Veintidós

Paso toda la noche cavilando.

¿Estoy durmiendo? ¿He dormido algo? Así es el insomnio.

Intenta relajarte un poco más al expulsar el aire de los pulmones, pero tu corazón sigue al galope y tus ideas se arremolinan en la cabeza.

Nada funciona. Ni la meditación guiada.

Estás en Irlanda.

Ni contar ovejas.

Cuentas los días, las horas, los minutos desde que te dormiste por última vez. Tu médico se rió. Nadie se ha muerto por falta de sueño. Con la cara como fruta madura y magullada, cualquiera pensaría que estás muerto.

A las tres de la mañana en la cama de un motel de Seattle, es demasiado tarde para encontrar algún grupo de apoyo a enfermos de cáncer. Demasiado tarde para encontrar capsulitas azules de Amital Sodio o Seconals del color del carmín: todo el muestrario de El Valle de las muñecas. Más tarde de las tres de la mañana, no puedes entrar en un club de lucha.

Tienes que encontrar a Tyler.

Tienes que dormir un rato.

Entonces te despiertas y Tyler está de pie, a oscuras junto a la cama.

Te despiertas.

En cuanto te quedaste dormido, Tyler estaba ahí diciendo:

—Despierta. Despierta, hemos resuelto el problema con la policía de Seattle. Despierta.

El jefe de policía quería iniciar una campaña contra lo que él llamaba actividad mafiosa organizada y clubes de boxeo nocturnos.

—Pero no te preocupes —dice Tyler—. El señor jefe de policía ya no es un problema —dice Tyler—. Lo tenemos cogido por los huevos.

Pregunto si Tyler me ha estado siguiendo.

—¡Tiene gracia! —dice Tyler—. Lo mismo te quería preguntar yo. Le has hablado a otras personas de mí, cabrón. Has roto la promesa.

Tyler se estaba preguntando cuándo le descubriría.

—Cada vez que te duermes —dice Tyler— me escapo y hago alguna salvajada, alguna locura, algún disparate.

Tyler se arrodilla junto a la cama y me susurra:

—El jueves pasado te dormiste y cogí un avión a Seattle para echar un vistazo a un club de lucha. Para comprobar el número de personas rechazadas y cosas así. A la búsqueda de nuevos talentos. También tenemos el Proyecto Estragos en Seattle.

Las yemas de los dedos de Tyler recorren mis cejas hinchadas.

—Tenemos el Proyecto Estragos en Los Ángeles y en Detroit; un grupo importante del Proyecto Estragos sigue adelante en Washington D.C., en Nueva York. Tenemos un Proyecto Estragos en Chicago que no te puedes ni imaginar.

»No puedo creer que hayas roto la promesa. La primera regla del club de lucha es que no se habla del club de lucha.

Estuvo en Seattle la semana pasada y un camarero con collarín le dijo que la policía planeaba una redada contra el club de lucha. El jefe de policía en persona quería que fuera una redada especial.

—Lo cierto es que tenemos miembros de la policía que acuden al club de lucha y les gusta. Tenemos periodistas, agentes judiciales y abogados, y lo sabemos todo antes de que ocurra.

Nos van a cerrar los clubes.

—Por lo menos en Seattle —dice Tyler.

Pregunto qué hizo Tyler al respecto.

—Qué hicimos nosotros —dice Tyler.

Convocamos una reunión del Comité de Asalto.

—Ya no hay un tú y un yo —dice Tyler pellizcándome la punta de la nariz—. Creo que ya te has dado cuenta.

Utilizamos el mismo cuerpo pero en momentos distintos.

—Organizamos una misión especial —dice Tyler—. Les dijimos: «Traednos los testículos aún calientes del honorable jefe de policía de Seattle».

No estoy soñando.

—Sí —dice Tyler—. Estás soñando.

Esta noche hemos reunido un equipo de catorce monos espaciales, y cinco de estos monos espaciales eran policías, y estábamos solos en el parque donde su señoría saca a pasear el perro.

—No te preocupes —dice Tyler—: el perro está bien.

El ataque se realizó en tres minutos menos que nuestra mejor marca anterior. Habíamos calculado doce minutos. Nuestro mejor tiempo era de nueve minutos.

Cinco monos espaciales lo echaron al suelo y lo sujetaron.

Tyler me cuenta eso, pero, no sé cómo, yo ya lo sé.

Tres monos espaciales montaron guardia.

Uno de los monos espaciales se encargó del éter.

Otro de los monos espaciales le bajó sus queridos pantalones.

Es un perro de aguas y no para de ladrar y ladrar.

Ladrar y ladrar.

Ladrar y ladrar.

Uno de los monos espaciales le dio tres vueltas a la tira de goma hasta que quedó bien tensa en torno a su querido escroto.

—Uno de los monos está entre sus piernas con el cuchillo —musita Tyler con la cara agujereada junto a mi oído— mientras yo le susurro al honorable jefe de policía al oído que será mejor que deje la campaña contra los clubes de lucha o le contaremos al mundo entero que su honorable señoría ya no tiene pelotas.

Tyler susurra:

—¿Adonde cree su señoría que llegará?

La tira de goma le ha anulado la sensibilidad allá abajo.

—¿Adonde cree su señoría que llegará en la política si los votantes saben que ya no tiene cojones?

Su señoría ha perdido toda sensibilidad.

