Siete

Una mañana aparece flotando en el retrete, como una medusa muerta, un condón usado.

Así conoció Tyler a Marla.

Me levanto a mear y allí, en la taza del váter, aparece el condón contra un fondo de pinturas rupestres hechas con porquería. Te preguntas: «¿En qué piensa el esperma?».

¿Qué es esto?

¿La bóveda de la vagina?

¿Qué pasa aquí?

Toda la noche soñé que estaba follándome a Marla Singer, a Marla Singer mientras fumaba un cigarrillo, a Marla Singer mientras entornaba los ojos. Me despierto solo en la cama y la puerta de la habitación de Tyler está cerrada. La puerta de la habitación de Tyler nunca está cerrada. Estuvo lloviendo toda la noche. Las tablas del tejado se hinchan, se comban, se tuercen, y la lluvia se cuela y acumula en el techo de escayola y cae goteando por la instalación de la luz.

Cuando llueve tenemos que quitar los fusibles. Uno ya ni se molesta en encender las luces. La casa que Tyler ha alquilado tiene tres pisos y un sótano. Nos movemos por ella con velas. Cuenta con varias despensas y porches cubiertos donde puedes dormir, y en el rellano de la escalera hay ventanas con vidrieras. En el salón hay galerías con asientos junto a las ventanas. Los zócalos de madera están grabados y barnizados y miden casi medio metro de altura.

La lluvia se filtra en hilillos por toda la casa y la madera se hincha y se contrae, y los suelos, zócalos y marcos de las ventanas escupen milímetro a milímetro los clavos, que se van oxidando.

En todas partes tropiezas con los clavos oxidados o te los enganchas en el codo y sólo hay un cuarto de baño para los siete dormitorios y ahora hay en él un condón usado.

La casa está a la espera de algo, un cambio en la zona o un testamento que ordene su derribo. Le pregunté a Tyler cuánto tiempo llevaba aquí y me dijo que unas seis semanas. El propietario original de la casa comenzó a coleccionar en la noche de los tiempos, y continuó durante toda su vida, revistas del National Geographic y del Reader’s Digest. Grandes pilas de revistas en inestable equilibrio que crecen cada vez que llueve. Tyler dice que el último inquilino doblaba las páginas satinadas de las revistas y hacía papelinas de coca. La puerta de casa no tiene cerradura desde que la policía o quien fuera le dio una patada. Nueve capas de papel pintado se hinchan en las paredes del comedor: estampados de flores debajo de rayas de colores, debajo de dibujos de pajaritos, debajo de papel de China.

Nuestros únicos vecinos son un taller de máquinas cerrado y, en la acera de enfrente, un almacén grande como un bloque de pisos. En casa hay un armario con rodillos de dos metros para enrollar los manteles de damasco; así nunca tenemos que plegarlos. Hay un ropero tapizado de madera de cedro. Los azulejos del cuarto de baño tienen pintadas unas florecillas más bonitas que las de la mayoría de los juegos de té de porcelana de las listas de boda, y en el váter hay un condón usado.

Llevo como un mes viviendo con Tyler.

Tyler viene a desayunar con chupetones por todo el cuello y el pecho, y yo estoy enfrascado en la lectura de un Reader’s Digest atrasado. Ésta es la casa perfecta para traficar con drogas. No hay vecinos. En Paper Street no hay más que almacenes y la fábrica de papel. El olor a pedos del humo de la papelera y el olor a jaula de hámsters de las astillas de madera que se amontonan en pirámides anaranjadas en torno a la fábrica. Ésta es la casa perfecta para traficar con drogas porque durante el día pasan por Paper Street camiones de tropecientos dólares, pero por la noche Tyler y yo estamos solos en un kilómetro a la redonda.

En el sótano encontré pilas y pilas de revistas del Reader’s Digest y ahora hay un montón de Reader’s Digest en cada habitación.

La vida en Estados Unidos.

La risa es la mejor medicina.

Las pilas de revistas son casi el único mobiliario.

En las revistas más viejas hay una serie de artículos en los que los órganos del cuerpo humano hablan de sí mismos en primera persona: Soy el Útero de Mengana.

Soy la Próstata de Fulano.

