverás a pintar?

—No sé si podría hacerlo. Ha pasado mucho tiempo.

—Todavía puedes, Allie. Estoy seguro. Tu talento viene de tu interior, del corazón, no de los dedos. El don que tienes no desaparecerá nunca. Mucha gente sueña con poseerlo. Eres una verdadera artista, Allie.

Las palabras de Noah sonaban tan sinceras que Allie supo que no las había pronunciado por simple cortesía. Era evidente que creía en su capacidad, y eso significaba mucho para ella, más de lo que esperaba. Pero entonces sucedió otra cosa, algo aún más conmovedor.

Por qué sucedió, nunca lo sabría, pero en ese preciso momento Allie sintió que comenzaba a cerrarse el abismo que ella misma había creado en su interior para separar el dolor del placer. Y entonces sospechó, aunque sólo vagamente, que esa sensación era mucho más trascendente de lo que se habría atrevido a admitir.

Sin embargo, en aquel momento no era totalmente consciente de lo que pasaba y se volvió a mirar a Noah. Extendió una mano y acarició la de él, temerosa, dulcemente, asombrada de que después de tantos años él todavía supiera exactamente lo que necesitaba oír. Cuando sus ojos se encontraron, Allie volvió a pensar que estaba ante un hombre muy especial.

Y por un fugaz instante, por una levísima pizca de tiempo que flotó en el aire como las luciérnagas en un cielo de verano, se preguntó si había vuelto a enamorarse de él.

Sonó la alarma del reloj de cocina, un pequeñoring, y Noah se marchó, rompiendo el encanto del momento, curiosamente afectado por lo que acababa de ocurrir entre ellos. Los ojos de Allie le habían hablado, susurrándole algo que ansiaba desesperadamente oír, y sin embargo, no podía acallar la voz que sonaba dentro de su cabeza, la voz de esa misma mujer hablándole de su amor por otro hombre. Mientras entraba en la cocina y sacaba el pan del horno, maldijo mentalmente al reloj. Se quemó los dedos, dejó caer el pan sobre la mesada y vio que la sartén estaba lista. Echó las verduras y oyó el chisporroteo. Luego, murmurando para sí, sacó la manteca de la helaldera, untó un poco en el pan y derritió otro poco para los cangrejos.

Allie, que lo había seguido a la cocina, se aclaró la garganta.

—¿Pongo la mesa?

Noah usó el cuchillo de la manteca para señalar.

—Muy bien. Los platos están allí. Los cubiertos y las servilletas, allí. Saca muchas servilletas. Las necesitaremos para no ensuciarnos. — No podía mirarla mientras hablaba. Temía comprender que su impresión sobre lo que acababa de ocurrir era equivocada. No quería que se tratara de un error.

Allie pensaba en lo mismo, y la emoción la embargó. Mientras juntaba todo lo necesario para la mesa —platos, manteles individuales, sal y pimienta— se repetía mentalmente las palabras de Noah. Cuando terminó de poner la mesa, él le pasó el pan y sus dedos se rozaron fugazmente.

Noah concentró su atención en la sartén y removió las verduras. Levantó la tapa de la cacerola, comprobó que a los cangrejos les faltaba un minuto y los dejó un poco más. Ya más dueño de sí, inició una conversación trivial, despreocupada.

—¿Alguna vez comiste cangrejo?

—Un par de veces. Pero sólo en ensalada.

Noah rió.

—Entonces prepárate para la aventura. Discúlpame un momento.

Subió la escalera y regresó un minuto después con una camisa de color azul marino.

—Póntela. No quiero que te ensucies el vestido.

Allie se puso la camisa y aspiró su fragancia… Era el olor de Noah, natural, perfectamente identificable.

—No te preocupes —dijo él al ver su expresión—. Está limpia.

Allie rió.

—Ya lo sé. Me recuerda a nuestra primera cita formal. Aquella noche me diste tu chaqueta, ¿te acuerdas?

