89

La cabina inmaculada del Hawker de Teabing estaba cubierta de virutas de acero y olía a aire comprimido y a gas propano. Bezu Fache había echado a todo el mundo y estaba solo, sentado con su copa en la mano y la pesada caja de madera que habían encontrado en la caja fuerte de sir Leigh.

Pasó el dedo por la rosa de taracea y levantó la elaborada tapa. En el interior encontró un cilindro de piedra con cinco discos divididos en letras. Estaban dispuestos de tal manera que juntos formaban la palabra SOFIA. Fache se quedó mirando un instante aquella palabra, sacó el cilindro del interior acolchado de la caja y lo examinó con detalle. Tirando de uno de los dos extremos, logró extraer una especie de tapón. El cilindro estaba vacío.

Volvió a ponerlo en la caja y miró abstraído la parte del hangar que se veía por la ventanilla del avión. Pensó en la breve conversación que acababa de mantener con la agente Neveu, así como en la información que le había comunicado la Policía Judicial desde el Cháteau Villette. El sonido del teléfono lo sacó de su estado.

Llamaban de París, de la Policía Judicial. El tono de su interlocutor era de disculpa. El presidente del Banco de Depósitos de Zúrich había llamado con insistencia preguntando por él, y aunque se le había informado de que el capitán estaba en Londres por motivos de trabajo, había seguido insistiendo. A regañadientes, Fache le dio permiso al operador para que le pasara la llamada.

—Monsieur Vernet —le dijo Fache sin darle tiempo a hablar—. Siento no haber podido llamarle antes, pero he estado muy ocupado.

Tal como le he prometido, el nombre de su banco no ha aparecido en los medios de comunicación. ¿Qué es lo que le preocupa entonces?

Vernet le explicó con voz nerviosa que Langdon y Sophie habían extraído una pequeña caja de madera del banco y luego le habían convencido para que los ayudara a escapar.

—Entonces, cuando oí por la radio que eran unos delincuentes, paré el vehículo y les exigí que me devolvieran la caja, pero ellos me agredieron y me robaron el furgón.

—¿Y tanta preocupación por una caja de madera? —preguntó Fache con la vista clavada en la rosa de la tapa. La abrió un poco y volvió a ver aquel cilindro blanco—. ¿Podría decirme qué había dentro?

—El contenido es lo de menos —replicó Vernet—. Lo que a mí me preocupa es la reputación de mi banco. Nunca hemos sufrido un robo. Nunca. Si no logramos recuperar el objeto propiedad de nuestro cliente, será nuestra ruina.

—Pero usted dijo que la agente Neveu y Langdon tenían una contraseña y una llave. ¿Por qué dice entonces que robaron la caja?

—Esta noche han matado a varias personas, entre ellas al abuelo de Sophie Neveu. Está claro que la llave y la contraseña las obtuvieron de manera ilegítima.

—Señor Vernet, mis agentes han realizado algunas investigaciones sobre usted y su entorno. No hay duda de que es usted un hombre muy culto y refinado. Supongo, además, que también será persona de honor, como lo soy yo. Aclarado esto, le doy mi palabra de jefe de la Policía Judicial de que su caja, al igual que la reputación de su banco, está en las mejores manos.