No es broma; y Tyler se sienta a la mesa de la cocina con los chupetones y sin camisa y bla, bla, bla: que si conoció anoche a Marla Singer, que si se acostaron…

Escuchar esto y convertirme en la Vesícula Biliar de Fulano es todo uno. Es culpa mía. A veces haces algo y estás jodido, y otras, estás jodido por lo que no haces.

Anoche llamé a Marla. Hemos inventado un sistema para que cuando yo quiera ir a un grupo de apoyo pueda llamar a Marla y ver si también ella tiene pensado ir. La noche de ayer se dedicaba a melanomas y me sentía un poco deprimido.

Marla vive en el hotel Regent, un amasijo de ladrillos marrones que se tienen en pie gracias a la mugre, donde todos los colchones están cerrados herméticamente dentro de resbaladizas fundas de plástico, porque mucha gente va allí a morir. Si no te apoyas bien en la cama, tú y las sábanas y la manta iréis a parar al suelo.

Llamé a Marla al hotel Regent para saber si iba a ir a melanomas.

Marla me contestó a cámara lenta. No se trataba de un suicidio real, dijo Marla, probablemente era sólo una de esas escenas para llamar la atención, pero se había tomado demasiadas pastillas de Xanax.

Imagínate ir hasta el hotel Regent para ver a Marla pasearse de un lado a otro por esa habitación decrépita mientras repite: Me muero. Muero. Me muero. Muero. Mueeero. Muero.

Así durante horas y horas.

Así que se iba a quedar en casa esta noche, ¿no?

Marla dijo que se estaba muriendo de verdad. Debía darme prisa si no quería perdérmelo.

Le di las gracias, pero le dije que tenía otros planes.

«No importa», dijo Marla. También podía morirse viendo la televisión. Marla sólo esperaba que echaran algo que valiese la pena.

Me fui corriendo a los melanomas. Volví a casa temprano y dormí.

Ahora, durante el desayuno, a la mañana siguiente Tyler se sienta aquí cubierto de chupetones y me dice que Marla es una zorra retorcida, pero que eso le gusta mucho.

Anoche, tras la reunión de melanomas, volví a casa y me metí en la cama y me quedé dormido. Y soñé que echaba un polvo y otro polvo y otro polvo con Marla Singer.

Y esta mañana, escuchando a Tyler, pretendo estar leyendo el Reader’s Digest. Una zorra retorcida; yo podría habértelo dicho. Reader’s Digest. Humor de uniforme.

Soy las Vías Biliares y Rabiosas de Fulano.

¡Las cosas que Marla le dijo anoche!, me cuenta Tyler. Ninguna chica le había hablado así en la vida.

Soy los Dientes Rechinantes de Fulano.

Soy la Nariz Hinchada de Mengano mientras echa llamaradas.

Después de echar unos diez polvos, me cuenta Tyler, Marla le dijo que quería quedarse embarazada. Marla le dijo que deseaba tener un aborto de Tyler.

Soy los Nudillos Blancos de Fulano.

Cómo no le iba a gustar eso a Tyler. La noche de antes de ayer, Tyler se quedó allá arriba solo y se dedicó a montar en Blancanieves fotogramas de órganos sexuales.

Cómo podría competir yo para llamar la atención de Tyler.

Soy la Sensación de Rechazo Rabiosa e Irritada de Fulano.

Lo peor de todo es que es culpa mía. Anoche, después de irme a dormir, me cuenta Tyler que volvió a casa al finalizar su turno de camarero en el banquete y Marla llamó otra vez desde el hotel Regent. Ya estaba allí, dijo Marla. El túnel, la luz que la atraía hacia el túnel. La experiencia de la muerte era tan genial que Marla quería describírmela mientras abandonaba su cuerpo y ascendía flotando.

Marla no sabía si su espíritu podría utilizar el teléfono, pero quería que por lo menos alguien oyese su último aliento.

No, no. Tyler contesta el teléfono y malinterpreta la situación.

No se conocen, así que Tyler piensa que no es bueno que Marla esté a punto de morir.

No se trata de eso.

No es asunto suyo, pero Tyler llama a la policía y corre al hotel Regent.

Ahora, según la antigua costumbre china que todos hemos aprendido gracias a la televisión, Tyler será por siempre responsable de Marla, porque salvó la vida de Marla.