Noah asintió.

—Sí, me acuerdo. Fin y Sarah salieron con nosotros. Fin estuvo dándome codazos todo el camino hasta tu casa para que te tomara de la mano.

—Pero no le hiciste caso.

—No —respondió él sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué?

—No lo sé. Quizá por timidez, o por miedo. En ese momento no me pareció apropiado.

—Ahora que lo pienso, eras bastante tímido, ¿no es cierto?

—Prefiero el calificativo de prudente —repuso él con un guiño, y Allie sonrió.

Las verduras y los cangrejos estuvieron listos prácticamente al mismo tiempo.

—Ten cuidado, queman —dijo Noah mientras le pasaba las fuentes y se sentaban a la pequeña mesa de madera, frente a frente.

Allie se dio cuenta de que había dejado la taza de té sobre la mesada y se levantó a buscarla. Noah sirvió el pan y la verdura en los platos y añadió un cangrejo para cada uno. Ella se quedó mirando el suyo fijamente durante unos instantes.

—Parece un bicho.

—Pero un bicho bueno —señaló Noah—. Deja que te enseñe cómo se come.

Hizo una rápida demostración, separando la carne y poniéndola en el plato de Allie, como si fuera algo muy sencillo.

En el primer y el segundo intento, Allie apretó demasiado las patas y en consecuencia tuvo que separar el caparazón con las manos para sacar la carne. Al principio se sintió torpe, preocupada de que él se fijara en sus errores, pero luego se reprendió a sí misma por su inseguridad. A Noah esas cosas lo tenían sin cuidado. Siempre había sido así.

—¿Y qué es de la vida de Fin? — preguntó.

Noah tardó un segundo en responder.

—Murió en la guerra. Su destructor fue torpedeado en el cuarenta y tres.

—Lo siento. Sé que era muy amigo tuyo.

—Lo era —repuso Noah con la voz cambiada, ligeramente más grave—. Últimamente pienso mucho en él. Recuerdo, sobre todo, la última vez que lo vi. Poco antes de alistarme, volví a casa para despedirme y nos encontramos por casualidad. Era banquero, igual que su padre, y durante la semana siguiente pasamos mucho tiempo juntos. A veces pienso que lo convencí para que se alistara. Creo que si no le hubiera dicho que iba a enrolarme, él no lo habría hecho.

—No es justo que te culpes —protestó Allie, lamentando haber sacado el tema.

—Tienes razón. Lo echo de menos; eso es todo.

—A mí también me caía simpático. Me hacía reír.

—Eso siempre le salía bien.

Allie lo miró con picardía.

—Estaba enamorado de mí, ¿sabes?

—Lo sé. Me lo contó.

—¿De veras? ¿Qué te dijo?

Noah se encogió de hombros.

—Lo normal. Que tendría que ahuyentarte a escobazos. Que lo perseguías constantemente. Esa clase de comentarios.

Allie rió suavemente.

—¿Y tú le creíste?

—Claro —respondió—. ¿Por qué no iba a creerle?

—Los hombres siempre se hacen compinches —comentó ella, extendiendo la mano por encima de la mesa y dándole una palmada en el brazo. Luego continuó: —Cuéntame todo lo que has hecho desde la última vez que nos vimos.

Comenzaron a intercambiar experiencias, a recuperar el tiempo perdido. Noah le habló de su decisión de marcharse de New Bern, de su trabajo en el astillero y, más tarde, en la chatarrería de Nueva Jersey. Aludió con afecto a Morris Goldan, y mencionó brevemente la guerra, aunque le ahorró los detalles. Luego recordó a su padre y confesó cuánto le echaba de menos. Allie habló de la universidad, de los tiempos en que todavía pintaba, y de su trabaj o como voluntaria en un hospital. Lo puso al día en todo lo referente a su familia y a las asociaciones benéficas para las que trabajaba. Ninguno de los dos dijo nada de sus relaciones sentimentales en esos años. Ni siquiera hablaron de Lon, y aunque ambos repararon en la omisión, no hicieron ningún comentario al respecto.

