Veinticinco

Durante años he querido dormir. Sentir esa especie de caída, abandono o pérdida que embarga al sueño. En estos momentos dormir es lo último que quiero hacer. Estoy con Marla en la habitación 8G del hotel Regent. Con todos los ancianos y yonquis encerrados en sus habitaciones, mi creciente desesperación parece normal y esperable.

—Oye —dice Marla, sentada con las piernas cruzadas en la cama mientras se esfuerza por sacar media docena de anfetaminas del envase plastificado—. Salí con un tío que tenía unas pesadillas horribles. Él también odiaba dormir.

¿Qué le pasó al tío con el que salías?

—¡Oh! Se murió. Un ataque al corazón. Sobredosis. Demasiadas anfetaminas —dice Marla—. Sólo tenía diecinueve años.

Gracias por contármelo.

Cuando entramos en el hotel, el tío de recepción llevaba la mitad de la cabeza rapada. El cuero cabelludo en carne viva y lleno de costras. Me saludó. Los ancianos que veían la televisión en el vestíbulo se giraron a ver quién era yo para que el tipo de recepción me llamara «señor».

—Buenas tardes, señor.

En este momento me lo imagino llamando al cuartel general del Proyecto Estragos para informarles sobre mi paradero. Deben de tener un mapa de la ciudad donde señalan mis movimientos con alfileres de colores. Me siento acechado como un ganso migratorio en el Reino animal.

Todos me espían, me pisan los talones.

—Tómate si quieres seis pastillas de éstas; no te harán daño al estómago —dice Marla—, pero tienes que metértelas por el culo.

Qué agradable.

Marla dice:

—No lo estoy inventando. Dentro de un rato conseguiremos algo más potente. Alguna droga de verdad: estrellas, bellezas negras, dragones.

No me voy a meter esas pastillas por el culo.

—Entonces tómate sólo dos.

¿A dónde vamos ir?

—A la bolera. Abre toda la noche y no dejarán que te duermas allí.

—A dondequiera que vaya —le digo—, los tíos se creen que soy Tyler Durden.

—¿Por eso el conductor del autobús nos dejó pasar sin pagar?

Sí. Y por eso los dos tíos del autobús nos cedieron sus asientos.

—Y bien; ¿qué te propones?

No creo que sea suficiente con escondernos. Tenemos que hacer algo para desembarazarnos de Tyler.

—Una vez salí con un tío al que le gustaba ponerse mi ropa —dice Marla—. Vestidos. Sombreros con velo y todo eso. ¿Y si te disfrazara para pasar inadvertido?

No me voy a travestir ni me voy a meter pastillas por el culo.

—Peor —dice Marla—. Una vez salí con un tío que quería que fingiera una escena lésbica con su muñeca hinchable.

Me imagino convertido en una de las historias de Marla.

Una vez salí con un tío con desdoblamiento de personalidad.

—También salí con ese otro tío que usaba uno de esos aparatos para alargar el pene.

Le pregunto: ¿Qué hora es?

—Las cuatro de la mañana.

Dentro de tres horas tengo que ir a trabajar.

—Tómate las pastillas —dice Marla—. Siendo Tyler Durden, seguramente nos dejarán jugar gratis en la bolera… ¡Oye! ¿Por qué no vamos de compras antes de deshacernos de Tyler? Podríamos hacernos con un buen coche. Algo de ropa, unos CD. Hay que verle el lado bueno a tanta cosa gratis.

Marla.

—Vale, olvídalo.