Si yo hubiera perdido unos minutos en ir a ver a Marla morir, nada de esto habría sucedido.

Tyler me dice que Marla vive en la habitación 8G, en el último piso del hotel Regent, en lo alto de ocho rellanos de escalera y al final de un ruidoso pasillo con risas enlatadas televisivas que atraviesan las puertas. Cada dos segundos echa un chillido alguna actriz o muere un actor gritando al ser alcanzado por una ráfaga de balas. Tyler llega al final del vestíbulo y antes de que pueda llamar a la puerta surge de la habitación 8G un brazo macilento como mantequilla y muy, muy delgado, le coge por la muñeca y tira de él hacia adentro.

Me enfrasco en la lectura de un Reader’s Digest.

Incluso mientras Marla mete a Tyler de un tirón en la habitación, Tyler oye el chirrido de unos frenos y las sirenas que se congregan frente al hotel Regent. Sobre el tocador hay un consolador fabricado con el mismo plástico rosa y suave con el que se fabrican millones de muñecas Barbie y, por un momento, Tyler se imagina millones de muñecas Barbies y consoladores moldeados por inyección, saliendo de la cadena de montaje de una fábrica de Taiwán.

Marla repara en Tyler, que contempla su consolador, y pone los ojos en blanco y le dice:

—No tengas miedo. No es una amenaza para ti.

Marla saca a Tyler a empujones al pasillo y le dice que lo siente, pero que no debería haber llamado a la policía, y que, probablemente, la policía ya está abajo.

Marla cierra la puerta de la habitación 8G y empuja a Tyler hacia las escaleras. En las escaleras Tyler y Marla se aplastan contra la pared mientras la policía y los enfermeros suben en tromba con el oxígeno preguntando cuál es la habitación 8G.

Marla les dice que es la puerta al final del pasillo.

Marla le dice a gritos a la policía que la chica de la 8G fue en otros tiempos una chica encantadora, pero que ahora es un monstruo, un monstruo horrible. La chica es escoria humana infecciosa; está confundida y teme hacer algo equivocado y, por lo tanto, no hará nada.

—La chica de la habitación 8G no tiene fe en sí misma —grita Marla— y le preocupa tener cada vez menos posibilidades al envejecer.

»Buena suerte —grita Marla.

La policía se amontona junto a la puerta cerrada de la habitación 8G, y Marla y Tyler se apresuran a bajar al vestíbulo. A sus espaldas, un policía grita junto a la puerta.

—¡Déjenos ayudarla! Señorita Singer, ¡hay muchas razones para seguir viviendo! ¡Marla, déjenos entrar y le ayudaremos a solucionar sus problemas!

Marla y Tyler salieron corriendo a la calle. Tyler metió a Marla en un taxi, y en lo alto del octavo piso del hotel, Tyler distinguió que se movían sombras de un lado a otro tras las ventanas de la habitación de Marla.

En la autopista, entre todas las luces y los otros coches que avanzan deprisa por los seis carriles hacia un punto que se desvanece, Marla le dice a Tyler que debe mantenerla despierta toda la noche. Si Marla se duerme, morirá.

Un montón de gente quería ver muerta a Marla, le dijo a Tyler. Esas personas estaban muertas, en el otro mundo, y la llamaban de noche por teléfono. Marla se iba de bares y oía al camarero preguntar por ella, y cuando atendía la llamada, la línea se había cortado.

Tyler y Marla se pasaron casi toda la noche despiertos en la habitación contigua a la mía. Cuando Tyler se despertó, Marla había desaparecido y vuelto al hotel Regent.

Le digo a Tyler que Marla Singer no necesita un amante sino un asistente social.

Tyler me contesta:

—No llames a esto «amor».

En pocas palabras, Marla está ahora dispuesta a arruinar otra parte de mi vida. Siempre, desde que fui a la universidad, he hecho amigos. Se casan. Pierdo los amigos.

Estupendo.

—Fantástico —le digo yo.

Tyler pregunta:

—¿Es esto un problema para ti?

Soy las Tripas en Tensión de Fulano.

—No —le contesto—. No pasa nada.

Ponme una pistola en la cabeza y pinta la pared con mi cerebro.

—Simplemente, genial —le digo yo—; en serio.