Más tarde, Allie intentó recordar la última vez que ella y Lon habían hablado de esa manera. Aunque él sabía escuchar, y rara vez discutía, no era particularmente locuaz. Al igual que el padre de Allie, no se sentía cómodo compartiendo sus pensamientos y sentimientos. Allie hacía todo lo posible para explicarle que necesitaba más intimidad, pero no conseguía cambiar las cosas.

Ahora se daba cuenta de lo que había perdido.

A medida que anochecía, el cielo se oscurecía y la Luna se elevaba. Entonces, casi sin darse cuenta, comenzaron a recuperar la intimidad, la familiaridad que habían compartido en el pasado.

Terminaron de cenar, satisfechos del festín, pero menos locuaces que antes. Noah miró el reloj y comprobó que se hacía tarde. Ahora todas las estrellas eran visibles y el canto de los grillos comenzaba a apagarse. Había disfrutado de la conversación y se preguntó si habría hablado demasiado, qué pensaría ella de su vida y si habría alguna posibilidad de que ese reencuentro cambiara las cosas.

Se levantó y volvió a llenar la tetera. Los dos llevaron los platos a la pileta y levantaron la mesa. Noah llenó dos tazas de agua caliente y puso un saquito de té en cada una.

¿Qué te parece si volvemos al porche? — preguntó mientras le pasaba una taza. Allie aceptó y se dirigió hacia allí. Noah tomó una manta por si ella tuviera frío, y pronto volvieron a sus sitios; las mecedoras balanceándose, la manta sobre las piernas de Allie. Noah la miró por el rabillo del ojo. ¡Dios santo, es preciosa!, pensó. Y sufrió en silencio.

Sufrió porque durante la cena había sucedido algo.

Sencillamente, se había vuelto a enamorar. Lo supo en cuanto se sentó a su lado en el porche. Ya no estaba enamorado de un recuerdo, sino de una nueva Allie.

Aunque, en realidad, nunca había dejado de quererla. Estaba destinado a amarla.

—Ha sido una noche muy especial —dijo ella, con voz suave.

—Sí —convino Noah—. Una noche maravillosa.

Miró las estrellas; las luces parpadeantes le recordaron que Allie se marcharía pronto, y se sintió vacío. No quería que esa noche terminara nunca. Pero, ¿cómo decírselo? ¿Qué podía decirle para convencerla de que se quedara?

No lo sabía. Sin embargo, ya había decidido que no diría nada. Y entonces comprendió que había fracasado.

Las mecedoras se movían tranquila y rítmicamente. Otra vez murciélagos sobre el río. Polillas besando la luz del porche. Noah sabía que en ese mismo momento, en distintos sitios, muchas parejas hacían el amor.

—Hablame —pidió Allie con voz sensual. ¿O era un truco de su imaginación?

—¿Qué puedo decir?

—Hablame como lo hacías debajo del roble.

Noah obedeció; recitó antiguos versos en honor a la noche. Whitman y Thomas porque amaba sus imágenes. Tennyson y Browning porque sus temas le parecían muy familiares.

Allie apoyó la cabeza sobre el respaldo de la mecedora, cerró los ojos, y cuando él hubo acabado, sintió que su emoción se había intensificado. No era sólo su voz o los poemas. Era todo; un todo mayor a la suma de las partes. No intentó dividirlo, no quería hacerlo, porque no debía escuchar de ese modo. La poesía no debía ser objeto de análisis, pensó; debía inspirar sin motivo, emocionar sin intervención del entendimiento.

Gracias a Noah, había asistido a unas cuantas lecturas de poesía en el Departamento de Literatura Inglesa de la universidad. Había escuchado distintos poemas de diferentes bocas, pero pronto dejó de acudir, desilusionada porque nadie parecía trasmitir o poseer la inspiración que ella atribuía a los verdaderos amantes de la poesía.

