Al entrar con Sophie en la estación de metro de Temple, Langdon se sintió totalmente derrotado. Avanzaban por el laberinto de mugrientos pasillos y andenes y el sentimiento de culpa era cada vez mayor.
«Yo he metido a Leigh en todo esto y ahora corre un enorme peligro».
Que Rémy estuviera implicado había sido una sorpresa mayúscula, pero visto en perspectiva tenía su lógica. Quien fuera que iba detrás del Grial había contratado a alguien que pudiera trabajar desde dentro. «Y pensaron en Teabing, igual que hice yo». A lo largo de la historia, los conocedores del Grial habían atraído siempre la atención tanto de ladrones como de estudiosos. El hecho de que a Teabing ya llevaran mucho tiempo siguiéndole la pista debería hacerle sentir menos culpable, pero no era así. «Tenemos que encontrarlo y ayudarle. Inmediatamente».
Langdon siguió a Sophie al andén de la línea District and Circle, donde desde una cabina llamó a la policía, a pesar de la advertencia de Rémy. Mientras, Langdon se sentó en un banco desvencijado, con gesto atormentado.
—La mejor manera de ayudar a Leigh —insistía Sophie mientras marcaba los números—, es implicar lo antes posible a las autoridades londinenses. Hazme caso.
En un principio no había estado de acuerdo, pero a medida que iban definiendo un plan, el planteamiento de Sophie iba cobrando más sentido. De momento Teabing estaba a salvo. Incluso en el caso de que Rémy y los demás supieran dónde se encontraba la tumba del caballero, seguirían necesitándolo para que les ayudara a descifrar la referencia al orbe. Lo que a él le preocupaba era lo que pasaría después de que hubieran encontrado el mapa del Grial. «En ese momento, Teabing se convertiría en una carga demasiado pesada».
Si quería ayudar a su amigo, si quería volver a ver la clave, era fundamental descubrir antes el paradero de aquella tumba. «Por desgracia, Rémy parte con mucha ventaja».
Así, la tarea de Sophie era dificultarle las cosas a Rémy, y la de Langdon, encontrar la tumba.
Sophie haría que Silas y el mayordomo se convirtieran en fugitivos de la policía londinense, lo que los llevaría a tener que esconderse o, mejor aún, acabaría con su detención. El plan de Langdon era menos concreto; tomar el metro hasta el cercano Kings College, famoso por su base de datos informatizada sobre temas teológicos. «La herramienta de búsqueda más sofisticada», según le habían dicho. «Respuestas inmediatas a cualquier pregunta sobre historia religiosa». Se preguntaba qué respondería aquella base de datos ante la frase «enterrado por el Papa reposa un caballero».
Se puso de pie y empezó a caminar por el andén, impaciente, esperando un metro que no llegaba.
Finalmente, Sophie logró contactar con la policía.
—División de Snow Hill —dijo el telefonista—. ¿De qué se trata?
—Quiero denunciar un secuestro. —Sophie sabía ser concisa cuando quería.
—¿Su nombre, por favor? Sophie hizo una pausa.
—Soy la agente Sophie Neveu, de la Policía judicial francesa. Aquello tuvo un efecto inmediato. —Ahora mismo le paso con el detective, señora.
Mientras esperaba a que la atendieran, Sophie empezó a tener sus dudas de que la policía se creyera la descripción que tendría que hacer de los secuestradores. «Un hombre con esmoquin». Más fácil de identificar imposible. Incluso si Rémy se cambiaba de ropa, su cómplice era un monje albino. «No pasaba precisamente desapercibido». Y además, como llevaban a un rehén, no podían montarse en transportes públicos. ¿Cuántas limusinas jaguar podía haber en Londres?
La espera en el teléfono se le estaba haciendo eterna. «Venga, contesten». Oía chasquidos y zumbidos en la línea, como si estuvieran pasando la llamada.
Tras quince segundos más, oyó la voz de un hombre.
—¿Agente Neveu?
Sophie se quedó muda de la impresión. Había reconocido aquel tono áspero al momento.
—Agente Neveu —insistió Bezu Fache—. ¿Dónde diablos está metida?
Sophie seguía sin poder articular palabra. Al parecer, el capitán Fache había solicitado a la policía de Londres que le avisaran si llamaba.
—Escúcheme bien —dijo el capitán—, esta noche he cometido un error imperdonable. Langdon es inocente. Se han retirado todos los cargos en su contra. Pero aun así tanto él como usted están en peligro. Y tienen que venir aquí inmediatamente.
Sophie no daba crédito a lo que estaba oyendo. No sabía qué decir. Fache no era de los que se disculpaban.
—No me había dicho —prosiguió Fache—, que Sauniére era su abuelo. Estoy totalmente dispuesto a olvidar su insubordinación, la atribuyo al impacto emocional que debe haber vivido. Sin embargo, Langdon y usted deben acudir lo antes posible a cualquier comisaría de policía de Londres para ponerse a salvo.
«¿Y cómo sabe que estoy en Londres? ¿Qué más cosas sabe?». Sophie oía a lo lejos algo parecido a un taladro o a unas máquinas trabajando. Y unos curiosos chasquidos en la línea.
—¿Está intentando localizar esta llamada, capitán?
Ahora la voz de Fache se hizo más firme.
—Agente Neveu, a los dos nos conviene cooperar. Tenemos mucho que perder. Intento minimizar los daños. Esta noche he cometido errores de juicio, y si a causa de ellos muere un profesor americano y una criptóloga de la Policía Judicial, será el fin de mi carrera. Llevo varias horas intentando localizarla para protegerla.
La estación se vio invadida por un aire caliente y el metro asomó la cabeza por el túnel. Sophie no tenía ninguna intención de dejarlo escapar. Langdon debía estar pensando en lo mismo, porque se había levantado y se dirigía hacia ella.
—El hombre al que debe perseguir se llama Rémy Legaludec —dijo Sophie—. Es el mayordomo de Teabing. Acaba de secuestrarlo en la iglesia del Temple y…
—¡Agente Neveu! —gritó Fache mientras el convoy frenaba con estruendo—. No es un tema como para hablarlo desde una línea abierta. Vaya con Langdon a la policía. ¡Se lo digo por su bien! ¡Es una orden!
Colgó, y Langdon y ella se montaron corriendo en el metro.