Colega, sus cojones están fríos como el hielo.

Si cierra uno solo de los clubes de lucha, enviaremos sus testículos al este y al oeste. Uno al New York Times y el otro a Los Angeles Times. Uno para cada uno, al estilo de los comunicados de prensa.

El mono espacial le quitó el paño con éter de la boca y el jefe de policía dijo que no lo hicieran.

Y Tyler dijo:

—No tenemos nada que perder a excepción del club de lucha.

El jefe de policía lo tenía todo.

Todo lo que nos quedaba era la mierda y la basura del mundo.

Tyler asintió con la cabeza al mono espacial con el cuchillo entre las piernas del jefe de policía.

Tyler dijo:

—Imagínese el resto de su vida con el escroto ondeando como una bolsa vacía.

El jefe de policía dijo que no.

Que no.

Basta.

Por favor.

Oh.

Dios.

Ayuda…

… me

Ayuda…

No.

… me.

Dios.

… me.

Deten…

… los.

Y el mono espacial desliza el cuchillo y corta únicamente la tira de goma.

Seis minutos en total y ya acabamos.

—Recuerde esto —dijo Tyler—: la gente a la que intenta pisar son todas personas de las que depende. Somos quienes le lavamos la ropa y le hacemos la comida y le servimos la cena. Le hacemos la cama. Cuidamos de usted mientras duerme. Conducimos ambulancias. Le pasamos las llamadas. Somos cocineros y taxistas, y lo sabemos todo de usted. Gestionamos sus pólizas del seguro y los cargos en su tarjeta de crédito. Controlamos cada momento de su vida.

»Somos los hijos medianos de la historia, educados por la televisión para creer que un día seremos millonarios y estrellas de cine y estrellas de rock, pero no es así. Y acabamos de darnos cuenta —dice Tyler—. Así que no intente jodernos.

El mono espacial comprime el paño de éter sobre el rostro sollozante del jefe de policía y lo manda a dormir un rato.

Otra cuadrilla lo vistió y se lo llevó a casa con el perro. Tras esto, guardar el secreto era elección suya. Y no, no esperábamos más campañas contra el club de lucha.

Su señoría volvió a casa atemorizado pero entero.

—Cada vez que cumplimos estas misiones —dice Tyler— los miembros del club de lucha, que nada tienen que perder, se ven un poco más involucrados en el Proyecto Estragos.

Tyler, arrodillado junto a la cama, me dice:

—Cierra los ojos y dame la mano.

Cierro los ojos y Tyler me coge la mano. Siento los labios de Tyler sobre la cicatriz de su beso.

—Te dije que si hablabas de mí a mis espaldas nunca me volverías a ver —dice Tyler—. No somos dos hombres distintos; cuando estás despierto tienes el control y te puedes llamar como quieras, pero en cuanto te duermes, soy yo quien manda y tú te conviertes en Tyler Durden.

Pero si luchamos, le digo, la noche en que inventamos el club de lucha.

—En realidad, no luchabas contra mí —dice Tyler—. Te lo dijiste a ti mismo. Luchabas contra todas las cosas que odias en la vida.

Pero si te veo.

—Estás dormido.

Pero si has alquilado una casa. Tienes un trabajo. Dos trabajos.

—Pídele al banco tus cheques cancelados —dice Tyler—. Alquilé la casa a tu nombre. Comprobarás que la caligrafía en tus recibos del alquiler coincide con las de las notas que me has mecanografiado.

Tyler ha estado gastando mi dinero. No me extraña que siempre esté en números rojos.

—Y por lo que respecta a los trabajos, bueno, ¿por qué te crees que estás tan cansado? Tío, no es insomnio. En cuanto te duermes, me adueño de ti y me voy a trabajar o al club de lucha o a cualquier sitio. Tienes suerte de que no cogiera un trabajo de encantador de serpientes.

Le pregunto: ¿Qué pasa con Marla?

—Marla te quiere.

Marla te quiere.

—Marla no conoce la diferencia entre tú y yo. Le diste un nombre falso la noche en que os conocisteis. Nunca has dado tu nombre verdadero en los grupos de apoyo, embustero de mierda. Desde que le salvé la vida, Marla cree que te llamas Tyler Durden.

Bueno, ahora que he descubierto a Tyler Durden, ¿desaparecerá?

—No —dice Tyler mientras me coge la mano—. En primer lugar, no estaría aquí si no me quisieras. Seguiré viviendo mi vida mientras duermes, pero si intentas jugármela, si te encadenas a la cama por las noches o tomas dosis masivas de pastillas para dormir, seré tu enemigo. Y me las pagarás.

No son más que chorradas. Estoy soñando. Tyler es una proyección. Es un trastorno disociativo de la personalidad. Un estado de fuga psicogénica. Tyler Durden es una alucinación.

—¡Y una mierda! —dice Tyler—. Tal vez seas tú mi alucinación esquizofrénica.

Yo estaba aquí primero.

—Sí, sí, sí, veremos quién se quedará aquí el último —dice Tyler.

Esto no es real. Es un sueño y me despertaré.

—Pues despiértate.

Y entonces el teléfono suena y Tyler ha desaparecido.

El sol se filtra por las cortinas.

Es el servicio de despertador telefónico que pedí para las siete de la mañana, y cuando levanto el auricular, la línea se ha cortado.