Se hamacaron durante un rato, bebiendo té, callados, absortos en sus pensamientos. La ansiedad que la había empujado allí había desaparecido, y se alegraba de ello, pero la preocupaban los sentimientos que la reemplazaban, la excitación que se filtraba por sus poros, arremolinándose como el polvo de oro en un cedazo. Podría haberse esforzado para negarla, para huir de ella, pero en el fondo sabía que no quería que parara. Hacía muchos años que no se sentía así.

Lon era incapaz de despertar esos sentimientos. Nunca lo había hecho y, probablemente, nunca lo haría. Quizá fuera por eso que nunca se había acostado con él. Lon intentó convencerla muchas veces, recurriendo a todas las tácticas posibles, desde las flores hasta la culpa, pero ella respondía siempre con la misma excusa: que quería esperar a estar casada. Por lo general se lo tomaba bien, y Allie se preguntaba cómo se sentiría si se enterara de lo de Noah.

Pero había algo más que la impulsaba a esperar, y tenía que ver con el propio Lon. Era un hombre enteramente dedicado a su profesión. El trabajo era lo primero; él no tenía tiempo para poemas, noches ociosas, veladas meciéndose en el porche. Allie sabía que debía su éxito a esa actitud, y hasta cierto punto lo respetaba por ello. Pero también sentía que no le daba lo suficiente. Quería algo más, algo distinto, otra cosa. Pasión y romance, quizá, tranquilas charlas a la luz de las velas, o algo tan sencillo como no sentirse constantemente desplazada a un segundo lugar.

La atención de Noah también saltaba de un pensamiento a otro. Él recordaría aquella noche como uno de los momentos más especiales de su vida. Mientras se mecía, rememoraba cada detalle una y otra vez. Todo lo que ella había hecho le parecía excitante, apasionado.

Ahora, sentado junto a ella, se preguntó si durante los años de separación ella habría tenido los mismos sueños que él. ¿Habría soñado que se abrazaban y se besaban bajo la tenue luz de la Luna? ¿O acaso habría llegado más lejos y soñado con sus cuerpos desnudos, separados durante tanto tiempo?

Miró las estrellas y recordó las miles de noches vacías pasadas desde la última vez que se habían visto. Ese reencuentro hacía que los sentimientos emergieran a la superficie, y le resultaba imposible volver a enterrarlos. Supo que quería volver a hacerle el amor y que ella le correspondiera. Era lo que más deseaba en el mundo.

Pero también era consciente de que no podía ser. Ahora estaba prometida.

Para Allie, el silencio de Noah era un indicio de que estaba pensando en ella, y eso la hizo feliz. No sabía a ciencia cierta cuáles eran sus pensamientos y, en realidad, tampoco le importaba; le bastaba con saber que pensaba en ella.

Recordó la conversación mantenida durante la cena y pensó en la soledad. Por alguna razón, no podía imaginar a Noah leyendo poemas a otra persona, ni siquiera compartiendo sus sueños con otra mujer. No era de esa clase de hombres. O, si lo era, ella se negaba a creerlo.

Dejó la taza de té sobre la mesa, se alisó el pelo con las manos y cerró los ojos.

—¿Estás cansada? — preguntó Noah, saliendo por fin de su abstracción.

—Un poco. Debería irme dentro de unos minutos.

—Lo sé —dijo él con un gesto de asentimiento y voz inexpresiva.

Allie no se levantó de inmediato. Tomó la taza y bebió el último sorbo de té, sintiendo cómo le calentaba la garganta. Observó la noche: la Luna estaba más alta, el viento soplaba entre los árboles, la temperatura había bajado.

Luego miró a Noah. De perfil, su cicatriz era más notable. Se preguntó si se la habría hecho en la guerra, si lo habrían herido alguna vez. No había comentado nada al respecto y ella no se lo preguntó, sobre todo porque no quería imaginarlo herido.

—Tengo que irme —dijo por fin, devolviéndole la manta.

Noah asintió y se puso en pie sin decir una palabra. Tomó la manta y los dos caminaron hacia el coche, haciendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Cuando él abrió la puerta, Allie comenzó a quitarse la camisa, pero él la detuvo.

—Quédatela —dijo—. Quiero que la guardes.

Allie no preguntó por qué, pues ella también quería quedársela. La acomodó y se cruzó de brazos para protegerse del frío. En ese momento la asaltó el recuerdo de sí misma en el porche de su casa, después de un baile en el instituto, esperando un beso.

—Ha sido una noche maravillosa —manifestó Noah—. Gracias por venir a verme.

—Yo también lo he pasado bien —respondió Allie.

Noah reunió coraje.

—¿Te veré mañana?

Una simple pregunta. Allie sabía cuál debía ser la respuesta, sobre todo si no quería complicarse la vida. Sólo tenía que decir "Creo que no sería conveniente", y todo acabaría allí y en ese momento. Pero guardó silencio durante unos segundos.

El demonio de la indecisión se enfrentaba a ella, la provocaba, la desafiaba. ¿Por qué no responder? No lo sabía. Pero cuando lo miró a los ojos, buscando la respuesta que necesitaba, vio al hombre del que una vez se había enamorado, y de repente todo se aclaró.

—Me gustaría.

Noah se sorprendió. No esperaba que contestara que sí. Hubiera querido tocarla, estrecharla en sus brazos, pero no lo hizo.

—¿Estarás aquí a mediodía?

—Seguro. ¿Qué planes tienes?

—Ya lo verás —respondió—. Te llevaré al sitio perfecto.

—¿Estuve allí antes?

—Sí, pero antes no era igual.

—¿Dónde está?

—Es una sorpresa.

—¿Me gustará?

—Te encantará.

Allie se volvió antes que él la besara. No sabía si lo intentaría, pero sabía que si lo hacía, le costaría detenerlo. No podía afrontar esa situación en ese momento, con tantas cosas en la cabeza. Se sentó al volante y respiró aliviada. Noah cerró la puerta y ella puso el coche en marcha. Mientras el motor se calentaba, bajó un poco la ventanilla.

—Hasta mañana —dijo con la luz de la Luna reflejada en los ojos.

Mientras daba marcha atrás, él la saludó con la mano. Allie giró en redondo y tomó el camino que conducía al pueblo. Noah se quedó mirando el coche hasta que el ruido del motor se apagó y las luces se desvanecieron detrás de los robles lejanos. Cuando Clem se acercó, se acuclilló para acariciarla, concentrándose en su cuello, rascándole los puntos de su anatomía que la perra ya no podía alcanzar. Después de un último vistazo al camino, regresaron al porche.

Volvió a sentarse en la mecedora, esta vez solo, y rememoró la velada reciente. Pensó en ella. La revivió. Vio y oyó nuevamente todo lo ocurrido. Pasó las escenas en cámara lenta. No tenía ganas de tocar la guitarra ni de leer. No sabía qué sentía.

—Está prometida —murmuró por fin y se sumió en un silencio roto sólo por el ruido de la mecedora. La noche estaba tranquila, nada se movía, salvo Clem, que de vez en cuando se acercaba y lo miraba como si preguntara "¿Te encuentras bien?".

Pasadas las doce, en algún momento de esa clara noche de octubre, los sentimientos se agolparon en el corazón de Noah y lo embargó la nostalgia. Cualquiera que lo hubiera visto entonces, habría observado que parecía un anciano, un hombre que había envejecido años en apenas un par de horas. Un hombre doblado sobre sí mismo en la mecedora, con la cara oculta en las manos y lágrimas en los ojos.

No podía detenerlas.